Diálogo sobre el desapego y el compromiso
“La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
Agamenón: conforme.
El porquero: no me convence”.
Antonio Machado
- ¿Por qué comienzas con ese párrafo del Juan de Mairena, tantas veces citado y repetido?
Lo hago simplemente para resaltar el hecho de que, a la hora del análisis político o la interpretación de lo social, la vida está llena de Agamenones y de porqueros. Me explico: en mi versión, Agamenón se las arregla para hablar con la voz del desapegado. Es el desapegado. Por su parte el porquero es el comprometido.
- ¿A quién te refieres cuándo hablas del desapegado?
Pues aludo a quien se dice, es tomado por, alguna vez fue, o se piensa que es, de izquierda, pero que al mismo tiempo trata de ser, se dice, alguna vez fue o piensa que es, académicamente objetivo en sus análisis. Un escritor, digo, un individuo, que, lleno de orgullo, hace gala de su condición de librepensador. De no ser deudor intelectual de nadie. De poseer la cualidad de independencia argumental en los complejos asuntos de la política. Y lo sitúo precisamente en la izquierda, a donde parece ser que pertenece, porque esa figura del desapegado poco existe o no existe en el universo de la derecha, que tiene muy claros sus apegos y difícilmente los cambia.
- ¿Y como funciona el desapegado?
Pues cuando entra en el área de observación se pone una bata antiséptica, se dota de un frasco de lágrimas artificiales para poder ver con claridad los detalles, y se lanza al campo con su pluma para hacer el trabajo con personal imparcialidad, caiga quien caiga. Ese “caiga quien caiga” es importante para él, porque se considera a sí mismo un testigo de primerísima importancia de la locura humana que lo rodea, y quiere dejar constancia de que todos los demás estamos hechos de barro inconsistente, con nuestras fiebres y nuestros propósitos.
- ¿Algo así como un árbitro?
Sí, algo sí, pero como un árbitro auto proclamado, y no reconocido por las partes, o sea invalidado como tal, que se considera un escudriñador racional de la realidad. De manera que no toma partido o aspira a no tomarlo, con el convencimiento de estar capacitado para sacar tarjetas amarillas a diestra y a siniestra, a EEUU o a Venezuela si le cuadra, por ejemplo, preferiblemente a ésta última, sin que le tiemble el pulso, porque asume que su particular juicio es neutral, equidistante y objetivo, como si eso fuera posible en el escenario vital donde la humanidad se juega su presente con su futuro.
- ¿No te gusta el desapegado, verdad?
No, no me gusta nada. Yo no estoy con Agamenón, sino con el porquero, es decir, con todos los porqueros del mundo, cuyo escepticismo es contra el juez ajeno que, en nombre de una imposible objetividad, observa únicamente los detalles que más le llaman la atención sin ver la magnitud de la tormenta.
- ¿Y qué te lleva a estar con el porquero?
Pues seguramente lo mismo que un día le inspiró a José Martí aquellos versos que también hice míos. “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar.”
- ¿Pero dónde queda la racionalidad en esa conducta?
Ah, ¿De qué racionalidad hablamos? ¿De qué sentido común? ¿De cuáles argumentos y contraargumentos? ¿De cuáles razones? He aquí que el desapegado tiene las suyas y yo, modestamente, tengo las mías. Y hay una razón en particular que me desvela y a la que le pusimos el nombre, muy chavista y bolivariano por cierto, de “razón amorosa”. La única que en definitiva vale la pena para interesarse en la política.
- ¿No te da miedo que el desapegado te condene al infierno de los revolucionarios anacrónicos?
No. No me molesta en absoluto. Soy así. Y no tengo vergüenza en confesar que estoy, estuve y estaré siempre comprometido con una cierta manera de ver el mundo y de moverme en él, con plena conciencia de mi propia subjetividad. Una subjetividad cultivada que se nutre de algunos, pocos, principios esenciales, de una práctica ética de vida, de una filosofía de la praxis, de una serie de referentes históricos muy estimados, y de ciertos propósitos generales. Y por qué no decirlo?, de algunas pasiones en las que me sumerjo.
- ¿Una mirada, entonces? ¿Un punto de vista?
Sí, así es. Todo esto tiene que ver con una toma de posición que proviene, repito, de una determinada manera de ver al mundo de la que no puedo prescindir. Y que comparto con una multitud de amigos, tan locos y majaderos como yo.
(Publicado en gallego en NÓS diario, el 24 de junio de 2021)