24 de enero. Enrique Vega Fernández
Puede que el 24 de enero de 2023 llegue a convertirse en una fecha “histórica”. De esas que aparecen en los libros de historia y simbolizan un cambio significativo. Lo que realmente acontece en este tipo de fechas “históricas” no tiene por qué ser esencialmente llamativo o trascendente, ya que su simbolismo, lo que representa, es ser la consecuencia de una serie de hechos y acontecimientos pasados y, al mismo tiempo, el origen de otros nuevos. Un punto de inflexión fácilmente identificable, por decirlo de otro modo.
Esto es lo que puede ocurrir con este pasado 24 de enero en el que los medios de comunicación nos fueron informando secuencialmente de que Polonia acababa de solicitar oficialmente a Alemania autorización para donar y enviar carros de combate Leopard a Ucrania. A continuación, de que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se acababa de desplazar personalmente a Berlín en un viaje no previsto para informar de la “decisión concertada de la OTAN de enviar carros de combate pesados a Ucrania” y de que “Estados Unidos se mostraba dispuesto a enviar también sus Abrams”. Y, finalmente, de que Alemania había levantado sus reservas al envío a Ucrania de carros de combate Leopard, propios y de los vendidos a otros países. Solo al día siguiente, 25 de enero, el presidente Biden y el canciller Scholz confirman personal, oficial y públicamente sus respectivas decisiones; y España se une.
Una secuencia temporal interesante porque da a entender, por un lado, que el pulso que Alemania y Estados Unidos mantenían sobre el envío de carros de combate de última generación a Ucrania se decantó en última instancia a favor de Alemania. Los Leopards van si los Abrams van. Y Estados Unidos tiene que dar su brazo a torcer porque es el más interesado en que la guerra en Ucrania continúe… por lo menos hasta que a ellos deje de interesarles.
Pero también interesante por la curiosa manera en que queda expuesto cómo funciona la OTAN. La formalidad de comunicar oficialmente a Alemania que Estados Unidos también está dispuesto a enviar sus Abrams no se hace por los canales habituales: conversación telefónica entre los máximos dirigentes de ambos países o a través de sus ministros de exteriores o de defensa, cauces diplomáticos de embajadores o representaciones de ambos países en la OTAN, etcétera. Se hace a través de la máxima autoridad de la OTAN, su secretario general, que viaja expresamente a Berlín para comunicarla. Para comunicarle una decisión que Alemania ya conoce porque también está en la OTAN. Pero es que la versión para las opiniones públicas debe ser que la OTAN ha “decidido” que Estados Unidos ceda Abrams a Ucrania y los países que los tengan, Leopards; no que Estados Unidos, que es quien más estaba presionando para el envío de los Leopards, ha tenido que ceder para conseguirlo y enviar sus Abrams.
Pero, indudablemente, no son estas minucias de la vida diplomática las que podrían hacer “histórica” la fecha del 24 de enero de 2023, sino sus consecuencias sobre el terreno, en el aspecto militar, y sobre el futuro orden mundial, en el aspecto geopolítico.
Parece ser que, a estas alturas, el compromiso es enviar unos cien carros de combate Leopard y unos treinta Abram (Ucrania está solicitando trescientos), es decir, más o menos, un par de batallones de Leopard y un batallón reducido de Abram. ¿Un par de brigadas acorazadas? ¿Suficiente si lo que se quiere es recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva para romper la extensa (unos 700 km. de frente) y sólida posición defensiva rusa a solo 170 km. de la frontera rusa, es decir, fácilmente reforzable y abastecible? ¿O solo suficiente para, en el mejor de los casos, abrir una brecha en ella, de mayor o menor amplitud, pero no para luego poder ampliarla o explotar el éxito?
Habrá que seguir abasteciendo de carros a Ucrania o la medida solo habrá sido un inútil sacrificio de personas y medios.
Ítem más, ¿es posible este tipo de acciones ofensivas sin la correspondiente superioridad aérea local? Detrás del abastecimiento de carros de combate, tendrá que venir el de aviación de combate. Ucrania ya ha solicitado (27 de enero), tan solo tres días tras la confirmación de la entrega de los carros, la entrega de cazas F-16 (estadounidenses, de Lockheed Martin) y dos países europeos, Eslovaquia y Países Bajos, ya han mostrado su conformidad para cedérselos, más las ofertas de Rafale franceses y Gripen suecos. Aunque, de momento, Estados Unidos parece resistirse porque considera “inconveniente” proporcionar armamento con el que se pueda atacar territorio ruso: una cosa es desgastar (política y militarmente) y humillar (por su incapacidad de imponerse a un país de mucha menor entidad territorial, demográfica, económica y militar) a Rusia y otra dejarse arrastrar a esa “destrucción mutua asegurada” que supondría la guerra nuclear generalizada. Sin embargo, a cambio, ya ha prometido misiles tierra-tierra GLSDB de 150 km de alcance. El frente está ahora mismo a 170 km de la frontera rusa.
Pero éste es un argumento que va perdiendo credibilidad, a pesar de su racionalidad, según van pasando el tiempo y unos acontecimientos llevan a otros. Hubo un momento de pánico al inicio de la guerra con la célebre “operación militar especial” rusa, con la que podría haber tomado Kiev y gran parte del sur/sudeste de Ucrania, como era su objetivo, anulando la voluntad y la capacidad ucraniana de seguir luchando. Vinieron a continuación los momentos de euforia, cuando inesperadamente –para quien no estuviera al tanto del apoyo bélico que se estaba prestando a Ucrania desde hacía, como mínimo, meses– la resistencia y la capacidad de recuperación ucranianas devolvieron el frente a ciento setenta kilómetros de la frontera este ucraniana con Rusia. Pero ahí se pararon y se entró en esta tercera etapa de incertidumbre en la que nos encontramos, en la que, más que en ningún otro momento, la victoria reside en quién consigue humillar internacionalmente al otro: si Rusia a la OTAN, recuperando, aunque sea parcialmente, sus viejos y primarios objetivos de una Ucrania neutral, fuera de la OTAN, comprometida a no permitir tropas ni armamentos extranjeros en su territorio y territorialmente mutilada (sin Crimea ni el Donbás, tenga éste la extensión que termine teniendo). O la OTAN a Rusia, vencida por, como decía más arriba, un país de mucha menor entidad territorial, demográfica, económica y militar, gracias a la enérgica y decidida actuación de la alianza noratlántica, que se autoproclama líder en el mundo de la defensa del derecho internacional, de las normas de convivencia internacional y de la inviolabilidad de la soberanía nacional de los Estados.
Esta es la pugna y para ganarla hay que ir inevitablemente echando leña en el fuego cada vez que este amenace con apagarse o amortiguarse. Es el camino que hemos visto recorrer desde el 25 de febrero: cada vez más ayuda, cada vez más implicación. A los carros tendrán que seguir su apoyo aéreo, sus unidades mecanizadas complementarias, drones, sistemas de defensa aérea de largo alcance, el abastecimiento (combustible, munición, piezas de repuesto) y mantenimiento para que todas ellas puedan funcionar, la instrucción y adiestramiento del personal que deba manejarlo y que vaya a dirigir sus unidades y formaciones interarmas (compuestas de diferentes tipos y versiones de cada tipo de arma), etc. ¿Y cuando no sea suficiente? ¿Misiles y cohetes de más largo alcance? Mientras, Rusia hará lo mismo, irá echando cada vez más carne en el asador, y, en última instancia, si se ve compelida a ello, ¿utilizará armas nucleares? ¿Y, entonces, qué?
¿Tiramos la toalla para que no nos salpiquen las explosiones nucleares? ¿O entramos al trapo de la destrucción nuclear generalizada? ¿Lo tienen pensado los dirigentes de nuestros gobiernos?
No podemos seguir con la falacia de que no estamos en guerra. Lo estamos y cada vez más. Porque, cada vez más, nuestras Fuerzas Armadas están siendo utilizadas en suelo ucraniano (y dentro de nada, en los cielos ucranianos, cuando no rusos). Las Fuerzas Armadas de un país (o coalición) no pueden considerarse solamente como las personas que sirven en ellas, también lo son los materiales indispensables para que éstas puedan cumplir sus cometidos, como su propio nombre indica: “Armadas”. De modo que, aun aceptando la difícilmente creíble justificación de que en Ucrania no hay ni un solo soldado otánico (¿no hay asesores e informadores sobre el terreno?), no se puede aceptar que las Fuerzas Armadas de la OTAN no estén combatiendo en Ucrania. ¿Quienes obtienen a través de satélites y medios parecidos la información estratégica, operativa y táctica que se le pasa a Ucrania, no son parte de la guerra? ¿Quien forma y adiestra a los combatientes en el uso y empleo de las armas que se le están proporcionando no son parte de la guerra? ¿No nos estamos convirtiendo en una segunda retaguardia, tan inserta en la guerra como el propio suelo ucraniano no ocupado?
Una pendiente cuesta abajo sin final programado de la que ya nos vienen advirtiendo, desde hace cierto tiempo, un buen número de generales retirados (los en activo ni pueden ni deben) de los principales países de la OTAN. Valgan, a modo de ejemplo, el general Harald Kujat, exinspector general de la Bundeswehr (JEMAD de las Fuerzas Armadas alemanas) y expresidente del Comité Militar de la OTAN o el general Lloyd Austin, secretario de Defensa estadounidense, que participó en 2003 en la invasión de Irak al mando de una división de Abrams M1.
Unas advertencias que, al parecer, no nos llegan. Por la triple neblina a través de la cual nos llega la información: la propia niebla de la guerra, de la que nos advertía Clausewitz, la político-mediática y la de los bulos de las redes sociales.
Cada vez más, solo nos va quedando la solución de la Ostpolitik, volver a considerar a Rusia como el país europeo que la historia nos muestra que es y no seguir empeñándonos en verla como la heredera de la URSS, que amenazaba, no nuestra seguridad nacional, o al menos no sólo, sino primordialmente nuestro sistema político-ideológico. Va llegando la hora de conversar y negociar, no solo entre Ucrania y Rusia, sino fundamentalmente entre la OTAN y Rusia o entre la Unión Europea y Rusia.
En cualquier caso, descenso paulatino al caos u Ostpolitk, el 24 de enero de 2023 podría llegar a convertirse en esa fecha mítica “histórica”, en la que todo cambió para mal o para bien.
(Publicado en InfoLibre, el 8 de febrero de 2023)