ArtículosCampaña OTAN no, bases fueraCECOBImperialismo e InternacionalismoQue no nos arrastren a la guerra

El reseteo bélico del sistema-mundo. Geraldina Colotti

Frente a una escalada bélica que está superando todos los niveles de alerta, los llamados a las normas que regulan los conflictos a nivel internacional para evitar una guerra nuclear, parecen destinados al vacío, entregados a un desierto de sordera o de impotencia. Esto se debe, en primer lugar, a que los dos principales actores que empujan al mundo hacia la catástrofe —Estados Unidos y el régimen sionista, el amo imperial y su perro guardián, siempre impaciente y ahora sin frenos— se consideran por encima de las reglas, habiendo rechazado firmar cualquier tratado que limitara su acción.

Ni Estados Unidos ni su rabiosa ramificación, puesta a custodiar los intereses occidentales en Medio Oriente, han ratificado los Protocolos Adicionales de 1977 de la Convención de Ginebra, que prohíben el bombardeo de sitios nucleares. «Israel» (al igual que India y Pakistán) tampoco ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que entró en vigor en 1970 y fue suscrito por casi todos los países del mundo, y considerado el punto más alto de la contención colectiva decidida en el siglo pasado. El régimen sionista ha seguido desarrollando su arsenal nuclear y su arsenal de mentiras, encubiertas por Estados Unidos, Francia y luego por la Unión Europea.

Italia, por ejemplo, cuyo gobierno, heredero del fascismo, no ha votado por el reconocimiento del Estado de Palestina, considerando que debe ocurrir «en el marco de negociaciones directas entre israelíes y palestinos y no unilateralmente», a menudo se ha abstenido en las votaciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre resoluciones que habrían potenciado los derechos de Palestina como Estado observador. Concretamente, hace grandes negocios con el régimen sionista y le suministra helicópteros, cañones navales y otros armamentos, así como componentes de los cazas F-35, vectores de armas nucleares.

Debemos recordar que el TNP, en uno de sus tres puntos principales, reconoce el derecho de todos los estados parte del tratado a desarrollar la investigación, producción y uso de la energía nuclear con fines pacíficos: bajo la supervisión de Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), para garantizar que dicha tecnología no se desvíe para fines militares.

Es un punto central para entender el nivel de desprecio por las reglas que se está imponiendo, y el sometimiento al imperialismo de quienes deberían hacerlas cumplir. Por lo tanto, se está imponiendo un circo de caos y opresión actuado por lo que, con eficacia, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha definido como «el colectivo occidental«, para referirse al conjunto de Estados Unidos y sus aliados, principalmente los países europeos y de la OTAN.

El régimen sionista, que nunca ha aceptado las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica y al que nadie ha pedido cuentas por su desarrollo nuclear a lo largo de los años, ya ha llevado a cabo impunemente al menos dos ataques atómicos: en 1981, cuando bombardeó el reactor iraquí de Osirak, y en 2007, cuando atacó el sirio de Al-Kibar. Y ahora ha elevado el nivel, bombardeando sitios nucleares iraníes, sabiendo perfectamente que el uranio almacenado allí y que se filtró de los contenedores podía contaminar el medio ambiente, ya que, en gran parte, se trataba de UF6, hexafluoruro de uranio, conservado en forma de gas: que es radiactivo, tóxico y reacciona con el agua.

La AIEA lo sabía muy bien, al igual que sabía perfectamente que, con sus declaraciones alarmistas, pronunciadas a pesar de todos los controles que había podido realizar en Irán y del derecho del Estado persa a desarrollar la energía nuclear civil, habría proporcionado a Netanyahu el pretexto para el ataque. Como señalan los científicos honestos, el grado de enriquecimiento del uranio iraní es del 60%, mientras que para fabricar una bomba capaz de explotar el enriquecimiento necesario es de al menos el 90%. Una diferencia nada fácil de superar y que requiere mucho más tiempo del empleado para alcanzar el 60% de enriquecimiento.

Sin embargo, el pasado 12 de junio, el día antes del ataque a los sitios nucleares iraníes, el consejo directivo del AIEA difundió un informe en el que acusaba a Teherán de no ser suficientemente colaborativo, dando pie a que los medios occidentales sostuvieran a gritos que Irán estaba a un paso de «fabricar la bomba atómica» y que por ello constituía una «amenaza que debía ser detenida».

En el consejo directivo de la AIEA, prevaleció la posición de Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania: los mismos gobiernos a los que Netanyahu había comunicado con antelación el ataque a Irán, a pesar del voto en contra de Rusia y China. Y por ello, el gobierno de Teherán ha acusado a los dirigentes de la AIEA de haber proporcionado al régimen sionista la información relativa a sus sitios nucleares y a la ubicación de sus científicos, para que fueran asesinados.

El aplauso de los regímenes occidentales por los asesinatos de científicos, así como por las bombas sionistas sobre Gaza, evidencian un primer punto de no retorno en cuanto a violaciones de las reglas internacionales: un nivel ampliamente impuesto por Estados Unidos y el régimen sionista con la política de hechos consumados y los llamados «asesinatos selectivos«, basándose en el axioma de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Así, el embajador israelí ante la ONU, Danny Danon, motivó la operación “Rising Lion” contra Irán como respuesta a una “amenaza existencial e inmediata para los ciudadanos de Israel y del mundo entero”.

“Vimos una oportunidad y la aprovechamos. Cuanto más duro golpees, más éxito tendrás en las negociaciones”. Así respondió Netanyahu al entonces presidente norteamericano, Joe Biden, quien, a propósito de Gaza, Líbano y Medio Oriente, le señalaba: “La percepción de Israel en el mundo es cada vez más la de un estado canalla”, y le aconsejaba no cometer los mismos errores cometidos por Estados Unidos en respuesta a los atentados contra las Torres Gemelas en 2001.

El periodista de investigación estadounidense, Bob Woodward, relata el episodio en el libro War, añadiendo que, cuando las tropas israelíes llegaron a Rafah, a Biden le dio un ataque de bilis, e invectó contra Netanyahu llamándolo “hijo de puta”, “jodido mentiroso” y “un jodido chico malo”, carente de “estrategia”. El perro feroz había roto la correa, emblema de un capitalismo en crisis estructural, que ya no controla los demonios que desata.

La declaración de Netanyahu es solo la punta del iceberg de un modus operandi impuesto por la burguesía a las clases populares, mediante las instituciones internacionales que controla, para defender sus propios intereses sin obstáculos ni ataduras.

Mientras hablan de paz, negociaciones y mediaciones, los gobiernos e instituciones burguesas preparan el próximo ataque, chantajeando y criminalizando la resistencia de quienes intentan desenmascarar su juego: “Es Irán quien no quiere mediar”, se dice después de bombardear y matar, dando por sentado que el “derecho a defenderse” vale para un solo lado. En nombre de la “democracia”, se impone así el supremacismo blanco de unos pocos conglomerados, dispuestos a soltar a su “perro rabioso”.

Estamos ante un gigantesco intento de reseteo bélico del capitalismo a nivel global, que necesita manipular las conciencias para silenciarlas y acostumbrarlas al horror, como en el caso del genocidio en Palestina. A esto contribuyen los aparatos ideológicos de control capitalistas a nivel global, entre los que destacan los medios europeos, que enfatizan las posiciones dominantes amplificando “la amenaza iraní” o la rusa, motivando agresiones y sanciones, ventas de armas y alianzas geopolíticas mefíticas con la “guerra contra el terrorismo”: cuando, en realidad, estas sirven para garantizar el control sobre los recursos estratégicos y mantener la hegemonía de las potencias imperialistas.

Como también han revelado investigaciones recientes, la Unión Europea ha desarrollado su propia “maquinaria de propaganda institucional”, a menudo mediante la financiación de ONG y think tanks, para promover una visión pro-UE, aparentemente destinada a contrarrestar la “desinformación”, pero en realidad pensada para construir, orientar y distorsionar el consenso: utilizada para “disciplinar” la información interna y desacreditar voces críticas que no se alinean con la política exterior y los intereses imperialistas de la UE en Medio Oriente y otros lugares.

El segundo informe de Norman Lewis, «Manufacturing misinformation: the EU-funded propaganda war against free speech» (Fabricando desinformación: la guerra de propaganda financiada por la UE contra la libertad de expresión), revela que la UE habría gastado la considerable suma de 648.890.116 euros para financiar 349 proyectos llevados a cabo por universidades y asociaciones.

Para moldear y controlar las “narrativas públicas”, la UE ha creado un organismo específico llamado Nodes, cuyo nombre —Observatorio de las narrativas para combatir la desinformación en Europa a nivel sistemático— corresponde a su exacto contrario: según se enmarque en la perspectiva del capitalismo o en la de quienes lo combaten.

Para preparar a las masas para un nuevo contexto de guerra global y para distraerlas del horror sistemático de un genocidio como el que el régimen sionista comete en Palestina, la propaganda mediática y la guerra cognitiva, en la que incluso el cerebro se convierte en un “campo de batalla”, desempeñan un papel absolutamente central: ya que constituyen armas poderosas utilizadas por las clases dominantes y el bloque imperialista para manipular el consenso, deslegitimar a los enemigos y justificar sus propias agresiones.

Desde el genocidio en Palestina hasta el conflicto en Ucrania, pasando por el nuevo ataque a Irán, los conglomerados mediáticos impuestos como “fuentes autorizadas” manipulan los datos económicos o las estadísticas, por ejemplo sobre las víctimas de guerra y los daños causados por quienes deben ser presentados como “invencible”, creando una nebulosa de interpretaciones fragmentadas y contrapuestas para difundir la percepción de que no existe una verdad objetiva.

“El objetivo final de la guerra cognitiva es fracturar y fragmentar una sociedad entera, de modo que ya no tenga la voluntad colectiva de resistir las intenciones del adversario y sea sometida”, escribió el general francés François du Cluzel, especialista en estrategias bélicas en el contexto moderno. En el contexto de Medio Oriente, esto significa debilitar la solidaridad entre los pueblos oprimidos, socavar la confianza en la legitimidad de quienes los representan y difundir una sensación de impotencia que impida la resistencia al imperialismo.

Demonizar y deshumanizar al enemigo sirve al mismo tiempo para hacer aceptar que, como se ve también ahora en Irán, el ataque bélico se acompaña del intento interno de lograr violentamente el llamado “cambio de régimen”: haciendo creer que fue la voluntad popular la que dio el empujón final.

En esta clave debe entenderse el apoyo a la extrema derecha cubana, nicaragüense y venezolana, vendido como defensa de la democracia por los gobiernos de la Unión Europea. Se tuvo una muestra más el jueves 12 de junio, durante el IV Encuentro Regional del Foro Madrid, inaugurado en Paraguay por el presidente, Santiago Peña, y el líder del partido de extrema derecha español Vox, Santiago Abascal.

Este foro, que reúne a los partidos y líderes conservadores de derecha de Iberoamérica y Europa, pretende ser una respuesta a espacios afines a la izquierda como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Al comienzo de un panel denominado «El futuro de Venezuela», intervino María Corina Machado, para exhortar a sus compinches de extrema derecha a “actuar” contra el gobierno Maduro: “Una vez que saquemos al régimen criminal de Maduro, liberaremos Cuba, Nicaragua”, vaticinó la golpista en un video difundido durante la segunda y última jornada del encuentro regional.

“La libertad de Venezuela representa la libertad de todo el continente”, dijo. Y, también en este caso, su “libertad” —la libertad de explotación por parte de la oligarquía— es la que entra en conflicto, de manera absoluta y sistémica, con la libertad de las clases populares, dentro y fuera de Venezuela.

(Publicado en Resumen Latinoamericano, el 16 de junio de 2025)

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