El resultado de la arrogancia
Fin a la guerra de Nagorno-Karabaj. Triunfo incontestable de Azerbaiyán. Derrota humillante de Armenia. Rusia de nuevo como garante y hacedor de acuerdos. Occidente de nuevo desaparece.
Este es el resumen de mes y medio de guerra en la que hay alguna que otra cosa de la que hablar, como el papel de Turquía, y una cosa que resaltar: la arrogancia, en parejo a la ignorancia, y la prepotencia de quienes son incapaces de entender que la hegemonía occidental ya no existe, que Occidente no es un referente para nadie.
Hace dos años hubo una revuelta en Armenia que se pareció mucho a esas famosas «revoluciones de color» que tanto gustan a los mediocres. Tanto antes de eso, como entonces de eso, y ahora tras eso quienes forman parte de las élites armenias son un hatajo de corruptos mafiosos hasta decir basta. Pero los pro-occidentales se hicieron con el cotarro y plantearon que había que irse separando de «la influencia rusa» e irse acercando a «los parámetros de Occidente». Lo mismo que en Ucrania, o que en Bielorrusia, o que en cualquier otra parte. Lo mismo que los kurdos.
Tienen una visión totalmente antigua y unos conocimientos (?) irreales de la geopolítica y de la situación mundial. Pero como caen bien en Occidente, se habla de ellos y se les arropa. Y ellos se lo creen. Y así les va.
Ahora Armenia tiene que pagar un precio muy amargo. Aquí hay una pequeña historia que debería, es un decir, servir para quienes van de pro-occidentales.
En 2011 hubo un intento de arreglo amistoso, patrocinado por Rusia, que no cuajó por la intransigencia armenia, aunque sí se logró un memorando de entendimiento entre Azerbaiyán y Armenia para continuar las negociaciones en búsqueda de una solución sobre Nagorno-Karabaj que satisfaciese a las dos partes. En 2018, unas de las primeras iniciativas en política exterior que tomaron los pro-occidentales fue desconocer del todo ese acuerdo de 2011, pese a su levedad.
Dos años despúes Armenia ha perdido casi todo, Azerbaiyán ha logrado sus objetivos declarados (retomar el control del territorio que según el derecho internacional se reconoce como suyo) aunque no el otro, expreso, de «tomar todo Karabaj». Si se compara el acuerdo no nato de 2011 con lo de ahora, las condiciones para Armenia son significativamente peores. Es el precio de la arrogancia (y los kurdos deberían tomar buena nota, aunque lo dudo: son otros arrogantes).
Rusia ha vuelto a ganar, aunque no del todo. Queda claro su papel como garante y hacedor de acuerdos, y la presencia de sus tropas como «fuerzas de paz» permite que siga existiendo la República de Artsaj, nombre con que se conoce el gobierno de Nagorno-Karabaj, aunque con mucho menos territorio. Al mismo tiempo, fortalece su posición dentro de Armenia porque es visto ya como el único sostén que tiene el país ante la inacción y debilidad de Occidente. Eso elimina de raíz los intentos de los pro-occidentales armenios de desvincular al país tanto de la Unión Económica Euroasiática como de la Organización del Tratado de Cooperación y Seguridad Colectiva.
Al mismo tiempo, permite recuperar un poco la cara al Kremlin ante la realidad de que Turquía ha penetrado en la «habitual esfera de influencia» rusa en el Cáucaso. Y aquí hay que culpabilizar, otra vez, a los pro-occidentales armenios que en su obsesión contra Rusia no vieron venir (o dejaron hacer) el callado acercamiento entre Turquía y Azerbaiyán que ahora les ha derrotado. Y eso que Turquía es un enemigo histórico de Armenia, pero la rusofobia les pudo más, mucho más.
(Publicado en el blog del autor, El territorio del lince, el 10 de noviembre de 2020)