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Irreductiblemente chavista: cuatro notas personales extraídas de la cotidianidad. Farruco Sesto

1 EL RELATO

Me encuentro en la calle con un buen amigo gallego, revolucionario, leal a Venezuela, quien después de un cariñoso saludo, me dice sonriendo: “No tienen nada”.

Le sonrío a mi vez y le digo lo mismo: “No, no tienen nada”.

Sé de qué está hablando. Se refiere a los poderes hegemónicos de esta parte del mundo, y a la intensa y abrumadora campaña en la que se montaron contra Venezuela en el caso de las recientes elecciones presidenciales, con todos los medios en complicidad y actuando al unísono, sin tener nada más que un enorme vacío como soporte de su estrategia comunicacional.

A continuación, él mismo puntualiza con claridad: no tienen nada, pero tienen el relato.

Un relato que está en todas las televisoras, en todos los periódicos digitales y de papel (incluidos muchos de los que se autodefinen progresistas) y que inunda las redes. Un relato donde la verdad no es, precisamente, lo que se impone, sino una mentira disfrazada de verdad, con un cinismo que ya ni nos sorprende.

La derecha del mundo gozando, desatada y en estado de éxtasis. Y una llamada izquierda, esa izquierda vacía que por aquí hace vida, con los ojos cerrados en una suerte de complicidad y en el mejor de los casos mordiendo el anzuelo para participar plenamente en el montaje.

Sin embargo, la gran pregunta está en el aire. No puedo dejar de formularla y, al mismo tiempo, de responderla:

  • ¿Puede este relato de fantasía opacar la voluntad de un pueblo?

-Yo estoy seguro de que no. Pueblo mata relato

2 LAS FOTOS

Este es un cuento corto y sencillo. Se trata de algunas fotografías colocadas en la pared, detrás de mi puesto de trabajo.

En una estoy con Chávez. Fue tomada en el bicentenario del 19 de abril de 1810, en la Plaza de San Jacinto, inaugurando el monumento conmemorativo. El comandante se ve muy contento, mientras apoya una mano sobre mí hombro en un gesto que, en él, era frecuente. Está con una boina roja y chaqueta verde. Como es de noche, los colores resaltan con la luz de los reflectores que iluminan la escena. Me encanta esa foto.

En otra estoy con Fidel. Me habla mientras sujeta mi muñeca con su mano izquierda y me pasa un brazo por la espalda. Está con su uniforme militar de comandante en jefe. Me acuerdo muy bien de la escena pero ya no recuerdo qué nos decía. La imagen forma parte de una serie que me gusta mucho donde Fidel va cambiando de postura. Al fondo se adivinan unas letras grandes que dicen “Patria es Humanidad”. Es el aeropuerto de La Habana.

Una tercera, da fe de un momento muy especial (me refería a ella en un reciente artículo sobre el abrazo). Nicolás y Diosdado se funden en un gesto muy emotivo. Fue tomada el día de la juramentación de Maduro como presidente en 2013. En un segundo plano, yo aplaudo emocionado y contento. Sé que en otra imagen de la misma escena aparece también Aristóbulo, pero no está en la copia que yo tengo.

En una cuarta, tomada en una reunión Presidencial en Manaos, el presidente Lula me estrecha la mano. Pero esta foto a la que me refiero, ya no está. Cuando esto escribo, acabo de removerla de la pared. No es por nada. Sé que Lula no es el enemigo. Sé que Brasil y Venezuela están llamados a trabajar juntos. Sé que tendrán que entenderse en los BRICS. Pero el caso es que, en lo personal, ya no me apetece tener como referencia una foto con Lula.

Por eso, aprovechando el marco, la voy a sustituir por otra que tengo con Raúl.

3 CHAVISTA

Conversando con un viejo compañero de bachillerato, sentados en la terraza de algún café, el hombre pregunta sobre cómo me definiría a mí mismo, políticamente hablando.

Le digo que soy irreductiblemente chavista. Que eso es lo que soy. Y que averigüe lo que ello significa en el mundo de hoy, en la América Latina de hoy y, particularmente, en la Venezuela de hoy.

Ser Chavista, así lo pienso y creo, me sitúa humanamente en el seno del pueblo, comprometido con sus idas y venidas en el camino de emancipación, con sus problemas estructurales o circunstanciales, con sus angustias y sus esperanzas transmutadas en confianza. Y me sitúa en el compromiso absoluto con sus decisiones políticas concretas en este momento preciso, como es la elección de Nicolás Maduro Moros para presidir la República durante los seis próximos años. Todo ello para continuar el impulso de construir una sociedad de iguales, sin explotación, sin exclusión, sin discriminación de ningún tipo. Para alcanzar la mayor suma de felicidad colectiva posible. Eso es ser chavista en lo concreto.

También, por otra parte, ser chavista me sitúa de una manera especial en el universo de la geopolítica, tan interesante en los últimos años. Bien ubicado, no con el esquema unipolar de la decadente hegemonía occidental, sino con el mundo pluripolar que está naciendo de modo irreversible. Es decir, con la mayoría de la humanidad que busca la paz, la solidaridad y el respeto entre los pueblos y naciones.

No sé si mi antiguo compañero de aula ha quedado convencido. Seguramente él quería averiguar cómo llegué a formar parte de tal “régimen autoritario”

4 EL TEST

Venden en las farmacias un test para detectar el COVID que, la verdad, resulta bastante práctico. Pues, sin análisis más completos o exhaustivos, puedes detectar en forma rápida si la enfermedad está presente.

A mí se me ocurre, haciendo una analogía, que la forma en que los medios de comunicación tratan a Venezuela puede servir de test para identificar rápidamente su verdadera naturaleza. Me refiero específicamente a los medios considerados progresistas, cuando no de izquierda (ah, la izquierda, esta izquierda) que pudieran estar engañando a más de uno.

Viendo el tratamiento de la noticia al día siguiente de la sentencia del TSJ de Venezuela, me reafirmo en un viejo convencimiento. El de que no hay tal cosa como progresismo organizado en política. Que el progresismo es una cara del viejo sistema político capitalista. Así cómo el fascismo también lo es. Todo un amplio abanico en la carta del menú al alcance de todos los gustos y bolsillos.

Y que, por consiguiente, hay que observar con cierto escepticismo a los medios que se auto consideran progresistas e independientes.

Lo dicho: Su tratamiento noticioso de Venezuela en particular y, en general, el enfoque que suelen tener sobre los asuntos de América Latina nos sirve como test para sospechar quién mueve los hilos en su sala de redacción. No en nombre de la verdad, precisamente. Ni del periodismo honesto, por más que lo pregonen.

(Publicado en Correo del Orinoco, el 29 de agosto de 2024)

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