Bolivia y el golpe fallido. Cristóbal León Campos
Un intento de golpe de Estado ha sacudido a Bolivia, cuando aún las heridas del golpe de 2019 siguen pendiendo de la realidad, y en un contexto en el que la proximidad de las elecciones presidenciales pone de manifiesto el interés de los grupos políticos, siendo que el presidente actual, Luis Arce, enfrenta la oposición de algunos sectores sociales y ha marcado distancia del ex presidente Evo Morales, quien busca regresar al poder.
Los sucesos del pasado 26 de junio -que aún deben ser analizados con profundidad-, parecieran un episodio de realismo mágico latinoamericano, pues la imagen del presidente Arce confrontando cara a cara al otrora comandante general del Ejército, Juan José Zúñiga, a la distancia se juzgaría más como un regaño que como la disputa por el poder. Pero, lejos de la fantasía, el intento de golpe de Estado fue anunciado de forma velada por el comandante golpista unos días antes, cuando en una entrevista declaró que el Gobierno de Arce era débil y que si Evo Morales se postulaba para presidente él mismo (Zúñiga) lo arrestaría, siendo esto una injerencia del militar en temas de política cuya responsabilidad no recae en las fuerzas armadas. El golpe no es sorpresa, pero quedan cabos por atar en un entramado global de avance neofascista, que si bien aún no alcanza a orquestar del todo su ofensiva, sí deja ver su naturaleza a plena luz.
El fracaso del golpe ha llevado ahora a diversas fuerzas políticas y medios de comunicación a comentar la posibilidad de un “autogolpe”, teoría iniciada por las declaraciones de Zúñiga, quien expresó que recibió la orden de realizar dichas acciones por parte del presidente Arce, quien, según el militar, “le pidió sacar a los blindados”, pues estaría buscando elevar su imagen y fortalecer su Gobierno. Una teoría que únicamente incrementa la confusión y puede llevar a extremos en los que sólo el neofascismo sacaría ventaja, y como sustento de contraposición sirvan las palabras de la golpista acusada de terrorismo y hoy encarcelada, Jeanine Áñez, ex presidenta de facto, quien en sus redes sociales dijo: “Repudio total a movilización de militares en Plaza Murillo pretendiendo destruir el orden constitucional, el MAS con Arce y Evo deben irse a través del voto el año 2025. Los bolivianos defenderemos la democracia”. Es decir, la ex golpista responsable de matanzas en zonas rurales y urbanas de Bolivia y quien fue la figura púbica central de la destitución de Evo Morales a través de un sangriento golpe de Estado, ahora dijo “defender la democracia” mientras buscó responsabilizar al MAS, Arce y Evo de lo que estaba aconteciendo. O sea, expresó lo que ya detenido dijera Zúñiga tras su fracaso. Y ojo, Zúñiga buscaba liberar a Jeanine Áñez y a Luis Fernando Camacho, ex gobernador de la provincia de Santa Cruz, una de las zonas donde mayor violencia golpista se vivió contra el pueblo boliviano en 2019.
Todo lo anterior ¿es una casualidad?, difícilmente. Los sectores neofascistas han buscado capitalizar las diferencias al interior del MAS y el descontento ante el Gobierno de Arce, pero en el fondo, al igual que en 2019, su interés no es la democracia, sino la búsqueda de implantar un régimen ultraconservador que facilite la extracción de litio a las trasnacionales y al imperialismo estadounidense, que, sin casualidad, durante estos sucesos se declaró “al pendiente”, pero ¿qué postura tendría el imperio si el golpe de Estado prosperaba y más sectores de militares se hubieran sumado?, tristemente no estaríamos hablando de conspiraciones políticas, sino de matanzas contra el pueblo boliviano y la democracia.
Mucho queda por analizar, el golpe de Estado fue detenido por el Gobierno y el pueblo boliviano que se movilizó, y a nivel internacional fue denunciado por gobiernos de la región, incluso la OEA lo desestimó, pero creer que ahí quedó sería un grave error, en un contexto ya dicho; el neofascismo avanza en el mundo y no debemos cerrar los ojos.