Hoy vamos de poesía y Revolución. Farruco Sesto
Hoy vamos de poesía. Y también de revolución, es decir, de la nuestra. A partir de una mirada íntima, cultivada en la soledad, pero que florece en lo colectivo, voy a tratar de establecer un lazo entre ambos universos.
A ver si lo logro. Veamos.
En tiempo de ordenar las cosas, reviso cuadernos, libros y viejos papeles amarillentos para reunir mis poemas. Me dispongo a recopilarlos en forma de libro. Mi amiga Maryuri Rojas, Mayu, que es una excelente diagramadora, me ayuda con este trabajo y el resultado es una publicación de 862 páginas. No está mal. La titulo Materia Personal. Es el resumen de una vida completa donde, entre muchas otras tareas asumidas, todas interesantes, no he querido desprenderme de este oficio de poeta que me define.
Con la libertad que le corresponde a Mayu en el suyo, digo, en su oficio, ella toma el primer verso de un pequeñito poema (en realidad una breve canción) y decide ponerlo como epígrafe de la antología, en su primera página. “Por olvidar he vuelto a renacer”.
Me gusta.
En realidad el pequeño poema completo dice así:
Por olvidar
he vuelto a renacer
Cada vez por huir
comienzo a ser.
Ay, amor,
Y al cabo ese verdor
y ese reflorecer
consiste en descubrirte
a ti otra vez.
Lo leo y releo. Aun siendo mío, le descubro facetas, o vertientes, siempre cambiantes. O mejor dicho, que están allí, pero que se revelan según como le pegue la luz. Esto es, la luz de la mirada.
Como se sabe, un poema puede ofrecer múltiples lecturas. Es decir, diversos paisajes a la imaginación para tocar el alma, que es de lo que se trata. Es un tema de símbolos y de significados entrecruzados. O tal vez superperpuestos. Como ciertos parajes geológicos, que revelan edades, tensiones diferentes, sedimentos acumulados, grandes desplazamientos y encuentros, es decir la vida, si es que vale el ejemplo.
Capa sobre capa sobre capa, el poema es capaz de encerrar diversas llaves.
En este poema preciso, “Por olvidar he vuelto a renacer”, hay una primera lectura evidente. La que se refiere al amor que, renaciendo, renovándose, en la huida de la peligrosa rutina, se reencuentra siempre a sí mismo.
Ella, la amada, es el objeto final, es el todo, la obsesión maravillosa, que se revela única en el transcurrir de la existencia. “Y al cabo ese verdor y ese reflorecer, consiste en descubrirte a ti otra vez”. Porque no hay otra posibilidad para el amor profundo.
Lo leo y se me ocurre hacerlo también en clave política. Y expresarlo como ejercicio posible. A ver qué sale de allí. Para conversarlo con ustedes, como lo hago ahora, queridas y queridos compañeros.
Digo, entonces, puesto a la labor, que en la larga marcha hacia el horizonte de lo posible, luchando siempre por avanzar en resistencia contra la adversidad, en determinado momento puede ocurrir, y de hecho ocurre, que comencemos a darle vueltas a un punto dado, como entrampados, como obsesionados con una forma de hacer que nos agota y desvía, como amarrados a una manera de ver que nos interrumpe la marcha.
Es el efecto de la rutina tal vez. O de la costumbre convertida en ley. O hasta de la ciega cobardía, o la comodidad, que nos acecha. Quien sabe. En todo caso, puede ocurrir, y de hecho ocurre, como antes dije, que se constate de pronto la pérdida del impulso motivador y el adormecimiento de la fuerza.
Pienso que es ahí, en la revelación de ese instante de estancamiento, cuando hay que acudir al extraordinario mecanismo del olvido puntual para disponerse a renacer. (Claro que no es un olvido propiamente, sino un desnudamiento, un despojarse sin miedo de debilidades y cansancios). Para proceder a un reseteo, se diría ahora, en nuevos lenguajes. A replantearse, no el camino, no el horizonte, sino nuestra manera de recorrerlo y, particularmente, la forma de mirar a lo que nos rodea. Para reentenderlo (¿se puede decir así?) y de esa manera poder reinterpretarlo.
Porque la realidad no está quieta. La realidad, que es la materia prima del trabajo revolucionario. Y cambia y se recompone en su eterno fluir.
Y nosotros con ella.
Esto puede ser algo personal. Pero también algo que nos atañe a todas y a todos. La necesidad de un incesante renacimiento, como lo ha dicho varias veces ya, según me consta, el presidente Nicolás Maduro. Y de lo cuál he tomado nota.
Así como de que él mismo, en su labor como dirigente, (¿Y cómo no pensar también en Chávez en esta hora?) lo ha venido no solo reclamando, aconsejando, sino poniendo en práctica. El mantenimiento de una vigilia constante. El alma atenta. El no adormecimiento. El permanente deseo de inventar siempre, para no errar.
Es por eso que huir de la costumbre convertida en trampa y de la mirada corta, para evitar nuestra propia disolución, nos hace de nuevo ser nosotros mismos.
Nos fuerza a reencontrarnos con los grandes objetivos del amor. A escuchar nuestro propio corazón. A hacer reflorecer nuestra inteligencia. Y a afilar el buen ánimo, para que con sabiduría, y alegremente como sabemos hacerlo, vaya siempre cortando las amarraduras e impedimentos que conspiraban y conspiran contra la continuidad del camino.
Me gusta verlo así. Y saber que si la Patria es una mujer, como diría nuestro gran Alí Primera, cada vez que hacemos eso, Ella está allí. Gloriosa, exuberante, al mismo tiempo camino y horizonte.
Y que si la Revolución es una mujer, como me gusta verlo también a mí, en la más prodigiosa de las metáforas, Ella vuelve y vuelve una y otra vez, con su sonrisa radiante. Para que la redescubramos en nuestro renacer.
Pues siendo como es, amorosamente terca, no acepta dejarnos. Ni que la dejemos.
(Publicado en Correo del Orinoco, el 6 de febrero de 2025)