Declaración del Frente Antiimperialista Internacionalista contra el golpe de Estado en Bolivia y en apoyo del Presidente Evo Morales
El golpe de Estado en Bolivia se consumó el 11 de noviembre. Abandonado a su suerte por la policía que debía protegerlo de las hordas criminales que han tomado las calles, Evo Morales ha tenido que buscar asilo político en México para ponerse a salvo de una muerte segura.
La inacción y el chantaje de los mandos militares y policiales bolivianos frente a una violencia organizada que incendiaba las casas y linchaba impunemente a dirigentes sindicales, miembros del MAS, del gobierno y a familiares del propio Evo, forzó su dimisión como presidente de la República. La autoproclamación como “presidenta” de la senadora de la oposición Jeaníne Áñez, en palabras de Evo Morales, … viola la Constitución de Bolivia y las normas internas de la Asamblea Legislativa. Se consuma sobre la sangre de hermanos asesinados por fuerzas policiales y militares usadas para el golpe. Con el golpe de Estado, Bolivia se sitúa en el epicentro de la ofensiva imperialista en América Latina.
Primero fue Venezuela, y se dijo que el problema era Nicolás Maduro; después fue Nicaragua, y se dijo que el problema era Daniel Ortega; también de Lula, Cristina Fernández y Lugo dijeron los medios y los gobiernos liberales que eran el problema de América Latina. Y ahora pretenden hacernos creer que son Cuba, Nicaragua y Venezuela quienes están detrás y son los responsables de las revueltas populares en Chile y Ecuador, en vez de sus auténticos culpables: las cruentas políticas económicas del imperialismo y sus oligarquías locales.
El golpe cívico militar dado en Bolivia no afecta ni compete solo a los bolivianos. Bolivia es un elemento central de la defensa Latinoamericana frente a la recolonización puesta en marcha por el imperio. No puede verse de forma aislada del resto del continente y del mundo, lo que suceda en Bolivia tiene consecuencias para toda la lucha antiimperialista en América Latina y el mundo.
Evo Morales, con el apoyo del Movimiento al Socialismo (MAS), llegó a la Presidencia de Bolivia hace 13 años. Se presentó con un programa progresista bajo el brazo, centrado en la recuperación de la soberanía sobre los recursos del país, en la distribución equitativa de sus riquezas −priorizando siempre a los sectores más vulnerables− y en la inclusión social y política de los pueblos originarios y campesinos, históricamente marginados.
Este programa económico y social logró transformar a Bolivia en una de las naciones con mayor desarrollo de la región: el producto interno bruto creció un 327% durante sus 13 años de mandato −con una proyección de crecimiento del 3,9 por ciento anual− y la renta per cápita se triplicó. Al mismo tiempo, la deuda externa se redujo de un 52% al 24% del PIB y sus reservas aumentaron en proporción similar.
Según la CEPAL, el FMI y el BM en 2009, 2014, 2015 y 2016 Bolivia lidero el crecimiento económico de America Latina, pasando de estar integrada en el grupo de países con ingresos bajos a integrarse en el grupo de países con ingresos medios.
La pobreza extrema se redujo más de la mitad en la última década, pasando de 38,2% al 15,2% entre 2006 y 2019; el desempleo bajó del 8,1% al 4,2%, y el salario mínimo aumento un 482%, consiguiendo que un 62% de la población tenga ingresos medios.
En 2018 el desempleo era del 4,4% y el coeficiente de desigualdad GINI de 44 puntos, es decir, un nivel medio.
La estabilidad de la economía Boliviana se refleja en la cotización fija, estable y fiable frente al dólar, llegando a devaluar la moneda norteamericana en un 15%. Pese a la caída del precio de hidrocarburos y materias primas, no ha visto afectado su crecimiento económico.
Todo ello se ha visto reflejado en las condiciones de vida de la gente, sobre todo de los mas pobres. Así, el presupuesto de sanidad aumentó más de un 173%. Se construyeron más de 34 hospitales de segundo nivel y más de 1.000 nuevos establecimientos de salud. La esperanza de vida subió de 64 a 71 años.
Seria interminable relatar en detalle todos los logros de los 13 años de gobierno de Evo Morales, tanto en materia de desarrollo e igualdad social, como de equidad política, conformando el Estado Plurinacional de Bolivia. Para realizar esta tarea, el gobierno de Evo Morales y el MAS nacionalizaron las empresas y los recursos de hidrocarburos y mineros del país y no se limitaron a la actividad extractiva rentista, sino que establecieron planes para la adquisición de tecnologías para su transformación y para la industrialización del país.
Las riquezas minerales y de hidrocarburos del país son inmensas: Gas natural, petróleo, estaño, antimonio, plomo, plata, zinc, oro y litio, este ultimo, material estratégico de la cuarta revolución industrial, con unas reservas que pueden alcanzar el 70% del total mundial y cuya explotación esta asignada por ley a la compañía estatal Yacimientos de Litio de Bolivia
Por tanto, no se daban las condiciones que pudieran servir de excusa para dar un golpe de estado: ni crisis social, ni política, ni económica, ni del orden constitucional, ni vulneraciones de los derechos de los ciudadanos. De ahí que haya sido necesario fabricar un pretexto para desencadenar un proceso que estaba previamente diseñado y organizado.
Ni la oligarquía supremacista de Bolivia, soberbia, racista e ignorante, -asentada fundamentalmente en Santa Cruz− ni las fuerzas imperialistas, tanto norteamericanas como europeas, podían perdonar al gobierno de Evo Morales haberle puesto límites al expolio de Bolivia, ni podían perdonar el ejemplo progresista que ha brindado a otros países. Ansiaban acabar con su gobierno por todos los medios que fuesen necesarios.
Los hechos de los últimos dias en Bolivia han escenificado punto por punto el guion del golpe. En primer lugar, vimos cómo se cuestionó la indudable victoria electoral de Evo Morales; después se cuestionó al Tribunal Supremo Electoral del país y su proceso de revisión de los resultados, y finalmente, se puso en duda el trabajo realizado por los observadores internacionales.
Esto evidencia que no se trató, en ningún momento, de impugnar el resultado electoral, sino de destruir al Estado Boliviano y el orden constitucional que no le conviene al imperio. Se trata, en realidad, de continuar un proceso de recolonización que elimine cualquier vestigio de independencia y soberanía nacional y de acabar con cualquier freno al expolio masivo de los recursos bolivianos y a cualquier forma de organización político-social que dificulte esta tarea al imperio.
El objetivo prioritario del imperialismo es impedir la continuidad de quienes se oponen a esta recolonización y está demostrando estar dispuesto a emplear cualquier forma de violencia para conseguirlo. Hemos comprobado que el credo imperial no reconoce victorias electorales de quienes no le son afines; que no hay más voz que la de los medios bajo su control; que no hay otra libertad que la de sus mercenarios cometiendo atrocidades; que no hay, en fin, más legitimidad que la que dimana del poder usurpado por los golpistas que habían sido derrotados en las urnas.
Como en otros casos de violencia callejera, las bandas armadas que el imperialismo ha utilizado como fuerza de choque estaban perfectamente organizadas en su alcance y despliegue, y seguían las tácticas paramilitares antes vistas en Venezuela y Nicaragua. Estas acciones, con objetivos precisos, con distribución de tareas sincronizadas, con la inacción de la policía y del ejército, no son actos improvisados. Requieren una organización y financiación planteada y desarrollada varios meses antes de las elecciones, cuyo centro operativo en Bolivia estaba en las organizaciones empresariales. Fuera cual fuera el resultado electoral, el golpe se iba a desencadenar.
Durante estos días, hemos podido observar cómo la acción de estos grupos organizados se ha dirigido contra objetivos precisos: sedes de las organizaciones indígenas, destruyendo sus símbolos (la bandera Whipala), las viviendas de sus líderes, los domicilios de los miembros del gobierno (incluidos el del presidente de la Asamblea Nacional o de la hermana del propio presidente de la República) y los medios de comunicación públicos.
Coincidiendo con este proceso de violencia abierta, sabotaje y usurpación, la policía boliviana se declaró en huelga en las principales ciudades, dejando vía libre a la actuación de estos grupos violentos, ante una población que sólo podía recibir información a través de los canales de propaganda en manos de los golpistas y de sus cómplices internacionales. El desacato de la policía y el subsiguiente del ejército se producen en sincronía con las revueltas.
Pero ni la minoría supremacista de Santa Cruz, ni menos aún los grupos violentos que están protagonizando los disturbios y agresiones, tienen la capacidad necesaria para haber articulado este golpe. Sin duda alguna, nos encontramos ante un golpe de Estado dirigido y organizado de acuerdo con el guion prefabricado por Gene Sharp para la usurpación del poder, tantas veces aplicado en el mundo durante las últimas décadas. Según confirman varios informes, hay ONGs que están interviniendo en el desarrollo de este golpe y aunque Bolivia expulsó a la USAID hace tiempo −a causa de sus actuaciones injerencistas en la soberanía nacional−, EEUU está actuando indirectamente por vía de estas organizaciones. También Alemania, España y las Iglesias católica, mormona o las evangélicas, llevan trabajando meses, muy en especial con los grupos de estudiantes de clase media en Santa Cruz.
Todo golpe de estado conlleva una elevada violencia, en multitud de ocasiones vinculada al fascismo, no solo en sus actos, sino también en las actitudes. El ataque a las sedes de las organizaciones indígenas, a sus miembros y a sus símbolos, son actos racistas y supremacistas. Los militares rezando arrodillados ante la biblia y arrancándose la wiphala de los uniformes expresan un odio racial teocrático. Por el momento, el fascismo en América Latina no comporta formas organizativas diferenciadas, pero muestra rasgos comunes con el que nació y hoy crece en Europa.
A cada paso de este proceso, mientras se iba fraguando el golpe, Evo Morales ha mostrado su disposición al diálogo y ha realizado numerosos llamamientos a establecer los medios para la resolución negociada del conflicto. Sus esfuerzos por impedir que los enfrentamientos entre distintos grupos desaten una espiral de violencia que conduzca a un enfrentamiento civil son, sin duda, ejemplares para todos los países del mundo. En un ejercicio de gran dignidad, aceptó incluso la celebración de nuevas elecciones, la renovación del Tribunal Supremo Electoral y la realización de una auditoria por parte de la OEA.
La OEA, una institución impulsada por los EEUU para intervenir en América Latina (su “Ministerio de las Colonias”) ha sido instrumentalizada de nuevo, junto a los gobiernos más reaccionarios y sumisos que la componen, para vehiculizar el pretexto del fraude electoral.
El oportuno anticipo de un informe provisional de la OEA antes de concluir la auditoría, que revelaba una supuestas irregularidades en un insignificante número de actas, “recomendaba” la anulación de las elecciones -entre un torrente de noticias falsas en los medios afines a los golpistas, mientras las televisiones públicas permanecían cerradas por ellos-. La aceptación del gobierno de la repetición de elecciones y renovación del Tribunal Supremo Electoral para tratar de pacificar la situación, fue presentada como un reconocimiento implícito del fraude, lo que dejó perplejos y momentáneamente paralizados a los movimientos sociales que apoyaban al gobierno.
Pero, como era de esperar, tras el anuncio de repetición de los comicios, los golpistas no sólo no se apaciguaron, sino que redoblaron la violencia y exigieron explícitamente la renuncia de Evo Morales y también del vicepresidente y los senadores, diputados y demás dirigentes del oficialismo, incluso hasta llevar a cabo la detención de los miembros del Tribunal de Justicia Electoral. Aun con ello, nada dio satisfacción a quienes no deseaban otra cosa que obtener el poder de inmediato, a través de un clima de violencia y en contra de toda legitimidad constitucional.
En última instancia, la acción coordinada de la OEA, de los Comités Cívicos santacruceños y de los grupos violentos -formados por el lumpen, no sólo de Bolivia, sino traídos también desde varios países latinoamericanos- con sus desmanes consentidos por el inmovilismo de la policía y el ejército, acabaron forzando, mediante un chantaje evidente, la dimisión de Evo Morales y de su equipo, que fueron arrojados a la calle sin protección, no quedándoles otra solución que abandonar Bolivia, en contra de su voluntad, con destino a México.
Como hemos podido comprobar estos días −a costa de la barbarie desatada en Bolivia− ahora que se encuentra cuestionada y en fase de decadencia la hegemonía imperialista norteamericana en el mundo, los Estados Unidos han decidido recuperar todo el terreno perdido en Latinoamérica. Esto explica el recrudecimiento de los procesos de asedio mencionados anteriormente, así como el recrudecimiento de las ofensivas ultra-liberales en Chile, Haití o Ecuador y las correspondientes insurrecciones populares que en estos países se vienen desarrollando.
En Bolivia, el legítimo presidente Evo Morales se ha visto obligado a dimitir antes de que la violencia y el derramamiento de sangre provocasen una guerra civil o, más bien, una nueva matanza de la población, de la que existen numerosos precedentes en la región. Pero por ahora no han disminuido los actos de violencia por parte de la derecha golpista, sino todo lo contrario. La policía, que “por fin” ha reanudado sus actividades, no duda en disparar con fuego real contra los defensores del gobierno que han salido a las calles y aún resisten valientemente en algunos barrios y pueblos del país.
Por su parte, la OEA, junto con EEUU, Alemania, España y la Iglesia Católica, continúan alimentando el conflicto y se decantan por apoyar a una oposición golpista liderada por supremacistas blancos que, sencillamente, no están dispuestos a aceptar que las mayorías indígenas dirijan el país.
Debemos entender que todos estamos bajo la amenaza imperialista y que nadie esta a salvo de su violencia. Ganar unas elecciones, formar un gobierno y construir un estado es tener una parte del poder, insuficiente si no se tiene la capacidad para defenderlo.
En conclusión y por todas las razones expuestas, el Frente Antiimperialista Internacionalista manifiesta, frente al golpe de estado en Bolivia apoyado desde el exterior por los gobiernos injerencistas, su más firme apoyo al presidente de Bolivia, Evo Morales, a los miembros de su gobierno, a los legítimos representantes del pueblo y a los movimientos populares bolivianos y demanda la mas amplia unidad antiimperialista como la única forma segura de impedir el avance del imperio.
Frente a la condena de gobernantes, intelectuales y dirigentes progresistas del mundo, el gobierno de España guarda silencio. El Frente Antiimperialista Internacionalista denuncia este silencio cómplice y exige al gobierno de España el cese de toda justificación activa o pasiva, y, más aún, de toda colaboración con la organización del golpe de estado en Bolivia.
Hacemos un llamamiento a todas las fuerzas antiimerialistas del estado para que lleven a cabo actos y movilizaciones en todo el territorio de condena del golpe de estado en Bolivia y el retorno a la legalidad constitucional.
¡TODOS CON EL PUEBLO BOLIVIANO!
¡TODOS CON LOS PUEBLOS ORIGINARIOS Y SU DIGNIDAD!
¡TODOS CON EVO MORALES!
¡NO PASARÁN!
Frente Antiimperialista Internacionalista
14 de noviembre de 2019, 13 horas
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