El tema de las oligarquías en América Latina. Farruco Sesto
En los análisis sobre las tramas del acontecer político en Latinoamérica, uno de los elementos que suele estar ausente, o bien es presentado con insuficiente acento, es la consideración del abrumador peso de las oligarquías dominantes en los principales países, por no decir en todos, de la región. Un peso que viene de atrás, de muy lejos, y que se mantiene vigente, después de siglos de implacable ejercicio.
Culminado el proceso de independencia, en el primer tercio del siglo XIX, los principales líderes libertadores son asesinados en unos casos (el mariscal Sucre es un paradigma) y, en otros, son exiliados, maltratados, calumniados, también comprados, (el general Páez es otro paradigma) o simplemente dejados de lado. En el trasfondo de todas las maquinaciones que reacomodan de tal manera el escenario, están las respectivas oligarquías de los nacientes países que, manteniendo el poder económico acumulado durante la colonia, toman entonces también el poder político, que es el que siguen ejerciendo doscientos años después con implacable ferocidad.
El filósofo e historiador venezolano Vladimir Acosta viene a explicarlo de esta manera, refiriéndose a aquellos momentos del siglo XIX: “ los principales beneficiarios de esas heroicas guerras de Independencia (…) son justamente las respectivas oligarquías criollas, ricas, dueñas de tierras y esclavos, que aprovechan la victoria lograda con su participación para conquistar el pleno poder político del que carecían bajo el dominio colonial español.”
Su evolución no fue exactamente la misma en cada uno de los países. Sus períodos de mayor auge y sus facetas de desarrollo varían de acuerdo a las circunstancias nacionales en cada caso, pero el hecho general es que doscientos años después, ahí están, en el continente con mayor desequilibrio social del mundo, oponiéndose, con particular violencia, a cualquier proceso profundo de transformación que pueda surgir en beneficio de los pueblos.
En general puede decirse que van reforzando su poder, y evolucionando económicamente, a través de los negocios convencionales de la burguesía, producción agrícola y ganadera, industria, comercio, importación y exportación, etc., pero que hay dos casos en los que su desarrollo destaca de manera especial. El de Venezuela, donde lo hacen, sobre todo, parasitando al Estado hasta desangrarlo, nutriéndose de la renta petrolera. Y el de Colombia, donde además de los negocios convencionales, la oligarquía se hace partícipe en el del narcotráfico, que alcanza magnitudes extraordinarias. Pero siempre, invariablemente, con el superior control del Estado y de sus instituciones, principales aparatos políticos, fuerzas armadas (y a veces con el manejo paralelo de estructuras paramilitares al mismo tiempo) y, por supuesto, con el dominio casi absoluto de los medios de comunicación.
Particularmente destacadas en su protagonismo político opresor fueron la de Perú, tal vez la más profundamente rancia de todas ellas, la de Chile, la de Argentina, la de Ecuador, la ya citada de Colombia y, en estos tiempos, la de Venezuela, que sobresale como la más apátrida.
No se puede entender la historia latinoamericana de los dos últimos siglos, la dificultad de los cambios profundos, el uso de las dictaduras como forma de control, los golpes de estado, los magnicidios y destituciones de presidentes, el uso desvergonzadamente político de la justicia, las constantes intervenciones norteamericanas y también la injerencia europea, y pare de contar, ejemplos sobran, sin comprender el papel de las oligarquías en todo este panorama. De tal manera que pudiera decirse que la historia de estas naciones a partir de la independencia, es la historia de los pueblos en sus esfuerzos por sacudirse el yugo de sus oligarquías. Teniendo como telón de fondo de todo eso, la presencia del protagonista mayor, el imperialismo norteamericano, cuidando de su patrio trasero, y del que las oligarquías fueron convirtiéndose cada vez más en sus representantes.
En los tiempos que corren, hay que prestarle especial atención a Colombia donde la oligarquía híbrida (linajes más narco paramilitarismo) parece cada vez más decidida a darle un golpe de estado (por la modalidad que sea) al presidente Gustavo Petro.
Y en el caso de Venezuela, lo de siempre. Con un odio visceral a los propósitos emancipadores del proceso bolivariano y a lo que el pueblo representa, estos personajes, estos “apellidos” de la oligarquía, como les dice el presidente Maduro, siguen en sus trece, saboteando, promoviendo sanciones, pidiendo intervenciones extranjeras, cortándose las venas simbólicamente contra “la dictadura”, eso sí, acumulando ya veinticinco años de fracaso en sus espaldas.
Caracas. Febrero 2024
(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego)