Letras enemigas de las letras
por Ramón Pedregal Casanova
¿Valores literarios?, ¿qué valores?, nos debemos preguntar cuando leemos o escuchamos hablar de ellos. No hay nada sin su carácter de clase. No hay literatura al margen de las ideas que asisten a las clases, no hay nada fuera o al margen de la lucha de clases. Detengámonos en ello.
… los llamados valores estéticos no son en si el fin de la obra … a través de ellos debían realizarse valores políticos, religiosos, morales. Estos valores que acabo de nombrar no otorgan, por sí mismos, calidad a la obra, pero sin ellos el arte puede ser todo menos arte. Agustín Yañez, autor de Al filo del agua, escritor que publico dicho libro en 1947.
Ahora nos vamos a Europa, otro continente, otras circunstancias, el autor es Mussil, su gran novela Las tribulaciones del estudiante Törless, situada en la primera década del siglo XX, declara: No se trata de mis libros, que pueden ser efímeros, sino de abrir camino a una mayor insatisfacción en los asuntos humanos, de emancipar al relato de su condición de oficio de niñeras. La cuestión principal no es que el arte es algo estético, como si fuera un reino especial, sino que es vivir una forma, una actividad del ser humano, crecer … Lo es alcanzar ese planteamiento …, el arte es algo en lo que tiene sentido una síntesis que se integre, que no comience de nuevo en cada artista, que haga cristalizar a partir de sí mismo una especie de doctrina humana.
En otro momento, denunciando la superficialidad como la enfermedad de su tiempo dice: De nada habría que desconfiar más que de los deseos de acabar de una vez con las complicaciones en la literatura o en la vida.
Dos momentos y dos espacios distantes; dos escritores exponiendo qué es el arte literario. En su tiempo, como hoy mismo, la falsedad que se fabricaba como literatura la tenía enfrente. Hoy se producen muchos más libros basura que se proponen hacer/nos más simples-ignorantes-ajenos a nuestro entorno y a la misma realidad de los lectores. El escritor es un productor, ¿qué produce?, ¿hace que la inteligencia del lector, como capacidad asociativa – interpretativa del mundo en el que vive, abra paso a la fuerza superadora de la norma, o hace que se reduzca y le ciegue mentalmente y sea incapaz para entender la realidad social?
Llegados a este punto vemos que la inteligencia no es propia de todos los lectores, o que las campañas a favor de la lectura se quedan a las puertas de lo que debe ser la lectura. Las campañas no se manifiestan a favor de la lectura inteligente o la lectura inútil mental, las campañas parecen equidistantes, pero no es cierto, la equidistancia es una postura defensiva de la norma de lo programado, de lo establecido. Y la norma, lo proyectado, lo establecido defiende sin equidistancia o con equidistancia el beneficio de los grandes medios, negocios privados, formas de ver el mundo que necesitan ante todo lectores que acepten sus normas de vida y pensamiento, por las que el lector les deja su dinero comprando la marca del escritor que han aceptado bajo contrato, como difusor de fórmulas historiadas de entretenimiento, desempleo del tiempo. El desempleo continuado termina produciendo la pérdida de masa, de conocimiento de la realidad, la pérdida de autoestima, la incapacidad para hacer frente a los problemas básicos y, por tanto, arrastra a la marginación.
El desempleo de la inteligencia en la lectura es el camino más seguro para ser absorbido, masticado, deglutido, y defecado por la defensa de un sistema de producción basado en la acumulación de capital en manos privadas, de ahí que considere a la mayoría, lectoras, lectores, como si tuviese gallinas, vacas, cerdos en granjas. Más ventas de libros, más beneficios de los empresarios. Es consumo, nada más.
Como el sistema de producción genera un sistema de valores, los empresarios saben que sus valores, todas las divisiones sociales y políticas que les mantienen, son congénitas a sus intereses, están representados y preservados en la no crítica, en el inmovilismo, en la conservación de sus sistema porque es su garantía. El desarrollo bajo de la inteligencia junto con la exposición de historias sin proyección en las contradicciones que genera su modo de obtención de beneficios, da un lector incapaz de pensar por sí mismo, al que es fácil inculcarle los valores del colectivo que se lleva el beneficio económico por su compra, y mediante esos valores las condiciones sociales en todas las áreas de la vida son difundidas como la norma, lo normal. Lo normal, lo que esta aceptado como convención no plantea duda, y hace imposible la capacidad resolutiva, porque la crítica y el análisis que proyecta la relación entre lo que leemos y lo que vivimos ha sido anulada con el producto estético: De nada habría que desconfiar más que de los deseos de acabar de una vez con las complicaciones en la literatura o en la vida, declara Mussil, y añade, porque si no es para transformar al lector y hacer consciente, crítico y activo, en ese caso ni es literatura ni es vida.
¿Valores literarios?, ¿qué valores?
Lo que la norma llama literatura en su inmensa mayoría es un gran difusor de entretenimiento, una máquina para desemplear la inteligencia. Habituarse a esa lectura es simplificarse, reducirse, borrarse, y esos libros no son arte. La literatura es superación, es conocimiento, es perspectiva resolutoria de contradicciones.
Y ahora doy un salto a un hecho concreto que partiendo de lo que dan en llamar “el mundo de las letras” nos lleva a la misma concepción y el mismo trato que parte de ignorar lo dicho hasta aquí.
El día 20 de septiembre asistí a la conferencia: “Había una vez Rubén Darío, con la intervención de Marcelo Luján, María Gómez Lara y Carmen Posadas, escritor@s , exploran la posibilidad de que la presencia actual de muchas y destacadas voces latinoamericanas pueda producir o no un efecto semejante, al ocurrido con Rubén Darío, dentro del contexto de la literatura española contemporánea. Salón de Actos del Instituto Cervantes, …”
La conferencia fue floja, muy floja, mostró en todo momento el discurso de unas letras completamente integradas, incapaces de mostrar algo nuevo, l@s ponentes ni en sus palabras ni en sus textos manifestaron una sola frase, una palabra que ofreciese interpretación alguna. En realidad no se habló más que de forma anecdótica del maestro Rubén Darío cuando atribuyeron a Pío Baroja una declaración racista de Unamuno contra el maestro Rubén Darío. Entre las declaraciones que me parecieron vergonzosas destacaron la superficialidad y con ella la concepción literaria inmovilista. Posadas declaró: No tenemos historia a la que remitirnos. ¿Perdió tanto tiempo en su vida como para no mirar a su alrededor?, ¿no se le ha ocurrido nunca leer al Inca Garcilaso, seguir su procedimiento expuesto en el articulo que titulé Leer la guerra? L@s presentes asentían, parecían conformes con sus chascarrillos y sus superficialidades. Y estamos en tiempos en que el decolonialismo tiene un valor fundamental que da vida nueva a los pueblos, ¿no han leído nada l@s del estrado? Llegó a decir el autor allí presente que él refleja lo que está ahí, si hace tal cosa no es necesario que se tome el trabajo de escritor, ¿la realidad se refleja o se metaforiza en el arte?, ¿el arte le da sentido o no a la realidad? Posadas soltó al aire lo siguiente: la única diferencia entre la literatura y el periodismo es que el periodismo tiene que ser exacto en las fechas, los nombres y cosas así que piden exactitud. Tanta concepción del mundo sin relieves es solo de gente asimilada al modelo que nos quiere ignorantes, que nos hace la guerra con las armas y las letras, propia del grupo que denomina dictadura a un modelo social y popular que no quiere que el “estómago glotón” (así llamaron a la literatura latinoamericana) del capital lo someta.
En el acto que tomaba por título a Rubén Darío, todo fue ignorar al maestro y a la realidad revolucionaria de Nicaragua, ignorar los cambios empujados por los siglos de esclavitud, y los peligros a que se ve abocado el mundo. Letras enemigas de las letras.