El nuevo Plan chino prioriza el bienestar humano sobre el crecimiento económico. Pedro Barragán
China está entrando en una nueva fase de su proyecto socialista, donde el crecimiento económico está dejando de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio al servicio del bienestar humano. En esta etapa, lo decisivo no es sólo cuánto se produce, sino cómo se distribuye esa riqueza, se sostiene y mejora la vida de las personas. El país está avanzando hacia un modelo socialista, en el que los bienes públicos, la justicia social y la sostenibilidad ecológica se integran como ejes centrales del desarrollo. La economía China está configurando una arquitectura institucional orientada a garantizar los derechos, ampliar las capacidades y promover el bienestar en una sociedad en rápida transformación.
Una nueva etapa de crecimiento
Durante más de cuatro décadas, China ha protagonizado una transformación sin precedentes: industrialización acelerada, urbanización masiva, modernización tecnológica y una reducción histórica de la pobreza. Este proceso, en el que se han sentado las bases materiales del progreso, ha estado impulsado por una inversión sostenida en infraestructura física, capacidad productiva y conectividad nacional, y se ha desarrollado sobre la base de una revolución en el sistema educativo y de un rápido crecimiento de los salarios que ha empoderado a la sociedad china para acometer esta revolución económica y tecnológica. Este modelo ha generado las condiciones para abordar una nueva etapa de desarrollo más compleja y ambiciosa centrada en profundizar y redistribuir el bienestar social.
Se trata de elevar la calidad de vida de una sociedad que ha dejado atrás la escasez y de abordar una nueva definición del bienestar social. Esto exige reconfigurar las infraestructuras sociales, culturales y ecológicas que permiten sostener el bienestar colectivo en un entorno de cambio constante. El centro de gravedad se está desplazando del crecimiento extensivo a la movilización estratégica del capital humano, social y ambiental como motores de un desarrollo más equilibrado, inclusivo y resiliente. Esta transición no reemplaza el impulso anterior, sino que lo amplía y lo orienta hacia objetivos más integrales, propios de una sociedad que aspira a una prosperidad justa.
China está promoviendo un nuevo paradigma en el que el Estado actúa como impulsor activo de las condiciones de bienestar estructural. Este enfoque se materializa en una apuesta decidida por los bienes públicos esenciales, inclusivos y equitativos: salud universal, educación de calidad, vivienda asequible, movilidad urbana, protección social y conectividad digital. Estos no son vistos como costos o subsidios, sino como plataformas productivas que elevan la capacidad del conjunto social para prosperar.
Economía fundacional y lógica neguentrópica
El concepto de economía fundacional resume esta visión: los sectores que sustentan la vida diaria —cuidados, transporte, energía, educación, redes digitales— son fundamentales no solo para la cohesión social, sino también para la productividad de largo plazo. Invertir en estos sectores no se considera asistencial sino como parte de una estrategia de impulso económico.
Aquí entra en juego otro concepto clave: la neguentropía. A diferencia de los sistemas capitalistas que tienden al desorden —desigualdad, especulación, exclusión, agotamiento ecológico—, los bienes públicos funcionan como fuerzas estabilizadoras que ordenan los flujos económicos y sociales. Son la infraestructura invisible que permite que todo lo demás funcione.
China está haciendo de esta lógica neguentrópica el eje de su estrategia. El bienestar deja de ser un resultado marginal del crecimiento para convertirse en el motor central de la política económica.
La movilidad social en la base del bienestar colectivo
En una sociedad socialista avanzada, la movilidad social no es solo un indicador de justicia, sino la infraestructura esencial de la identidad colectiva. La verdadera igualdad no se garantiza por decreto, o a través de un artículo en la Constitución, sino que se adquiere cuando las personas saben que con su esfuerzo, con su formación y con su participación pueden transformar su propia vida y la de su comunidad, sin más límites que su propia capacidad. Por eso, ampliar y proteger los canales de movilidad social es una tarea central del desarrollo chino contemporáneo. Esto exige diseñar activamente un entorno de oportunidades reales y sostenidas. La equidad horizontal —igualdad territorial (mundo rural vs mundo urbano) en el acceso a todos los servicios y oportunidades— y la movilidad social vertical —ascenso social de todas las personas por su propio mérito y trabajo— se convierten en el principal mandato político de un socialismo que busca avanzar con todos y empoderar a la sociedad.
En esta visión, cada avance en inclusión es también un avance en resiliencia y bienestar. Una sociedad donde se multiplican las trayectorias posibles para cada uno de sus miembros, es una sociedad con futuro.
Del capital físico al capital humano y social
El modelo de inversión pública chino, tradicionalmente enfocado en infraestructuras y expansión industrial, lleva años girando hacia los sectores sociales y ecológicos como nuevas fuentes de valor. Salud, atención a la vejez, formación profesional, servicios comunitarios, plataformas digitales inclusivas: ahí se encuentran ahora los multiplicadores del desarrollo.
El bienestar no es solo una meta social; es también una estrategia de desarrollo poblacional. Frente al envejecimiento, China apuesta por una economía de la salud que abarca desde la medicina preventiva hasta el envejecimiento activo. Crear un entorno en el que las personas puedan cuidar y ser cuidadas, sin empobrecerse ni sacrificar sus proyectos de vida, es clave para sostener una población dinámica y productiva.
Todo esto apunta a una redefinición profunda de lo que significa el progreso. El nuevo modelo chino no mide su éxito únicamente en términos de PIB, sino en cuánto bienestar real, tangible y equitativo se distribuye en la población. En otras palabras: no se trata de cuánto crece la economía, sino de cuántas vidas y cómo crecen con ella.
El socialismo chino del siglo XXI, con una esperanzadora innovación e integrando eficiencia y equidad, busca el bienestar social como centro de la planificación económica y no como resultado residual del crecimiento económico.
El éxito de este nuevo paradigma del bienestar humano sobre el que se centra el XV Plan Quinquenal para los próximos 5 años, que se debate estos días en China va a ser clave para que la prosperidad sea medida no solo en puntos de PIB, sino en términos de bienestar humano, en cuánto perciben los ciudadanos que sus necesidades son el centro de la economía y que el progreso está al alcance de todos.
(Aparecido en Público, el 10 de noviembre de 2025)









