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Nueva Ley Trans: el monstruo del género ha parido otros mas peligrosos

Más de tres décadas han tardado las feministas más influyentes en darse cuenta del error que fue convertir el género en un monstruo conceptual; y de paso dejar que también sirviera para oscurecer la estructura de clases sobre la que se sustenta el capitalismo

El lodazal de las “identidades de género”, que tiene empantanado en divisiones al feminismo, ha sido producto del barrizal que las propias feministas (más concretamente las académicas y políticas) armaron en la década de 1990, cuando entronizaron “el género” y lo convirtieron en una categoría caníbal que engulló al sexo, a las mujeres y al propio feminismo. Como en tantas otras ocasiones, se cumple el dicho “de aquellos barros, estos lodos”.

Las mismas que empezaron a hablar de género en sustitución de sexo, de género en sustitución de mujeres (las de a pie nunca comprendimos por qué se nos sometía a este maltrato, que aún continúa); las que engordaron sus currículos y atrajeron subvenciones con los estudios de género; las que inspiraron las políticas de género”, las que legislaron sobre la violencia de género”, las que metieron laperspectiva de género hasta en las ensaladas, ahora se lamentan de que se dé fuerza de ley a una ficción llamada identidades de género”.

¿Dónde estaban estas feministas cuando el género lo invadía todo, cuando el posmodernismo y su desvarío más reciente -la teoría queer– afirmaba que el sexo con el que nacemos no es un dato biológico sino un fenómeno cultural? Estaban cómodamente establecidas en sus sillones académicos, políticos y mediáticos, mirando por encima del hombro a quienes entonces advertíamos de que culturizando el sexo se corría el riesgo de naturalizar el género. Así ha sido. Y en absoluto nos alegramos.

Las que fuimos ninguneadas no nos felicitamos de que el daño esté hecho. Tampoco las famosas, como Lidia Falcón, que siempre denunció la hipertrofia del género. Por cierto -dicho sea a título aclaratorio-, el postulado de la organización que preside esta veterana feminista de que las mujeres constituimos una clase social es contrario al marxismo que dicha formación se auto-atribuye (está mucho más en sintonía con el feminismo radical).

Mucho más grave es declararse marxista -como hacen algunas “politólogas” de Izquierda Unida- y comulgar con las ruedas de molino idealistas y liberales de la teoría queer, que inspira la ley transgenerista de la ministra Irene Montero así como las del resto de países donde llevan tiempo en vigor.

La coalición Unidas Podemos no se conforma con haber transformado a la “izquierda” en un guiñapo (rematando la tarea que ya emprendiera el PSOE), sino que ahora también las feministas de la fagocitada Izquierda Unida (léase hundida) pretenden convertir a Marx en un trampantojo queer, lo cual no hace sino confirmar la miseria intelectual que ha generado el rodillo posmoderno en las Universidades donde estas “politólogas” han obtenido sus másteres.

Un largo camino de despropósitos

Hace casi dos años publicábamos un artículo en el que tratábamos de explicar cómo fue posible que el género se convirtiera en una auténtica industria, por lo que no vamos a repetirlo. En otro más reciente analizábamos cómo el fenómeno trans-queer se estaba transformando en una fuerza política capaz de hacer ley e imponerla.

Esa ley, la que ahora el gobierno español quiere aprobar, conocida como Ley Trans, es un disparate jurídico porque legisla sobre sentimientos, porque confunde deliberadamente sexo y género, porque toma al colectivo transexual -que merece tanto respeto como cualquier otro- como excusa para introducir el transgenerismo no sólo en la legislación, sino también en los programas escolares; porque convierte a niños y niñas en conejillos de indias para las corporaciones farmacéuticas, y porque supone peligros, ya experimentados en otros países, que analizábamos aquí y aquí.

Pero no duden de que, pese a las dilaciones que se puedan producir en la tramitación de la ley, ésta será aprobada, como lo han hecho (con nula o mínima publicidad) otras similares en al menos diez Comunidades Autónomas, algunas gobernadas por el derechista Partido Popular. Porque, aunque la bandera de la Ley Trans la lleve la progresía de Unidas Podemos, genera un cauteloso consenso en todos los partidos con representación parlamentaria e incluso alegría en la extrema derecha anti-feminista, que ha volcado en redes sociales mensajes como:

“Así que, si tengo que elegir bando [pro o anti ley trans], que se jodan las radfem/TERFs por haber promovido un sistema desigual con privilegios económicos y sociales por el mero hecho de ser mujer… Ahora han sido hackeadas”. O este otro de una pope de Vox: “Nunca imaginé que el feminismo de Irene Montero sería nuestro mejor aliado. La violencia no tiene género…”.

Directrices desde arriba y poderosos intereses económicos

Si desde la década de 1980, la consigna del “género” vino de instancias supranacionales, filtrándose hacia abajo en toda la estructura institucional de los Estados, lo mismo está ocurriendo con el festival de los “géneros”. En 1995, la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, ya hablaba de “género y desarrollo”, y en 1998 la Comisión Europea definía la “perspectiva de género”. Dos décadas después, en 2019, la Agencia de la ONU para las Mujeres decidió que este organismo ya no estaría enfocado a los “derechos de las mujeres”, sino a la “igualdad de todos los géneros”.

El género ha parido como conejo otros muchos géneros que también piden lo suyo; y ahí están las empresas farmacéuticas, médicas y biotecnológicas, las publicitarias, las cosméticas, de la moda, etc., para ofrecérselo.

El sexo biológico, la realidad a suprimir

A partir de aquí, todo el mundo a obedecer: el sexo no existe, se nos “asigna” al nacer -como dice el borrador de la ley- (quizás tirando una moneda al aire). La transexualidad, sin embargo, es innata, como los géneros ¿Cuántos? Los que se quiera. El género se “autodetermina” y el sexo se puede cambiar a voluntad en el Registro (no así la edad o el lugar de nacimiento; no nos hagamos ilusiones).

La Universidad Pompeu Fabra, en los impresos que han de rellenar los alumnos al matricularse, ya no pregunta por el dato del sexo, sino “¿Con qué género te identificas?” Y da cuatro opciones: “mujer, hombre, género no binario, prefiero no responder”. Lo mismo en otras universidades, que incluso amplían el abanico de géneros (fluido, epiceno y un largo etcétera). Según informaba recientemente Juana Gallego:

“En las encuestas que se están haciendo en alguna Unidad de Igualdad se propone como identificación:  1. Sexo al nacer: Hombre, mujer o intersex.; 2. Género actual: Mujer, Hombre, No Binario, Queer u Otro”.

En lo sucesivo no se podrán hacer estadísticas de cuántos chicos y chicas acceden a determinadas carreras. Y esto en muchos otros ámbitos. La desagregación estadística por sexos quedará en agua de borrajas.

Una ofensiva ideológica para el control social disfrazada de «derechos»

El “género no binario”, es decir: el de quienes no se identifican ni como hombres ni como mujeres, ya tiene su Día Internacional conmemorativo. La ONU ha proclamado el Día de la visibilidad no binaria, con el eslogan “definir mi propio género es mi derecho humano”. El Ministerio de Igualdad español no ha tardado en dar a una empresa de amigos suyos 14.000 euros para realizar un estudio sobre este nuevo género a cultivar y promocionar en el mercado de las identidades sentidas.

La Casa Blanca, con su actual inquilino, ya ha puesto en la página web institucional un desplegable en el que pregunta “Con qué pronombres quieres que se dirijan a ti?”, dando las opciones que, en castellano, corresponderían a “él, ella, le, la, elles, otros, prefiero no decir”. Recordemos que Joe Biden ya dijo que “La igualdad transgénero es el tema de derechos civiles de nuestro tiempo”. Y su Biden Foundation se ha aliado con dos grupos LGTBQ en una campaña que pretende “crear conciencia sobre la importancia de que la familia acepte a los jóvenes transgénero y de género no conformista”.

Ya saben: estamos en el capitalismo inclusivo apadrinado por Lady Rothschild, también llamado en el mundo angloparlante capitalismo woke. Esto debería hacer pensar.

Si tuviéramos un gramo de pensamiento crítico nos daríamos cuenta de que lo que aquí está en juego no son tanto los derechos del colectivo LGTB, como sobre todo la batalla ideológica del capitalismo global para engranar el individualismo egoísta y consumista en las masas.

Tras décadas de estrategias para dividir a la clase trabajadora y borrar nuestra conciencia de clase, soterrada en las identidades de raza, género, orientación sexual, religión, etc., ahora, con el gran bazar de géneros en oferta, el capital está más cerca de alcanzar su sueño húmedo: hacernos creer firmemente en aquello que dijo Margaret Thatcher: “La sociedad no existe”; lo único que hay son pequeñas cápsulas identitarias que compiten entre sí en la jungla del “sálvese quien pueda”.

A esto nos conduce la liberal y reaccionaria ideología trans-queer que han abanderado los partidos “progres” en todo el mundo. Cualquiera que exprese su discrepancia con esta locura y la neolengua que intenta imponer, será tratado como un bicho raro, en el mejor de los casos, o puesto en la picota (mediante multas, acosos, despidos e incluso retirada de la custodia de nuestros hijos) en el peor. Esta nueva Inquisición está ahí para prevenir que nadie se salga del guión: profesores, médicos, juristas, periodistas y otros profesionales pasarán por el aro, como han hecho en otros lugares.

Los/las nadies a quienes no llegan los derechos

Estaría bien conocer la opinión sobre el proyecto de Ley Trans de las mujeres y hombres que siempre han compuesto las bases de la lucha por la igualdad entre los sexos -dentro o fuera del feminismo-, si es que realmente se han enterado de qué va y qué implica. Personas anónimas a las que nadie invitará a ningún debate, pero de cuyas impresiones seguro que aprenderíamos mucho.

La mayoría de estas personas son trabajadoras. Mujeres sobre todo que, en la actual crisis, están perdiendo sus empleos, sólo encuentran los más precarios, reciben pensiones u otras prestaciones que no alcanzan a la mera subsistencia, se hallan en riesgo de desahucio, de que le corten la luz, con personas dependientes que cuidar, y a las que los bancos, rescatados con dinero público, penalizan por tener poco dinero en la cuenta corriente. Al parecer los derechos de estas mujeres no son dignos de respetarse.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ha salido en defensa de la Lay Trans mintiendo descaradamente al afirmar que se ha hecho “con un amplísimo consenso social” y proclamando que España está “a la vanguardia en derechos sociales.

Al parecer los derechos laborales no entran en esa categoría, porque aún estamos esperando que su ministerio derogue la lesiva reforma laboral; porque el gobierno del que forma parte no está haciendo llegar el Ingreso Mínimo Vital a quien lo necesita, prohíbe los desahucios pero sigue desahuciando y encima impone fuertes multas e incluso encarcela a quien se manifiesta contra ello. Los derechos de quienes hacen fila en los comedores sociales quedan fuera de protección. Y no importa que se trate de mujeres, hombres, transexuales, nacionales, extranjeros, gays o lesbianas.

Tenemos mucho que perder si no nos organizamos, como clase, para revertir esta situación y poner en evidencia la hipocresía y las falacias de quienes van por el mundo de las altas esferas presumiendo de “inclusividad”, “transversalidad”, “diversidad” y “respeto a los derechos humanos”.

(Publicado en Canarias Semanal, el 8 de febrero de 2021)

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