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Nueva edición de las “revoluciones de colores” en Bielorrusia

El sistema imperialista del capitalismo global está en una crisis estructural que se está profundizando de manera continua desde la crisis financiera del año 2007. El sistema ha llegado a los límites de su expansión, enfrentándose con la escasez de recursos naturales y la falta de nuevos mercados que podrían alimentar su insaciable necesidad de acumulación de capital. La única manera de retrasar su colapso es destruir todas las barreras a la integración al sistema de los países que resisten la lógica neoliberal de acumulación infinita en un sistema finito.

Bielorrusia sostiene intensas relaciones de carácter político, económico y militar con Rusia, mantenidas desde su pasado común soviético. Y al igual que la Ucrania previa al golpe estado de 2014, promovido por los gobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos, Bielorrusia ocupa una posición geoestratégica muy relevante en la región. Con frontera con Polonia, Letonia y Lituania, países que concentran la acumulación de tropas y armas con que la OTAN acosa a Rusia y con Ucrania al sur, su caída en manos de la OTAN permitiría adelantar las líneas de la amenaza de la organización político-militar sobre Rusia. Además, Bielorrusia supone el acceso por tierra al enclave ruso de Kaliningrado en el Báltico.

Sin duda existen poderosos intereses en el mundo capitalista occidental para desestabilizar Bielorrusia y someterla al vasallaje euro-norteamericano, como ya han hecho con sus países vecinos.

La región bielorrusa, desde sus orígenes en el siglo VI estuvo adscrita al Rus de Kiev, origen histórico de Rusia. La Bielorrusia de hoy cuenta con dos idiomas oficiales, el bielorruso, que habla un 19% de la población y el ruso, utilizado por un 72%.

Según datos de la ONU, Bielorrusia cuenta con un sistema sanitario muy eficiente, y una tasa de mortalidad infantil muy baja, sustancialmente mejor que la del Reino Unido. Su tasa de alfabetización es de un 99 % y su Índice de Gini (indicador de desigualdad) es uno de los más bajos de Europa, siendo por tanto, uno de los países más igualitarios del mundo.

La economía del país está controlada por el Estado y el 51,2 % de los bielorrusos trabajan para compañías completamente estatales; solo el 1,4 % son empleados por empresas completamente extranjeras. La tasa de desempleo es inferior al 1%. Dispone de un sector agropecuario y de maquinaria pesada (agraria y militar) fuerte, de donde proceden la mayoría de sus exportaciones, que se dirigen a Rusia, pero también a Alemania, Ucrania, Polonia y Lituania.

Bielorrusia es miembro de la Comunidad Económica Euroasiática y la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva que agrupa a Rusia y a varios países exsoviéticos. Esto no es obstáculo para que mantenga también relaciones políticas y económicas con la Unión Europea y discrepancias en algunos ámbitos con Rusia, donde una parte de su oligarquía presiona también para hacerse con el sector industrial estatal.

Con su modelo de desarrollo keynesiano, apoyándose en el rol del Estado en la regulación de los mercados y de la economía, Bielorrusia es un desafío a la lógica neoliberal: se resiste bajar las defensas que inundarían su país con el capital y las mercancías extranjeras, que causarían desindustrialización, pobreza y pérdida de soberanía y eliminaría cualquier posibilidad de desarrollo independiente en el interés de las masas.

Sin embargo, sería ingenuo pensar que Bielorrusia es un país ideal. Es un país que no existe en el vacío, sino como parte del sistema de capitalismo global, lo que a su vez influye en la dinámica interna. Eso se refleja en la crisis que está deteriorando el nivel de la vida de los trabajadores, especialmente en el ámbito de la salud, la educación, la jubilación y el desempleo. Aunque las potencias imperialistas no pueden generar las protestas por si mismos, si que pueden apropiarse de ellas en el momento oportuno si aparece un vacío de liderazgo.

La historia de las revueltas llamadas «revoluciones de colores» nos enseña un claro patrón, tanto en actuación como en las consecuencias. El patrón incluye aprovecharse del descontento popular legitimo para provocar un cambio de régimen que conlleva una profunda transformación económica, legislativa y social. Para ello se cuenta con procesos prefabricados de catálisis, inducidos por movimientos de protesta creados a través de la injerencia de organizaciones asistenciales y ONGs desplegadas y financiadas por las agencias gubernamentales de los países de la OTAN y por grupos de poder del Capitalismo Global, como puede verse también en Hong Kong, en Bolivia o en Ucrania. La inserción de mercenarios actúa en los momentos álgidos de la desestabilización. La artillería de la máquina propagandística capitalista es un factor amplificador y legitimador primordial en estos procesos.

La consecuencia del éxito de estas “revoluciones de colores” ha sido siempre la subordinación política del país bajo la extorsión económica y la eliminación de los obstáculos al expolio, creando miseria, eliminando derechos democráticos y utilizando la represión para compensar su falta de legitimidad. Podemos ver dolorosos ejemplos en Georgia, Libia, Ucrania y Bolivia.

Hay un segmento social en Bielorrusia que controla una parte del sistema económico, ansía ampliar su poder y no tiene reparos en abrir el país a las potencias extranjeras para conseguirlo. Al igual que los nazis ucranianos del Euromaidan, los insurgentes bielorrusos portan desvergonzadamente los colores y las banderas del batallón Vlasov, el traidor que, junto al ucraniano Stepan Bandera, superó a los nazis en matanzas indiscriminadas de soviéticos en tiempos de la Gran Guerra Patria.

¿Qué más hace falta para que nos demos cuenta de que luchando al lado de las fuerzas de la globalización luchamos contra nuestros propios intereses, que debilitamos nuestra propia posición, que estamos cometiendo un suicidio político? ¿Cuántos ejemplos más hacen falta para darnos cuenta de que si no hemos conseguido el liderazgo sobre el movimiento de los trabajadores hasta ahora, el cerrar los ojos es permitir a nuestro enemigo engañarnos?

El interés de los trabajadores bielorrusos es preservar el empleo, preservar la industria, la tierra, el estado de bienestar e ir más allá de Lukashenko, construyendo poder de los trabajadores. Todo esto es lo que la oposición abiertamente dice que va a desmantelar y es justo por lo que las fuerzas que apoyan a la oposición abogan desde hace 40 años.

Nosotros, el Frente Antiimperialista Internacionalista, denunciamos la intervención, muy en particular de los EEUU, las instituciones de la Unión Europea y sus países miembros, en Bielorrusia y exigimos el cese inmediato de la injerencia extranjera en los asuntos internos del país.

Condenamos los procesos de sometimiento y pérdida de soberanía que sacrificarían los intereses del pueblo bielorruso a favor de los beneficios de la oligarquía imperialista.

Denunciamos en particular la actuación del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell y exigimos su respeto a los asuntos internos de Bielorrusia. Aprovechamos para exigirle la condena sin paliativos de las flagrantes violaciones a los Derechos Humanos que tienen lugar en los EEUU y denuncie la represión militar con la que su gobierno trata de acallar la intensa contestación social con la que el pueblo norteamericano enfrenta la brutalidad policial impune y las matanzas supremacistas que perpetran de forma sostenida.

Llamamos a las fuerzas antiimperialistas y progresistas a defender la soberanía bielorrusa y a apoyar la defensa del pueblo bielorruso contra los ataques neoliberales.

Por una Bielorrusia libre de injerencias y extorsiones,

¡No pasaran!

Frente Antiimperialista Internacionalista

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