Negocios y abusos con la milonga del “pueblo elegido”. Pedro López López
En estos tiempos del genocidio más obsceno de la historia, en el sentido de que lo estamos contemplando casi en directo, algo inédito, oímos de vez en cuando el discurso justificativo del derecho a la defensa, reforzado en torno al concepto de “pueblo elegido”. Este pertenece a ese grupo de expresiones y palabras que han justificado históricamente el atropello, saqueo y sometimiento de pueblos, en medio de asesinatos, torturas, humillaciones, violaciones, etc., ocurridos en nombre de la civilización, el progreso o la religión, y aquí tiene un papel fundamental la expresión “pueblo elegido”, dando carta blanca a abominables abusos que llegan hasta el genocidio.
¿Qué significa ser un pueblo o una nación elegidos?, ¿que dios elige a un pueblo sobre los demás y que este se cree con derecho a someterlos, perpetrando abusos y carnicerías horrendos? ¿Cómo puede ser un dios tan cruel, y encima querido por sus partidarios? Los que no creemos que exista ninguna divinidad que nos “pastoree”, rechazamos estos planteamientos, y algunos no llegamos a entender que se adore desde una comunidad religiosa a un monstruo de este tipo que legitima un supremacismo que solo puede generar odio provocando desigualdades insoportables en contra de los derechos humanos. ¿No cuentan los textos supuestamente sagrados que “los últimos serán los primeros”? No, los últimos son los últimos y no hay otro mundo que no sea imaginario donde serán los primeros. Con razón decía Marx que la religión es el opio del pueblo; desde luego, las instituciones religiosas con más frecuencia de la deseable se alían con el poder, ya sea tiránico o democrático, y ayudan eficazmente a la alienación de los pueblos, consiguiendo así estar siempre a flote y sacar beneficios sin medida. Véanse las inmatriculaciones y otras desorbitadas consideraciones a la Iglesia católica en España.
Cada vez que un jefe de estado o de gobierno, o militar o religioso, saca a pasear la milonga del pueblo elegido considerando que Dios está de su lado, con seguridad es para perpetrar algún abuso, ya sea opresión, sometimiento o saqueo de otro pueblo. Tanto los conquistadores de América desde finales del siglo XV como posteriormente los estadounidenses que hostigaron a los indios hasta meterlos en reservas tuvieron prácticas genocidas y siempre se consideraron respaldados por su dios, o al menos manejaron ese mensaje para consumo de los crédulos. La Iglesia no ha hecho ascos a la utilización de Dios de los más diferentes modos. Es relativamente conocido un episodio de la matanza de cátaros en la ciudad francesa de Béziers en el siglo XIII. Se produce un diálogo entre el comandante de las tropas, Simón de Monfort, y el legado pontificio, Arnaud Amalric. El primero, tras tomar la ciudad pregunta al segundo: ”¿qué hacemos con la población”, “pasarlos a cuchillo”, contesta el prelado; “¿a las mujeres y a los niños también?”. El legado afirma: “matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”.
Si el patriotismo es el refugio de los canallas (Samuel Johnson), el lema del pueblo elegido añade un plus genocida derivado en muchos casos de frases literales sacadas de textos bíblicos. Frases que tranquilizan al genocida convenciéndole de que su misión es sagrada, pero no hay que perder de vista que un texto pretendidamente sagrado es ficticio, mítico, una leyenda que deforma las realidades históricas.
Pero parece que el concepto de genocidio en vez de aclararse con el paso del tiempo se va oscureciendo, especialmente cuando hablamos de las prácticas de Israel vistas por “expertos” como el alcalde de Madrid o la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha ordenado a los centros de enseñanza secundaria no recordar el genocidio palestino porque eso es meterse en política, no como cuando le parecía tan bien que los mismos centros apoyaran a los refugiados ucranianos que huían de una guerra, no de un genocidio. En esta gente la doble vara está siempre presente.
Una última consideración merece la obscenidad de este genocidio no solo en términos de visibilidad de sus tropelías, sino también de visibilidad de la codicia de los negocios que se van perfilando, y aquí tiene un lugar destacado el repugnante vídeo hecho con inteligencia artificial que distribuyó Trump, mostrando un proyecto de resort turístico en Gaza directamente encima de la sangre de los palestinos. Hace unos días un hombre de negocios cuya cita no encuentro en este momento animaba a participar en los lucrativos negocios que podrá traer la reconstrucción de Gaza. No es la primera vez que se hacen este tipo de repugnantes propuestas que ignoran los sufrimientos y las muertes humanas, ya en la guerra de Iraq en 2003 el hermano de George Bush jr., Jeb Bush, animaba con gran entusiasmo a participar en la masacre y el saqueo que se hizo en Iraq bajo la mentira de las armas de destrucción masiva. Aseguraba que habría oportunidades increíbles de negocio cuando se terminara de arrasar el país. Hasta el punto de que familiares y allegados de Bush fundaron allí una consultora de negocios. A estas cosas, ahora en Palestina, se refería el economista Juan Torres en un reciente artículo (El negocio del genocidio: no hay límite para el capitalismo si se trata de ganar dinero); en él comenta el último informe de la relatora de Naciones Unidas, Francesca Albanese, sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados (informe A/HRC/59/23), informe que parte de la evidencia de que el colonialismo y el genocidio han sido históricamente promovidos por el sector empresarial para desposeer a los pueblos, y precisamente es lo que está ocurriendo con la estrategia de Israel para terminar de apropiarse los territorios palestinos. Si la lleva a cabo un supuesto “pueblo elegido”, mejor que mejor, parecen pensar esta turba de genocidas supremacistas.
(Publicado en Nueva Tribuna, el 23 de septiembre de 2025)