A la espera de la vuelta de España a Oriente Medio
Por aquel entonces ya desvanecido como imperio global, España no tuvo nada que ver con los acontecimientos de Oriente Medio tras el colapso de otro imperio clásico, el otomano. Incluso la propia España sufrió las ambiciones de los modernos imperios francés y británico y de unos Estados Unidos en ascenso que se apoderaron de las últimas colonias españolas de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Todo ese «desastre» español ocurrió menos de veinte años antes del acuerdo secreto Sykes-Picot, la declaración Balfour y otras infames piezas de auto afirmación occidental y diktat de doble rasero sobre Bilad al-Sham y otros territorios de Oriente Medio. El legado envenenado de esos acuerdos interesados sigue siendo evidente hoy en día.
Todo esto ocurrió sin que España tuviera ningún tipo de responsabilidad en esa configuración de la región. Con el paso de los años España fue considerada como un socio neutral y de confianza por la mayoría de los actores de la región, ya fueran repúblicas o monarquías. Más allá de una rica historia común -por la expansión de la civilización omeya en España-, la política de orientación árabe de España fue muy apreciada. Sólo dos años después de la independencia de Siria, tras la evacuación del último soldado francés, ambos países establecieron relaciones diplomáticas plenas. Fue una iniciativa poderosa teniendo en cuenta la creación, ese mismo año, del Estado de Israel gracias al apoyo entusiasta y acrítico de sus acciones posteriores de otras potencias occidentales. De hecho, España no estableció relaciones diplomáticas con Israel hasta 1986, aunque los lazos culturales con los judíos sefardíes, cuyo origen se remonta precisamente a España, ayudaron a mantener canales abiertos con Tel Aviv y a desarrollar posteriormente la relación bilateral, una vez abiertas las embajadas.
Toda esa inmaculada reputación y esa política imparcial proporcionaron a España respeto en la región y fuera de ella. No fue por casualidad que uno de los últimos actos del periodo de la Guerra Fría se celebrara en Madrid con el copatrocinio de los Estados Unidos y la URSS. La conferencia de paz de Madrid ha sido considerada como el último esfuerzo serio para negociar una solución justa a las numerosas cuestiones territoriales que siguieron a la creación de Israel. Tras la conferencia, el diplomático español Miguel Ángel Moratinos fue nombrado Representante Especial de la Unión Europea para Oriente Medio, cargo que ocupó entre 1996 y 2003, durante el periodo en el que la UE fue más independiente de Washington a la hora de abordar los espinosos asuntos de Oriente Medio.
Apenas un año después de que Moratinos concluyera su misión, y después de que España apoyara torpemente la invasión de Irak, Madrid sufrió los ataques terroristas vinculados a Al Qaeda. Desde entonces, España vio cómo se erosionaban sus tres largas décadas de consenso interno en política exterior. El país entró en una depresión económica y afrontó la situación con una sucesión de gobiernos débiles debido al insuficiente apoyo parlamentario. Los escándalos de corrupción estallaron y las políticas titubeantes prevalecieron cuando el país hubo de enfrentar las demandas separatistas en Cataluña, en el noreste de España.
Ensimismada por sus tensiones internas, España se alejó rápidamente de la escena internacional. Esta fase de declive explica la posición subsidiaria y por tanto irrelevante de España durante la última larga década de revueltas y violencia en Oriente Medio y el Norte de África. Con cierta falta de autoestima e incongruencia con sus anteriores compromisos con ambas regiones, España siguió el consenso impuesto por el eje Washington-Londres-París-Berlín, favoreciendo los bombardeos de la OTAN sobre Libia y otras acciones orientadas a cambios de régimen en beneficio de esos cuatro defensores occidentales del intervencionismo. En el caso de Siria, altos diplomáticos españoles admiten en privado que el país ha perdido una gran oportunidad de haber desplazado a Francia (en la UE) en caso de haber tenido un enfoque constructivo, como el de la República Checa, que nunca cerró su embajada en Damasco.
La recompensa a esta obsecuente no política fue la designación del español Josep Borrell como Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, un título rimbombante para un cargo más bien vacío de contenido. Borrell -político pero no diplomático y que como estudiante pasó un tiempo en un kibutz en Palestina- admitió de hecho esta realidad durante la última crisis en Gaza, cuando reconoció que la UE no podía hacer nada para detener a Israel y que el único Estado que podía frenarlo eran los EEUU.
A pesar de esta reciente trayectoria de España, muchos países de Oriente Próximo siguen esperando pacientemente la vuelta de Madrid a políticas más independientes y de orientación positiva. Mientras, Egipto restablece vínculos con Irak, Arabia Saudí suaviza sus anteriores posturas con Qatar e incluso con Irán y los Emiratos Árabes Unidos lideran una vuelta a Siria, un incentivo para que España vaya en la misma dirección. Funcionarios sirios y medios de comunicación del Estado han sido extremadamente pacientes y respetuosos con los numerosos contratiempos españoles de esta década. Se ha mostrado pleno respeto a la integridad territorial y la unidad política de España; tampoco ha habido injerencia en su actual crisis con Marruecos en relación con la cuestión en torno a la española ciudad de Ceuta, ni sobre la posición española respecto al Sáhara Occidental. Por otro lado, Siria, pero también otros países, mostraron a través de sus medios de comunicación públicos solidaridad genuina cuando a principios de 2020 España se vio gravemente afectada por el Covid-19 al tiempo que mascarillas y otros materiales sanitarios eran incautados en aeropuertos turcos de camino a España.
Pero efectivamente, el tiempo se agota. Siria y otros países de Oriente Medio están experimentando cambios importantes y otros actores están aprovechando los esfuerzos de reconstrucción y las posibilidades culturales. Argentina, Chile, Cuba y Venezuela son países de habla hispana, y sus embajadas están en pleno funcionamiento en Damasco, mientras que el Instituto Cervantes, el brazo ejecutor de la diplomacia blanda española, está cerrado, como la embajada de España. Junto a estos países, el gigante latinoamericano y miembro del BRICS, Brasil, también mantiene su actividad habitual en la capital siria, participando con entusiasmo en las ferias dedicadas a la reactivación económica y a la reconstrucción. Parece que ha llegado ya el momento de que España ponga a cero su ya demasiado tiempo detenido reloj diplomático.
(Artículo traducido del original publicado por Al Mayadeen English el 9 de julio de 2021)