ArtículosDestacadosImperialismo e Internacionalismo

De nuestra extraña “normalidad democrática”

Vamos a ver si en unos pocos párrafos podemos desentrañar a través de algunos ejemplos cuál es la extraña concepción de democracia que sustentan nuestras élites políticas, económicas y mediáticas, y por tanto cuál es su idea de «normalidad democrática».

Primer ejemplo.

Acaba de estar en Moscú el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, el inefable Sr. Borrell, una especie de correveidile de los grandes oligarcas europeos y por extensión de la Casa Blanca, reclamando a Rusia por la detención de Alekséi Navalni. Precisamente la misma semana que se condena en España a Pablo Hasel por decir algo que viene siendo titular de las primeras planas de los rotativos de toda Europa, y que el propio rey emérito ha reconocido «devolviendo» supuestamente parte de lo que escabulló a Hacienda. Condenado además por delitos que sólo existen en países de larga data dictatorial (y que el «gobierno más progresista de la historia española» sólo se acuerda de decir que quiere suprimir cuando hay alguna cita electoral por medio). Justo cuando, asimismo, tenemos un nuevo juicio (temporalmente suspendido) en el que se pide un año y medio de cárcel a una persona de 75 años por intentar impedir el enésimo desahucio en un país con cada vez más población en estado de pobreza severa. Y son muchos más los encausados por oponerse a la (in)justicia que favorece a grandes capitales y «fondos buitres» en detrimento de millones de familias. Al parecer todo esto es compatible con una «normalidad democrática» o «democracia plena» para nuestros próceres. Sigamos.

Probablemente el mejor diplomático de lo que llevamos de siglo, el ministro de exteriores ruso Serguéi Lavrov, le ha soltado a nuestro correveidile toda una batería de réplicas sobre la situación de los derechos humanos en España. Entonces entra en escena nuestra ministra de Exteriores para responder a Lavrov, sin ponerse colorada, que «España es una democracia que respeta los DDHH, mientras que Rusia no».  Y lo dice el día antes de irse de gira a «estrechar vínculos» con países tan democráticos como Arabia Saudí, Qatar o Emiratos Árabes, donde sólo se cometen algunos deslices como lapidar mujeres o cortar manos. Nada menos que la ministra del país al que se señala por ser el que tiene más artistas detenidos del mundo. Presos de conciencia. O por aplicar largas condenas de prisión por una pelea, como en el caso de Alsasua. Un país que encarcela y persigue por ejercer un acto democrático por excelencia, como es un referéndum. Un país que dice no poder conceder la Amnistía a esos presos políticos, mientras ha amnistiado a los grandes genocidas franquistas, y personajes siniestros como Martín Villa o Billy el Niño se han podido (y el primero todavía puede) pasear a sus anchas y reírse de sus numerosas víctimas. Un país cuya justicia ha sido reiteradamente desdicha por el Tribunal General de la UE, al negarse a extraditar a Puigdemont ni retirarle el acta de eurodiputado. Un país condenado hasta 11 veces por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no investigar denuncias de malos tratos y violar el artículo 3 de la Convención Europea de Derechos Humanos.  Condenado en otras ocasiones por torturas, como en el caso de Portu y Sarasola. También por no cumplir la política de derecho al asilo y hasta por las inmatriculaciones eclesiásticas (que permiten a la Iglesia quedarse con el patrimonio público que le dé la gana).

Pero dediquemos dos líneas a ver quién es Lavalni.  Recientemente un tribunal de Moscú reemplazó la sentencia suspendida de Navalni en el caso de 2014 sobre malversación de fondos de la empresa Yves Rocher, por una pena de cárcel real de tres años y medio, por haber incumplido en más de 60 ocasiones la exigencia de presentarse a las revisiones. Este personaje fue miembro del grupo ultranacionalista «Marcha Rusa» (que reivindica el Imperio Ruso). En 2011, según el New York Times, aparecía en un video junto a neonazis en el que comparaba a la población del Cáucaso con las cucarachas. En el mismo dice Navalni «si bien las cucarachas se pueden matar con una zapatilla en el caso de los humanos se recomienda una pistola’. Dos años después Navalni volvió a saltar a los titulares al apoyar los disturbios raciales en la ciudad de Biryulyovo, donde unos 1.000 ultras atacaron a inmigrantes de Asia central. Según la BBC los participantes coreaban «¡Rusia para los rusos!» y «¡White Power!», mientras que Navalni arremetía en su blog: «hay que expulsar a las hordas de inmigrantes legales e ilegales que se arrastran hasta nuestros vecindarios como bestias». Así que ese es el gran demócrata al que tenemos que apoyar contra Putin, el «Guaidó» ruso elegido para intentar en Rusia otra «revolución de colores», como se hizo en Ucrania y se pretende lograr igualmente contra Bielorrusia.

Más bien parece que para los países europeos –incluyendo el democrático Reino de España (perdón por la contradicción)- lo de la democracia es sólo una excusa para camuflar otros intereses. Y en este caso, intereses sobre todo ajenos, pues como disciplinados subordinados de EE.UU. los países europeos se auto-infligen daño económico en su ofensiva comercial contra Rusia. Lo que se esconde detrás de todo ello es una sistemática acción geoestratégica de acoso por parte de EE.UU. contra Rusia en sus propias fronteras (¿nos imaginamos qué pasaría si este país desplegara bases militares y misiles balísticos, con miles de tropas, en la frontera mexicana o canadiense de EE.UU.?). Además de una ofensiva económica norteamericana para borrar a su principal competidor en la procura de gas e incluso de petróleo a Europa. Por lo que EE.UU. presiona a sus subordinados para que paralicen incluso el Nord-Stream de gas que desde Rusia debe llegar a Alemania. No importa cuántas veces más caro les salga a los europeos la energía norteamericana que la rusa, o incluso si se quedan desabastecidos.

Pero para apreciar mejor las dimensiones del ridículo europeo y su falta de sentido, fijémonos en cuál es la situación actual con la Sputnik-V. La UE ha secundado aquella guerra económica contra Rusia, ha insultado permanentemente a ese país por su falta de democracia y se ha reído de su vacuna con toda clase de chistes despreciativos (solamente el 18 de diciembre pasado Borrell acusaba a Rusia de difundir desinformación sobre el covid-19 con el fin de vender su vacuna). Ahora, en cambio, después de todo esto, y de las reiteradas estafas de las grandes farmacéuticas que revenden vacunas al mejor postor, nos apresuramos a pedirle a nuestro vecino su vacuna. Una vacuna que Rusia (a la postre, heredera de la ciencia soviética que asombró con sus enormes progresos) distribuye por el mundo a precios muchos más asequibles, mientras que EE.UU. se queda con una sustanciosa parte de las que ya pagamos a Astrazeneca y Pfizer, verbigracia.

Segundo ejemplo.

Nuestra gran democracia que tortura presos y no admite hacer referenda (aquí los pueblos no se pueden pronunciar sobre su nación ni sobre la jefatura de Estado), se trae como héroe de la democracia venezolana a Leopoldo López, golpista reconocido por él mismo, asaltador de embajadas, auspiciado por la CIA a través de la National Endowment for Democracy, que aprovechó su puesto de alcalde para promover los bloqueos guarimberos y la desestabilización institucional, con resultado de decenas de muertos (algunos quemados vivos), además de presentar, junto a su compinche Guaidó, documentados vínculos narco-paramilitares. ¿Qué hubiera hecho nuestro gobierno con un personaje así, si aquí encarcelamos personas por cantar contra la monarquía?

Pero no, es que para nuestros próceres Venezuela es una dictadura. Precisamente el país de todo el subcontinente americano que realizó la mayor reducción del porcentaje de pobreza, que pasó de un 28,9% en 1998 a un 19,6% en 2013, el que más redujo la desigualdad, al que la Unesco declaró bajo el gobierno de Chávez «Territorio Libre de Analfabetismo», con una tasa neta de escolaridad primaria de 95,90%, entre otros muchos avances verdaderamente democráticos que le escribí a nuestro actual presidente de gobierno en este mismo diario. Un país al que para empobrecerle y atacar sus éxitos, las «democracias plenas» no han dudado en robarle su petróleo y su oro, en bloquearle sus cuentas bancarias, en impedir que le lleguen medicamentos y material médico (incluso en plena pandemia), y al que se le incautan cargamentos de alimentos para, como decía uno de los más criminales «premios nobel de la paz», Henry Kissinger, «hacer que chille la economía» y la población padezca sin límites (para saber más sobre la monstruosa agresión contra Venezuela,
https://misionverdad.com/venezuela/bloqueo-y-vacunas-ultimas-noticias-de-otro-crimen-contra-venezuela).

En cambio, aceptamos a la vecina Colombia como una «democracia de pleno derecho», tanto como para incluirla en la OTAN, claro, donde están las democracias que más invaden, bombardean y empobrecen otros países. Sin embargo, el pasado martes 26 de enero, la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz de Colombia publicó una alerta en la que afirmaba que el inicio del año 2021 ha sido el más violento desde la firma de los Acuerdos de Paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP en La Habana, en 2016.

Allí se dice que las amenazas de muerte a líderes y lideresas sociales han sido cuadruplicadas desde entonces; que las masacres fueron de 0 a 6, así como el asesinato de ex combatientes de las FARC-EP pasó de 0 a 5; el asesinato de líderes sociales fue de 11 a 14 con un récord de 32 en el año 2020. Concluyendo que en Colombia se produce el asesinato de un líder o lideresa social cada 41 horas, la perpetración de una masacre cada cuatro días y el asesinato de un o una ex combatiente de las FARC-EP cada cinco días, amén del terrible aumento del desplazamiento forzado.

Caramba, qué bonito modelo de democracia a seguir y qué terrible, en comparación, el ejemplo de Venezuela, ¿verdad? A propósito, a pesar del despiadado asedio contra este último país, todavía hay muchos más desplazados colombianos en Venezuela que venezolanos en Colombia (aunque nuestros medios sólo hablen de estos últimos). Por algo será.

Tercer y último ejemplo muy breve.

La UE, y España, condenan los «golpes de Estado» menos cuando los da EE.UU., ya sea por invasión directa o por interposición de unas u otras fuerzas armadas. Como es el caso de Honduras, país al que acudió el demócrata rey Felipe para legitimar el golpe de 2009 tras unas elecciones cocinadas por los propios golpistas.

Así tenemos un país en el que el empobrecimiento generalizado, la violencia feminicida, la proliferación de maras, la eliminación de la oposición política, la persecución a personas defensoras de derechos humanos y sectores sociales y populares, así como el despojo territorial, ha obligado a cientos de miles de personas a abandonar sus fronteras para ponerse a salvo. El país más peligroso del mundo para luchadoras ecologistas, como fue Berta Cáceres, con más de 120 de ellas y ellos asesinados allí sólo hasta 2017, y con una media total de 10 asesinatos al día, es el que ha lanzado y nutrido las «Caravanas de migrantes» con destino a EEUU. La del 16 de febrero de 2019 llevaba el lema «Buscamos refugio, en Honduras nos matan».

Extraño medidor de democracia el que tienen nuestras elites. Tan extraño como para sostener que la misma es compatible no sólo con masacres, despojos, torturas y persecuciones, sino también con el crecimiento sin cese de la pobreza y la desigualdad (en 16 economías de capitalismo avanzado la participación salarial media decayó del 75% del producto nacional, en la mitad de los años 70, al 65% en los años justo anteriores a la crisis de los años 2000, volviendo a decaer a partir de 2009. En 2014 el índice de Gini mundial arrojaba un resultado de 0,89, lo que significa que de cada 10 personas 1 se queda casi con el 99% de la riqueza, y las otras 9 con un poco más del 1%). Un mundo donde los principales negocios, además de la energía, son las armas, la prostitución y las drogas ilegales, seguidos a no tanta distancia por el tráfico de órganos y de especies animales.

Esta es la democracia propia de un sistema de «libre mercado» en el que, como no puede ser de otra forma, los grandes se comen «libremente» a los chicos, haciéndose cada vez más grandes y los demás más chicos.

¿Será, entonces, que tal democracia se utilice por esos grandes como pantalla para despistar la explotación y el dominio mundial, y como arma contra aquellos que no se dejan imponer sus directrices y dictados?

¿Será por eso que, a juzgar por sus repetidas respuestas en entrevistas cuando no hay campaña electoral por medio para disimular, a ministros como Garzón y Díaz también les parece que sí, que España es una «democracia»? Después de haber visto qué significa ese término, ahora ya podemos entender mejor qué quieren decir. Por eso entendemos también que en todo este tiempo el gobierno del que forman parte no haya echado para atrás la oprobiosa «ley mordaza» ni la contra-reforma laboral del PP. Ya sí podemos respirar tranquilos sabiendo que gozamos de «normalidad democrática».

(Aparecido en Público, el 13 de febrero de 2021)

Comments are closed.