9 de agosto, un día para recordar
El 6 de agosto de todos los años se conmemora, y los medios suelen dar buena cuenta de ello, el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, es decir, sobre población civil; o sea, un caso transparente de descomunal crimen de guerra (unos 130-140.000 muertos). De la tripulación participante hay dos casos paradigmáticos: los de los pilotos Claude Eatherly y Paul Tibbets. Eatherly no pudo soportar el peso de su conciencia por haber participado, aunque parece que no con toda la información previa que le permitiera ser plenamente consciente; murió en un hospital psiquiátrico en 1978. Se negó a asistir a homenajes que quisieron rendirle en su país y llegó a tener buen trato y ser reconocido como una víctima más de la guerra por supervivientes de Hiroshima. Estados Unidos le mantuvo en un hospital psiquiátrico, había que tratarle como un trastornado, no como el pacifista y testigo incómodo de la masacre en el que se convirtió. El caso de Tibbets es el contrario. Él si disponía de la información en el momento del bombardeo, así que tenía más responsabilidad moral. Sin embargo, vivió casi treinta años más que Eatherly (murió en 2007) sin un ápice de arrepentimiento, un arrepentimiento que no dejó vivir al primero. Tibbets representaba a la perfección la operación que tan bien se le da a Estados Unidos: transformar una pura y dura masacre en un acto épico/patriótico.
Solo habían pasado tres días de este acto de barbarie cuando en Nagasaki fue lanzada una segunda bomba, aún más innecesaria y criminal que la primera. Por alguna razón los medios no conmemoran el 9 de agosto; el que la masacre tuviera menos de la mitad de víctimas, unas 50.000 no parece ser razón suficiente para su relegamiento. Sin embargo, esta fecha fue rescatada en un manifiesto redactado por el sociólogo Atilio A. Boron, el escritor Alejo A. Brignole, la investigadora Telma Luzzani y la periodista y escritora Stella Calloni. Tal llamamiento fue redactado en julio de 2017 y el presidente boliviano Evo Morales se encargó de anunciar una campaña en favor de dicho manifiesto en agosto de 2018. No les suena, ¿verdad? Esto sí que es lógico: el aparato mediático dominante no va a dar a conocer así como así una iniciativa de esta naturaleza, ya que el manifiesto y la campaña declaran el 9 de agosto Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad.
Evidentemente, recoger en un artículo de prensa todos los crímenes de guerra contra la humanidad cometidos por un estado que se arroga el papel de cherif en el planeta, aunque en realidad su papel es de gangster, es imposible, ya que la materia da para varios tomos. Las preparaciones de golpes de estado, los asesinatos de líderes políticos, los actos terroristas, las masacres y otros actos criminales cometidos directamente o de forma encubierta se cuentan por centenares o por miles. Ningún otro país del mundo se prepara tanto para la guerra y boicotea tanto la paz como Estados Unidos. No en vano tiene un millar de bases militares repartidas en más de cien países. Ni en vano obstruye todo lo que puede el funcionamiento del derecho internacional de los derechos humanos y el derecho penal internacional. Ni en vano desacredita recalcitrantemente las iniciativas por un mundo menos desigual y más justo, así como a sus promotores, a los que a la mínima los llama terroristas. ¿Es exagerado calificar a Estados Unidos como el país más peligroso del planeta? No lo parece, si unimos a todo esto su poderío militar, su peso geopolítico, su capacidad de soborno, chantaje, intimidación y extorsión que lo han convertido en un auténtico estado gangster y «señor de la guerra». Este gangsterismo fue magistralmente retratado en «Confesiones de un gangster económico», de John Perkins (conviene echar un vistazo a alguna entrevista suya traducida y colgada en youtube), un arrepentido que contó sin pelos en la lengua los encargos que hacía y el modus operandi de los gobiernos para los que extorsionaba a dirigentes de diversos países.
Naturalmente, no hay que caer en el simplismo de condenar con todo ello a la sociedad estadounidense en su conjunto. En ella hay potentes voces críticas que denuncian lo mismo que comentamos. Nombres como Noam Chomsky, James Petras, Angela Davis, Michael Moore, Amy Goodman, Nancy Fraser, Oliver Stone, Naomi Wolf y un largo etcétera son voces más que incómodas para los gobiernos y el establishment. En la entrega de premios del gremio de escritores de 2017, ya con Trump en la presidencia, el cineasta Oliver Stone recordaba: «en las trece guerras que hemos comenzado durante los últimos treinta años y los catorce mil millones de dólares que hemos gastado y los cientos de miles de vidas que han perecido en esta tierra, recuerden que no ha sido un líder, sino un sistema, ambos republicano y demócrata. Llámalo como quieras: el complejo de la industria militar, seguridad, dinero, medios, […] todos sabemos que hemos intervenido en más de 100 países con invasiones, cambios de régimen y caos económico. O guerra escondida, golpes blandos, como quieran llamarlo, es guerra de algún tipo».
La guerra es inherente al capitalismo, y Estados Unidos es el buque insignia del capitalismo. Por tanto, Estados Unidos se opone a cualquier intento serio de pacificar el planeta. En diciembre de 2016 la Asamblea General de Naciones Unidas votó una resolución para el reconocimiento del derecho a la paz (resolución 71/189), resolución bastante descafeinada con respecto al proyecto inicial, mucho más ambicioso. Pues bien, aun así, hubo dos países que votaron en contra: Estados Unidos y España, en ese momento gobernada por el Partido Popular, que difícilmente rechista a una indicación del jefe de la manada. Evidentemente, para Estados Unidos la paz, los derechos sociales y la justicia no son derechos humanos. En su modelo social, Estados Unidos reconoce solo los derechos que te puedas pagar.
En 2007 la escritora y consultora política Naomi Wolf escribió Cómo se destruye una democracia: carta de advertencia a un joven patriota sobre el fin de América, libro en el que describe los diez pasos necesarios para que un gobierno destruya la democracia y convierta su país en fascista. Diez pasos que George W. Bush ya había completado tras el 11-S. Por razones de espacio en un artículo de prensa, no me extenderé en esto, pero puede verse en youtube una entrevista de Amy Goodman («Democracy Now!») a Naomi Wolf sobre este texto. Cabe apuntar aquí que lemas como «América primero» no suenan de lo más democrático para la comunidad internacional, sino que tienen un inequívoco tufo patriótico-fascistoide. Lemas que vemos aplicados constantemente, de manera obscena últimamente con la compra anticipada por parte de Estados Unidos de medicamentos y/o vacunas para el coronavirus: ya se entiende que la administración Trump considera que la vida de los estadounidenses está muy por encima a la del resto de los habitantes del planeta, considerando la Declaración Universal de Derechos Humanos y cualquier texto que aprecie la igualdad entre los seres humanos papel mojado.
En un reciente artículo, el profesor colombiano Renán Vega desvelaba un mapa pergeñado por un miembro estadounidense de la empresa austríaca Red Bull, mapa que fue presentado en una reunión interna de la empresa a través de un power point y que ponía al descubierto la visión imperialista y colonialista de su autor. Así, en la zona de América Central aparece la expresión «estos lavan nuestra ropa»; en la de China «estos hacen nuestras cosas»; en la de Europa, «culos», y así con el resto, no faltando la fijación de «comunistas» en la zona rusa. El profesor Vega recuerda en su artículo un precedente de diciembre de 1991 en el que el estadounidense Lawrence Summers, entonces economista jefe del Banco Mundial preguntaba retóricamente en un memorándum interno de esta institución, después del comentario «Sólo entre nosotros», «¿No debería el Banco Mundial incentivar la migración de industrias sucias a los países subdesarrollados?», y a continuación daba tres razones para hacerlo. Cuando el documento se escapó del control y fue conocido, Summers dijo que en absoluto expresaba lo que pensaba como funcionario del Banco Mundial, que se trataba de una simple ironía.
La visión de Estados Unidos como estado y los métodos gangsteriles, y por tanto criminales, que ha utilizado durante los siglos XIX, XX y lo que llevamos del XXI, le han llevado a cometer tantas tropelías, masacres, asesinatos, extorsiones, que gran parte de la población del planeta lo considera un auténtico enemigo de la Humanidad. Por eso la campaña por declarar el 9 de agosto, fecha de uno de los más odiosos crímenes, como Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad, tiene todo el sentido y por mi parte todo el apoyo.
(Aparecido en Público, el 9 de agosto de 2020)