El pensamiento muerto que está vivo. El lince
De unos años a esta parte los «progres» occidentales (y, por supuesto la burguesía) vienen insistiendo en que el marxismo no existe y que, cuando alguien lo recoge, no es más que un pensamiento muerto sin influencia en la realidad. Esta es una forma como cualquier otra de regar el «jardín» occidental, lo riegue Agamenón (Borrell) o sus porqueros «progres». Si no fuesen patéticos, que lo son, nadie debería sorprenderse por lo que están diciendo del XX Congreso del Partido Comunista de China y que no es otra cosa que su versión edulcorada para papanatas de lo que dicen los medios de propaganda occidentales: que si el tercer mandato de Xi, que si control del poder, que si las amenazas contra Taiwán, que si… El primitivismo «analítico» es una muestra de su primitivismo general.
Quieran o no, que quieren, su visión no es otra cosa que la del mundo occidental. Porque ni siquiera tienen en cuenta que cuando Occidente critica algo, ese algo debe entenderse como un cumplido involuntario de lo que se critica. Y así llegamos a este crucial congreso, el evento más importante no ya de este año sino de los próximos porque es lo que va a definir el mundo en este tiempo. Pero resulta que las conclusiones, que conoceremos en toda su amplitud en los próximos meses, tienen unos precedentes que se han venido desarrollando estos cinco años transcurridos desde el XIX Congreso y que tienen como eje el indudable peso que tiene la influencia del pensamiento marxista (incluso los chinos se atreven a hablar de marxismo-leninismo) en las decisiones que se están tomando.
Como todo lo que se refiere a China, hay que huir de la dicotomía clásica occidental de o yo o contra mí o del blanco y del negro, al igual que no se puede aceptar acríticamente todo lo que llega de China. Es decir, no se puede, ni se debe, considerar a China como el faro revolucionario mundial al mismo tiempo que no se puede sostener que es un país capitalista más. Y hay mucha gente supuestamente «progre» que se sitúa, sobre todo, en la segunda posición porque sus análisis están trufados de otros previos realizados por occidentales, siguiendo los parámetros occidentales.
Si en Occidente el marxismo se considera muerto, no digamos uno de sus conceptos clásicos, la lucha de clases. Sin embargo, la lucha de clases en China nunca ha desaparecido y ahora se está viendo de forma mucho más clara. Para Occidente, la «desaceleración económica» de China es presentada como el principio del fin del intento chino de ser alguien en el mundo. Acostumbrados a que el «jardín» se regaba con «la fábrica del mundo» se encuentran, de repente, con que ya no es así. No es solo la crisis de Ucrania, que también; no son solo las agresiones «democráticas» occidentales en forma de sanciones, que también. Son las decisiones políticas adoptadas por China y puestas en el papel en 2020 cuando se aprobó el XIV Plan Quinquenal y que se sancionan en las resoluciones de este congreso crucial. Y entonces se llega a la conclusión de que la tan traída y llevada «desaceleración», como sostiene Occidente, tiene mucho que ver con el aumento de la intervención estatal en la economía. Justo la antítesis del capitalismo occidental.
En este XX Congreso se está reforzando el control de lo público sobre lo privado y se está enfatizando la redistribución de la riqueza. Occidente lo ve, los «progres» no. Los analistas occidentales ya están diciendo que esto va a provocar una «caída de la confianza empresarial que reducirá la inversión privada», que «decae el atractivo para los inversores extranjeros» y que «las élites empresariales están asustadas por la campaña anticorrupción por la naturaleza arbitraria de un sistema judicial controlado por el partido comunista». Los occidentales nunca hacen lo más mínimo por comprender otro pensamiento que no sea el suyo, otra cultura que no sea la suya, y la china es milenaria: hay un dicho que dice que «es mejor ofender a unos pocos que no defraudar a miles». Occidente estará ofendido, los casi 1.500 millones de chinos seguro que no.
Porque este tema también ha sido abordado al reconocer sin tapujos que «existían graves amenazas ocultas al interior del partido, del país y de las fuerzas armadas» de carácter corrupto. Eliminar estos elementos dañinos dentro del PCCh está siendo determinante para la renovada confianza en el PCCh a nivel social. La corrupción fue una de las lacras del PCUS y una de las razones de la descomposición moral y social que llevó a la desaparición de la URSS.
Y lo ven también otros fuera de Occidente. Ven que lo que Occidente considera «obstáculos para la prosperidad», es decir el libre mercado como la única herramienta -a pesar de los desastres que ha generado y está generando-, es lo que realmente funciona, que el secreto del crecimiento chino está siendo el sólido control de las fuerzas del mercado por parte del Estado (de nuevo hay que remitirse al XIV Plan Quinquenal«). Este XX Congreso sanciona la visión marxista de un mayor control del Partido sobre el sector privado, la expansión del papel de las empresas estatales y la búsqueda de la «propiedad común» ya esbozada en el XIV Plan Quinquenal a través de la redistribución de la riqueza. Y aquí Xi Jinping ha jugado un importante papel.
De este congreso salen muchas cosas relevantes, una de ellas es la importancia de la geopolítica y el compromiso de China de contribuir a la creación de «un sistema internacional más equitativo y justo», con lo que da por hecho que ahora no lo hay -y que es a lo que se aferra con desesperación un Occidente moribundo-. China defiende el derecho internacional, y no eso de «orden basado en reglas» occidental, y por ello es el principal país en defender el multilateralismo lo que, a su vez, le ha granjeado un mayor carisma e influencia internacional.
La conclusión es lógica: «Frente a la contención externa, las sanciones, la supresión y la interferencia irrazonable hemos lanzado una lucha de ojo por ojo firme y poderosa». Es decir, que soberanía nacional, desarrollo y seguridad van unidos de manera inexorable. China ya no se calla.
China tiene claro que vienen tiempos turbulentos porque Occidente se resiste a perder su hegemonía matando, pero también que las fuerzas del cambio histórico están impulsando a muchos países, y no solo a China, a ir hacia adelante abandonando el camino occidental. El reciente caso de Arabia Saudita queriendo unirse a los BRICS es la penúltima prueba de ello. O el que países como Egipto, Pakistán, Siria, Guyana, Malasia o la Organización para la Unidad Africana no se hayan dirigido al «jardín occidental» sino a China para aplicar su método de erradicación de la pobreza extrema dice bastante de por dónde van las cosas.