El falso dilema: ¿mantener puestos de trabajo o vender armas a Arabia Saudí?
El gobierno anuncia la cancelación de la venta de 400 bombas de precisión a Arabia Saudí. La prensa da la noticia de que (supuestamente) Arabia Saudí responde amenazando con anular el contrato con Navantia para la fabricación de cinco corbetas por valor de 1800 millones de euros. Los trabajadores de los astilleros de Navantia se movilizan exigiendo que el gobierno rectifique para que se garantice el contrato de las corbetas. El comité de empresa habla de que se perderían miles de puestos de trabajo. El alcalde de Cádiz afirma que “la paz del mundo no puede recaer sobre la espalda de los trabajadores”. Finalmente, el gobierno cede y abre la puerta a revertir la cancelación de la venta de armas.
Más allá de la más que previsible rectificación del gobierno, lo cierto es que esta polémica en torno a la venta de armas a Arabia Saudí ha sacado a la luz la conflictiva relación entre dos pilares fundamentales de la izquierda marxista: el movimiento obrero y la solidaridad internacionalista.
El debate se plantea en los siguientes términos: los trabajadores deben elegir entre mantener su puesto de trabajo o vender unas armas que serán usadas para bombardear civiles en Yemen. Por supuesto, estos términos son muy convenientes para el capital, que descarga toda la responsabilidad sobre la clase obrera. Una clase obrera que no sufre directamente los bombardeos, pero que sí sufre un paro y una precariedad masivas. Así, el capital manipula el debate a su favor con una precisión quirúrgica: se presenta como el defensor de los trabajadores frente a los “idealistas” de la izquierda.
El capital es muy hábil a la hora de instrumentalizar estas contradicciones. Constantemente se nos enfrenta a dilemas absurdos: elegir entre nuestro sustento o la paz, entre la precariedad o el paro, etc. E históricamente han tenido mucho éxito en su empeño de engañar a la clase obrera. A modo de ejemplo, durante la guerra de Vietnam, la mayor federación de sindicatos estadounidense, la AFL-CIO, apoyó activamente la guerra. James Boggs y James Hocker, dos trabajadores de Detroit, describieron así la situación que se vivía en las fábricas: “Cuando a muchos trabajadores se les interpelaba individualmente, negaban apoyar la guerra. Pero al mimso tiempo, se negaban a hacer nada para mostrar su oposición a la misma […] La actitud de la mayoría de los obreros defendía que, en todo caso, lo que importaba eran sus puestos de trabajo (incluso si su trabajo era fabricar bombas o napalm con el que quemar vietnamitas)”. Parece como si Boggs y Hocker nos hablasen de actualidad. No obstante, también hay hermosos recuerdos de la solidaridad internacionalista de la clase obrera. En 1977, trabajadores y sindicatos de los astilleros de la Bahía de Cádiz llamaron a boicotear las reparaciones del buque chileno Esmeralda, que el régimen de Pinochet había usado como cámara de torturas.
¿Qué podemos hacer para combatir esta ofensiva ideológica? ¿Cómo recuperamos ese espíritu internacionalista que mostraron los trabajadores gaditanos en 1977? Aquí van algunas ideas.
En primer lugar, debemos señalar que los términos en los que se plantea el debate son engañosos. No le corresponde a los trabajadores cargar con el peso de la paz, ni a los niños yemeníes sufrir las bombas de la guerra. Es un falso dilema que solo pretende enfrentar a los pobres contra los pobres. Tenemos que desplazar el eje del debate, y señalar que es al capital a quien se debe cargar con el peso de la paz, y con la vergüenza de la guerra. Hay que señalar a la política exterior del Estado español, tan servil a las guerras de la OTAN y sus aliados. Hay que señalar al Borbón, hijo y emérito, que llevan décadas haciendo suculentos negocios de guerra con Arabia Saudí (y sacando buena tajada de ello). Hay que señalar la política económica de la UE, responsable del desmantelamiento de nuestra industria y la venta de nuestra agricultura, y que nos condena a ser un país de turismo y paro. Y hay que señalar a esa izquierda cobarde y oportunista que, sabiendo todo esto, prefiere hacernos tragar con sus falsos dilemas antes que enfrentar al capital.
Además, también tenemos que señalar que toda esta polémica ha sido instigada interesadamente. El contrato de las corbetas de Navantia no ha estado en riesgo en ningún momento, tal y como reconocía la Secretaria de Comercio en su comparecencia en la Sesión de la Comisión de Defensa tras consultarlo con la propia empresa. Por tanto, solo podemos concluir que toda la polémica ha sido fabricada por el propio sector armamentístico con el fin de presionar al gobierno para que no cancele la venta de armas, usando a la prensa y a los partidos políticos (e incluso a algunos sindicatos) como correa de transmisión para inducir el miedo entre los trabajadores y convertirlos en protagonistas involuntarios.
En segundo lugar, debemos poder ofrecer alternativas. Hay que decir claramente que si en la Bahía de Cádiz solo (o sobre todo) se construyen buques de guerra es porque son los capitalistas quienes deciden qué se fabrica y qué no, y para ellos el negocio de la guerra es muy rentable. En cambio la clase obrera no tiene nada que ganar con este negocio, ni aquí ni en Yemen. Por tanto, de lo que se trata es de defender que sean los trabajadores quienes asuman el control sobre la producción. Que sea la clase obrera quien planifique la política económica de acuerdo a las necesidades sociales, recupere la industria, desarrolle la soberanía energética, etc. En definitiva, se trata de plantear a la clase obrera la lucha por el poder político, de luchar junto a los trabajadores más allá de las meras reivindicaciones salariales.
Y por último, debemos trabajar para que el internacionalismo sea verdaderamente proletario. Sí, el internacionalismo y el movimiento obrero son dos pilares fundamentales del marxismo, pero lo cierto es que en muchas ocasiones se tiende a compartimentar las luchas de manera que no se sabe dónde o cuándo llegan a encontrarse. A veces puede dar la sensación de que el internacionalismo se limita a celebrar el algunas fechas significativas y a denunciar cada vez que se produce una agresión imperialista. No es suficiente. Un internacionalismo que se limita a analizar y a denunciar, pero que no se esfuerza por trabajar junto a la clase obrera, no sirve. Como dicen los cubanos, el mayor acto de internacionalismo es hacer la revolución en tu propio país. En nuestro caso, combatir la influencia ideológica del imperialismo entre la clase obrera es imperativo. Literalmente, muchas vidas dependen de ello.
Buenas tardes,suscribo totalmente el artículo publicado,la izquierda debe aprender de los grandes pensadores y líderes a nivel mundial, lo primero es hacer la revolución en tu propio país, si somos consecuentes como marxistas y uno de los principios básicos es el internacionalismo con la clase de los trabajadores y nunca con la burguesia.