En defensa de Rusia y las Repúblicas Populares de Donbass. Carlos Fonseca Terán
En el contexto de la unificación de Alemania, las potencias occidentales acordaron con la Unión Soviética (a la que pertenecía Rusia) que la OTAN no iba a incorporar países que estuvieran en sus fronteras. Para quienes no lo sepan, la OTAN es la Organización del Tratado del Atlántico Norte, formada por Occidente para hacer contrapeso militar a la Unión Soviética y el bloque socialista que ese país encabezaba entre 1945 y 1991. Cuando la Unión Soviética se desintegró y el bloque por ella liderado desapareció, los acuerdos mencionados siguieron siendo reivindicados por Rusia, como parte de su política de seguridad nacional, dado que la OTAN siguió existiendo a pesar de haber desaparecido la supuesta amenaza comunista que le dio origen.
Con la desintegración soviética, las fronteras en cuestión se habían desplazado un poco al Este y las potencias occidentales, aprovechando esa circunstancia integraron en la OTAN a los países que eran fronterizos con la Unión Soviética, pero todavía no con Rusia, a excepción de Letonia y Estonia, que sí lo son.
En 2014 Estados Unidos y las potencias occidentales aplicaron en Ucrania el modelo de “golpe suave” para derrocar al gobierno de entonces, debido a que contrariaba los intereses de esas potencias con su rechazo al ingreso de Ucrania en la Unión Europea. Una parte de Ucrania resistió con éxito al golpe: Crimea y el Donbas. La primera había pertenecido históricamente a Rusia, hasta que poco después de mediados del siglo XX, el ucraniano Nikita Jhruschov, gobernante soviético en ese entonces, promovió la incorporación de esa región a Ucrania. A raíz de la situación creada en 2014, Crimea decidió, en referendo, regresar a la madre Rusia. En el caso de la región del Donbas, limítrofe con Rusia, proclamó su independencia de Ucrania y se instauraron allí las Repúblicas Populares de Donestk y Lugansk.
En la parte occidental de Ucrania la resistencia al golpe, dirigida por los comunistas, fue aplastada por la fuerza militar del Estado con ayuda de grupos paramilitares neonazis, y cuando digo neonazis me refiero a que ellos mismos se autollaman nazis y usan la bandera de Ucrania con la esvástica como escudo (el conocido símbolo del nazismo). En el contexto del golpe estos grupos cometieron alevosos crímenes, entre los cuales destaca el que fuera cometido contra un grupo de 48 manifestantes opuestos al golpe, que ante la persecución de dichos grupos, se habían logrado concentrar en el Palacio de los Sindicatos, donde fueron quemados vivos.
En el caso del Donbas, tras la instauración de las dos Repúblicas Populares (Donestk y Lugansk) estalló la guerra civil entre las milicias independentistas de esa región y las fuerzas militares ucranianas, que se ha mantenido desde entonces a pesar de los Acuerdos de Minsk (capital de Bielorrusia) entre Rusia y Ucrania, con los cuales se buscaba la solución pacífica y negociada de ese conflicto. Los dos gobiernos que han asumido sucesivamente el poder en Ucrania a raíz del golpe de Estado y con apoyo de los grupos neonazis, han mantenido una política permanente de agresiones militares al Donbas, sin lograr el objetivo de derrotar a las dos Repúblicas Populares allí instauradas, pero causando miles de muertos, en su mayoría pertenecientes a la población civil.
Ucrania, que tiene fronteras con Rusia, recientemente inició gestiones para ingresar en la OTAN, con el apoyo político de las potencias occidentales. Ante esto, Rusia protestó invocando los acuerdos de la unificación alemana echados en saco roto por Occidente y los Acuerdos de Minsk, incumplidos reiteradamente por Ucrania, pero los países implicados fingieron demencia. Poco después, ante unas maniobras militares del ejército ruso en la frontera con Ucrania, Estados Unidos y sus acólitos de la OTAN y fuera de ella pegaron el grito al cielo diciendo que Rusia quería invadir Ucrania.
Rusia respondió diciendo que no tenía tal propósito, reiteró el llamado a respetar los acuerdos de la unificación alemana y los Acuerdos de Minsk, y una vez finalizadas las maniobras, retiró a sus tropas.
Ante esto, Ucrania respondió atacando militarmente el Donbas una vez más e insistiendo en sus pretensiones de entrar a la OTAN, demandando a dicha organización poner fecha a su ingreso. Las Repúblicas Populares independientes del Donbas, cuya población es mayoritariamente de origen ruso, pidieron ayuda a Rusia frente a los nuevos ataques de Ucrania. Frente a esto, Rusia decidió reconocer a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, acudir en su auxilio y atacar objetivos militares en Ucrania como parte de la defensa del Donbas y de su propio territorio amenazado con el pretendido ingreso de Ucrania en la OTAN.
Rusia no está atacando a la población civil ni pretende adueñarse del territorio de Ucrania, como sí lo han hecho las potencias imperialistas con tantos países a lo largo de su funesta historia y lo siguen haciendo. Rusia no es una potencia imperialista, como tampoco lo es China. Ambos países, ciertamente, son potencias militares y en el caso de China, es también potencia económica, pero no invaden países para saquear sus recursos naturales, como han hecho por siglos Europa Occidental y Estados Unidos. Por el contrario, Rusia y China se oponen a la unipolaridad mundial, o sea a que el mundo sea gobernado por una potencia hegemónica, y abogan por el multilateralismo, o sea la búsqueda del consenso, el apego al derecho internacional y el respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos en el manejo de los asuntos internacionales. La operación militar rusa en el Donbas y Ucrania, además de ser una acción de apoyo a los habitantes de esa región frente a los ataques genocidas de Ucrania, es un acto de defensa de la soberanía de Rusia, amenazada por la OTAN.
Ninguno de los gobiernos y grupos políticos que se rasgan las vestiduras ante la operación militar emprendida por Rusia en defensa propia y del Donbas, se pronunciaron jamás ante el genocidio neonazi de los gobiernos ucranianos contra la población civil de esa región, que proclamó su independencia ante la usurpación golpista de la ultraderecha en Ucrania, ni mostraron esos gobiernos y grupos políticos preocupación alguna por la paz cuando Rusia invocó los acuerdos correspondientes para salvaguardar el equilibrio de fuerzas en Europa, que es clave para evitar una confrontación militar a gran escala, de consecuencias impredecibles para el mundo entero, y que es justamente lo que ha estado queriendo evitar Rusia, primero pacíficamente, ante lo cual Ucrania y Occidente respondieron con más provocaciones y agresiones, obligando a una respuesta militar que el gobierno ruso se resistió a aplicar hasta el último momento, mostrando aun en plena ofensiva militar y con su adversario derrotado, su disposición a negociar, comportamiento muy diferente al de una potencia agresora y por eso mismo, inconcebible en una intervención militar imperialista, como lo son todas las que han llevado a cabo los países de la OTAN y en especial Estados Unidos.
En medio de todo esto, llama poderosamente la atención el triste papel de cierta autollamada izquierda, que haciendo coro con la socialdemocracia internacional y sobre todo europea, la traidora de siempre al movimiento revolucionario, sirve como ella de comparsa a las potencias imperialistas, de cuyo poder es ya parte orgánica la socialdemocracia desde hace muchísimo tiempo en Europa occidental, que es la sirvienta aristocrática del imperialismo norteamericano. Estamos aquí ante la rusofobia de siempre mostrada desde los tiempos de la Unión Soviética por esa falsa izquierda que de nueva nada tiene, pero sí mucho de conveniente al orden mundial actual.
Tampoco es nada nuevo que la pseudoizquierda reformista termine, independientemente de su origen, haciendo causa común con la ultraderecha, como lo hace ahora la “izquierda” postmoderna con los neonazis ucranianos. Ya había ocurrido eso antes, tan temprano como en la insurrección alemana de 1919, cuando las hordas precursoras del nazismo con la complicidad de la socialdemocracia gobernante asesinaron con saña a los insignes revolucionarios Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y con ellos, a cientos de sus compañeros. Y volvió a ocurrir recientemente, casi cien años después, en Nicaragua, en el intento de golpe de Estado en 2018, cuando los traidores ex sandinistas que habían comenzado años atrás como reformistas socialdemócratas, terminaron dirigiendo militarmente a las huestes golpistas que secuestraron, torturaron y asesinaron a decenas de militantes sandinistas a quienes ahora se hace justicia llevando a juicio a los asesinos y sus jefes, que además quemaban las banderas rojinegras y profanaban los monumentos de los héroes y mártires de la Revolución, otro dato importante para sus fervientes, arrogantes y muchas veces ignorantes defensores que aparecen de vez en cuando por ahí en las filas de esa “izquierda” vacilante, que ya sabemos cómo puede terminar.
Por nuestra parte, los sandinistas seguiremos adelante defendiendo las causas justas en el mundo, luchando contra el imperialismo, por el decoro nacional y la redención de los oprimidos, para decirlo con palabras de nuestro General Augusto C. Sandino, cuyo paso a la inmortalidad estamos conmemorando en estos días como lo hacemos siempre, con más lucha y nuevas victorias.
(Publicado en Tortilla con sal, el 27 de febrero de 2022)