El horripilante supremacismo del Estado israelí. Pedro López López
El Estado israelí no es un portaaviones estadounidense en el Oriente Próximo sino, supuestamente, «el país más democrático de la zona». Y, sin embargo, según un buen grupo de expertos en crímenes internacionales, y más concretamente en genocidio, parece estar cometiendo uno desde hace un buen puñado de años, con un tremendo acelerón en los dos últimos. Israel sigue en su línea de supremacismo tratando como infrahumanos ya no a los palestinos, sino a los que apoyamos la causa palestina, incluido un buen número de judíos que no son sionistas. Me llega el «diario final número 37» de 8 de octubre de uno de los miembros de la Flotilla a Gaza, concretamente del barco Sirius, relatando el asalto al barco por parte de soldados israelíes el pasado 1 de octubre y la posterior detención y traslado a la cárcel de Ktziot. Entre otras lindezas, cuando los miembros del barco estaban ya encarcelados y pidieron insulina que necesitaba un compañero diabético, le fue negada, lo que motivó la protesta de los compañeros de celda; ante esta rebelión, el policía al mando contestó: «Aquí no tenemos médicos para animales». Antes ya habían sido calificados de terroristas, maltratados y vejados de palabra y físicamente.
Uno puede imaginar el nivel de adoctrinamiento que reciben estos soldados para que su odio hacia los palestinos y hacia cualquiera que los defienda sea aceptable para los planes genocidas de Netanyahu y sus compinches. Antonio Pita destaca la indiferencia y el entusiasmo de la sociedad israelí, así como la obscenidad de expresiones de soldados y civiles, ante la masacre palestina; indiferencia y entusiasmo conseguidos a base de una propaganda que cumplimenta óptimamente las cuatro primeras etapas de las diez que señala en los genocidios Gregory Stanton, fundador y presidente del Observatorio del Genocidio. Por cierto, que las diez etapas están ya bien cubiertas por el Estado sionista.
Decía Chomsky hace unas décadas, refiriéndose a su país y a la guerra de Vietnam: «¿Qué decir de un país en el que un museo científico de una gran ciudad puede anunciar una exposición en la que la gente dispara ametralladoras desde un helicóptero a chozas vietnamitas, con una luz que se enciende cuando se da en el blanco? ¿Qué decir de un país donde puede ocurrirse siquiera una idea semejante? Hay que llorar por ese país».
¡Qué lejos está ya de esta casi ingenua indignación el mundo al que hemos llegado, con el odio normalizado destrozando toda posibilidad de convivencia! Y qué lamentable que la consigna psicópata del «pueblo elegido», de base religiosa, sea tan funcional a guerras y genocidios. En el artículo de Pita se comenta un caso parecido, pero más brutal. Es el caso de un mirador en la localidad israelí de Sderot, cercana a Gaza, donde acuden todos los días ciudadanos israelíes a contemplar el espectáculo gratificante para ellos de la destrucción de la Franja. Han instalado un telescopio que incrementa el placer, y un padre le dice a su hijo: «Hijo, ven a ver el humo y los escombros»; en un grupo de adolescentes se oye: «Mira, aquí podemos grabar para TikTok».
En su último libro, Geopolítica de los dioses: la religión en los conflictos armados del siglo XXI, Vicenç Fisas se pregunta si las religiones son instrumentos de pacificación y concordia o también de beligerancia y enfrentamiento. Ciertamente, una cosa no quita la otra, pues el mundo y el ser humano son contradictorios en muchos aspectos. Pero convendría que las distintas Iglesias combatieran a sus sectores ultras rechazando públicamente cualquier manifestación de odio hacia religiones y/o sensibilidades distintas, diferencias que no pueden ser la base del cuestionamiento de la igualdad en dignidad humana en ningún caso. Y de paso, convendría que los Estados que se consideran democráticos eduquen a sus pueblos en los principios y valores democráticos, uno de ellos la laicidad, así como el respeto a convicciones y opiniones diversas, imprescindible para el diálogo democrático. La educación democrática, que incluye la educación en derechos humanos, es imprescindible ante el abismo que tenemos por delante con el avance del odio en el terreno político.
(Aparecido en Público, el 12 de octubre de 2025)