Horror a la oligarquía. Farruco Sesto
Horror a la oligarquía, dijo Ezequiel Zamora. A mi juicio, hay pocos lemas políticamente más certeros que ese. Nunca deberíamos olvidarlo.
Ahora bien ¿Qué quiere decir oligarquía, para que nos entendamos? En el concepto original de Aristóteles, oligarquía es el modo que tienen de gobernar los nobles y los ricos en provecho propio. En la definición del diccionario, oligarquía es la forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario, así como el grupo de personas que tiene ese poder. No es tan distinto, si a ver vamos, aunque es más indicativa la visión aristotélica, a la cual me acojo.
Ha pasado tiempo desde los griegos y, por supuesto, en el mundo contemporáneo, ese poder político de la oligarquía se ejerce, casi sin excepción, con apariencia democrática, pero con absoluto control de los instrumentos que posibilitan ese poder. ¿Cuáles son éstos? Ellos son los que le dan estructura a la sociedad. Atención a esta idea que es importante: El poder casi omnímodo de la minoría oligárquica se basa en el control de los factores que son estructurales en el funcionamiento social.
Así, en términos generales, puede afirmarse que los grupos oligárquicos, cuando son gobierno, suelen guardar las formas (aunque no siempre), porque tienen el control. Pero la cosa cambia cuando por alguna razón pierden el poder, o lo sienten amenazado. En ese momento la oligarquía arroja por la borda sus simulaciones y tiende a presentarse tal cual es, en su apariencia horrible.
El caso de Venezuela es paradigmático como ejemplo de ese poder ejercido largo tiempo por la oligarquía. Durante dos siglos, casi desde la independencia, es decir, en todo el tiempo de la Cuarta República (1830-1999), la oligarquía mantuvo el control del poder político a través de distintas formas de actuación, adaptándose a los tiempos y circunstancias, pero siempre arreglándose para ejercer su dominio total. Un dominio en su beneficio, que no solo era contrario a los intereses del pueblo, sino que también, la mayor parte del tiempo, traicionaba los propios intereses de la patria.
Algo que el comandante Chávez tuvo siempre muy claro, estudioso como fue de la historia, es la naturaleza del poder oligárquico. De hecho, se refirió a ello muchas veces de manera magistral.
Una de esas veces, en el XVIII Foro de Sao Paulo, comentó la situación en que llegó Venezuela a finales del siglo XX con “una oligarquía gobernando, imponiendo una hegemonía plena, plena, plena, dominando todos los poderes del Estado, el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, las fuerzas militares, sobre todo, bueno, los altos mandos (…) la economía, controlaban Petróleos de Venezuela, el Banco Central, la banca, privatizaron casi todas las empresas del Estado, la hegemonía cultural la ejercían casi totalmente, la hegemonía mediática totalmente (..) en verdad una dictadura, ah, con un disfraz democrático”
Fue con esa conciencia sobre el papel ejercido por la oligarquía venezolana, que el comandante Chávez, emprendió su camino para acceder al poder y transferírselo al pueblo para siempre.
Habiendo fallado en un primer intento, actuando como vanguardia insurgente con sus compañeros, decidió arriesgarse a derrotar a la oligarquía con las propias reglas de la democracia representativa en versión IV República. Y, como sabemos, lo consiguió, apostando a un voto popular que, por una vez, supo burlar todas las maniobras y trampas del sistema hegemónico, para darle la victoria al Comandante.
Una vez en la presidencia de la República, centró su mayor esfuerzo en desmontar los principales instrumentos de la estructura de poder de la oligarquía para impedir su posible retorno. Y poco a poco lo fue consiguiendo.
¿Cuáles instrumentos fueron esos? Podríamos destacar entre ellos la base legal de la Nación, comenzando por una nueva Constitución. Las fuerzas armadas, que fueron reseteadas a fondo, para transformarlas en la FANB, con una doctrina militar propia. Los sindicatos y gremios. La educación, como factor capaz de crear conciencia, al mismo tiempo que conocimiento. La gestión cultural con su capacidad para orientar y dar estímulo y reconocimiento, apostando a los poderes creadores del pueblo. La administración de la justicia, para democratizarla a fondo. El sistema electoral, concebido ahora como un nuevo poder. Las instituciones públicas en general, recuperadas para el poder popular. Y de un modo muy particular el universo de la información y comunicación donde el propio Chávez se convirtió en ejemplo de contrapoder comunicacional…
No fue fácil, sin embargo, ni tampoco sucedió en un instante. El proceso de desmontar el poder de la oligarquía, profundizando al mismo tiempo la democracia con base al protagonismo popular, fue largo y tenso. Pacífico, paciente y constante, siempre dentro del marco constitucional, por parte del chavismo, pero muy violento por parte de la oligarquía que intentó de todo para impedirlo: sabotajes, golpes de estado, (o más bien un golpe de estado continuo), terrorismo, magnicidio, guarimbas, guerra mediática, en continua traición a la patria y conspirando contra ella, promoviendo “sanciones”, bloqueos e incluso invasiones militares.
En su caso, es decir en el caso de la oligarquía venezolana, ésta no pudo ni podrá recuperar el poder perdido, pues ya no cuenta hoy con los instrumentos a su servicio, y aunque sigue manteniendo la aspiración a volver, el hecho real es que ya está muy mermada en su capacidad de actuar. Por más que la hegemonía mediática internacional la apoye incondicionalmente, los miembros de la oligarquía fracasada andan como fantasmas moviendo cadenas y lanzando quejidos en la oscuridad.
Tal es el caso venezolano que, como dije, es un paradigma de cómo poner fin al poder de la oligarquía, desmontando sus instrumentos de actuación desde el poder del pueblo.
En el caso de Cuba y Nicaragua los procesos fueron distintos, porque el pueblo llegó al poder por la vía de las armas y creó radicalmente una nueva realidad política que incluía la refundación inmediata de las fuerzas armadas. De modo que contaron con ejércitos nacientes, por así decirlo. Y una nueva legalidad en términos absolutos.
En los otros casos de los gobiernos de izquierda o progresistas, por identificarlos de alguna manera, en América Latina, que tuvieron la vocación expresa de transformar la realidad (léase Argentina, Uruguay, Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Honduras, en algún sentido Perú, ahora Colombia, también México), la verdad verdadera es que los componentes que sostienen el poder de la oligarquía respectiva siguen prácticamente intactos. En algunos casos especialmente trágicos como Ecuador, Bolivia y Argentina, los gobiernos de izquierda en su momento no supieron, o no pudieron, emprender a fondo esa tarea imprescindible. De modo que cuando despertaron, la oligarquía (como el famoso dinosaurio de Monterroso) todavía estaba allí.
Creo que en todo este panorama hay lecciones que aprender y tomar en cuenta. Que cada quien, milite donde milite, saque sus conclusiones. Y que todos los movimientos, organizaciones y partidos latinoamericanos que aspiren a emancipar su propio país para construir una gran patria común, las saquen también.
Tienen que saber que las oligarquías son el adversario más fuerte del proyecto liberador. Porque, entre otras cosas, son también los conserjes del «patio trasero de los EEUU» y los puntos de apoyo del Imperio en su afán de dominio de estas tierras.
Pienso que la gran tarea continental, no solo de la izquierda, sino incluso de todas las fuerzas democráticas en cada país de América Latina y el Caribe, es contribuir a horadar, debilitar, desarticular, desmontar, demoler, destruir (y pongan aquí todos sinónimos que quieran) los basamentos del poder de las oligarquías.
(Publicado en Correo del Orinoco el 18 de diciembre de 2025)









