El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón: una mirada en retrospectiva histórica. Alejandro Torres Rivera
Recientemente ha sido puesta en la cartelera de cine la película Oppenheimer, basada en la figura de J. Robert Oppenheimer, quien se considera el principal científico a cargo del “Proyecto Manhattan”, desarrollado por los Estados Unidos para la creación de la primera “Bomba Atómica”. La primera, llamada “Trinity” fue detonada el 16 de julio de 1945 de manera experimental; mientras las otras dos, denominadas “Little Boy” (atómica) y “Fat Boy (de plutonio), fueron lanzadas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945 precipitando la rendición de Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
El 2 de mayo de 1945, luego de una larga, costosa y deshumanizante guerra iniciada en 1939, las fuerzas alemanas del Tercer Reich entregaron la ciudad de Berlín a las tropas del Ejército Rojo. En esa misma fecha, las fuerzas alemanas en Italia se rindieron ante el Ejército estadounidense, mientras las fuerzas nazis en el Norte de Alemania, Dinamarca y los Países Bajos harían lo propio el día 4 de mayo. El resto de las fuerzas alemanas adscritas al Alto Mando se rendirían incondicionalmente en Reims, Francia, el día 7 de mayo. Con dicha capitulación dio fin la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo. Algunos restos del Ejército alemán, ya diezmados, continuaron batiéndose contra fuerzas aliadas en Europa Central hasta el 12 de mayo.
Durante la última de las conferencias aliadas, celebrada en la ciudad de Potsdam a las afueras de Berlín entre los días 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, los dirigentes políticos de las principales potencias aliadas discutieron los términos y condiciones sobre los cuales se daría la ocupación aliada de Alemania. También acordaron darle un ultimátum al Ejército Imperial japonés reclamando su rendición incondicional.
El 6 de agosto de 1945, a partir de una Orden Secreta suscrita desde el mes de julio del mismo año, el Presidente Harry S. Truman había decidido utilizar una nueva arma, desarrollada sobre el más riguroso secreto, donde por primera vez en la historia de la humanidad la energía liberada por el átomo sería utilizada como arma de destrucción.
De acuerdo con los historiadores, la decisión del Presidente Truman de recurrir a este tipo de armamento para forzar a Japón a su rendición, estuvo impulsada por la experiencia sufrida por el ejército estadounidense en la batalla por el control de Okinawa. En ella, un Japón sin poder naval ni aéreo, opuso una tenaz y encarnizada resistencia frente a las unidades de la Infantería de Marina de los Estados Unidos causándole cuantiosas bajas. Analistas militares estadounidenses estimaron que el número de muertos y heridos, de darse una invasión a Japón, podría conllevar alrededor de 1.4 millones de bajas militares, así como de millones de civiles y milicianos japoneses que habían sido entrenados para la defensa de su patria. Otros analistas han indicado que lo que impulsó al Presidente Truman a firmar la Orden fue el cuestionamiento hecho por un cercano colaborador sobre cómo él respondería ante el pueblo estadounidense, de cara a una elección presidencial, cuando los electores se enteraran que, teniendo a su alcance el poderío que representaba este tipo de armamento, expusiera a sus propios militares a pérdidas tan sustanciales en un intento de ocupación militar de Japón mediante métodos convencionales.
Otros analistas como Shane Quinn, en su artículo, publicado por Global Research bajo el título World War II: US Military Destroyed 66 Japanese Cities before Planning to Wipe Out the Same Number of Soviet Cities en junio de 2019, señalaba que el bloqueo naval al cual Japón se encontraba sometido, sin buques de guerra ni armamento, hubiera llevado de todas formas a la rendición del país sin necesidad de utilizar este tipo de armamento. En dos explosiones nucleares, más de 200 mil personas, la mayoría ancianos, mujeres y niños, fallecieron inmediatamente. Para entonces, las incursiones aéreas en Japón habían conllevado la destrucción de más de 3.5 millones de hogares.
Fue a partir de la firma de la Orden Ejecutiva por el Presidente que se escogieron varias ciudades japonesas muy pobladas, donde a base de consideraciones logísticas, pudieran ser lanzadas las bombas. Se llegó a programar el lanzamiento, no de dos sino de nueve bombas, según atestiguara el general estadounidense George Marshall en 1954, siendo entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército de Estados Unidos.
La tercera bomba a ser lanzada sobre Japón estaba programada para el 2 de septiembre de 1945; es decir, dos semanas después de ocurrir la capitulación del país. Su impacto debería ser, a juicio de los analistas militares, tan catastrófico que obligara al Emperador y a la casta militar japonesa a rendirse en forma incondicional a las fuerzas aliadas. El grado de destrucción física y las pérdidas humanas sería la garantía de la capitulación del Imperio del Sol Naciente.
Simultáneamente con la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Japón, la Unión Soviética tomó la decisión de invadir la región de Manchuria en China, cumpliendo así el compromiso hecho a los aliados de atacar a Japón dentro de los tres meses siguientes a la rendición nazi en Europa. En menos de dos meses, el ejército japonés en Manchuria, compuesto por un millón de efectivos, fue barrido y derrotado. El día 18 de agosto, el Ejército Rojo había llegado al Paralelo 38 en la península de Corea, lo que aún al presente representa la zona que divide la República Popular Democrática de Corea de Corea del Sur.
La rendición incondicional japonesa ocurrió el 14 de agosto de 1945, firmándose el Instrumento Japonés de Rendición el 2 de septiembre. El día 9 de septiembre de 1945 se rindieron formalmente los remanentes del ejército japonés en China.
A la fecha de la capitulación del Japón, el número de ciudades japonesas destruidas, la mayor parte con bombas incendiarias, le dio a los Estados Unidos una medida de qué hacer con la Unión Soviética, su aliado durante la Segunda Guerra Mundial, una vez derrotadas Alemania y Japón, ello en el contexto de la lucha contra el comunismo. En momentos en que la Unión Soviética no contaba con armamento nuclear y siendo Estados Unidos el único país con el monopolio de este tipo de armamento, se diseñaron planes para el ataque a 66 ciudades en la URSS mediante el uso de 204 bombas atómicas
La Segunda Guerra Mundial ha sido, hasta el presente, el episodio militar más sangriento de la Humanidad. Diferentes cálculos han sido hechos desde entonces intentando mostrar al mundo el horror de este conflicto. De acuerdo con F. W. Putzger (1969) la suma de muertos en Europa durante la guerra alcanzó la cantidad de 39.4 millones de personas a los cuales, si se le suman los fallecidos en otros escenarios de guerra no europeos, la cantidad asciende a 65.1 millones de muertos. Por su parte, W. Van Mourik (1978) estima el número de muertos en 49.5 millones. Ambos autores coinciden en destacar en sus cifras un mayor porcentaje de muertos civiles que militares, lo que unido a la experiencia de la Primera Guerra Mundial, representa un cambio radical en las bajas estimadas de conflictos militares anteriores, donde el grueso de las bajas eran combatientes. Otros cálculos hechos sobre el número de muertos directos e indirectos en el conflicto, incluyendo militares y civiles, llega a 100 millones. De todos los países participantes en la Guerra, la Unión Soviética fue el país que mayor número de muertos aportó al conflicto, donde los cálculos van desde 17 a 37 millones de muertos, siendo China y Alemania los países que siguen a la Unión Soviética en el orden de la cadena de bajas.
Se dice comúnmente que los dos detonantes históricos de la Segunda Guerra Mundial fueron, en el escenario europeo, la invasión alemana a Polonia en 1939; en el escenario del Pacífico, el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Si bien estos dos acontecimientos precipitan la guerra a escala mundial, lo cierto es que la base del conflicto tenemos que trazarla mucho antes. Desde la década de 1920 venía consolidándose en Alemania un fuerte sentimiento nacional contra las condiciones impuestas por las potencias aliadas a este país como resultado de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Tales condiciones incluían no solo sanciones económicas de compensación por la guerra a los aliados, sino el cambio de las fronteras de los estados nacionales, donde los imperios Austro-húngaro, Ruso, Turco-otomano y la propia Alemania, sufrieron enormes pérdidas territoriales, incluyendo en el caso de esta última, sus colonias en África.
En el caso de Italia, que había sido una de las potencias vencedoras como parte de los aliados en la Primera Guerra Mundial, el hecho de que fuera uno de los últimos países europeos en consolidar su unificación nacional, le colocó al final de la fila en el proceso de repartición del mundo en esferas de influencias, aunque consolidó su presencia en lugares como Libia y más adelante en Abisinia (hoy Etiopía y Eritrea). Así, la ideología propulsada por Benito Mussolini sobre el renacimiento de la gloria del viejo Imperio Romano, le llevó a procurar el establecimiento de colonias en África, a la vez que convirtió al fascismo en la ideología dominante en Italia.
Simultáneamente, en Alemania, un sentimiento similar de hegemonía fue inculcado a través de la ideología propulsada por el nazismo, donde el elemento racial anti judío y anti comunista vino a ser uno de los ejes sobre los cuales se estructuró la teoría de la superioridad racial aria y el papel que le correspondería jugar al pueblo alemán en un nuevo orden mundial. En Asia, por su parte, los militaristas japoneses reclamaban igual espacio en el control de ese nuevo orden mundial sobre los mercados asiáticos, donde el control de la Manchuria en China, de las posesiones europeas en el continente asiático y la presencia estadounidense en el Océano Pacífico, fundamentalmente en Filipinas y Hawai, frenaba el proyecto nipón de control de esta región el mundo. En todos estos casos, el común denominador era la desaparición de las fronteras entre el capital corporativo y el control por los mismos sectores dominantes del capital financiero del aparato gubernamental del Estado.
Las condiciones para una alianza entre una misma ideología dominante, concebía una redistribución del mundo a partir del establecimiento de un nuevo orden mundial. Éste era sostenido en la superioridad racial; una ideología militar, anti democrática y anti comunista, estableciendo las bases para un eje que vino a conocerse como ROMA-BERLÍN-TOKIO. Fue esta alianza la que forzó a las potencias aliadas tradicionales, victoriosas en el conflicto bélico anterior de 1914-1918, procurando una nueva redistribución del mundo en esferas de influencia.
El tubo de ensayo europeo donde las nuevas armas, las nuevas tácticas militares, los nuevos estilos de hacer la guerra, junto a la identificación del comunismo como uno de los objetivos comunes de los nuevos paladines de un nuevo orden mundial, fueron ensayadas en España a partir del levantamiento nacional y golpe de Estado contra el orden constitucional establecido por la República Española en 1936. En una cruenta guerra de tres años, con la complicidad de las llamadas democracias occidentales aliadas que a través de la Sociedad de Naciones le dieron la espalda con un embargo de armas y otros medios esenciales para el desarrollo de la guerra, la República Española sería ahogada en sangre y derrotada en un conflicto que cobró la vida de más de un millón de españoles.
La derrota del Japón y el control nuclear de Estados Unidos duró apenas cuatro años ya que en 1949 la Unión Soviética rompió el monopolio de los Estados Unidos en el control de la tecnología militar atómica. Una nueva guerra estaba en camino, la Guerra Fría.
La experiencia de los antecedentes que dieron paso a la Segunda Guerra Mundial en momentos en que el mundo se mueve hacia la creación de nuevos bloques económicos y políticos, nos obliga, a 78 años de distancia del lanzamiento de las primeras bombas nucleares sobre Japón, a una reflexión colectiva sobre los peligros que entraña para la humanidad un conflicto nuclear a escala mundial.
La nueva generación de armamentos, su potencial de destrucción masiva y la desvalorización del ser humano por meros intereses económicos y políticos, hacen de un futuro conflicto a escala planetaria un verdadero peligro para la existencia misma de las generaciones futuras. Ese peligro no es oculto; asoma sus garras en situaciones de conflicto como las que hoy se desarrollan en Asia Central y el Medio Oriente. Entre ellas se encuentran las amenazas esgrimidas contra la República Islámica de Irán como resultado de su determinación de llevar hacia adelante su programa nuclear, ante la anulación unilateral por parte del presidente Donald Trump del acuerdo alcanzado durante la Administración Obama para limitar el potencial nuclear de este país a fines civiles. Otro foco de peligro es la intervención imperialista contra Estados nacionales y gobiernos legítimos con el propósito de destruirlos, como ocurrió antes en Libia y hoy contra la República Árabe Siria. Existen también controversias que continúan generando tensiones, como es el caso de la península coreana en el marco del diferendo entre Estados Unidos y la República Popular Democrática de Corea; o incluso, dentro del marco de conflictos más cercanos a nuestro entorno en América Latina, como son las amenazas de intervención e injerencia por parte de Estados Unidos contra la República Bolivariana de Venezuela.
Sin embargo, el que más preocupa en estos momentos, es la guerra que lleva a cabo Estados Unidos y la OTAN contra la Federación Rusa utilizando como espacio a Ucrania. Allí, en torno a esta región, ha comenzado el desplazamiento de armamento táctico nuclear por parte de Rusia en su vecina Belarus, mientras se incrementa el apoyo militar de Occidente al régimen de Zelenski en Ucrania.
De héroe para muchos estadounidenses incluyendo su gobierno, dadas sus ideas en torno al control de las armas nucleares y su oposición a la construcción de una bomba de hidrógeno, a partir de su vinculación pasada con algunos allegados y familiares de ideas socialistas, a Oppenheimer le revocaron, a mediados de la década de 1950 por razones de seguridad, todo acceso a asuntos nucleares en el gobierno estadounidense.
Hoy día se cuentan por decenas de miles las armas nucleares depositadas en los arsenales de países como Estados Unidos, la Federación Rusa, la República Popular China, Francia, el Reino Unido de la Gran Bretaña, India, la República Islámica de Paquistán, la República Popular Democrática de Corea, Israel, Sudáfrica.
La humanidad, sin embargo, sigue aspirando a un contexto de paz y solidaridad recíproca entre los pueblos. Hoy más que nunca, ésa debe ser la aspiración nuestra de cada día.