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Desde Cuba, acerca de Lenin

Para Красная Весна (Primavera Roja), con sede en Moscú, su corresponsal en Madrid, Vera Rodionova —también encargada de las correspondientes traducciones al ruso—, hizo llegar a distintas personas en España y en la América Latina un cuestionario acerca de Vladimir Ilich Lenin, con motivo del sesquicentenario de su nacimiento, ocurrido el 22 de abril de 1870. A continuación aparecen el cuestionario y mis respuestas:


¿La figura de V. I. Lenin tiene algún significado para usted personalmente?

Para quien era niño cuando triunfó una revolución hecha con los humildes, por los humildes y para los humildes — “los pobres de la tierra”, con quienes echó su suerte nuestro José Martí—, una revolución que poco después, coherentemente, se proclamó socialista, la figura de Lenin, como las de Marx, Engels y otros, formaría parte de su entorno y, en mi caso, como en tantos otros, de sus ideales.

Todo eso insertado en nuestra historia, porque Cuba tuvo también, casi medio siglo antes de 1917, su propio octubre fundador, el de 1868, cuando comenzaron sus guerras por la independencia, en creciente búsqueda de libertad y, cada vez más, de justicia social, porque el independentismo se acrisoló en la lucha contra la esclavitud. En esa estela se ubicarían Fidel Castro y la etapa revolucionaria que él guio y desde 1959 viene transformando al país.

¿Cuál es, en su opinión, la principal contribución de Lenin a la historia de Rusia y, tal vez, del mundo entero?

Vale entender que su principal contribución se basó en ser a la vez un cultivador del pensamiento y de la acción. Con sus propias inteligencia, sabiduría y honradez abrazó las ideas de Marx, las trajo a su tiempo y a sus circunstancias. Se propuso aplicarlas creativamente en un país cuya realidad estaba lejos del capitalismo desarrollado, cuyas contradicciones Marx pensaba que podrían dar paso a la construcción del socialismo.

La realidad de Rusia y de sus posesiones territoriales planteó enormes retos a los afanes socialistas, no solo en esa nación; pero también los puso en contacto con el mundo colonial, tan vasto y relevante en todo el mundo, mientras Marx había hecho lo que le tocó hacer: pensar centralmente la realidad europea, que en buena medida observó desde Londres.

Entre los desafíos podría mencionarse, digamos, la necesidad de librarse de la herencia marcada por relaciones económicas y sociales de raigambre feudal o, pensando en otros lares también, lastres del llamado modo de producción asiático. El nombre se discute, pero apunta a una realidad.

Con las ideas del propio Marx y de otros pensadores, ¡y con las enseñanzas de la terca realidad!, luego se vaticinaría o se confirmaría que en el capitalismo podía afincarse la barbarie. Pero ¿no es el capitalismo en sí mismo una forma de barbarie cada vez más cruenta?

José Martí, revolucionario cubano, latinoamericano y universal, a finales del siglo XIX apreció, en los Estados Unidos —sede del capitalismo que más avanzaba en esa época, y que devendría modelo de realidades e ilusiones—, que allí no prosperaba la justicia social, sino el imperialismo, como precozmente lo llamó. Ese revolucionario murió en combate en 1895, afanado en impedir que se consumaran los planes de los Estados Unidos, y años después le fue dado a Lenin interpretar teóricamente esa realidad —ya entonces más redondeada—, preparar una revolución para transformarla y fundar el primer Estado de trabajadores y trabajadoras en el mundo.

Con su inteligencia, sabiduría y honradez, Lenin abrazó las ideas de Marx, las trajo a su tiempo y a sus circunstancias

¿Cómo cree que se relacionan Marx y Lenin?

En un permanente diálogo entre la teoría y la acción revolucionarias. En un camino donde tanteos y esfuerzos, aciertos y reveses se complementan y ayudan a esclarecer por dónde enrumbar mejor los esfuerzos necesarios para la transformación del mundo. Hicieron lo suyo, que no fue poco. Ahora nos toca pensar y actuar a quienes hoy vivimos.

¿Cómo evalúa las declaraciones de algunos publicistas según las cuales el partido bolchevique traicionó a Lenin al final de su vida?

¿Quién traicionó a quién? ¿Lenin, al final de su vida, traicionó al partido? ¿El partido, al final de su existencia, traicionó a Lenin? Lenin no traicionó a nadie, no traicionó nada. Braceó sin cesar por entre las complejidades de la realidad —no fue un estudioso de gabinete—, y por entre contendientes de distintos signos, no todos necesariamente enemigos, y supo poner por delante la luz y la honrada firmeza.

Cuando el PCUS se disolvió, no era ya ni de lejos el partido bolchevique de Lenin, aunque aún hubiera en él militantes —¿quién sabrá cuántos?— dispuestos a mantenerlo vivo. De haber sido todavía el partido de Lenin, nadie habría podido desmovilizarlo como se hizo. En último caso, habría pasado a la lucha clandestina, en la que Lenin cosechó muchas de sus mayores y más aleccionadoras victorias.

Pero hasta donde se sabe, esa lucha se oculta o no se está dando, aunque algunas encuestas revelen que la mayoría del pueblo lamenta el cambio que ha dado paso a la realidad de hoy tras la disolución de la URSS. Rusia está cumpliendo un importante papel en la política internacional, un papel que —en sus mejores proyecciones— parece impensable sin la herencia que le viene de la era soviética. Pero el lamento aludido requiere y merece estudiarse, no como una mera curiosidad.

¿Stalin continuó el trabajo de Lenin o condujo al país en una dirección diferente?

A las personalidades les corresponde una determinada función, que puede ser muy importante, a veces extraordinaria. Pero son parte de una realidad mayor, que las determina, aunque también sean capaces de influir grandemente en ella. Es erróneo —cuando no mal intencionado— reducir la realidad a personas, y si eso ocurre como algo indeseable en ciertos modos estrechos o dogmáticos de asumir el marxismo y el leninismo, cuando se habla de estalinismo resulta aún más preocupante.

Alrededor, debajo y encima de Lenin, y de Stalin —y de otros—, estaba el partido, con sus militantes. Si el partido hubiera cumplido siempre y plenamente su función, con inteligencia y coraje, habría sido muy difícil que Stalin cometiera los excesos que cometió. Los que cometió, porque también se le atribuirán otros que se quiere hacer creer que cometió, así como se intenta igualarlo a Hitler, maniobra perversa, o iconoclasia nada inocente, que está de moda.

Entre las ideas cardinales que José Martí le aportó no solo a Cuba sobresale una que no convoca únicamente a quienes dirijan, sino también, o acaso sobre todo, al pueblo, que debe hacerla valer: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.

¿Cuéntenos su impresión sobre cómo se enseña hoy el tema de Lenin en las escuelas y universidades de su país?

No estoy muy actualizado sobre el tema. Pero sé que en Cuba no se ha dejado de enseñar el valor de los aportes de Marx y de Lenin. Sea cual sea el nombre de la asignatura en que se haga, el empeño —que habrá tenido aciertos y errores, luces y dogmatismos, pero se mantiene— ocurre en un contexto que es en sí mismo una defensa de dichos aportes, y la defensa es tanto más valiosa cuanto más lúcidamente y con mayores conocimientos se interpretan desde la historia de la nación.

Una prueba de la presencia de Marx y Lenin en la sociedad cubana se vivió en el reciente proceso de consulta popular con vistas a la aprobación y el perfeccionamiento de la nueva Constitución de la República, ratificada como socialista. Fue del pueblo de donde salió el reclamo de que los ideales comunistas no fueran un telón de fondo tácito, sino una aspiración explícita en la letra constitucional. Y el reclamo triunfó.

En Cuba no se ha dejado de enseñar el valor de los aportes de Marx y de Lenin

En su opinión, ¿se olvidará gradualmente el nombre de Lenin en el siglo XXI o se volverá cada vez más popular a medida que la humanidad está entrando en un callejón global sin salida?

No intentaré adivinar, y olvidos punibles abundan en la historia del mundo. Ni siquiera es imposible que el mundo se destruya antes de que Lenin pudiera ser injustamente olvidado, olvido que sería un crimen, un acto de lesa cultura y de lesa justicia. Pero, aunque se olvidara, si para algo sirve lo que ahora mismo ocurre con la pandemia del capitalismo —mucho peor que la del nuevo coronavirus— no es solo para agravar tragedias, sino también para validar el legado de quienes, con banderas socialistas o sin ellas, pero con honradez y sin oportunismo alguno, han defendido la justicia, la equidad, la dignidad humana, y para confirmar que ese legado está lleno de razones, y de razón.

No tendrá otra consumación digna y real que la construcción de un modelo político, social, cultural y civilizatorio distinto del capitalista, contrario a este. Aunque se le vea en autopistas asfaltadas, es el capitalismo lo que se halla en un callejón sin salida. El nombre —el que ha sido familiar hasta ahora y no hay por qué abandonarlo— del modelo emancipador que se necesita, ya se conoce, socialismo, aunque no se conozca plenamente cómo construirlo, mientras que el capitalismo tiene la ventaja de siglos de experiencia en cómo sobrevivir a cualquier precio. Pero el aprendizaje sobre cómo hacer realidad el socialismo no está en punto cero, está en marcha. Hay evidencias de eso, y podrá alcanzarse, sobre todo si no falta la voluntad de hacerlo.

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