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Las fuentes de Milei. Atilio Boron

En un brillante artículo escrito en 1963 Mao Zedong se preguntaba de dónde provenían las ideas correctas. Hoy quisiera parafrasear al líder de la revolución china y preguntarme, al escuchar al presidente electo de la Argentina, Javier Milei, de dónde procede ese enorme cúmulo de ideas incorrectas, por no decir absurdas, que afloran a cada paso en su discurso.

Hay dos autores que son sus principales mentores ideológicos.
Uno es el economista y filósofo estadounidense Murray Rothbard (1926-1995); el otro es el también economista austríaco Friedrich August von Hayek (1899-1992). Ambos son tributarios de la Escuela Austríaca cuyo sello distintivo es la creencia metafísica en las virtudes mágicas de los mercados, concebidos como un kosmos, es decir, como un orden natural espontáneamente producido por la sociabilidad humana y cuyo delicado funcionamiento no debe ser alterado por interferencia alguna. Nadie creó ni mucho menos domina a los mercados, puesto que la competencia perfecta que los caracteriza se encarga de frustrar tal pretensión. En esta visión idílica, insanablemente errónea, los oligopolios no existen.

Por eso para el «libertarianismo anarcocapitalista» de Rothbard el Estado es el gran responsable de los males de este mundo al perturbar, con su intervencionismo, el funcionamiento de los mercados e impedir que estos maximicen la productividad del trabajo humano y distribuyan ganancias y pérdidas con imparcial ecuanimidad. Rothbard llegó tan lejos en su razonamiento como para proponer la abolición del Estado (de ahí su espuria apropiación del término «anarquismo») porque, según su entender, todo lo que este hace «podría ser hecho de forma más eficiente por el sector privado».

Despojado de sus ropajes simbólicos, legales e institucionales que lo convierten en la representación misma de la nación, el Estado se revela a los ojos de este autor como «la organización del robo sistematizada y escrita en grandes letras», siendo el Banco Central –cuya destrucción es una de las obsesiones de Milei– una de las armas predilectas de la casta que tripula la nave estatal. Coherente con esta concepción, Rothbard fue un tenaz opositor a la política de los derechos civiles del presidente Lyndon B. Johnson concebida para mitigar, al menos en parte, la penosa herencia de la esclavitud que hasta el día de hoy agobia a la población afroamericana.

Asimismo culpó al sufragio universal y al activismo de los sindicatos y los movimientos de mujeres por el fatal crecimiento del Estado que con su intromisión perturbó el funcionamiento de los mercados. Huelga subrayar que las ideas de este pensador jamás llegaron a ser seriamente consideradas por el mundo académico y, menos aún, por el electorado estadounidense. Son piezas de museo, llamativas no por su rigurosidad conceptual sino por lo estrafalarias y totalmente alejadas de la realidad. Sorprende penosamente su temporaria resurrección en la política argentina.

Magia de los mercados

Friedrich von Hayek, ocasional consejero del dictador chileno Augusto Pinochet, no llega tan lejos como su colega estadounidense, pero sus conclusiones no por eso son menos desacertadas. Al convertir al Estado en el gran villano que destruye la bienhechora magia de los mercados, Hayek dispara dardos envenenados contra los partidarios de la «justicia social».
El mercado como un orden natural está amenazado de muerte por estructuras supuestamente «artificiales» como el Estado, malévolamente empecinadas en entrometerse en sus leyes de funcionamiento con la ilusoria expectativa de acrecentar la producción, redistribuir la riqueza y fomentar el igualitarismo.

Dado que los mercados no fueron creados por ningún actor económico, social o político sino que brotaron de modo espontáneo con el devenir de las relaciones sociales, el orden social basado en la lógica mercantil es inmune a la malintencionada crítica de los ideólogos que denuncian una supuesta injusticia en la distribución de los frutos de la actividad económica.

Hayek rechaza categóricamente esa acusación sentenciando que es tan absurdo impugnar a un orden social por su injusticia como lo sería lamentarse de la «injusticia» de un terremoto o una inundación. De este modo, el tema de la justicia social queda completamente soslayado y la sociedad capitalista, con su brutal injusticia, queda exenta de culpa y cargo. Nadie es responsable de que haya pobres y ricos. Es la lotería de la vida la que decide si uno nace en un hogar rico o pobre; o si uno nace blanco, negro o mulato.

Para el economista austríaco la justicia social es una problemática insanablemente espuria que le provoca un visceral repudio. Poseído por una furia mesiánica y animado con el fervor de un cruzado fulmina a quienes utilizan la expresión «justicia social», porque tal cosa no es sino un verdadero nonsense, una «insinuación deshonesta», un término «intelectualmente desprestigiado» o «la marca de la demagogia o de un periodismo barato que pensadores responsables deberían abstenerse de utilizar». En línea con estas ocurrencias, días pasados Milei dijo que si «el salario no te alcanza es porque te sobra Estado».

Medidas inviables

Pasando revista a estas insensatas elucubraciones de teóricos como Rothbard y von Hayek, el sociólogo francés Raymond Aron observó –en un curso dictado en la Escuela Francesa de Administración Pública el año 1952– que estas ideas solo podrían ser aplicadas en «un contexto de dictadura política porque las medidas exigidas por un liberalismo de esa naturaleza son inviables al interior de una democracia tradicional, que tiene contrapesos, equilibrio de poderes y multiplicidad de actores políticos y sociales. La existencia de sindicatos y gremios, la influencia de los grupos de interés y, en definitiva, el entramado mismo de la sociedad civil hace muy difícil que un proyecto como este pueda aplicarse al interior de una democracia pluralista1».

Esta es la gran amenaza que se yergue en contra de la democracia argentina, y no está de más recordar la advertencia de Aron. Téngase en cuenta que ninguna de las ideas de Rothbard o von Hayek jamás tuvieron predicamento alguno en la historia de los capitalismos realmente existentes. Se trata de peligrosas extravagancias pseudoteóricas, en realidad ocurrencias sin fundamento alguno, que ni siquiera fueron examinadas –¡no tomadas en cuenta, sino examinadas!– por los gobiernos más conservadores de las últimas décadas, como el de la tan admirada Margaret Thatcher en el Reino Unido o el de Ronald Reagan o Donald Trump en Estados Unidos. Eran conservadores, incluso reaccionarios, pero no creían en brujerías o esoterismos como los que, desgraciadamente, han atrapado la mente de algunos políticos en la Argentina.

(Publicado en Acción, el 24 de noviembre de 2023)


  1. Daniel Mansuy, Liberalismo y política: la crítica de Aron a Hayek, disponible en https://www.academia.edu/29787190/Liberalismo_y_pol%C3%ADtica_la_cr%C3%ADtica_de_Aron_a_Hayek 

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