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La guerra nuclear. Declaración del FAI

 

La guerra nuclear

Declaración del FAI

 

1. Incendiar ciudades desde el aire

En el camino hacia los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, junto a los avances científicos y técnicos que permitieron llevar a término la producción de las primeras bombas nucleares (Proyecto Manhattan), convergieron tanto el desarrollo de la fuerza aérea y su amplia utilización en misiones de ataque como la justificación militar de bombardear ciudades y población civil. Las bombas incendiarias arrojadas sobre la ciudad alemana de Hamburgo en julio de 1943, dentro de la llamada Operación Gomorra, produjeron una tormenta ígnea que multiplicó el número de víctimas civiles en tan sólo pocas horas, unas 44.000; cifra equiparable, aunque superior, al número de víctimas ocasionadas durante los ocho meses de bombardeos del Blitz alemán en el Reino Unido. La tormenta ígnea sobre Hamburgo tuvo su continuación en Dresde el 13 de febrero de 1945. En primer lugar, la aviación británica realizó un ataque nocturno arrojando bombas de magnesio sobre la ciudad. Y, en los dos días siguientes, bombarderos estadounidenses continuaron los ataques con explosivos y bombas incendiarias. La controversia de que es objeto este bombardeo conjunto del Reino Unido y de Estados Unidos, dejando aparte las diferentes estimaciones del número de víctimas que ocasionó, se debe al hecho de que la guerra en Europa estaba próxima a su fin y de que se trataba, por tanto, de un ataque innecesario. En las fechas del bombardeo sobre Dresde, Hap Arnold, jefe del Estado Mayor de la USAAF (fundador años después de la RAND Corporation) y su segundo, Lauris Norstad, evaluaron realizar un bombardeo estratégico sobre Japón mediante el uso de la tormenta ígnea. Unas semanas después, en la noche del 9 al 10 de marzo de 1945, 330 bombarderos B-29 lanzaron 1.700 bombas incendiarias de napalm M69 sobre Tokio, desatando un incendio de tal magnitud que en su epicentro se llegaron a alcanzar los 980°C. Este ataque aéreo puede haber sido el más destructivo de la historia, superior incluso al habido en Dresde o a los nucleares de Hiroshima y Nagasaki tomados por separado. El número de víctimas mortales es todavía impreciso, cifrándose entre 80.000 y más de 100.000. En cuanto al número de personas que quedaron sin hogar, la estimación es de aproximadamente un millón. Tan sólo unos meses después de la ‘Noche de la Nieve Negra’, como se la conoce en Japón, tuvieron lugar los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. Con ellos, las tácticas de exterminio de la población mediante ataques incendiarios cambiaron radicalmente: un bombardero y una bomba eran suficientes para sembrar el infierno. El efecto inmediato que tuvieron dichos ataques para poner fin a la guerra en el Pacífico sirvió para otorgarles una justificación política a pesar de que Japón ya era un país derrotado desde mayo de 1945.

2. Objetivo la URSS

Según Daniel Ellsberg, en su libro ‘The Doomsday Machine’, el general Leslie Groves, ferviente anticomunista a cargo de todos los aspectos del Proyecto Manhattan, confesó al físico polaco Joseph Rotblat, en una fecha tan temprana como 1944, que “a su modo de ver, el proyecto había estado destinado desde el principio a confrontar a los soviéticos”. El 30 de agosto de 1945, tan sólo dos semanas después de la rendición de Japón, el Estado Mayor de la USAF envió al general Groves una lista de ciudades soviéticas señaladas como objetivos de futuros ataques nucleares, indicando el número de bombas necesarias para destruirlas. El proyecto Manhattan había permitido a EE.UU. ser el primero en disponer y hacer uso de la bomba atómica, pero era sólo el principio. La lista entregada al general Groves demostraba la necesidad de iniciar una nueva fase de producción de armamento nuclear. En cuanto a la proclamación oficial de la URSS como adversario de EE.UU., tuvo lugar con el discurso que el presidente Truman pronunció ante el Congreso el 12 de marzo de 1947 (Doctrina Truman), considerado el momento de arranque de la Guerra Fría. Mientras EE.UU. iba ampliando el arsenal de armas nucleares en función de sucesivos planes de ataque a ciudades soviéticas, la URSS, en su proceso de reconstrucción tras las grandes pérdidas humanas y materiales sufridas durante la guerra, había retomado investigaciones y experimentos anteriores sobre energía nuclear y, en poco tiempo, pudo obtener el plutonio necesario para crear una bomba atómica. En septiembre de 1949, la inteligencia de EE.UU. obtuvo evidencias de que los soviéticos habían realizado una prueba nuclear con una bomba de implosión de plutonio tipo Nagasaki. La consiguiente respuesta del Mando Aéreo Estratégico fue señalar como objetivos prioritarios de sus planes de ataque los emplazamientos soviéticos susceptibles de suministrar y lanzar bombas atómicas, lo que tuvo un efecto multiplicador en la producción y el almacenaje de armamento nuclear. Para hacerse una idea de ello, a principios de 1953, cuando el presidente Truman dejó su cargo, la previsión era alcanzar unas 1.000 unidades; ocho años después, al final de los dos mandatos del presidente Eisenhower, la administración Kennedy recibió en herencia un arsenal de 18.000. Esta progresión en número fue acompañada del cambio tecnológico que supuso pasar de la fabricación de bombas de fisión (energía liberada mediante la separación de los átomos), como las de Hiroshima y Nagasaki, a las de fusión (energía liberada mediante la fusión de los átomos), o más exactamente de fisión/fusión/fisión, también llamadas bombas de hidrógeno, bombas-H o termonucleares, mucho más destructivas que las primeras. En comparación, unas mil veces más potentes que la bomba arrojada sobre Hiroshima. Este tipo de bombas de segunda generación eran las que, en 1961, al principio del mandato de Kennedy, integraban en su mayor parte el arsenal de armas nucleares de EE.UU.

3. Incendiar el mundo

En noviembre de 1952, EE.UU. realizó con éxito la primera detonación de prueba de un dispositivo termonuclear y en 1954 comenzó la producción en masa de este tipo de bombas, más baratas y superiores en rendimiento, que fueron sustituyendo progresivamente a las bombas atómicas de la década de los 40. Esta planificación armamentística significaba la disposición para causar hasta miles de millones de muertes, tanto por la explosión en sí como por la lluvia radioactiva derivada de ella. El poder de destrucción de la llamada “superbomba”, poseído también por la URSS a partir de la primera detonación de prueba realizada en 1953, quedó sujeto desde entonces a los vaivenes y tensiones de la Guerra Fría y, más peligrosamente aún, a los juegos del propio azar, como se demostró en el transcurso de la crisis de los misiles en Cuba. El submarino soviético B-59 fue protagonista de esto último. Era uno de los cuatro submarinos diésel de la clase Foxtrot —en lenguaje OTAN—, y formaba parte del contingente naval destinado a defender Cuba con misiles nucleares. En la tarde del día 27 de octubre de 1962, el destructor estadounidense USS Beale detectó al B-59 y comenzó a lanzar cargas de profundidad de prueba para obligarlo a emerger y rendirse, al tiempo que era rodeado desde la superficie por otros barcos y varios helicópteros antisubmarinos. Las tripulaciones participantes en esta operación desconocían por completo que el submarino Foxtrot iba armado con un torpedo T-5 cuya ojiva de 10 a 15 kilotones era capaz de causar una explosión similar a la de Hiroshima. Mientras tanto, el B-59 se resistía a emerger y trataba de escapar. Su capitán, que había perdido contacto por radio para recibir órdenes de Moscú, ignorando el tipo de ataque del que estaba siendo objeto, ordenó al oficial a cargo del torpedo que lo pusiera en disposición de ataque. Para lanzarlo no bastaba con su decisión, necesitaba obtener, como así fue, el consentimiento del responsable político bajo su mando. En cualquiera de los otros tres submarinos esto hubiera sido suficiente, pero no así en el B-59. En él viajaba Vasily Arkhipov, segundo capitán a bordo en su condición de jefe de personal de brigada, que también fue consultado. Arkhipov consideró que les faltaba la autorización de Moscú y se opuso a ello. Finalmente, el B-59 terminó emergiendo. En una cadena de suposiciones: si Arkhipov se hubiera encontrado en cualquiera de los otros tres submarinos —en el B-4, por ejemplo, que nunca llegó a ser detectado por los estadounidenses—, el T-5 se hubiera lanzado, EE.UU. hubiera podido reaccionar con un ataque nuclear en represalia contra Moscú —pese a que Kennedy y Khrushchov estaban desescalando el conflicto para ponerle un final—, y aquel hubiera podido ser el último atardecer en la Tierra.

4. El nuevo rostro de la guerra

La posesión del arma nuclear fue determinante para que EE.UU. afirmase su hegemonía desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, en el caso de la URSS, para cimentar su seguridad e independencia frente a EE.UU. Las dos potencias nucleares de la Guerra Fría tenían la capacidad de destruirse mutuamente y, para asegurarla, debían seguir multiplicando y perfeccionando su arsenal de armas mortíferas. Era y es la estrategia de la disuasión: producir armas y tenerlas siempre listas para que el adversario desista de realizar un ataque. Por una parte, esta estrategia ha tenido como efecto la proliferación nuclear. Además de EE.UU. y de la actual Federación Rusa, otros siete países poseen actualmente armamento nuclear: Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Por otra parte, se han creado armas tan peligrosas como los misiles balísticos intercontinentales. La avanzada tecnología que ha hecho posible sus altas velocidades y su largo alcance les concede un efecto disuasorio como posibles portadores de ojivas nucleares, pero también un indudable riesgo al recortarse los tiempos de ataque, ya que se restringen los márgenes de la parte contraria para identificar la amenaza y reaccionar ante ella, sin descartar que llegue a ser fruto de una falsa alarma. En resumen, la disuasión ha favorecido la carrera nuclear con los peligros que ello conlleva para la supervivencia humana en la Tierra. No obstante, es preciso reconocer que un clima belicista como el que existe actualmente obliga a los países en zonas de conflicto a recurrir a la disuasión para defenderse. Valgan los ejemplos de la Federación Rusa, de la República Popular China, de la República Popular Democrática de Corea o de la República Islámica de Irán ante las provocaciones que vienen sufriendo por parte de EE.UU. y sus aliados. De manera que la disuasión es una relación que cumple su función entre adversarios y la equilibra en el caso de la destrucción mutua asegurada. En este sentido, aunque parezca una paradoja, la convergencia entre EE.UU. y la URSS en la vía hacia el control de armas durante el periodo de la Guerra Fría bien podría considerarse una consecuencia de la disuasión ejercida por ambas potencias nucleares. El Tratado sobre Misiles Antibalísticos, vigente desde 1972 hasta 2002, y el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, vigente desde 1988 hasta 2019, formaron parte de este proceso hasta que los desplantes de EE.UU., en tanto que supuesto vencedor de la Guerra Fría, fueron acabando con ellos. También es posible plantearse que, sin el antecedente de la crisis de los misiles en Cuba, sin lo que fue el roce de la realidad con el abismo de la destrucción mutua asegurada, azar incluido, los acuerdos mencionados no hubieran llegado a existir. Esa experiencia inédita y aterradora debió marcar un antes y un después en el transcurso de la Guerra Fría, aunque su huella parezca inadvertida en el Occidente actual. Por ello, merecen ser recordadas las siguientes palabras del presidente Kennedy, extraídas del discurso que pronunció en la American University en junio de 1963, escasos meses antes de su asesinato en Dallas: «Hablo de paz por el nuevo rostro de la guerra. La guerra total no tiene sentido en una época en la que las grandes potencias pueden mantener fuerzas nucleares grandes y relativamente invulnerables, y negarse a rendirse sin recurrir a esas fuerzas. No tiene sentido en una época en la que una sola arma nuclear contiene casi diez veces la fuerza explosiva lanzada por todas las fuerzas aéreas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. No tiene sentido en una época en la que los venenos mortales producidos por un conflicto nuclear serían transportados por el viento, el agua, el suelo y las semillas a los rincones más lejanos del planeta y a las generaciones aún no nacidas».

5. La amenaza nuclear, hoy

Hasta aquí, la situación de contexto para entender cómo la pulsión criminal y genocida ha estado detrás de todos los desarrollos de las armas nucleares de EEUU y la OTAN: lo único que les refrena hoy para su ataque final es la evidente capacidad de Rusia para responder con medidas similares, en una Destrucción Mutua Asegurada.

En estas circunstancias, resulta patente la absoluta irresponsabilidad de los dirigentes en EEUU y en la OTAN, que persisten en sus provocaciones a la Federación Rusa con acciones temerarias contra sus instalaciones nucleares estratégicas: en particular, el ataque con drones a los radares de alerta temprana de Armavir y Orsk, en mayo de 2024 y el ataque con drones a los bombarderos estratégicos rusos (Operación Spiderweb), ocurrido el 1 de junio pasado.

Y si este tipo de provocaciones siguen produciéndose es porque, al interior de la propia administración norteamericana, todavía hay muchos que, en su delirio, consideran que tentar así a Rusia no tendría graves consecuencias, bien porque creen que Rusia no se atrevería a responder con armas nucleares o porque creen que, de producirse, EEUU podría ganarla con unos costes asumibles.

Mientras tanto, un nuevo elemento ha aparecido en escena, que rompe el equilibrio previo de las fuerzas nucleares como elemento de disuasión, en favor de la Federación Rusa: el misil hipersónico Oreshnik, contra el cuál, occidente no ha desarrollado la capacidad para interceptarlo.

Este misil tiene un alcance que le permite llegar a los principales centros de comando de EEUU y la OTAN; y con su sola fuerza cinética, tal vez con explosivos convencionales, es capaz de penetrar en los más profundos búnkeres defensivos, como ha demostrado en alguna ocasión en Ucrania, provocando gran número de bajas, incluyendo asesores militares de la OTAN.

De manera que Rusia dispone hoy de un paso adicional para evitar la guerra nuclear en la escalada provocada por occidente. El ataque a los centros de comando de la OTAN desde los que se hubiera dirigido la provocación estaría a tiro de una respuesta letal, sin traspasar el umbral de la guerra nuclear.

Ello, pese a los delirios de algunos, puede suponer un respiro de tranquilidad, aunque, por desgracia, nadie nos libra de la posibilidad de una guerra nuclear iniciada accidentalmente, como puede suponerse en un ámbito tecnológico en el que tantos procesos están programados para ejecutarse automáticamente para reducir al máximo los tiempos de reacción.

Frente Antiimperialista Internacionalista

9 de agosto de 2025, a los 80 años del ataque nuclear contra Nagasaki.

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