Afganistán, epílogo a una intervención imperialista
El Diccionario Manual Vox de Sinónimos y Antónimos define en su acepción de sinónimo el término “epílogo”. Nos indica que es una recapitulación, conclusión o terminación. Así podríamos catalogar el acto de abandono del último militar estadounidense en Afganistán el pasado 30 de agosto, hecho ocurrido a las 11:59 p.m. El soldado fue el mayor general Chris Donahue militar a cargo del personal de la 82 División Aerotransportada.
Otro funcionario que hizo lo propio alrededor del mismo momento aunque no se ve en una foto, fue el último representante de la misión diplomática de los Estados Unidos, el encargado de negocios Ross Wilson. El capítulo que se cierra con la partida de estos representantes de los Estados Unidos, el militar y el civil, es el final de la intervención militar iniciada por los Estados Unidos contra Afganistán el 7 de octubre de 2001.
La historia moderna de la hoy República Islámica de Afganistán, a partir de la declaración de su independencia a comienzos del Siglo 20, comienza con el establecimiento de una monarquía. Esta se sostuvo hasta 1973. En ese año se establece un régimen republicano creándose la República de Afganistán. En 1978 se constituye la República Democrática de Afganistán, un gobierno de corte socialista respaldado por la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La oposición interna al gobierno recién instaurado con el apoyo de países occidentales, entre ellos los Estados Unidos, así como de Paquistán y Arabia Saudita, dieron impulso a la lucha armada contra el gobierno, lo que terminó involucrando militarmente a la Unión Soviética en un conflicto del cual participaron cientos miles de efectivos militares hasta su eventual retirada en 1989. Se dice por algunos historiadores, que la intervención de la Unión Soviética en Afganistán y sus consecuencias solo compara con la de los Estados Unidos en Vietnam.
La salida de la Unión Soviética de Afganistán no terminó el conflicto armado. La lucha contra el gobierno afgano se extendió hasta el año 1996 cuando el movimiento de los talibanes (de los jóvenes), tras su triunfo en la lucha armada, fundan el Califato Islámico de Afganistán. A partir de entonces, su visión teocrática del Estado les llevó a implantar en el nuevo gobierno la Ley Islámica o Sharía repudiando todo referente a las civilizaciones occidentales.
Estando en el poder el Talibán, muchos de los combatientes que lucharon contra la Unión Soviética y el gobierno afgano, conocidos como mudahiyines, pasaron a integrar diferentes movimientos islámicos. Algunos de estos grupos postulaban el desarrollo de la Yihad o Guerra Santa contra el mundo occidental. En Afganistán se formaron diversas células de agrupaciones cuyos integrantes recibieron entrenamiento militar para desde allí planificar y ejecutar acciones terroristas, principalmente contra Estados Unidos y países europeos pertenecientes a la OTAN.
A raíz de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, el presidente de los Estados Unidos George W. Bush, en un mensaje al país, incriminó algunos de estos grupos, incluyendo Al Qaeda y su principal dirigente, Osama Bin Laden. Durante la ocupación de la Unión Soviética de Afganistán, Osama Bin Laden, de origen saudí, había formado parte de los mudahiyines que combatieron contra el gobierno afgano apoyado por la Unión Soviética.
En su mensaje del 21 de septiembre, Bush requirió del gobierno del Talibán, entre otras cosas, el cierre de los campos de entrenamiento; la captura y entrega de sus participantes y dirigentes en suelo afgano a las autoridades de los Estados Unidos y el derecho de este país a inspeccionar los lugares donde éstos combatientes entrenaban. La negativa del Talibán a los requerimientos de Estados Unidos llevó a la intervención militar que concluyó el pasado 30 de agosto de 2021, casi 20 años después de iniciado este conflicto militar.
Entre los días 14 al 30 de agosto, desde el aeropuerto Amid Karzai en Kabul, capital de Afganistán, se efectuó uno de los esfuerzos mayores en tiempos modernos para la evacuación de personal civil y militar vinculado a los Estados Unidos y los países occidentales de la coalición, conformada por países adscritos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Dicho traslado de personas incluyó también a ciudadanos afganos y sus familiares en calidad de refugiados, muchos de los cuales prestaron servicios a las tropas y personal civil occidental en Afganistán.
Entre la masa humana que interesaba abandonar el país se encontraban 6 mil estadounidenses, más de 73 mil ciudadanos de terceros países y otros tantos miles de afganos. Cuando se estima el total de personas civiles evacuadas de Afganistán en el mes de agosto, el número llega a más de 123 mil personas. Se estima que al momento de la salida del último soldado estadounidense el pasado 30 de agosto, quedaron atrás entre 100 a 250 civiles estadounidenses, así como otras decenas de miles de afganos con derecho a salir del país bajo la protección de los Estados Unidos.
Por más apariencia de efectividad y organización que se pretenda proyectar sobre esta retirada de los Estados Unidos; o a pesar de ello, por mayor que sea el número de personas que sí salieron del país en esos días; lo cierto es que el proceso se tornó día a día en uno más desorganizado y angustioso, sobre todo para quienes pretendían llegar al aeropuerto de Kabul y no lo lograron. De hecho, si no hubo mayor desorganización en el proceso, fue porque el Talibán estuvo abierto a negociaciones con los Estados Unidos sin forzar por la vía militar el ingreso de sus combatientes al aeropuerto de Kabul mientras Estados Unidos procuraba la salida de refugiados.
Otra área de aparente colaboración del Talibán con el proceso de salida de los refugiados, fue resguardar los accesos al aeropuerto de Kabul sin impedir que miles de afganos obtuvieran acceso al mismo. Por algo el general Frank McKenzie, militar a cargo del Comando Central de los Estados Unidos, estructura que supervisa militarmente la región de Asia Central de la cual forma parte Afganistán, señaló que los talibanes fueron “muy pragmáticos y eficientes” durante la retirada de los Estados Unidos. Expresó también que una de las últimas gestiones hechas por el mayor general Donahue antes de partir de Afganistán fue “hablar con el comandante talibán”, con quien se coordinó la salida de los Estados Unidos del país.
Ciertamente la foto tomada con una cámara de visión nocturna del mayor general Donahue cuando estaba próximo a abordar un avión C-17 habla bien de él como militar. De hecho, nos hace recordar una película basada en hechos acaecidos en la Guerra de Vietnam donde un coronel de caballería aerotransportada, al final de uno de los más cruentos combates librados durante dicha guerra, al igual que se representa en la foto de Donahue, no abandona el terreno de batalla hasta que todo el personal de combate, incluyendo los heridos y los cuerpos de los fallecidos, hayan sido montados en helicópteros.
Es evidente, sin embargo, que más allá del valor personal que proyecta la foto, el rostro de este un militar refleja también la reflexión que lleva a cabo un soldado de carrera cuyo país acaba de concluir con una derrota, luego de casi dos décadas, su intervención en una guerra. Es el rostro de una vergüenza ajena que empuja a un militar derrotado a pensar en el esfuerzo perdido tras una guerra en la cual han muerto 2,461 estadounidenses y más de 20 mil heridos, ello sin contar las cifras de muertos y heridos de otros países aliados de la OTAN, de combatientes del Talibán y civiles afganos que corrieron también la misma suerte fatal en esta aventura militar de casi veinte años.
El pasado lunes 30, coincidiendo con la retirada del personal militar estadounidense de Afganistán, se reunió el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Con las abstenciones de la Federación Rusa y la República Popular China, dos de los cinco países que ejercen el poder de veto en dicho organismo, se aprobó unánimemente una Resolución relativa a la situación en Afganistán la cual ha sido criticada por lo débil del lenguaje.
Francia y el Reino Unido de la Gran Bretaña habían promovido la creación de una zona de seguridad en el aeropuerto de Kabul que permitiera la continuación de la evacuación de civiles afganos más allá del 31 de agosto. Sin embargo, la Resolución no conllevó tal lenguaje, limitándose a expresar la necesidad de que el gobierno del Talibán permitiera tales salidas. Lo relacionado con el tema del terrorismo en dicho país y los derechos humanos tampoco fue tema abordado en la Resolución. La Resolución, no obstante, hace referencia a que el nuevo gobierno garantice la ayuda humanitaria sin obstáculos.
A pesar de su derrota en Afganistán, el gobierno de los Estados Unidos pretende dar una apariencia de normalidad tras su salida. Anthony Blinken, Secretario de Estado, ha indicado que la Administración Biden estaría comenzando “un nuevo capítulo” con relación a dicho país. A tales efectos el Secretario de Estado indicó:
“Ha comenzado un nuevo capítulo del compromiso de Estados Unidos con Afganistán. Es uno en el que lideraremos con nuestra diplomacia. La misión militar terminó. Ha comenzado una nueva misión diplomática. (…)
En primer lugar, hemos creado un nuevo equipo para ayudar a dirigir esta nueva misión. A partir de hoy, hemos suspendido nuestra presencia diplomática en Kabul y hemos trasladado nuestras operaciones a Doha, lo que pronto será notificado formalmente al Congreso. Dado el entorno de seguridad incierto y la situación política en Afganistán, era la medida prudente a tomar.”
Por lo anterior es posible concluir que, si bien en lo inmediato cesaría la presencia diplomática oficial de los Estados Unidos en Afganistán, se estará creando un nuevo grupo de trabajo que trabajaría desde Doha, Qatar, donde también operan importantes componentes militares de los Estados Unidos en la región. Este nuevo grupo deberá colocar dentro del radar del Departamento de Estado el curso a seguir para la repatriación de los posibles cientos de norteamericanos que aún no han podido salir de Afganistán. De hecho, el Secretario de Estado señaló en su alocución que las operaciones de su país desde Doha serían para “manejar nuestra diplomacia con Afganistán, incluidos los asuntos consulares, administrar ayuda humanitaria y trabajar con aliados, socios y partes interesadas regionales e internacionales para coordinar nuestro compromiso y mensajes a los talibanes.”
Es de recordar que precisamente en Doha, fue el lugar seleccionado por el entonces enviado por el presidente Donald Trump, Zalamay Khalizad, con la participación presencial como testigo del entonces Secretario de Estado Mike Pompeo, para llevar a cabo las negociaciones que culminaron en el año 2020 en el acuerdo con el Talibán para la retirada definitiva de los Estados Unidos de suelo afgano. Vale la pena también recordar que el principal negociador por el Talibán en Doha y uno de sus fundadores, fue quien hoy se proyecta como una de las figuras más importantes en el nuevo gobierno, Abdul Ghani Baradar.
Una de las grandes ganancias para el Talibán, además de la fecha de la retirada de las tropas estadounidenses, fue la liberación de cinco mil prisioneros talibanes en cárceles afganas, lo que permitió a múltiples comandantes militares talibanes y combatientes salir se prisión y reintegrarse a la etapa final de la lucha armada que les llevó al triunfo.
Tras 20 años de intervención imperialista en Afganistán, con un derroche de $6.5 trillones de gasto militar, Estados Unidos deja atrás un país en muy difíciles condiciones. La Organización Mundial de la Salud estima que unos 12.2 millones de afganos están sufriendo, o a corto plazo estarán sufriendo, inseguridad alimentaria y malnutrición. El país ha perdido el 40% de sus cosechas a raíz de la fuerte sequía sufrida en el año en curso que ha impactado a 9 de las 13 provincias más importantes del país. Afganistán sufre también los efectos de la pandemia de la COVID-19, que se agravan dadas las dificultades sanitarias del país, lo que limita su capacidad para atender sus consecuencias. Respondiendo a esta situación la organización ha anunciado la llegada de un avión proveniente de Paquistán con equipos de trauma y de emergencia capaces de atender las necesidades de 200 mil personas y 3,500 procedimientos quirúrgicos para su distribución en 40 centros de salud. Si bien esta ayuda alivia, sigue siendo insuficiente para las necesidades del país. Por otro lado, la corrupción de los pasados gobiernos sostenidos por los Estados Unidos, ha dejado al país en bancarrota, mientras que alrededor de $9 billones del gobierno afgano depositados en la banca estadounidense ya han sido congelados precisamente por los Estados Unidos.
Por otro lado, la paz no necesariamente ha llegado a Afganistán. Se informa que aún siguen dándose enfrentamientos armados entre distintos grupos que presentan resistencia al Talibán o sencillamente responden a diferentes intereses de los llamados señores de la guerra.
Para los afganos defensores del Talibán, su victoria hoy es la consolidación de su proceso de independencia. Zabihullah Mujahid, portavoz de los Talibanes, en un mensaje dirigido al pueblo afgano desde el aeropuerto de Kabul tras la salida del personal militar de los Estados Unidos de dichas facilidades, rodeado de miembros de las fuerzas especiales del Talibán, a la vez alabó los sacrificios hechos por el pueblo afgano en su lucha, indicó “esta victoria nos pertenece a todos”. Señaló, además, “esta nación tiene el derecho a vivir en paz, el derecho a la prosperidad, y somos los sirvientes de la nación”.
A nivel de los Estados Unidos, ya ha comenzado el debate en torno a la decisión tomada por el gobierno de los Estados Unidos de retirar su personal de combate de Afganistán y el costo que tal presencia ha conllevado. Se menciona la falta de previsión de la Administración Biden en la manera en que tras el anuncio de la retirada con una fecha cierta, se vino abajo una fuerza armada y policial de cientos de miles de afganos armados y entrenados por los Estados Unidos; la cantidad de medios militares abandonados en el terreno (armas, municiones, helicópteros, aviones, vehículos de transporte, vehículos blindados, equipos tecnológicos, etc.); la falta de organización y medidas de seguridad anticipadas para la evacuación de civiles; el control o falta de control de instalaciones para desde ellas organizar el proceso de evacuación, limitando el mismo al aeropuerto de Kabul, entre tantas otras.
Es de esperar que el debate se proyecte hacia las elecciones de medio término pautadas para el año 2022 donde se somete a votación una tercera parte del Senado y se elige un nuevo Congreso. Ciertamente Afganistán será uno de los temas de discusión y debate entre republicanos y demócratas, acusándose unos a otros, ello a pesar de que quien definió el plan de retiro de tropas de Afganistán fue la administración Trump. En ese sentido, la administración Biden lo que ha hecho es seguir la hoja de ruta trazada por su predecesor.
Mientras se desarrollan estos acontecimientos, los Estados Unidos procurarán manener su visión hegemónica global encarrilando hoy, de cara al futuro inmediato, su intervención en otros países de la zona, en el continente africano y en lo que consideran su patio trasero, América Latina y el Caribe. Se trata del epílogo en una guerra de 20 años, no del final de las políticas imperiales de los Estados Unidos a escala global. Pronto se irán definiendo las proyecciones de nuevas aventuras de este país contra otros pueblos.