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Venezuela y las agresiones imperialistas. Cristóbal León Campos

Unas semanas atrás, inició una nueva oleada de agresiones del imperialismo estadounidense contra Venezuela utilizando el plan de intentar descalificar al gobierno de la República Bolivariana, encabezado por Nicolás Maduro, al acusarlo de ser líder del llamado “Cártel del Sol”, y de que en el país caribeño tienen lugar acciones de tráfico de cocaína y otros estupefacientes, pero, como se sabe, todas estas acusaciones no son más que el reiterado discurso de Donald Trump con el objetivo de medir fuerzas en la región y calcular cual es la reacción de los gobiernos vecinos en la zona, procurando calcular el apoyo que podría tener en un ataque militar directo contra la nación de Simón Bolívar.

La realidad es que Trump está moviendo sus piezas ante el reacomodo geopolítico y económico que ha dejado muy atrás a los Estados Unidos; las acciones de militarización que efectúa en el Caribe el imperialismo estadounidense vienen acompañadas del contexto regional en donde la relevancia comercial de China y Rusia van borrando del mapa al imperio. Primero, por la organización en torno a los BRICS -aunque Venezuela aún no es socio- que abre nuevos mercados y el establecimiento de acuerdos comerciales sin la participación directa del imperio y la Unión Europea. Segundo, por las recientes reuniones entre países del Medio Oriente, África, Europa no occidental y América Latina, lo que, sin duda, reposiciona a las alianzas contra las agresiones comerciales de Estados Unidos mediante los tan recurridos aranceles de Trump, y entreteje futuros acuerdos políticos con China, Rusia e India a la cabeza. Tercero, el contexto de rechazo de los pueblos del mundo al genocidio que el sionismo israelí comente en Palestina, ha puesto contra la pared Estados Unidos –siendo el imperio el principal socio del genocidio-, pues ya ningún gobierno puede permanecer sin posicionarse públicamente, lo que, poco a poco, traerá un reacomodo de los acuerdos en torno a Israel y la política de muerte que promulga.

La política de guerra que implementa Trump junto a Benjamin Netanyahu se va extendiendo por el Caribe, la destrucción descarada que el presidente estadounidense ha presumido de lanchas pesqueras cerca de Venezuela, acusándolas de transportar drogas sin presentar ninguna prueba ni someter a sus tripulantes –asesinados a mansalva- a juicio alguno como marca el derecho internacional (lo que representa claras ejecuciones extrajudiciales), pone de manifiesto que la decadencia del imperio se agudiza, ya no sólo por la pérdida de poder económico y dominio de las zonas comerciales en América Latina y el Caribe, sino porque esa pérdida trae consigo el debilitamiento de su poder político. La puesta en marcha del plan de guerra global por el imperialismo responde a su caída en medio de un caos autogenerado, pues Trump sabe que mucho de lo que hoy busca reposicionar ya es causa perdida. China ha dejado atrás las máscaras y se muestra abiertamente como la potencia global sin la necesidad de invadir países militarmente, aunque es claro que lo ha hecho mediante acuerdos comerciales que le han permitido dominar los mercados en zonas que fueron, alguna vez, territorio oprimido por el imperio estadounidense. Hoy, Trump y Netanyahu, quieren una guerra global, y para ello incentivan a la OTAN y a la Unión Europea para que se genere un conflicto, primero con Rusia bajo el pretexto de “defender” a Ucrania, y después contra China y toda nación que no se someta al imperialismo y al sionismo.

Las falsas acusaciones utilizadas por Trump contra Venezuela reafirman el cinismo con que el presidente estadounidense se conduce, ya que es justamente Estados Unidos el país con mayor consumo de drogas; en particular, en los últimos años el fentanilo ha dejado imágenes dantescas en las que puede verse en las principales ciudades estadounidenses a miles de personas dominadas por el consumo y en condiciones paupérrimas de vida, en las calles, sin techo ni alimentos, y en medio de una crisis social que en el seno del imperio decadente se va agudizando. Además, no se olvide que los países invadidos y colonizados por Estados Unidos terminan siendo los verdaderos líderes en la producción de drogas, como es el caso de Afganistán, que bajo la bota imperialista por más de diez años dominó la producción de cantidades millonarias de estupefacientes y con ello el mercado global. Y en el Caribe se tiene el ejemplo de Colombia, que años atrás con la injerencia imperialista que controlaba a los gobernantes se convirtió en una industria de la cocaína, consumida principalmente en Estados Unidos. Al igual que sucedió con México, cuya proliferación de los cárteles de la droga aconteció en el periodo de agudización neoliberal, bajo gobiernos prianistas que se sometieron a los mandatos del imperio.

No se olvide que el discurso de “gobiernos a favor del narcotráfico” y la supuesta “salvación” por parte de Estados Unidos se ha repetido por décadas; el Plan Colombia usó esa narrativa e invasiones como la de 1989 a Panamá trajeron consigo esas excusas, mientras se desprecia y persigue a los migrantes que huyen de la violencia y la pobreza provocada por las invasiones y se militariza cada vez más la región. El incremento de las bases militares estadounidenses está estrechamente ligado a los contextos de agudización de la injerencia en América Latina y el Caribe y, desde luego, del surgimiento de procesos de liberación nacional; para comprobarlo, basta mirar la historia que también quieren borrar y reescribir.

Por eso, las agresiones recientes a Venezuela son presentadas como parte de la “estrategia contra el narcotráfico”, pero sirven en verdad a la búsqueda de un conflicto regional para tratar de reposicionar a los Estados Unidos y frenar la influencia de China y Rusia. La militarización, las acciones militares contra humildes barcos pesqueros, el asesinato de sus tripulantes y los ataques verbales en todo foro contra Venezuela, Cuba y otras naciones latinoamericanas, son lo mismo que ya se ha vivido: una guerra cobarde no declarada como tal, pero si efectuada con violencia imperialista. Estamos ante la instrumentación del asesinato a plena luz como política y carta de presentación del imperio estadounidense que vive sus últimos tiempos de hegemonía, pues los pueblos y las naciones libres ya van dando la vuelta a la hoja de la historia.

 

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