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La inutilidad (cómplice) de las izquierdas del sistema en su fase degenerativa (II). Andrés Piqueras

(Continuación de la primera entrega)

Los agentes y movimientos socio-políticos atrapados en la alienación fundante de la sociedad capitalista, la de la mercancía, la traducen cotidianamente cuando interiorizan una supuesta escisión entre la esfera económica y la esfera política. En razón de ello, no conciben la totalidad metabólica del capital como arena en la que lidiar, por lo que no contemplan romper con su orden social y se ven abocados demasiado a menudo a un accionar y a unos objetivos y propuestas reducidos a conseguir mejoras dentro del mismo. Objetivos ilusos que permanecen incluso en su actual fase degenerativa.

Lo iluso proviene de dejarse llevar por ilusiones, y constituye con frecuencia el combustible de la esperanza en cuanto que anhelo sin anclaje material. Esperanza de conseguir más democracia, más libertad, más igualdad… dentro de los márgenes del menguante valor. En el ámbito de la política institucional -la política pequeña- esto es prácticamente sinónimo de fracaso, como estamos viendo que ocurre una tras otra con todas las “opciones progresistas” del Sistema que han saltado a la palestra en las últimas décadas.

La clase trabajadora fue incorporada al parlamentarismo burgués solamente cuando el Sistema pudo dejar de escindir sus Estados en “dos naciones” (la de las elites y la de la plebe) e integrar a la segunda mediante procesos de cierta redistribución de la riqueza y atención a las coordenadas básicas de su reproducción social.

La contrapartida fue confinar crecientemente la acción de clase en el marco de la política parlamentaria, con minúsculas. Pero la mercancía, el valor y el capital no son fuerzas parlamentarias, sino metabólicas del Sistema, que plasman las estructuras de Poder social con mayúsculas (más allá de puestos o cargos simbólico-institucionales), entrañan el modo de producción y reproducción de los procesos materiales de vida y de conciencia, así como las posibilidades de acción. Marcan estructuralmente, en definitiva, los límites del parlamentarismo-reformismo que se puede ejercer en cada fase del capital y las condiciones bajo las que algunas capas de la clase trabajadora pueden acceder a la esfera institucional (siempre en desventaja de medios, posibilidades y recursos, respecto de la clase dominante).

Por eso, para la fuerza de trabajo deviene perentorio recuperar la dimensión Política (con mayúsculas) extraparlamentaria, metabólica, de totalidad. Más aún, cuando los puestos de mando del capital (de dirección o gestión social) escapan hacia esferas cada vez más ajenas a la intervención plebeya -de nuevo la población relegada a esa condición-, más y más alejadas de cualquier veleidad “democrática”, inalcanzables para cualquier efectividad reformista parlamentaria.

Así, la política económica y monetaria, los Bancos centrales y la política exterior, están cada vez más protegidos contra cualquier influencia social. Por supuesto los ejércitos, las finanzas, las inversiones en las cadenas globales del valor, las transnacionales… todo ello ha venido estando a lo largo de la historia ampliamente sustraído a las decisiones populares, pero en la actualidad resulta además integrado en estructuras globales fuera del alcance de la sociedad (órganos rectores de la UE, por ejemplo, G20, Foro de Davos, FMI, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio, mercados financieros, Tratados Bilaterales, grandes corporaciones transnacionales…), que imponen la ley del valor y la dictadura de su tasa de ganancia, traducidas en pérdida de redistribución del excedente, apropiación privada de lo público, techos de gasto, camisas de fuerza monetarias como el euro o aplicación obligatoria de ortodoxias neoliberales, por ejemplo.

Ahí la clase trabajadora siempre opera, pues, en un terreno político desequilibrado a priori por las estructuras de Poder existentes del modo de gestación y reproducción del metabolismo social. Así que sin proyección totalizante, sin integralidad práxica, sin enfrentar el modo de control del capital, las multivariadas izquierdas del Sistema se ven abocadas, más tarde o más temprano, de una forma u otra, a reproducir el orden del capital de manera connivente o cómplice, pues tienen que colaborar en sustentar la dinámica del valor, en que la reproducción ampliada de capital sea lo suficientemente exitosa como para que el Sistema pueda ser susceptible de proporcionar mejoras sociales.

Por eso mismo esas izquierdas quedan inmersas en la irrelevancia e impotencia más evidentes, cuando se ven forzadas a padecer los vaivenes de una achacosa acumulación.  Por contra, entonces, el Sistema despliega tendencias más y más autoritarias y la dictadura de su (menguante) tasa de ganancia se exacerba, haciéndose sus adversas consecuencias sociales más evidente en todos los ámbitos.

Tendencia despótica del Sistema

En la actualidad, una vez que las sociedades y sus direcciones de clase han sido derrotadas (fase neoliberal del capital), en su etapa post-neoliberal y “post-democrática” lo que tratan los agentes del capital es precisamente de encauzar  las reacciones habidas o por haber frente al deterioro de las condiciones de existencia y disciplinar-movilizar a la población a su antojo, porque necesitan que aquellas sociedades que fueron atomizadas funcionen como electorados pasivos movidos a discreción en función de una creciente competencia por los cada vez más escasos recursos o bienes sociales. De manera que hoy el despotismo se ejerce en nombre de la propia «democracia» (despotismo democrático).

“Por decirlo de otra manera, ya no hay freno al ejercicio del poder neoliberal por medio de la ley, en la misma medida que la ley se ha convertido en el instrumento privilegiado de la lucha del neoliberalismo contra la democracia. El Estado de derecho no está siendo abolido desde fuera, sino destruido desde dentro para hacer de él un arma de guerra contra la población y al servicio de los dominantes (…)

El marco normativo global que inserta a individuos e instituciones dentro de una lógica de guerra implacable se refuerza cada vez más y acaba progresivamente con la capacidad de resistencia, desactivando lo colectivo. Esta naturaleza antidemocrática del sistema neoliberal explica en gran parte la espiral sin fin de la crisis y la aceleración ante nuestros ojos del proceso de desdemocratización, por el cual la democracia se vacía de su sustancia sin que se suprima formalmente (…)  Lo que aquí llamamos nuevo neoliberalismo es una versión original de la racionalidad neoliberal en la medida que ha adoptado abiertamente el paradigma de la guerra contra la población, apoyándose, para legitimarse, en la cólera de esa misma población e invocando incluso una soberanía popular dirigida contra las élites, contra la globalización o contra la Unión Europea, según los casos.

En otras palabras, una variante contemporánea del poder neoliberal ha hecho suya la retórica del soberanismo y ha adoptado un estilo populista para reforzar y radicalizar el dominio del capital sobre la sociedad. En el fondo es como si el neoliberalismo aprovechara la crisis de la democracia liberal-social que ha provocado y que no cesa de agravar para imponer mejor la lógica del capital sobre la sociedad” (Dardot y Laval, “Anatomía del nuevo neoliberalismo”, extraído de https://vientosur.info/anatomia-del-nuevo-neoliberalismo/).

En las formaciones socioestatales centrales del Sistema, el intento de preservar los privilegios del imperialismo (del “bienestar”) se convierte en un sueño nostálgico para la golpeada fuerza de trabajo, con concreciones políticas altamente reaccionarias. Una parte creciente de ella se enrosca sobre sí misma pidiendo al Estado protección contra “los otros” y en adelante mira como rival o incluso enemiga a la clase trabajadora del resto del planeta.

La inmigración se convierte, por doquier, en nódulo básico de la derechización social y de las contiendas electorales, según la creciente “fronterización” de las relaciones sociales globales se retroalimenta con una reestructuración y relocalización de la división internacional del trabajo, con la militarización de las relaciones internacionales y con la destrucción de condiciones laborales y sociales de las poblaciones en general.

Es por eso que tal inducida pulsión de rechazo racista-xenofóbico, ese “clasismo” entre la propia clase trabajadora, se aplica en una escala descendente de precarización, de unas sociedades a otras, en cada vez más partes del planeta.

Las opciones fascistas de nuevo cuño, las que algunos llaman “derechas extremas” (y aquí debemos tener precisión conceptual, pues las derechas nunca podrán ser “radicales” en un sentido marxista, es decir, ir a la raíz de los procesos), no son sino instrumentos políticos que traducen la degeneración del capital, favorecidos también por la mencionada integración al Sistema de las izquierdas neosocialdemócratas, carentes de soluciones reales para la población.

Ante la deserción, cooptación, integración o colaboración de las nuevas izquierdas y de la mayor parte de las tradicionales, el vacío es ocupado por los renovados engendros del Sistema. Así, el (neo)fascismo es de nuevo engordado por el Capital y multiplicado en distintos ámbitos y escenarios sociopolíticos, machacándose mediáticamente con sus mensajes, para

  1. Ir “ablandando” a las sociedades y acostumbrándolas a la renovada supraestructura ideológica que destila el Sistema en degeneración, haciéndolas aceptar la cosmovisión acorde con ella.
  2. Ejercer de amenaza y hacer que la fuerza de trabajo con todavía alguna veleidad izquierdosa o de corte social vea como “aceptables” o preferibles, las políticas antisociales de las versiones blandas del Capital (“derechas moderadas”, socialdemocracia clásica, neosocialdemocracia o “izquierda del Sistema”…), ante el miedo a las fuerzas duras (“dóberman”) que aquél enseña (todavía a menudo encadenadas).
  3. Preparar a la sociedad para una posible instauración fascista de nuevo cuño. Teniendo en cuenta que esta opción definitiva la guarda el Capital en su versión fuerte para cuando la clase trabajadora ha adquirido fuerza y capacidad de enfrentar a su sistema de dominación y explotación (que no es el caso hoy). También recurrirá a ella en una versión puede que menos acabada si precisa de la militarización social para preparar un crecimiento a través de la Guerra. Proceso en el que sí hemos entrado de lleno.

Lo vemos en la última entrega.

(Publicado en Observatorio de la Crisis, el 9 de junio de 2025)

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