Es Ucrania, es el gas, es el Imperio. Análisis del FAI sobre la situación en Ucrania
Es Ucrania, es el gas, es el Imperio.
EE. UU. ha perdido la hegemonía mundial en muchos aspectos, aunque la mantiene en el ámbito ideológico-cultural y en el dominio del complejo comunicacional en la mayor parte del mundo.
Su batalla por contener el declinar de su hegemonía pasa por impedir el desarrollo del bloque euroasiático y reforzar su papel como líder de “occidente”.
En el pasado este liderazgo no era cuestionado, los campos estaban bien delimitados, los escasos vínculos con el bloque socialista no creaban espacios de intereses comunes. Pero en los últimos años, fundamentalmente a través del comercio y del suministro de gas ruso a Europa, se han establecido relaciones que representan vínculos estables. Todos los países comercian con China, que es el principal socio comercial de Alemania, y muchos también lo hacen con Rusia, que suministra el 40% del gas que consume la UE.
Esto supone un cambio radical, ya que históricamente Europa Occidental ha intentado someter a Rusia, apropiarse de sus ingentes recursos y constituirse como un continente. Repasando los acontecimientos más destacados, nos encontramos que: en septiembre de1917, dos meses antes del triunfo de la Revolución Soviética, el Imperio Británico organizo un golpe de estado que fracasó. En 1918, una coalición de 16 países, entre los que estaban EE. UU., Canadá, Inglaterra, Francia e Italia, invadió Rusia en apoyo de las fuerzas zaristas para “acabar con los bolcheviques”, 250 000 efectivos que se mantuvieron hasta ser derrotados por el Ejército Rojo, primero en 1920 y definitivamente en 1925. En 1941 la Alemania Nazi inicio la Operación Barba roja para invadir Rusia, que fue el frente Oriental de la II guerra mundial. En 1945, W. Churchill, organizó la operación “Impensable” para ocupar la URSS, con la idea de “imponer a Rusia la voluntad de EE. UU. y del Impero Británico. En 1947, EE. UU. establece la doctrina de la guerra fría y declara a la URSS como enemigo del mundo. En 1949 se funda la OTAN como una alianza militar contra el bloque socialista.
En tres ocasiones los escenarios de confrontación se desplazan desde la periferia al centro, siempre en territorio europeo: en 1954 con el ingreso de Alemania Federal en la OTAN, en la década de los 80 con la crisis de los euromisiles en Centroeuropa y actualmente en Ucrania.
En esta trayectoria cabe preguntarse qué sucedió tras la desaparición del bloque socialista y la disolución de su organización militar, el Pacto de Varsovia. Se presentaba una disyuntiva: Disolución simultanea de la OTAN y apertura de un periodo de desarme y paz, o aprovechar la desaparición del obstáculo que impedía el dominio del mundo y lanzarse en su conquista. Obviamente fue esta la vía que se adoptó y que cada día es más evidente.
Entre 1997 y 2020, 13 países de Europa del este se incorporaron a la OTAN, conformando un frente que recorre todo el flanco oeste de la Federación Rusa.
En este momento la OTAN es la alianza militar más poderosa de la Historia, a la que hay que añadir 40 países más con los que mantiene diferentes vínculos militares. Es precisamente en este periodo de expansión cuando inició su fase ofensiva con la guerra en Yugoeslavia y continúo en Afganistán, Libia y Ucrania, hasta este momento.
A pesar de tan extraordinario crecimiento, la hegemonía mundial de su líder, los EE. UU., sigue en caída y aparecen síntomas que cuestionan su liderazgo plenipotenciario. Es, desde ese punto de vista, desde donde hemos de analizar la actual situación en Ucrania.
El suministro del gas Ruso hacia Europa y su trasfondo Europa-OTAN, es la pieza clave del actual conflicto en Ucrania.
En 2015 se inició la construcción de un gaseoducto, denominado Nord Stream 2, que conectara Rusia con Europa, concretamente con Alemania. El interés de este país era encontrar una energía alternativa a las centrales nucleares y el carbón y así cumplir con los acuerdos sobre la reducción del CO2, ya que considera equivalente el gas a las renovables. Una energía limpia con un suministro seguro y a un precio aceptable; en el proyecto participan empresas francesas, austriacas, holandesas y alemanas, es decir, aunque el proyecto no sea europeo, las mayores empresas europeas del sector participan en él. En octubre de 2021, cuando las obras habían finalizado y se consideraba inminente la aprobación de su certificación, el ministro de economía alemán declaró que el NS2 “no pone en peligro la seguridad del suministro de gas a Alemania y la Unión Europea”.
Todo esto constituye un proyecto colaborativo considerado por EE. UU. como una “alianza estratégica” que suponía el establecimiento de un vínculo profundo, sostenido y a largo plazo entre Europa y Rusia, que rompía la trayectoria histórica de acoso de occidente a Rusia.
Desde el primer momento, EE. UU. consideró este proyecto como una amenaza que ponía en peligro su liderazgo y precipitaba aún más su pérdida de hegemonía: “El presidente Biden ha sido muy claro al decir que el gaseoducto ha sido una mala idea, mala para Europa, mala para los EE. UU.”. Mala para sus intereses económicos, mala por el fortalecimiento de sus antagonistas y mala por un mayor grado de independencia de sus subordinados europeos.
Desde el inicio, EE. UU. ha llevado a cabo un boicot sistemático a este proyecto, sancionando a las empresas europeas que participaban en él, vulnerando todos los tratados de comercio y el derecho internacional dado que se trata de una obra totalmente legítima y ajustada a derecho. La presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von Der Leyen dijo del boicot estadounidense: “es inaceptable”.
La Alemania de Ángela Merkel no cedió a los chantajes de EE. UU. y defendió la construcción del oleoducto. Meses antes de su retirada de la política llegó a un acuerdo con los EE. UU.: el North Stream 2 (NS2) se terminaría, pero su funcionamiento dependería de que Rusia cumpliera con “normas” que se fijasen conjuntamente. En el comunicado de la reunión entre Ángela Merkel y Biden el 15 de julio de 2021 se recoge: “asegurar que Rusia no hace mal uso del gaseoducto… para lograr beneficios políticos al usar la energía como arma”, y se añadía: “nos comprometemos hoy con hacer frente y parar cualquier agresión o actividad perniciosa Rusa contra Ucrania”.
Ucrania no permaneció al margen, su ministro de exteriores advirtió que el NS2 creaba una crisis tanto en su país como en Polonia: “Ucrania inicia de forma oficial consultas con la UE sobre el NS2, que amenaza la seguridad de Ucrania”. Una vez más hay que preguntar que entienden algunos por seguridad.
Se establece así una relación directa entre el NS2 y Ucrania, es decir, el gas es el tema, y además todo queda pendiente de lo que se entienda por “actividad perniciosa”.
Las obras se han terminado en septiembre de 2021 con 2 años de retraso debido al boicot estadounidense, y el suministro de gas quedaba pendiente de los trámites de la certificación que tenían que aprobar las autoridades alemanas y posteriormente la UE. Todo ello dentro de un marco estrictamente técnico.
Esa certificación debería haberse aprobado en noviembre de 2021 pero los trámites se paralizaron bajo la presión de EE. UU.. Los criterios técnicos pasaron a ser mandatos políticos.
La Alemania de Scholz no es la Alemania de Merkel: su sucesor al mando del gobierno es particularmente sumiso a los intereses de EE. UU. y cuenta en el gobierno tripartito de coalición con los Verdes, grupo que, en defensa de su visión sobre el medio ambiente, los sitúa contra el proyecto del gaseoducto, aun cuando de este modo secunde los intereses norteamericanos y la geoestrategia imperialista en la zona.
EE. UU. tiene en perspectiva cortar todo el suministro de gas ruso a Europa y acabar con esa colaboración que acelera su declive. Ya ha conseguido paralizar el NS2 y ha creado un conflicto en Ucrania, a lo que hay que añadir el reciente esperpento de un supuesto ataque ruso desde Bielorrusia a Polonia, que tenía como pretexto la presencia de algunos centenares de emigrantes en la frontera entre esos países.
Se ha descrito que cómo era posible que unos centenares de personas totalmente desvalidas pusieran en jaque a un país de 38 millones de habitantes mientras su ejército custodiaba la frontera, para terminar reclamando ayuda europea para su defensa y la construcción de un muro a semejanza del de Donald Trump en México.
Tanta histeria y la creación de tantas tensiones tienen que ver con el oleoducto Yamal que conecta Rusia con Alemania, atravesando Bielorrusia y Polonia.
Estas acciones debían justificarse sobre una base que permitiera camuflarlos como una necesidad imperiosa. La amenaza de una invasión rusa a Ucrania aportaba el horror necesario para justificar la paralización de un proyecto de esa envergadura, la creación de un perverso y criminal enemigo, un motivo para cercenar cualquier vínculo entre Rusia y Europa.
Nadie en su sano juicio podría pensar que en el momento de iniciarse una alianza que supondría una solución definitiva a la energía en Europa, el principal beneficiario de ese proyecto desencadenara un conflicto de carácter militar que echaría por tierra el primer proyecto colaborativo de esa magnitud y que sería una pieza clave para la construcción de una Europa como continente.
Para hacer creíble este disparate se necesitaba la combinación de provocaciones que crearan el ambiente necesario y una acción decidida del complejo mediático y la colaboración de partidos, instituciones y dirigentes occidentales. El mismo mecanismo que le dio sostén a las armas de destrucción masiva en Iraq o a las matanzas de Gadafi en Libia. Si en estos casos y en otros la estrategia ha tenido éxito, hay que esperar que también lo tenga en esta ocasión y si eso no es suficiente, una vez más, se recurrirá a las acciones de falsa bandera.
En junio de 2021 un buque de guerra del Reino Unido invadió aguas jurisdiccionales rusas en Crimea, vulnerando todos los protocolos de seguridad acordados entre estos dos países. Este acto fue descrito por las autoridades británicas así: “el buque de la Royal Navy estaba realizando un paso inocente por aguas territoriales ucranianas”. 15 días más tarde, la OTAN y Ucrania realizaron un “simulacro”, también en el mar Negro, en el que participaron 30 buques y 40 aeronaves. El Comandante en Jefe de las fuerzas ucranianas las justifico como necesarias para “mantener la paz y la seguridad en nuestra región”. Hay que señalar que Ucrania no es miembro de la OTAN pero realizan maniobras conjuntas frecuentemente.
Por supuesto no es el único caso: en julio de ese mismo año, la OTAN, Azerbaiyán, Ucrania y Georgia llevaron a cabo maniobras militares en este último país para desarrollar la “interoperatividad”, que un mando estadounidense califico así: “estoy seguro, con lo que hemos hecho hoy, de que podemos desplegar y reunir poder de combate en cualquier lugar del mundo”. Un auténtico mensaje de paz y esperanza para todo el planeta.
Ucrania, la protagonista del momento, no ha quedado al margen de la escalada belicista: el 22 de enero recibía un cargamento de 200 toneladas de armas, suministradas por EE. UU., un adelanto urgente de los 60 millones de dólares comprometidos. Biden hablaba de “estar revitalizando la asociación estratégica de nuestras naciones”, pero consciente del carácter abiertamente filo nazi de este socio, añadía que las ayudas económicas contribuirían a “avanzar su agenda de reformas democráticas”.
El corte del gas Ruso a Europa no es una especulación ni una elucubración calenturienta. El 6 de septiembre se reunieron el Secretario de Estado estadounidense y el Emir de Qatar para sentar las bases de un acuerdo para el suministro de gas Qatarí a Europa y poder prescindir del gas Ruso. Los problemas radican en que Qatar tiene contratos con Japón y Corea del Sur y que no podría aumentar su producción en los próximos 5 años. No obstante, está prevista una reunión ente los presidentes de EE. UU. y Qatar para solventar estas dificultades. Por otra parte, nada se ha dicho sobre el sobrecoste que esta alternativa supondría, pero cabe pensar que Alemania trasladaría las cargas a la periferia Europea, algo que no es nada nuevo.
Otro factor a tener en cuenta es la situación interna de EE. UU. y particularmente de su presidente. El país sufre las tensiones de la radicalización de los conservadores seguidores de Trump, campañas contra el aborto y el voto afrodescendiente, auge del supremacismo y la violencia policial que no cesa, entre otras, a lo que hay que sumar la criminal gestión de la pandemia y el aumento de la inflación. Todo ello ha hecho que la popularidad del presidente este en mínimos históricos, un 42%, el más bajo de un presidente en ejercicio en los ultimos70 años, a excepción de Trump que llego al 39%.
Es bien conocido que el recurso al shock es habitual y da buenos resultados, y es verdad que las declaraciones incendiarias de Biden sobre una supuesta invasión Rusa a Ucrania y la publicación de los sondeos coinciden en el tiempo.
El Reino de España, al igual que hizo con la fallida constitución europea, ha sido de los primeros en alinearse, enviando aviones de combate a Bulgaria y una fragata al Mar Negro. Se lo han tomado con tanto entusiasmo que el presidente Pedro Sánchez ha amenazado a Rusia con “consecuencias masivas”, sin aclarar cuál sería el papel del Estado Español en el cumplimiento de tal amenaza. Según algunos expertos, las consecuencias para el Estado Español de un conflicto de estas características serian desastrosas; aumento de la deuda y del déficit, subida de los tipos de interés, mayores cargas fiscales, entre otros, sin perder de vista que el Canciller alemán ha declarado recientemente que duda de la solvencia española.
Tampoco el presidente de EE. UU. Joe Biden parece muy conmovido por los gestos de nuestro gobierno. A finales de enero Biden convocó una videoconferencia de presidentes y primeros ministros, ministros de la Comisión europea y otros, de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Polonia…A pesar de las gestiones, el Estado Español no fue invitado.
En toda esta estrategia conviene resaltar que el papel de la OTAN no se ciñe al ámbito militar. La Alianza es un sistema multifuncional que opera en la economía y las finanzas a través del complejo industrial militar, en la academia por los programas de investigación, forma parte del complejo comunicacional y en la política, interviniendo directamente en la toma de decisiones.
La Unión Europea ha declarado que “no impone a sus miembros obligación de asistencia mutua”, a pesar de que el artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea contempla una cláusula de asistencia mutua de acuerdo con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. En cualquier caso, la OTAN si contempla la obligación de una respuesta conjunta: en los estatutos figura la obligación de defender a cualquier miembro ante un ataque de otro país. Lo que no exija la UE por motivos políticos lo puede hacer la OTAN “manu militari”
No hay duda de que la OTAN es una formidable fuerza militar pero a su vez es un mecanismo que unifica y somete al mando estadounidense al 90% de los países de la Unión Europea; esa es la razón por la que la OTAN es omnipresente en todos los actos de la política exterior de la Unión Europea. Una vez más, hay que preguntarse qué papel ocupa EE. UU. en un conflicto que es estrictamente europeo, y hay que tener en cuenta que el territorio de EE. UU., una vez más, está fuera de la zona de conflicto. De nuevo, si hay una guerra, la mayoría de los muertos no serán norteamericanos. Hay que recalcar que es el presidente de EE. UU. quien nombra al comandante en jefe de la OTAN y por tanto de la práctica totalidad de los países europeos.
EN CONCLUSION
Desde el triunfo de la revolución rusa en 1917, Occidente ha mantenido de forma sistemática un acoso a Rusia con el fin de imponer su voluntad a ese país y apropiarse de sus recursos.
La OTAN, desde su creación en 1949, ha mantenido un crecimiento constante, acelerado tras la caída del bloque socialista. Hoy día cuenta con 30 países miembros y 40 asociados en todo el mundo. El principal ámbito de expansión ha sido Europa del este: 13 países ingresaron entre 1997 y 2020 conformando un “bloque frontera” para reactivar el acoso a Rusia.
En el mundo actual las relaciones comerciales se han extendido universalmente y bloques antagónicos comparten espacios y establecen vínculos. El suministro de gas ruso a Europa es uno de los más significativos.
La construcción del gaseoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania significa el establecimiento de un vínculo cooperativo, firme y estable, que EE. UU. considera una amenaza para su liderazgo y que contribuye a su pérdida de hegemonía.
Desde su inicio EE. UU. ha boicoteado su construcción por todos los medios a su alcance, vulnerando el Derecho Internacional y las normas del comercio, sancionando a las empresas europeas que participan en el proyecto.
En 2021, estando próxima su terminación, EE. UU. ha desatado una violentísima campaña para impedir, por cualquier medio, incluido el militar, el funcionamiento de los gaseoductos rusos hacia Europa, no solo del NS2, sino de todo el suministro de gas Ruso a Europa. Ha parado la certificación del NS2, ha negociado con Qatar un posible suministro alternativo, ha realizado maniobras militares de acoso en Georgia y el Mar Negro, ha puesto en pie de guerra a toda la OTAN, ha enviado toneladas de armas a Ucrania y ha provocado a Rusia acelerando la entrada de ese país en la OTAN.
Ucrania es un resultado exitoso de las “revoluciones de colores” que entronizó en el poder a las corrientes nazis preexistentes en el país. Ocupa un lugar geoestratégico excepcional, en el flanco sur-oeste de Rusia, en el mismo meridiano que Moscú. Una lanza en el corazón de Rusia que este país no puede permitir.
Una jugada más de la Guerra Mundo por el dominio de occidente sobre el planeta, el imperialismo en estado puro, una hegemonía que se agota y un sistema que morirá matando. Algo que no se puede consentir, contra lo que debemos luchar con todas nuestras fuerzas.
Frente Antiimperialista Internacionalista
7 de febrero de 2022
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