El fascismo está ahí. Farruco Sesto
El fascismo está ahí. Como una amenaza latente. Pues aunque parezca quieto, no duerme. Aunque parezca debilitado, no lo está. Acecha.
Que nadie se equivoque con eso.
Que nadie piense, por favor, se lo ruego, que el fascismo es hoy día un tema del pasado o, por decirlo de otra manera, una excentricidad anacrónica, incluso pintoresca, ya colocada al margen de la historia real como posibilidad.
Que nadie se equivoque con eso. Insisto. Que nadie se deje engañar. El fascismo está ahí. Porque nunca se ha ido.
Puede tener otros ropajes. E incluso otras sonrisas, para cubrir sus ferocidades. Pero es el mismo de siempre. No cambia. Entre otras razones, porque es una pieza del sistema. Que le ha sido muy útil en su momento y que lo puede ser de nuevo si quienes manejan los entramados del poder, los del poder profundo, lo vuelven a considerar necesario.
Porque el fascismo, no nos olvidemos de eso, es un instrumento de las oligarquías para resolver sus dificultades políticas, cuando sienten que se le mueve el piso.
Yo lo sé bien, porque lo he visto. Y le he visto los ojos, cargados de odio.
Venezuela, 11 de abril de 2002. Allí el fascismo enseñó los dientes. Y en las 47 horas en que creyó haberse hecho con el poder político, arrasando con todo, mostró su verdadera naturaleza, asesina y cruel. A veces me pregunto qué hubiera pasado si el pueblo venezolano no hubiera salido masivamente a la calle, por millones, para impedir su instauración, por cierto, bendecida por la autodenominada Comunidad Internacional.
Venezuela. 2014 al 2019. Allí volví a sentirlo de nuevo, con sus incendios provocados, sus cobardes pandillas de desalmados, sus quemas de gente, sus francotiradores, y su odio a quienes consideran distintos, solo por serlo. También por cierto, una vez más, no solo bendecido sino también aupado, por Occidente.
Fue así, como se lo cuento.
Pero yo ya lo conocía, de mucho antes, a través de los relatos familiares. Habiendo nacido en Vigo en 1943, por haber sido destinada mi madre, desde los años treinta, como maestra a la escuela de niñas de Cabral, municipio de Lavadores, un lugar emblemático de resistencia y represión, conocí ya desde mi primera infancia las historias de los paseados y de sus cadáveres en las cunetas. Y fui así que, a través de mis padres, sentí tempranamente la presencia del aquel régimen de terror que golpeaba la conciencia de la clase media en sus contradicciones, y la llenaba de temor. Había nombres medio secretos, como el de Bóveda o el de Darío Álvarez, ambos fusilados, que aparecían por momentos en las conversaciones, pero únicamente dentro de las paredes del hogar. Porque de la puerta hacia afuera, todo lo demás era silencio.
Pienso hoy sobre estas cosas, y las rememoro, después de haber asistido el sábado 18 de junio, en el salón de actos del MARCO, en Vigo. a la presentación del libro “A PORTA DO INFERNO, O campo de concentración de Camposancos na Guarda (Pontevedra)” de Jose Antonio Uris Guisantes y Victor Manuel Santidrian Arias. Me emocione mucho con la charla de sus presentadores. Y decidí por ello escribir esta nota, para recordar a quienes por casualidad puedan leerla que no debemos descuidarnos: el fascismo está ahí.
(Publicado, originalmente en gallego, en Nos Diario, el 24 de junio de 2022)