Recordar el 30 de marzo es poner en permanente visibilidad los derechos del pueblo palestino. Pablo Jofré Leal
Han pasado ya 47 años, desde uno más de los ejemplos de asesinatos, usurpación y expolio al que nos tiene acostumbrados la entidad sionista contra el pueblo palestino. Más de cuatro décadas desde aquel día, en que miles de palestinos, enfrentaron al sionismo en defensa de su tierra marcando un hito histórico.
Una conmemoración que vuelvo a reflotar, tal como lo he sostenido en artículos de SegundoPaso ConoSur , como necesidad de recuerdo permanente de la conducta criminal del nacionalsionismo y también como evidencia de la resistencia del pueblo palestino tras 75 años de ocupación y colonización de palestina y 47 años desde una de las numerosas masacres que el régimen israelí ha cometido contra una sociedad, que a partir del año 1948 comprobó con estupor como se enquistaba en su tierra un colectivo de extranjeros, fundamentalmente europeos que bajo el marco de una serie de mitos comenzaron a tejer una historia de crímenes, racismo, ocupación y colonialismo1.
Un volver a recordar este año 2023, en el marco de una seguidilla de crímenes cometidos por el régimen nacionalsionista, que se ha ensañado contra los habitantes, principalmente de las ciudades de Jenin y Nablus, pero también en Gaza y Al Quds, generando un centenar de asesinatos: hombres, mujeres y niños. Crímenes que no cesan, a pesar de la profunda crisis política y social que vive la entidad infanticida israelí, que ha significado la movilización de parte importante de la población israelí exigiendo cesar la tramitación de la propuesta de reformas judiciales presentadas por la administración del primer ministro Benjamín Netanyahu y su gabinete de extremistas, destinadas a debilitar la instituciones judiciales y al mismo tiempo generar un escudo de protección e impunidad a los delitos cometidos por Netanyahu, acusado de corrupción, soborno y tráfico de influencias.
Cientos de miles de israelíes han salido a la calle exigiendo no afectar la que ellos llaman “la mayor democracia de Asía occidental”, una más de las falacias que la hasbará ha logrado insertar como una especie de verdad inmutable. Una democracia que es lisa y llanamente un espejismo y otro de los mitos que sustenta a esta entidad colonial. Teniendo presente que las demandas sociales de esa masa movilizada no van a la esencia criminal de un régimen que basa su desarrollo en la explotación de una tierra que no les pertenece y que además, a la hora de su reivindicación por parte del pueblo palestino, se le responde con balas y crímenes.
Efectivamente, el día 30 de marzo del año 1976, tras 28 años del surgimiento a la arena internacional de una entidad que el día 14 de mayo del año 1948 pasaría a llamarse «Israel», que comenzó en el momento mismo de su nacimiento una política de exterminio contra Palestina y su pueblo. Un proceso de expolio, usurpación y robo de los recursos naturales de palestina, incluyendo su tierra y recursos acuíferos. La sociedad palestina, agotada de la violación de sus derechos esenciales, convocó a una huelga general. En esta ocasión, como protesta ante la decisión israelí de confiscar dos mil hectáreas de tierras, 21 mil dunums, pertenecientes a palestinos que habitaban en el norte de la Palestina histórica.
Tierras que serían utilizadas, tanto para implantar campamentos militares, como también entregarla a colonos extranjeros de creencia judía, que se establecerían en tierras palestinas. La protesta se zanjó con el asesinato de siete jóvenes palestinos de las aldeas de Arraba, Sakhnin y Deir Hanna: crímenes de lesa humanidad, que además en el ejercicio de una acción ilegal – asentar colonos mediante la confiscación de tierras – contravenían todas las disposiciones internacionales, resoluciones de las Naciones Unidas respecto a la absoluta prohibición de trasladar extranjeros a tierras ocupadas, constituyendo aquello un quebrantamiento del título III, sección tercera del Cuarto Convenio de Ginebra.
Esos jóvenes ofrendaron con su vida aquello que, para los pueblos celosos de su soberanía y dignidad, representa su aliento vital: la relación estrecha que se tiene con la tierra, considerada una madre proveedora, que acoge y ama. Una tierra que con sus olivos, sus cultivos, los animales que pastan en ellos, representan un vínculo indestructible. Cada año, desde ese 1976, los mártires vuelven a ser recordados, vuelven a pasar por nuestros corazones y como expresión de ese “recordis”, ese volver a pasar por el corazón, se planta un olivo como símbolo de esta relación, que hunde sus raíces en la historia milenaria del pueblo palestino con su tierra, hoy saqueada y ofendida por la presencia de extranjeros. Un símbolo que expresa la señal irrenunciable de millones de hombres y mujeres decididos a volver a sus hogares, del que fueron expulsados – en la llamada Nakba, catástrofe en árabe – volver a sus raíces, allí donde por generaciones se han establecido.
Recordar el 30 de marzo es poner en permanente visibilidad los derechos del pueblo palestino, sacrificados en función de intereses geopolíticos,de una Triada sanguinaria como es la del imperialismo estadounidense, el sionismo israelí y el wahabismo saudita. Con Washington avalando los crímenes de la entidad israelí, en función del papel de portaviones terrestre que dicha entidad cumple en la región. Reivindicaciones, derechos usurpados, sueños truncados, léase: el retorno de los refugiados, la autodeterminación, el derecho de libre tránsito por su tierra, el derecho a mantener su cultura y no estar sujeto a un proceso de expolio crónico, que incluso genera que el sionismo robe la música, el vestuario, la comida, la historia misma de Palestina, de tal manera de construir un mito, incluso usando la falsificación de la arqueología, que trata de otorgar a esos extranjeros un sentido de pertenencia.
Una Palestina con dos grandes campos de concentración: la Franja de Gaza y Cisjordania transformadas en guetos gigantescos, con alambradas, cercos, muros, torres de vigilancia, patrullajes militares. Territorios que han derivado en una réplica monumental de aquellos campos de concentración que el nacionalsocialismo instaló en tierras ocupadas en la Segunda Guerra Mundial. Panorama, que bien deben conocer muchos alemanes, polacos, franceses, holandeses, entre otros, de creencia judía, que pasaron por campos de concentración y que paradojalmente ha sido puesto en práctica en este Siglo XXI por aquellos que han hecho de su propio sufrimiento en esa guerra un modelo a seguir ahora contra el pueblo palestino. Singular, por cierto, pero hasta patológico me atrevo a sostener, en este nacionalsionismo con directrices políticas emanadas desde «Tel Aviv», con el aval de Washington, tropas de ocupación y hasta su réplica de las unidades de calavera, tan propias de los campos de exterminio del Tercer Reich. Con sus propias Tropas de Asalto SS –Soldados Sionistas-2.
Rememorar los hitos que marcan nuestra historia es fundamental. Más aún cuando esas fechas conmemorativas traen a nuestra mente y nuestros corazones el sacrificio de miles y miles de hombres y mujeres que han ofrendado su vida por una Palestina autodeterminada. Cada 30 de marzo, desde el año 1976 a la fecha, Palestina recuerda a sus mártires, reivindica su derecho al retorno, a una tierra de la cual fueron expulsados por extranjeros sionistas, venidos principalmente desde Europa. Ello, en un marco político internacional, donde la confrontación este-oeste también se jugaba en Asia Occidental, en el Levante Mediterráneo, en tierras que han sido por siglos cruce de culturas, pero nunca una de las características mesiánicas, criminales, racistas como ha sido el sionismo, que contaba y cuenta con el apoyo de potencias occidentales que encontraron, en la conformación de la entidad israelí en mayo del año 1948, la mejor opción para así consolidar su hegemonía en Asia Occidental, que hasta el día de hoy sigue siendo un campo de batalla cruento.
47 años han pasado desde aquella manifestación reivindicativa palestina, con el asesinato de siete jóvenes, que elevaron su voz de protesta frente al robo israelí. Cuatro décadas de reclamos, resoluciones, intifadas y agresiones sionistas contra los territorios ocupados y bloqueados de Cisjordania y Gaza. Y, sin embargo, no existe ley que respete «Israel», no existe determinación de la ONU, llamados de organizaciones de derechos humanos, voces de condena que limiten el actuar sediento de sangre de la entidad sionista. Un «Israel» que sigue robando tierras palestinas, que sigue masacrando a su población, demoliendo casas, destruyendo cultivos, impidiendo la expresión cultural, ahogando a Palestina día a día con el aval de un mundo que ciego, sordo y mudo, no planta cara a los crímenes.
El Día de la Tierra es una señal, una fecha que debe difundirse pues, no sólo es un recordatorio para los palestinos que viven en su tierra histórica sujeta a leyes discriminatorias, en territorios ocupados cercados por muros y alambras. En campamentos de refugiados, impedidos de volver. El Día de la Tierra es un llamado de alerta, un emplazamiento a nuestra conciencia, de tal forma de no callar, elevar nuestras voces en alto, denunciar, exigir el fin de tanto crimen, de tanto actuar perverso, tanta muerte, robos y saqueos. Exigir que esta ideología criminal y sus seguidores terminen en el basurero de la historia. Hoy, más que nunca es necesario denunciar. Pasar de las palabras a la acción.
Fortalecer la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones – BDS – contra la entidad sionista. Hoy, más que nunca es necesario exigir a los organismos internacionales que cumplan su papel y dejen de lado la hipocresía y complicidad con el terrorismo israelí. El Eje de la Resistencia debe mostrar un camino claro de apoyo a la lucha del pueblo palestino. No es posible seguir aceptando que los muertos provengan desde la sociedad palestina y que «Israel» no sufra las consecuencias de su acción criminal.
El Día de la Tierra nos recuerda, que durante 75 años, Palestina ha tenido que soportar un virus asesino, un patógeno que se ha llevado consigo, decenas de miles de valiosas vidas palestinas. El Virus Sión-48, que resulta ser más mortal que todos aquellos virus surgidos en laboratorios o reservorios naturales. El Día de la Tierra nos recuerda que Palestina sufre una epidemia producto de un virus ponzoñoso, que requiere más que kits de detección o vacunas que minimicen su peligrosidad. Necesita el concurso solidario de gobiernos, sociedades, de hombres y mujeres justos, para destruir definitivamente esta perniciosa toxina sionista, que tanto daño causa a la humanidad.
(Publicado en Segundopaso.es, el 31 de marzo de 2023)