Bolivia, en el corazón de América
El presidente de Bolivia Evo Morales ganó las elecciones del pasado 20 de octubre de 2019 no contra un “opositor” local sino contra Washington, que desarrolló una brutal campaña desatando violencia antes, durante y después de los comicios y también mediática, intentando judicializarla a nivel mundial con falsas acusaciones.
El representante de Estados Unidos ante la OEA, Carlos Trujillo, junto a los de Colombia, Brasil y Argentina sugieren la realización de una segunda vuelta como camino “para solucionar la crisis” que existe en el país, lo que en realidad es un intento de golpe de Estado de Washington en Bolivia como denunció el presidente Morales.
“El pueblo boliviano tiene el derecho de escoger a sus líderes en elecciones transparentes, por lo cual nos preocupan las anomalías reportadas”, sostiene Trujillo, mientras que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, advierte, con la soberbia que lo caracteriza, que los resultados que emita el Tribunal Supremo Electoral (TSE), “no podrían ser considerados finales hasta que no se concluya el análisis que realizarán los especialista de la OEA”.
Esto evidencia el golpismo que Estados Unidos intenta aplicar con el no reconocimiento de estas elecciones, como lo ha hecho en Venezuela, pero será difícil arrastrar a muchos países del mundo en este intento.
Ya el pasado miércoles 23 de octubre el subsecretario interino de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Michael Kozak demandó a Bolivia respetar el voto de la ciudadanía so pena de serias consecuencias.
Esto lo dijo ante la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes insistiendo en que “ellos (el gobierno de Bolivia) deberían hacer eso, y si no lo hacen, nosotros les hemos dejado claro que va a haber serias consecuencias en sus relaciones con la región».
El Tribunal Supremo Electoral (TSE) había difundido en esos momentos los resultados preliminares en la noche del día 20 con más del 80 por ciento de las actas donde podría anticiparse una segunda vuelta con su opositor el ex presidente Carlos Mesa, quien reemplazó a Gonzalo Sánchez de Lozada, que huyó el 18 de octubre de 2003 a Estados Unidos ante la rebelión popular contra los intentos de privatizar el gas y otras medidas de duro corte neoliberal. También Mesa fue rechazado en 2005 por sus ambigüedades y sus posiciones cercanas a las de su antecesor.
Ahora sostiene que hay fraude, y con otros sectores derechistas y bajo amparo de Estados Unidos conformó la Coordinadora Democrática -algo ya conocido en nuestra región- y amenaza con mantenerse en las calles hasta forzar una segunda vuelta, como era el proyecto inicial en su alianza con el imperio.
Washington sabía perfectamente bien el pasado 23 de octubre que faltaban escrutar una cantidad de mesas electorales de las zonas de más difícil acceso en montañas y la selva amazónica y lugares en el país y en el exterior donde es más fuerte la presencia de Evo Morales.
El gobierno había advertido y también el Tribunal Supremo Electoral, que como en todas las elecciones bolivianas, los resultados finales no se dan hasta que lleguen las mesas de aquellos sitios desde donde sólo se pueden transportar urnas en mulas o por los ríos amazónicos.
Los bolivianos tuvieron la oportunidad de tener una elección limpia, estaban en el proceso avanzando e inexplicablemente dejaron de contar los votos y después anunciaron resultados inconsistentes, dijo en el Congreso Kozak, cuando Morales había declarado que estaba casi seguro de ganar en primera vuelta.
Ese mismo día, la Misión de Observación Electoral (MOE) de la OEA en Bolivia consideró como mejor opción la realización de un balotaje para dirimir la reñida elección entre Morales y el candidato opositor. Es decir, sin terminar el recuento, ya lo estaban proponiendo.
Vale recordar que en 2006 en México, Felipe Calderón, del derechista Partido de Acción Nacional, llegó al gobierno sólo con 060 por ciento de diferencia sobre Manuel López Obrador, sin que la OEA hiciera ningún reclamo ante la demanda del actual presidente de ese país.
En el caso de Bolivia, una cantidad de organizaciones costarricenses denunciaron en un comunicado que la OEA “en su política desestabilizadora que impulsa como parte de una estrategia de la derecha neoconservadora en la región, envió a las elecciones presidenciales en Bolivia a cargo de la misión observadora de esa entidad al señor Manuel Gonzáles, ex canciller de Costa Rica”.
Señalan que González fue uno de los creadores del Grupo de Lima y su labor como canciller fue la de “atacar en forma permanente a los gobiernos progresistas de la región” y por lo tanto advirtieron que no les ha sorprendido que la OEA haya enviado a este personaje cuya tarea ante la posibilidad de un triunfo electoral de Morales era plantar dudas sobre la transparencia del proceso, que fue lo que hizo y por lo tanto lo hacen responsable como “títere que es de los más oscuros intereses de la región de lo que pueda suceder en Bolivia”.
Por su parte, el ministro de la Presidencia de Bolivia, Juan Ramón Quintana, denunció “que está en curso un proyecto de fractura institucional en la Policía y en las FFAA” y descartó el éxito de cualquier “aventura” de la extrema derecha para “romper con la disciplina y cultura democrática de las FFAA, instituciones hoy día democráticas y que son un lastre para los intereses extranjeros acostumbrados a someterlas”
Millones de dólares fueron repartidos por distintas agencias estadounidenses a lo largo y ancho de Bolivia para impedir el triunfo de Evo en el país que mayor crecimiento real -y no a costa de su pueblo- ha tenido bajo el gobierno de Evo, después de haber sido mantenido en el siglo pasado bajo el estricto control de Estados Unidos.
El presidente Morales asumió en 2006 su primer gobierno acompañado por el mundo entero al tratarse del primer presidente indígena de Bolivia, en un país donde más del 60 por ciento de la población pertenece a pueblos originarios.
A partir de entonces produjo la mayor transformación de su país en toda la historia y una de sus acciones más importantes fue elaborar la nueva Constitución con normas de justicia y valores verdaderos, convirtiendo a Bolivia en una República plurinacional entendiendo que en ella caben todos los habitantes de ese territorio riquísimo en recursos y cuyo pueblo mayoritariamente vivía en la miseria y el olvido. Y asumió una política exterior soberana e independiente.
Bolivia creció económicamente con un desarrollo propio como le reconocen todos los organismos internacionales, con un programa de gobierno que se muestra como la gran alternativa a los decrépitos intentos del Fondo Monetario Internacional (FMI) por someter a naciones en su agenda destructiva para asegurar una “recolonización ordenada” de toda la región.
Olvidan que los pueblos de Nuestra América derrotaron al neoliberalismo rampante en las calles y carreteras de todos nuestros países desde los años 90, y en el caso de Bolivia, la vanguardia fueron los movimientos indígenas, y resultó una derrota aplastante para el gobierno derechista y pro-estadounidense de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Esas luchas parieron a los presidentes que a fines de 2011, habían logrado conformar la Comunidad de Naciones Latinoamericanas y Caribeñas, CELAC; el proyecto de integración más importante de nuestra historia y el más real, ya que por primera vez un conjunto de naciones plantearon el problema clave que es la dependencia. Fue -y es aún- un proyecto emancipatorio, con un criterio plural para contener a todos los países y sus espacios políticos. Los temas de soberanía se discutían en mesas políticas, diplomáticas, culturales, pero esencialmente populares.
Varios gobiernos surgidos de esos rescoldos lograron sacar a millones de personas de la pobreza absoluta, en un camino sembrado de obstáculos por los diseños estratégicos del poder hegemónico de la potencia que en estos tiempos intenta recolonizar a Nuestra América, para apoderarse de los grandes recursos que nuestros territorios atesoran.
A la tradicional ambición de ese poder imperial se une ahora la desesperada carrera de un imperio en caída que ha desnudado sus políticas y sus estrategias, porque dejó de ser la única potencia en el mundo y esto lo obliga al equilibrio, cuando creían que la Doctrina Monroe (1823) y el Destino Manifiesto (el fundamentalismo primitivo de sus dirigentes) les concedía la posibilidad de ser dueños absolutos del mundo e imponer una gobernanza global.
Olvidan también que nuestros pueblos renacieron bajo gobiernos que desafiaron la dependencia colonial o neocolonial, recuperando los derechos perdidos para poblaciones sedientas de justicia, de libertad, de soberanía, de paz. Intentar liberarse al fin en este siglo XXI es el “gran pecado” por el que tratan de someternos nuevamente mediante fracasados golpes blandos, porque terminan recurriendo a todo tipo de violencias.
Morales, el primer indígena que gobierna un país mayoritariamente conformado por pueblos originarios, ha dejado en evidencia lo que puede hacer la voluntad de un hombre y un pueblo que tiene por detrás más de siete siglos de lucha y resistencia. Resurgiendo de los que algunos creían cenizas de las culturas resguardadas en el olvido, la exclusión y la invisibilidad a los que estaban condenados, Evo y los suyos demostraron que jamás los habían dominado en su identidad con la madre tierra. El movimiento indígena se transformó en la vanguardia de las luchas en Bolivia en esos tiempos.
Pueblos originarios, que son mayoría en Bolivia, habían sido despojados de sus derechos, del derecho a la vida; y bajo un verdadero apartheid, no sólo no perdieron sus culturas ancestrales, sino que con ellas resucitaron -mostrando lo que es evidente en Morales- la sabiduría, la paciencia, la construcción solidaria, el rescate de otras formas de buen vivir, donde el hombre deje de ser lobo del hombre.
El pueblo no debe olvidar que todo lo que se ha recuperado hoy soberanamente coloca a Bolivia en el mundo, no como el país más pobre después de Haití, sino como una naciente potencia, el corazón energético de nuestra patria grande. El corazón del mayor rescate cultural de los últimos tiempos. Ahora necesitan la solidaridad del mundo, en momentos en que se está dando una verdadera insurrección de pueblos como en Puerto Rico, Haití, Honduras, Guatemala, el olvidado Paraguay, Ecuador, Chile, y en las movilizaciones permanentes y masivas en Argentina, que llevaron a la unidad contra el gobierno de Mauricio Macri, que como el de Ecuador con Lenin Moreno, pueden ser calificados como golpes de Estado post electorales, al servicio de Estados Unidos.
Violentaron la voluntad popular y mintieron con promesas falsas, como parte de un acuerdo con Washington para destruir los Estados, las economías, las organizaciones sociales y preparar el camino para la apropiación colonial del imperio, que intenta asfixiar y rendir a Cuba, Venezuela y Nicaragua, lo que nunca lograrán. El colonialismo en el siglo XXI es un zarpazo perdido pero violentísimo de un imperio en decadencia.