Desconfinando el miedo
“Yo soy el error de la sociedad
Soy el plan perfecto que ha salido mal.
Vengo del basurero que este sistema dejó al costado
Las leyes del mercado me convirtieron en funcional
Soy un montón de mierda brotando de las alcantarillas
Soy una pesadilla de la que no vas a despertar”
La violencia (Agarrate Catalina)1
Últimamente no paramos de comprobar que, como decía Atahualpa Yupanqui, “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.
El pasado viernes, Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid (CAM), anunció confinamientos selectivos – con criterio de clase – que llegaron como cuadratura del círculo tras meses de gestión infame. La Puerta del Sol se inundó, por fin, de rabia y gritos esperanzadores: “No es confinamiento, es lucha de clases”. La dignidad del sur comienza a organizarse y destila conciencia de clase.
Pocos días antes tuvimos que contener las náuseas ante unas declaraciones en las que afirmaba que los contagios de la COVID 19 suben en los barrios donde viven inmigrantes debido a “su forma de vivir”.
Ahora bien, no olvidamos que estos episodios bochornosos del gobierno autonómico están encuadrados en una política de Estado: en un contexto de plena vigencia de La Ley Mordaza (se pospone sine die la promesa de su derogación), el Ministro del Interior del gobierno de coalición, Grande-Marlaska, ha ofrecido ayuda ingente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para garantizar el cumplimiento de las nuevas medidas. Ahora entendemos por qué la Oferta de Empleo Público 2020 se ha limitado, por ahora, a las casi 5000 nuevas plazas para Policía Nacional y Guardia Civil2. A modo de guinda, el gobierno de Ayuso ha decidido reducir a la mitad (3 euros) el precio del comedor escolar para las hijas e hijos de Policías Nacionales y Guardias Civiles3. El mensaje, para quien quiera escucharlo, es nítido.
Pensamos que es importante ampliar la mirada y comprender que esta “nueva normalidad” viene impregnada de tambores de guerra contra quienes no tenemos más que nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Las condiciones de vida en las que se obliga a malvivir a la clase trabajadora – esas que nos venden como causas del confinamiento segregado – son la piedra de toque del gran reinicio del capitalismo post covid-19 que se anuncia desde el Foro Económico Mundial.
En el artículo El gran reinicio huele a Brumario se esbozan las características de este “reset” del capitalismo donde la velocidad, amplitud y profundidad con la que el desarrollo tecnológico permea la sociedad afectan directamente al mundo del trabajo. La vertiginosa puesta en escena de los avances en digitalización, robótica e Inteligencia Artificial pueden hacernos olvidar que tras esas bambalinas persiste una sociedad dividida, principalmente, en clases. Esta división no la olvidan nunca poderosos como Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo y muy alejado del marxismo, que hace unos años afirmaba que “hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”4.
Como Warren Buffet, tanto el coronavirus como los gobiernos que lo gestionan por supuesto que entienden de clases.
La tendencia economicista y reduccionista define a una clase por la posesión o no de medios de producción, o sea por sus intereses, dejando a un lado la subjetividad de la clase en cuestión. Sin embargo, la clase se define también por su modo de vivir y por su cultura.”5. La dimensión de género, sexualidad, etnia, nación, identidad, etc., afectan de forma significativa al desarrollo histórico de las clases. La forma de vivir y la cultura están condicionadas por el modo de producción dominante, en este caso el capitalismo.
En esta crisis económica y sanitaria, hemos visto que el virus se mueve en tren, avión y barco, va de país en país, pero viaja mucho más rápidamente por los diferentes “sures” en metro y autobús.
La pregunta que salta a la vista es si esa forma de vida a la que hacía alusión Ayuso es propia de la inmigración o es común a una clase, la clase trabajadora.
Ni Messi vive en Nou Barris ni Benzema vive en Puente de Vallecas. Aunque los dos sean inmigrantes, tienen una forma de vivir seguramente parecida o mejor que la de Ayuso.
Con el correr de los meses han ido apareciendo informes que por fin muestran que el virus afecta más a los “barrios con rentas más bajas”6. En ellos convivimos a menudo personas de diferente nacionalidad, color y orientación sexual, pero todas con una realidad económica parecida7. Es fácil intuir que los rasgos de la “nueva normalidad”, del “Gran Reinicio”, afectarán en mayor medida a los sectores más precarios, incluso hasta el punto de estigmatizarlos y segregarlos, como estamos viendo en Madrid.
Ningún ser humano decide vivir en condiciones precarias, nadie elige por gusto los peores empleos, estar en paro, ni hacinarse en un piso de 25 metros cuadrados o en barrios en los que apenas hay árboles. Estas condiciones de vida abarcan a un sector de la población mucho más amplio que la parte que se ve forzada al desarraigo y a las colas interminables para conseguir un permiso de trabajo. Esa forma de vivir es la marcada por el capitalismo para toda nuestra clase, no sólo para la parte que se ve obligada a migrar. Lograr explicar esto con nitidez es esencial a la hora de mantener y reforzar una solidaridad de clase marcadamente internacionalista que necesitamos si cabe más que nunca.
En este contexto, el nuevo Pacto Social con el que en Davos se trata de edulcorar este “reset” del capitalismo esconde no sólo un incremento en los niveles de explotación sino también un cambio profundo en la forma de explotación. Descifrar este relato, leer al enemigo, es una tarea impostergable que no se suele abordar desde la izquierda.
Apuntábamos al principio que la economía digital altera la relación capital–trabajo asalariado, modificando la morfología de este último. Las ventajas son claras para los empresarios: a través de la tecnología, la “economía bajo demanda” – así la llaman – logra la máxima eficiencia y productividad. En ella la relación laboral se basa en una serie de transacciones puntuales entre trabajadora y empresario de tal forma que casi desaparecen las posibilidades de convertirlas en una relación duradera. El empleo de larga duración adopta una nueva morfología, más precarizado, flexible y temporal: son lo que eufemísticamente se denomina como “trabajadores independientes que realizan tareas específicas”.
Nos hemos acostumbrado en esta última década a subir y bajar archivos de la nube. El modelo Uber se expande como paradigma y se normaliza que la empresa de taxis más grande del mundo no posea ni un solo vehículo. La nueva forma de contratar fuerza de trabajo se asemeja a una nube humana a la cual los empresarios recurren en busca de personas clasificadas como “independientes” que puedan realizar los trabajos necesarios para cada situación y momento. Este mecanismo, que se conoce como “falso autónomo”, exime a las empresas de pagar salarios mínimos, impuestos como empleadores y prestaciones sociales. El esquema, para el capital, es perfecto: se puede buscar todo tipo de profesión, darle una tarea específica por un tiempo limitado (horas, días, semanas) y esquivar muchos de los problemas derivados de la regulación laboral. Para sobrevivir como “independientes” tendremos que adaptarnos, estar disponibles y geolocadizadas las 24 horas y aprender infinidad de destrezas en una continua variedad de contextos. Se exacerba así la competencia entre iguales. Entre pobres. Entre habitantes de los barrios del sur.
La propuesta de reinicio del capitalismo también se presenta a sí misma como rabiosamente igualitaria, una especie de piedra de toque contra el patriarcado. Esta vez, nos dicen, las mujeres sí participaremos en pie de igualdad en este nuevo “Pacto Social”. En esta revolución no serán necesarias ni Olympe de Gouges ni Mary Wollstonecraft8. ¿Será verdad? ¿qué mujeres decidirán y se beneficiarán de esta realidad 2.0? ¿estaremos todas? No, porque nada bueno se puede esperar de un plan de salvación capitalista avalado por mujeres como Ana Botín9. De hecho, se abre la posibilidad de una nueva estratificación dentro de la clase trabajadora. Un nuevo ajuste de tuercas. Por un lado, un sector altamente cualificado, minoritario y ocupado mayoritariamente por hombres (lo científico-tecnológico), y otro sector muy amplio, mayoritario y en buena medida feminizado, que estará cada vez más precarizado. La automatización no sólo afecta a sectores tradicionalmente masculinizados y el alcance creciente de la inteligencia artificial y la digitalización de tareas que pertenecen al sector servicios es cada vez mayor. Los cajeros automáticos de los bancos, las cajas de los supermercados, teleoperadoras e incluso funciones administrativas que mayoritariamente son ocupadas por mujeres están siendo automatizadas. Una vez más vemos como ciertos avances logrados, ya de por sí limitados, pueden retroceder en el momento en que no sean funcionales para el sistema. De seguir esta tendencia las mujeres nos veríamos aún más confinadas en aquellas funciones donde las máquinas, por ahora, no llegan: tareas que requieren de empatía, compasión, cuidados y reproducción. Un paso más en la perpetuación de estereotipos de género y en la división sexual del trabajo.
En el mundo que nos ofrece Davos y que replican gobiernos de todo color, además de este reajuste en la relación entre capital variable y el capital constante, se presenta la “forma de vivir” hacinada y precaria, como un capricho, una costumbre. Afortunadamente las clases sociales no son algo estático sino sujetos colectivos. El proletariado se configura como sujeto para enfrentarse hostil y violentamente a su contrario –la burguesía- para (auto)emanciparse. La clase se conforma en el movimiento real, en la confrontación, en la práctica.
Es el momento de desconfinar la lucha de clases, tomar la iniciativa, tener claro cuál es nuestro lado de la trinchera, acumular fuerzas, buscar la unidad desde la base, recuperar las calles y organizarnos como clase para disputarle a los Warren Buffet el Poder.
Urge sacudirse el miedo acumulado durante estos meses.
No tiene sentido sobrevivir a costa de no vivir.
(Artículo de Elisa Nieto y Andrés Fernández, publicado originalmente en «Espinete amb caragolins«, el 21 de septiembre de 2020)
Oferta de Empleo Público 2020: https://administracion.gob.es/pag_Home/empleoBecas/Ofertas-empleo-publico/empleo/Ofertas-de-empleo-publico/OfertasEmpleoPublico2020.html#.X2daxTozY2w ↩
https://www.bocm.es/boletin/CM_Orden_BOCM/2020/09/14/BOCM-20200914-15.PDF ↩
https://www.elmundo.es/blogs/elmundo/billonarios/2014/06/10/palabra-de-warren-buffett.html ↩
“En la medida que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase”. El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Obras Escogidas de Marx y Engels, Camares editorial, Pág. 171 ↩
https://www.lavanguardia.com/vida/20200810/482761691733/estudio-covid-renta-barcelona.html ↩
https://www.huffingtonpost.es/entry/por-que-los-distritos-del-sur-son-los-mas-afectados-en-madrid_es_5f3fda92c5b6305f3256d58d ↩
Olympe de Gouges escribió en 1791 la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” y Mary Wollstonecraft en 1792 la “Vindicación de los derechos de la mujer” ↩
En su prólogo al libro “La cuarta Revolución Industrial”, de Klaus Schwab, Ana Patricia Botín afirma que “Las revoluciones, cuando lo nuevo reemplaza a la viejo, generan sensaciones de incertidumbre ante el cambio. Estoy convencida de que la tecnología no destruye empleo, pero las capacidades que se requieren cambian y eso puede generar inquietud. Por eso es indispensable que a ayudemos a los trabajadores a desarrollar las destrezas que exigen los trabajos de la nueva era industrial” (Barcelona, España: Editorial Debate, 2016) ↩