El Gran Reinicio: el capitalismo en busca de su continuidad
“Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado. Es irrelevante si este juicio es objetivamente justo. La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado sólo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer”. (Henry Kissinger)1
Kissinger escribe este párrafo en un artículo que se publica en el mes de abril, y parece que lo hace guiado por la urgencia que requería la situación que se vivía en ese momento. Pero no es hombre que se deje llevar por la inmediatez. De ahí que llame la atención su petición de no mirar al pasado y de dejarse de valoraciones de si se actúa con mayor o menor justicia. Es una llamada al pragmatismo para el que anticipa el escudo de la impunidad. Es cierto que el coronavirus lo ha acelerado todo, el panorama según el último informe del Deutsche Bank es que hemos cerrado la era de la segunda globalización y vamos hacia una nueva era, la del caos. Pero si borramos el pasado y consideramos lo objetivamente justo como irrelevante decimos adiós a la comprensión de cómo hemos llegado a esto y renunciamos a pedir responsabilidades de una crisis que ya estaba antes de que llegara el coronavirus.
Precisamente porque ya hemos pasado según los datos oficiales del millón de muertos causados por el coronavirus a nivel planetario; porque se perderán a lo largo de este año más de 1.000 millones de jornadas de trabajo a tiempo completo; porque la pobreza extrema ya ha engullido a otros 85 millones de personas más; porque como nos recordaba Oxfam hace un par de meses, las ocho mayores empresas de alimentación y bebidas han pagado a sus accionistas dividendos en el primer semestre de este año por valor equivalente a 10 veces la cantidad de fondos de ayuda alimentaria y agrícola solicitados por Naciones Unidas para hacer frente al COVID192. Por todo esto y por mucho más no se puede olvidar el pasado ni pasar por encima de lo que es justo, sacarlos de la mochila es construir un futuro reproductor de dinámicas de sufrimiento humano, es consolidar el caos. Por cierto, que hable de caos el Deutsche Bank tiene lo suyo cuando en su cartera de valores tiene billones de euros en derivados financieros cuya solvencia se silencia porque se trata de Alemania.
Retomando el artículo del longevo analista, en él continúa pidiendo esfuerzos para en el futuro lograr tres cosas: apuntalar la capacidad de enfrentar enfermedades infecciosas globales, sanar las heridas de la economía global, y salvaguardar los principios del Orden Mundial liberal. Pero no dice cómo hacerlo.
Quién sí se había puesto manos a la obra es el Foro Económico Mundial de Davos que hace ya casi un año que había fijado su tema de debate para el 2021: el Gran Reinicio. En el enfoque que el fundador del Foro, Klaus Schwab, le da al tema se recoge bastante bien la reflexión que publicó hace meses bajo el título “¿Qué tipo de capitalismo queremos?”3 La perspectiva que dibuja se puede resumir diciendo que constata el agotamiento de lo que denomina “capitalismo de accionistas”; se distancia de lo que llama “capitalismo de Estado”, aunque reconoce que puede haber sido útil en algunos países emergentes; y apuesta de forma inequívoca por el “capitalismo de las partes interesadas”, del que diremos algo más adelante, pero cuyo núcleo se basa en la necesidad de establecer un nuevo contrato social en el que las nuevas administradoras de la voluntad social han de ser las grandes empresas.
Olvido, irrelevancia de lo justo y reinicio, el sueño de cualquier poder para perdurar.
Rebobinemos
Lo de reiniciar nos puede sonar a algo novedoso en el ámbito económico y social, e incluso alguien lo puede confundir con algo revolucionario, pero lo cierto es que no tiene por qué ser así y si se analiza un poco es un término cargado de ambigüedad. Si volvemos la vista atrás casi 3 milenios, nos encontramos al pueblo judío celebrando cada 50 años un año jubilar que comportaba la remisión de las deudas, la recuperación de las propiedades perdidas, la restitución de las tierras a sus antiguos propietarios y la liberación de los esclavos, entre otras cosas. Era un reinicio asociado a un sentido religioso en el que se recordaba básicamente que nadie es dueño de nadie; que nadie es dueño de nada, tan sólo es un administrador; y que es necesario un tiempo de perdón para construir la paz.
Pero hoy el término reinicio se asocia más a la informática. Solemos reiniciar el ordenador cuando el programa ha dejado de funcionar y decimos que se nos ha quedado “colgado” el ordenador, pero también hay que reiniciarlo cuando instalamos una nueva aplicación o actualizamos una existente.
Si aplicamos el símil informático a categorías sociales diríamos, a grandes rasgos, que hay más de 2/3 de la humanidad, que por sus precarias condiciones de vida o por convicciones ideológicas, seguramente llevan décadas esperando o trabajando para que llegue un reinicio, pero no para que vuelva a funcionar la misma aplicación que se había quedado colgada sino para que arranque una nueva que la sustituya y que permita tener unas condiciones de vida dignas, en las que el término fraternidad de la revolución francesa no sea un simple decorado de cartón. En este grupo podríamos englobar buena parte del Sur global, de los migrantes forzosos, o a muchos de quienes trabajan en la economía informal para sobrevivir y que antes del coronavirus ya eran un 61% de la fuerza de trabajo mundial. Junto a ellos, y a menudo entre ellos, también encontramos a militantes de distintas causas e ideologías desde líderes comunitarios a militantes del antiimperialismo global.
Luego hay un conjunto de clase media conservadora, cortoplacista, desubicada ideológicamente y sin visión universal que, aunque ve que el panorama se pone gris, sigue apostando porque alguien le dará al botón de reinicio y volverá a arrancar el mismo programa que les permite mantener su status. Es un grupo social mayoritariamente ubicado en los países desarrollados, que habitualmente hace de tapón para el avance de la historia. Su mirada es principalmente hacia arriba, para ver si llegan a ascender socialmente; y cuando miran hacia abajo, lo hacen para tomar toda la distancia posible de esa realidad.
Por último, están los dueños de la aplicación, pero no como Uber que con su aplicación llegó a ser la mayor empresa del mundo en transporte privado de pasajeros con conductor sin tener en propiedad ninguna flota de vehículos ni ningún conductor en nómina. Los dueños de la aplicación sí que tienen posesiones concretas y trabajadores en nómina. Nos referimos al famoso 1%, que en cifras de poder real hay que decir que es un porcentaje bastante inferior, y que sabe que toda aplicación para perdurar debe evolucionar y, que por eso precisamente, han de suministrar periódicamente actualizaciones de la misma. Si no adquieres la actualización te recuerdan que puedes perder el soporte técnico y que tu aplicación puede ser atacada por nuevas amenazas y virus de todo tipo.
En nuestro caso hay que decir que el Gran Reinicio al que nos vamos a referir en estas líneas es el propuesto por esa élite que se declara dueña de la aplicación, no por empobrecidos ni por revolucionarios. Una propuesta que tiene su antecedente inmediato en 2019 en Estados Unidos.
¿En qué contexto cercano llega la propuesta del Gran Reinicio?
Si nos centramos tan solo en los antecedentes inmediatos de 2019 nos encontramos con algunos aspectos que conviene tener en cuenta:
- Una nueva crisis económica ya estaba presente, aunque todavía no había coronavirus. El FMI recordaba que el crecimiento económico decaía en el 90% de los países, y hasta la mismísima Alemania entraba en recesión en septiembre de 2019.
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Una guerra comercial entre los gigantes chino y estadounidense que llevaba a advertir a la presidenta del FMI de que podía hacernos perder toda una generación.
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Se aceleraba el cambio de la hegemonía mundial que dejaba de ser unipolar para reconfigurarse en un modo multipolar o, al menos, tripolar con Estados Unidos, China y Rusia como protagonistas destacados.
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El proceso de desigualdad creciente se ocultaba, y se sigue ocultando, a base de promediar parámetros estadísticos, pero era perceptible en la calle, y se expresaba claramente en la incapacidad de buena parte de la población de muchos países para superar el impacto de la anterior crisis financiera. Una desigualdad que cifras icónicas expresaban de forma cruda: en 2019 los 100 directivos ejecutivos mejor pagados en Estados Unidos ganaban 254 veces el salario medio de sus empleados.
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La debilidad económica de Estados Unidos era cada vez más palpable si se atiende a parámetros diferentes de ese falso escaparate en que se ha convertido Wall Street. Su deuda corporativa crecía a un ritmo vertiginoso hasta alcanzar los 10 billones de $ a finales del 2019, casi la mitad del PIB estadounidense. Y como puede verse en la gráfica cuando esa deuda se desboca la crisis llama a la puerta. Son fáciles de identificar las crisis de deuda de finales de los 80, la crisis de las punto com allá por el año 2000, o la crisis financiera del 2008.
Esta deuda se veía agravada por el hecho de que las grandes corporaciones habían recurrido a la práctica, anteriormente prohibida, de endeudarse para comprar sus propias acciones falseando así su valor bursátil, al tiempo que debilitaban la inversión en la propia empresa para su fortalecimiento. Eso sí, permitía que las remuneraciones en acciones de sus grandes ejecutivos no decayeran, aunque los resultados empresariales fueran poco alentadores.
- El dólar como moneda hegemónica estaba también en cuestión y países como China y Rusia establecían sus intercambios comerciales fuera del dólar, además de desatar una escalada de compra internacional de oro con el que respaldar sus monedas.
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La Reserva Federal Estadounidense junto a los grandes bancos centrales como el europeo, el de Inglaterra o el de Japón ya preparaban su intervención dispuestos a emitir moneda hasta donde hiciera falta, y eso incluía la compra masiva de bonos de empresas en apuros por encima de su valor de mercado.
¿Quién debía liderar ese Gran Reinicio?
En 2019 esta pregunta por el liderazgo formal que podían utilizar las élites del capitalismo global para salir de la que se venía encima no era baladí. No podían tirar de la figura del Estado porque la versión del capitalismo neoliberal que habían implantado durante décadas ya se había encargado de debilitarlo estructuralmente y de colocarle el yugo de la deuda pública. Quieren un estado pequeño que haga de soporte último para subsistir pero que sea eficaz manteniendo el orden, de lo demás se encarga el libre mercado. La figura de la economía financiera con el dólar al frente, tampoco podía ser presentada como un puntal de la recuperación, estaba demasiado cerca el desprestigio sufrido en la crisis del 2008. Le tocaba el turno al capitalismo corporativo, no por sus méritos sino porque la palanca de cambio en la que quieren dar continuidad al capitalismo ante la decadencia evidente de su versión actual estriba en los avances tecnológicos.
Hoy mucha gente desconfía de todo salvo de la ciencia y resulta que estamos en pleno estallido de la llamada “Cuarta revolución industrial” con la nanotecnología, la robótica transhumanista, la inteligencia artificial, el 5G, la computación cuántica, la revolución biogenética, el internet de las cosas… Aun así había que limpiar el expediente de una praxis corporativa sometida a una dura crítica social por sus prácticas habituales: salarios precarios, sueldos irreverentes de los altos ejecutivos, evasión tributaria en paraísos fiscales, ayudas de la Reserva Federal que no llegaban a la ciudadanía… La metodología para ello es la de otras veces: cambio de discurso, difusión del mismo y un intenso trabajo en los talleres de chapa y pintura de la conciencia.
El primer paso adelante lo dieron, en Estados Unidos, la Bussines Roundtable, BR (Mesa redonda de negocios), el principal lobby empresarial del país, formado por los directores ejecutivos de 181 de sus principales corporaciones, cuando en agosto de 2019 hicieron una declaración sobre cuál debía ser el nuevo Propósito de una corporación empresarial.
Llamó la atención el hecho de que pusieran distancia, al menos parcialmente, con la visión de Milton Friedman al que habían seguido durante más de cuatro décadas a la hora de establecer su línea de gestión empresarial. Friedman sostenía que la misión de una empresa debía ser la de generar beneficios y maximizar la rentabilidad de la inversión de los accionistas. Es lo que algunos han llamado el “capitalismo de accionistas”. Así, la visión que han tenido durante estas décadas identificaba la contribución al progreso de la sociedad con la generación de beneficios para sus accionistas.
Siguiendo con este primer paso, el de la necesidad de renovar el discurso, se nos presenta un nuevo capitalismo corporativo, reformado, cargado de “buenos propósitos” en los que ya no cuentan sólo los accionistas, ahora también van a pensar en lo que denominan partes interesadas, esto es: los clientes, los empleados, los proveedores, y la comunidad. Y además van a pensar a largo plazo. Leamos del puño y letra de la propia BR4 hacia dónde apunta lo que se ha denominado el “capitalismo de partes interesadas”:
Nos comprometemos a:
- Entregar valor a nuestros clientes. Promoveremos la tradición de las empresas estadounidenses que lideran el camino en el cumplimiento o la superación de las expectativas de los clientes.
- Invertir en nuestros empleados. Esto comienza con compensarlos de manera justa y proporcionar beneficios importantes. También incluye apoyarlos a través de la formación y la educación que ayudan a desarrollar nuevas habilidades para un mundo que cambia rápidamente. Fomentamos la diversidad y la inclusión, la dignidad y el respeto.
- Tratar de manera justa y ética con nuestros proveedores. Estamos dedicados a servir como buenos socios a las otras empresas, grandes y pequeñas, que nos ayudan a cumplir nuestras misiones.
- Apoyar a las comunidades en las que trabajamos. Respetamos a las personas de nuestras comunidades y protegemos el medio ambiente adoptando prácticas sostenibles en todas nuestras empresas.
- Generar valor a largo plazo para los accionistas, que aportan el capital que permite a las empresas invertir, crecer e innovar. Estamos comprometidos con la transparencia y el compromiso efectivo con los accionistas.
Cada una de nuestras partes interesadas es esencial. Nos comprometemos a entregar valor a todos ellos, para el éxito futuro de nuestras empresas, nuestras comunidades y nuestro país.
No debemos pensar que los ejecutivos que forman parte de la BR son sólo de empresas ligadas a la economía productiva y que por eso dan este giro, hartos del desmán financiero, ambas realidades van de la mano. En la BR están los principales bancos estadounidenses, agencias de calificación, bolsas, fondos de inversión, aseguradoras, las cuatro grandes de la consultoría y auditoría, corporaciones de medios de pago; y sí, también están las principales tecnológicas, petroleras, líneas aéreas, industria del automóvil, hasta el principal fabricante de armas mundial y, como no, el ocio, Coca Cola y Pepsi que no falten.
En su carta de presentación dicen que lideran empresas con más de 8 millones de empleados, tienen beneficios empresariales de más de 7 billones de $ anuales (unas cinco veces el PIB de nuestro país); hacen aportaciones caritativas por más de 8.000 millones de $ anuales; reparten más de 296 millones de $ en dividendos a sus accionistas; y generan 488.000 millones de $ de ingresos para pequeñas y medianas empresas, entre otros méritos.
El Foro Económico Mundial de Davos es el altavoz que va a dar cobertura mediática y va a armar argumentalmente este movimiento de la élite corporativa ligándolo con el capitalismo verde, declarando inaceptable la corrupción, o reforzando la necesidad de redefinir el papel social de las empresas. El secretario general de la ONU, la presidenta del FMI o el príncipe Carlos de Inglaterra ya han puesto rostro conocido a todo esto.
Pero lo realmente importante es que la angustia de la coronacrisis llevará a mucha gente a identificarse vitalmente con ese deseo de reiniciar este mundo, de buscar una nueva normalidad. Y de la mano de ese deseo se comprará cualquier discurso, también el de las grandes corporaciones montadas a lomos de la cuarta revolución industrial, ¿qué otros discursos alternativos encuentran encima de la mesa con visos de mejorar esto a corto plazo? Que nos saquen adelante de forma más justa, igualitaria y sostenible no está en la naturaleza del capitalismo, ni en la de las grandes corporaciones, pero tampoco hay estructurado un movimiento obrero versión 2.0 que presione. Esto nos pilla sin haber hecho los deberes y fragmentados a pesar de que la crisis de 2008 fue una tremenda llamada de atención.
Algunas consideraciones
Llegados a este punto habrá quien piense que lo de la BR y Davos es para alegrarse porque por fin corrigen el rumbo, pero hay que completar un poco más el panorama.
1.- Las grandes corporaciones han presentado una fuerte resistencia a cualquier tipo de control o regulación que les pudiera exigir responsabilidades en temas relacionados con los derechos humanos, la justicia social o la sostenibilidad que hay detrás de sus prácticas.
Esta postura queda muy clara en las negociaciones que se están llevando a cabo para la firma del Tratado vinculante de la ONU sobre empresas transnacionales y derechos humanos. En ella derivan cualquier responsabilidad en el ámbito de los derechos humanos hacia los Estados en los que se ubican estas corporaciones. El entramado institucional en que se apoyan para mantener este criterio es denso (OMC, FMI, BM o Alianzas público – privadas), y algunos se refieran a él como la “arquitectura de la impunidad”.
2.- Las grandes corporaciones, hasta ahora, en lo que se refiere a avances éticos no han ido más allá de lo que se ha dado en llamar la Responsabilidad Social Corporativa o Empresarial. Una responsabilidad que descansa en cuatro pilares:
- La voluntariedad. La corporación es libre o no para fijarse un código ético.
- La autorregulación. Las exigencias de ese código vienen definidas por la propia corporación y no por ninguna institución externa.
- La autoevaluación. El grado de cumplimiento o incumplimiento de ese código ético lo determina y evalúa exclusivamente la propia corporación.
- La no exigibilidad. Un incumplimiento del código ético por parte de la corporación no conlleva una sanción externa.
3.- Las grandes corporaciones cuando han querido expandirse en otros países han buscado condiciones de protección a su inversión hasta conseguir que se establezcan Tribunales Internacionales de Arbitraje donde se ponen a la misma altura que cualquier Estado, pudiendo llegar a denunciar a estos si adoptan cualquier medida política que pueda afectar a su cuenta de resultados, aunque sea para proteger derechos básicos de sus ciudadanos.
4.- La declaración de los nuevos propósitos de una corporación no recoge el sometimiento de la propiedad privada al interés general. Habla de invertir en los trabajadores, pero nunca lo hace de la autogestión. No menciona la condena de los movimientos especulativos que tanto daño han hecho a la economía real; ni condena el papel de los paraísos fiscales donde evaden los impuestos que les correspondería pagar; ni hacen mención alguna a asumir sus responsabilidades en temas de violaciones de los derechos humanos o ambientales indemnizando por los daños provocados… Demasiados silencios para que el Gran Reinicio se deje en manos de las élites.
5.- No se ha escuchado ningún “plan de acción” previsto para decirle a los accionistas cómo repercute en el reparto de dividendos el hecho de pasar a ocupar el cuarto lugar después de los clientes, trabajadores y proveedores. Sin embargo, sí lo hay para concentrar el sector bancario en Europa.
6.- Recordar un dato sobre el poder y las grandes corporaciones de 2018. El conjunto de los tres grandes fondos de inversión pasivos estadounidenses les convierte en el mayor accionista del 88% de las empresas del S&P 5005, que viene a ser algo parecido a nuestro IBEX35. Esos tres grandes fondos son: Vanguard Group, Steal Street Global Advisor y BlackRock, el mayor terrateniente privado de los Estados Unidos. Los Tres Grandes, como se les conoce habitualmente, manejan 16 billones de $ y 4 de cada 10 acciones de las principales corporaciones estadounidenses. ¿Para cuándo democratizar el poder económico?
7.- En las crisis no todos pierden. El banco suizo USB y la consultora PwC han emitido recientemente el informe Riding the storm (Cabalgando la tormenta), según el cual la fortuna de los milmillonarios ha pasado de 8 billones de $ en abril, a la cifra histórica de 10 billones en julio, aumentando un 27% gracias a los paquetes de estímulo económico adoptados por distintos gobiernos para contrarrestar la crisis del coronavirus. Indignante, pero para calmar ánimos y conciencias nos recuerdan que 209 multimillonarios han hecho donaciones, desde el principio de la coronacrisis por valor de 7.200 millones de $, un 0,3% de la nueva riqueza que acumularon en ese periodo.
La situación que vivimos es amenazante sanitariamente, económicamente y socialmente, pero ¿tanto como para que vayan más allá de lo que ha llegado a imaginar nuestra socialdemocracia rampante? Déjennos ser activamente escépticos y orientar la tarea por otros derroteros.
Si algo bueno llega de Davos el próximo enero, eso que nos encontramos, pero el Gran Reinicio debería venir de la mano de quienes han sido víctimas de este sistema imperialista y deshumanizante durante tanto tiempo. Es el Gran Reinicio por el que hay que trabajar cada día, por un cambio de aplicación, y no sólo por una actualización del capitalismo. Nuestra esperanza y nuestra tarea debe ir más allá de Davos, de Kissinger y de la Bussines Roundtable; y nuestra mirada internacionalista debe aprender del pasado, para con las circunstancias y posibilidades actuales construir un futuro que no dé la espalda a la justicia. Una tarea que hoy pide a gritos ponerse la pilas, llegamos tarde y fragmentados. Si entramos así en esta crisis tenemos que hacer todo lo posible por salir de ella de otra manera.
Seguir repitiendo la experiencia del 2008 con otros actores pero el mismo guion de fondo es totalmente demoledor en términos de humanidad. No podemos seguir a rebufo de las propuestas de las élites, hay que salir de nuestros refugios ideológicos, abrir espacios de solidaridad, de resistencia activa y de construcción de unidad, una unidad que necesariamente ha de ser internacionalista.
http://petroleumag.com/the-coronavirus-pandemic-will-forever-alter-the-world-order/ ↩
https://www.oxfam.org/es/informes/el-virus-del-hambre-como-el-coronavirus-esta-agravando-el-hambre-en-un-mundo-hambriento ↩
https://es.weforum.org/agenda/2019/12/que-tipo-de-capitalismo-queremos/ ↩
http://www.accionculturalcristiana.org/html/revista/r108/108expa.pdf ↩