Ernesto Che Guevara sobre el intercambio desigual
Estoy muy contento por los altos salarios de los obreros europeos, pero que no olviden quien paga esos salarios, nosotros, los millones de trabajadores y campesinos explotados en América Latina, África y Asia. Desde que los capitales monopolistas se apoderaron del mundo, han mantenido en la pobreza a la mayoría de la humanidad repartiéndose las ganancias entre el grupo de los países más fuertes, el nivel de vida de esos países está basado en la miseria de los nuestros; para elevar el nivel de vida de los pueblos subdesarrollados, hay que luchar pues contra el imperialismo. Y cada vez que un país se desgaja del árbol imperialista, se está ganando no solamente una batalla parcial contra el enemigo fundamental, sino también contribuyendo a su real debilitamiento y dando un paso hacia la victoria definitiva.
Si lo comparamos con los Estados Unidos, el nivel de vida de cualquier pueblo es más bajo; pero cuando hablan del modo de vida americano y del «mundo libre», deben considerar en ese mundo libre, por ejemplo, los 200 millones de hombres que en América Latina se mueren de hambre, mueren de enfermedades, no llegan ni siquiera a ver la edad adulta porque mueren famélicos de niños; toda esa gente contribuye a la grandeza económica de los Estados Unidos que los explota en alguna forma. Así sucede en África y sucedió en Asia también. El marxismo rompe todo eso.
Por su propia gravitación, el imperialismo no puede hacer sino reformas muy tibias que no llegan al fondo del asunto. Si toda Latinoamérica fuera liberada de la dominación imperialista, el imperialismo mismo se vería en muy serios problemas. La base de sustentación del imperialismo, que es la dominación de los países latinoamericanos a través del intercambio desigual, el intercambio de productos manufacturados por materias primas, la toma de todos los factores decisivos en cada gobierno a través de las oligarquías vendidas al imperialismo, si todo eso cambiara, el imperialismo habría perdido su fuerza, estaría entonces afrontando la crisis general del capitalismo, es decir, precisamente la crisis entre la propia clase obrera del interior del país, explotada hoy, pero cuya explotación no se ve, porque se traslada a Latinoamérica, a África y Asia y entonces el conflicto estaría directamente en el interior de los Estados Unidos.
No es solamente el intercambio de materias primas por productos manufacturados lo que condiciona el imperialismo, sino todos los aparatos anexos a estas relaciones de intercambio. Cuba vendía azúcar a los Estados Unidos y recibía materiales, pero el azúcar que vendía a los Estados Unidos se transformaba en dólares que también iban a los Estados Unidos y, además de esto, los materiales que venían, venían para fábricas norteamericanas, en una buena parte, que elaboraban productos que vendían aquí, convertían los pesos en dólares y también iban a los Estados Unidos. Esta es una de las fases del dominio imperialista sobre un país.
Ahora, con respecto al intercambio directo de materias primas con productos manufacturados, precisamente, nosotros hemos tenido largas conversaciones con la Unión Soviética sobre esto, y de esas conversaciones surgió un precio especial para el azúcar. Eso es precisamente la demostración palpable de que las relaciones socialistas se hacen sobre bases totalmente distintas; y al precio pagado por la Unión Soviética, nuestro azúcar nos permite importar la maquinaria suficiente para desarrollar nuestra industria y convertirnos ya en un país industrial-agrario y no simplemente un exportador único de materias primas.
El desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación, debe costar a los países socialistas. Lo decimos así, sin el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad.
Creemos que con este espíritu debe afrontarse la responsabilidad de ayuda a los países dependientes y que no debe hablarse más de desarrollar un comercio de beneficio mutuo basado en los precios que la ley del valor y las relaciones internacionales del intercambio desigual, producto de la ley del valor, oponen a los países atrasados. ¿Cómo puede significar beneficio mutuo, vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente? Si establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial.
Se puede argüir que el monto del intercambio con los países subdesarrollados, constituye una parte insignificante del comercio exterior de estos países. Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral del cambio. Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores de Occidente. El hecho de que sea hoy pequeño el comercio no quiere decir nada: Cuba en el año 59 vendía ocasionalmente azúcar a algún país del bloque socialista, sobre todo a través de corredores ingleses o de otra nacionalidad y hoy el ochenta por ciento de su comercio se desarrolla en esa área; todos sus abastecimientos vitales vienen del campo socialista y de hecho ha ingresado en ese campo. No podemos decir que este ingreso se haya producido por el mero aumento del comercio, ni que haya aumentado el comercio por el hecho de romper las viejas estructuras y encarar la forma socialista de desarrollo; ambos extremos se tocan y unos y otros se interrelacionan.
Nosotros no empezamos la carrera que terminará en el comunismo con todos los pasos previstos, como producto lógico de un desarrollo ideológico que marchará con un fin determinado; las verdades del socialismo, más las crudas verdades del imperialismo; fueron forjando a nuestro pueblo y enseñándole el camino que luego hemos adoptado consciéntemente. Los pueblos de África y Asia que vayan a su liberación definitiva deberán emprender esa misma ruta; la emprenderán más tarde o más temprano. Aunque su socialismo tome hoy cualquier adjetivo definitorio, no hay otra definición del socialismo, válida para nosotros, que la abolición de la explotación del hombre por el hombre. Mientras esto no se produzca, se está en periodo de construcción de la sociedad socialista y, si en vez de producirse este fenómeno, la tarea de la supresión de la explotación se estanca o, aún, se retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de construcción del socialismo.
Tenemos que preparar las condiciones para que nuestros hermanos entren directa y conscientemente en la ruta de la abolición definitiva de la explotación, pero no podemos invitarlos a entrar si nosotros somos cómplices de esa explotación. Si nos preguntaran cuáles son los métodos para fijar precios equitativos no podríamos contestar; no conocemos la magnitud práctica de esa cuestión, sólo sabemos que, después de discusiones políticas, la Unión Soviética y Cuba han firmado acuerdos ventajosos para nosotros, mediante los cuales llegaremos a vender hasta cinco millones de toneladas a precios fijos superiores a los normales en el llamado «Mercado Libre Mundial Azucarero». La República Popular China también mantiene esos precios de compra. Esto es sólo un antecedente, la tarea real consiste en fijar los precios que permiten el desarrollo. Un gran cambio de concepción consistirá en cambiar el orden de las relaciones internacionales; no debe ser el comercio exterior el que fije la política sino, por el contrario, aquel debe estar subordinado a una política fraternal hacia los pueblos.
El aspecto de la liberación por las armas de un poder político opresor debe tratarse también según las reglas del internacionalismo proletario: si constituye un absurdo el pensar que un director de empresa de un país socialista en guerra vaya a dudar en enviar los tanques que produce a un frente donde no haya garantía de pago, no menos absurdo debe parecer el que se averigüe la posibilidad de pago de un pueblo que lucha por la liberación o necesite esas armas para defender su libertad. Las armas no pueden ser mercancía en nuestros mundos, deben entregarse sin costo alguno y en las cantidades necesarias y posibles a los pueblos que las demanden para disparar contra el enemigo común. Ese es el espíritu con que la URSS y la República Popular de China nos han brindado su ayuda militar. Somos socialistas, constituimos una garantía de utilización de esas armas, pero no somos los únicos y todos debemos tener el mismo tratamiento.
El mundo tiene hambre, pero no tiene dinero para comprar comida, y paradójicamente en el mundo subdesarrollado, en el mundo del hambre, se desalientan posibles expansiones de la producción de alimentos para mantener precios, es decir, para poder comer. Es la ley inexorable de la filosofía del despojo, que debe cesar como norma de relaciones entre los pueblos.
Inmediatamente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas trataron de organizar la división del mundo. En aquel momento estaba dirigida fundamentalmente a preservar los intereses económicos de los Estados Unidos, la más fuerte y la única que había salido indemne de la guerra; fue así como se formó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Construcción y Desarrollo y cómo, después, en el año 47, se firmaba la carta de La Habana y luego el Acuerdo General de Aranceles, cuyas iniciales en inglés constituyen la sigla GATT, nombre por el cual es conocido. El GATT fue el primer intento de sistematización de las relaciones por parte de los países del área capitalista, bajo el signo del dólar y sobre la base de la explotación de los pueblos oprimidos. Con el correr del tiempo, el nacimiento de nuevas naciones, el desarrollo de la conciencia social en todo el mundo, el GATT fue convirtiéndose, poco a poco, en el mayor instrumento de defensa de los países desarrollados contra la presunta infiltración en sus mercados de productos de otras áreas. Todo esto en el marco de una explotación imperialista acentuada cada vez más, y de una lucha inter-imperialista que fue pasando por distintas etapas y procesos.
La razón de existir del imperialismo está precisamente en el intercambio desigual que mantiene con sus colonias económicas; pedir que renuncie a ello, es casi como pedir que renuncie al sistema y al imperialismo no se le puede hacer ese tipo de demanda, hay que conquistarla. Imperialismo sin mercado es imperialismo caduco, imperialismo que va a la muerte y eso lo saben bien; pero no se trata sólo de que sea un mercado en el término comercial de la palabra; para que el imperialismo pueda ejercer su acción, este mercado debe ser dependiente y, hasta cierto punto, exclusivo, tal como es el de los Estados Unidos en Latinoamérica, el de Inglaterra en la Commonwealth y el de Francia en la comunidad africana que lo apoya.