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El irrenunciable camino de la unión de la América Latina. Farruco Sesto

La idea de la unidad de América Latina, como aspiración ineludible, viene de lejos. Desde que Francisco de Miranda, promotor, y participante activo, en los procesos de independencia, concibió a futuro una gran confederación de naciones de la “América Meridional” para la que propuso el nombre de Colombia.

Simón Bolívar tomó de Miranda ese nombre, en el Congreso de Angostura de 1819, para denominar la unión de Venezuela y Nueva Granada, a la que más tarde se sumarían Panamá, Sucre y Guayaquil. Y con la vista puesta más allá, convocó en 1826 a un gran congreso diplomático, que sería conocido como el Congreso Anfictiónico de Panamá, para avanzar hacia una liga de naciones que consolidara esa posible unidad continental, incluyendo a México y toda a América del Sur.

Pero el desarrollo de los acontecimientos en aquellos tiempos no fue generoso con esa idea. Pues el poder de las distintas oligarquías que se apoderaron de los procesos emancipadores en su propio beneficio, con sus parcialidades e intrigas, echó por tierra los sueños de unidad. De manera que, en el caso de aquella (Gran) Colombia, comenzó al punto un proceso de disolución. Así, a lo largo de 1830, se fueron separando Venezuela, Ecuador y Panamá, en un año terrible que concluyó con la muerte de Bolívar el 17 de diciembre.

La historia transcurrió a través de todo el siglo XIX, con los países, cada uno por su lado, sometidos a las intervenciones sin freno de los EEU, en ese territorio del sur continental a lo que concebían como su propio patio trasero, siguiendo su doctrina Monroe.

Pero la idea de la unión latinoamericana no había sido cancelada, sino que estaba allí, latente, esperando su tiempo, y ahora ya no como una aspiración ideal, sino como una condición indispensable para defenderse del imperio norteamericano.

Poco a poco, filósofos, historiadores, poetas, la fueron retomando e iluminando para convertirla en algo posible.

Así el apóstol José Martí, gran bolivariano como era, acuñó el término de Nuestra América, ilustrando el concepto de una posesión espiritual colectiva por parte de los pueblos latinoamericanos.

A partir de entonces, no hubo ningún movimiento social importante ni ninguna figura destacada, que no la asumiera como bandera. Pero ahora, enriquecida con la idea de que el esencial era la unidad de los pueblos.

César Augusto Sandino, en la Nicaragua de 1926, reclamó una gran alianza de pueblos y recordó que ese propósito fue “abrazado por todos los quijotes que tuvimos en nuestra América Latina”.

Mientras Perón, allá en el Sur, lo expresó con una frase contundente: “América Latina, unidos o derrotados.”

Omar Torrijos fue muy claro: “América Latina sigue siendo hoy explotada en su conjunto por potencias extranjeras, como hace 50 años. Y la necesidad de integración es tan apremiante cómo cuando Simón Bolívar la propuso”.

El Che lo manifestó dramáticamente y con gran fuerza simbólica: ”Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos”.

Y qué decir de Fidel Castro, que se preguntó: “¿Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial, hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida?”

“Estos pueblos de América saben que su fuerza interna está en la unión y que su fuerza continental está también en la unión”

Y así también lo dijo, el comandante Chávez, por supuesto, desde la misma perspectiva: “Es a través de la liberación de los pueblos como podremos alcanzar la grandeza de la humanidad como un todo. Y es a través de la unión de nuestros pueblos como lograremos la ansiada liberación”.

“Esa es la unión en la que yo creo: la unión de los pueblos desde abajo, la unión del alma de los pueblos”.

De manera que el tema de la profunda unión de los pueblos de Nuestra América no es un asunto coyuntural, ni una consigna más, ni un postulado político anclado en la rutina. Sino que es un principio esencial, estructural, y por consiguiente irrenunciable, de la herencia de los liberadores. Es piedra angular del pensamiento bolivariano, y como tal, en el caso de Venezuela, guía su relación con los demás países.

No importa el signo circunstancial de los gobiernos que esos pueblos tengan. No importa si son de la derecha rancia o no tan rancia, o de la tibieza progresista. Porque lo que verdaderamente le importa al pueblo venezolano, es la unión fraternal con los demás pueblos.

-Escrito con motivo de los 20 años de la creación del ALBA, (hoy ALBA-TCP), indiscutiblemente la mejor experiencia viva en el camino hacia la unidad de los pueblos de América Latina y O Caribe. –

(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego, el 14 de noviembre de 2024)

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