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Espléndidas señales para quien sepa verlas. Farruco Sesto

Estos días que enmarcan el solsticio de invierno, en esta escala adaptada para la vida humana, completan un ciclo del tiempo, medido en meses y estaciones, que termina para recomenzar de inmediato una vez más, haciéndose merecedor de una celebración colectiva. Toda una fiesta.

En mi cultura personal y familiar se supone que a ese ritual festivo, que no deja de ser una ceremonia, hay que acudir con ánimo de renovación y renacimiento. Y que eso únicamente puede hacerse desde el optimismo, la alegría y el amor. Tal vez por eso es que, más allá del invasivo ruido del mercado, nos gusta tanto la navidad. Por lo que tiene de ilusión y de esperanza. Paz en la tierra a los hombres (y mujeres) de buena voluntad.

Pero a veces no es fácil, lo confieso, no resulta sencillo, mirar alrededor y mantener el espíritu esperanzado. Aunque sin embargo entiendo, por convicciones éticas muy arraigadas, y un vital compromiso adquirido con la causa humana (¿pues qué sentido podría tener una lucha sin esperanza?) que éste es también un buen momento para hacer un ejercicio del optimismo, o por mejor decir, de confianza en lo que viene, tanto en mis reflexiones personales como en público.

Vaya, pues, esa intención por delante. Aunque permítaseme comenzar por las áreas más grises. Para lo cual tengo que acudir con la imaginación, desde esta pequeña, pero cómoda, mesita en la que estoy escribiendo en mi cuarto, hasta el terrible paisaje de deshumanización de lo que está sucediendo hoy mismo, como ayer, en la tierra de Gaza. Acongojante. Desolador.

Acude ahora, en mis recuerdos, la figura del comandante Chávez sosteniendo en la mano unas fotografías de niños muertos, víctimas de un bombardeo, y diciendo: “Pero así no, eh, así no. Miren estos niños, estos niños estaban vivos ayer, estos niños estaban comiendo con su padre y les cayó una bomba, una bomba de las que están lanzando sobre Afganistán, esto no puede ser, no puede ser. Un gran dolor, un gran dolor compartimos, porque miren este niño, vean este bebé; ¿qué culpa tiene este bebé que murió allí con una bomba que le cayó a su casa? Allí está su padre, según la noticia, siete de sus hijos murieron, eso fue ayer. No, esto no tiene ninguna justificación ¿Que culpa tienen estos niños?”

Eso fue en 2001, durante la guerra, supuestamente antiterrorista, en Afganistan. ¿Qué hubiera dicho el comandante Chávez, ahora, a la vista de los miles de niños asesinados en Palestina?

Sintiendo también, en mis entrañas, la enorme indignación y tristeza que sé que el comandante hubiera tenido, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué ha pasado para que hubiésemos llegado hasta aquí, hasta este punto álgido de la deshumanización?

¿Hasta dónde ha llegado la decadencia de estas sociedades occidentales, dirigidas en toda su estructura de poder (financiera, política, militar, mediática y cultural) por las grandes corporaciones? ¿Cómo es posible que, hoy, decenas de millones de personas se muevan como zombis por las tinieblas de la aceptación de “lo que hay”, en una actitud de complicidad directa o indirecta, activa o pasiva, con el poder, incluso en su versión bélica más horrenda? ¿Cómo es posible que haya tantos que vuelven la vista hacia otro lado, mientras se nutren y se visten con un puñado de palabras, tan vacías de contenido como altisonantes, que sirven para tapar la realidad del mundo que los rodea?

Y qué, por otro lado, aquellos, que son también decenas de millones y que igualmente existen y están ahí, capaces desde su corazón de producir una mirada sensible, no hallen qué hacer, no hallen qué decir, no encuentren los caminos adecuados para hacerse presentes y que su palabra tenga peso. ¿Cómo es eso posible?

En cuanto al abanico de quienes se autodenominan izquierda en estos lugares: ¿Que se hizo de los sueños de una vida más justa que alguna vez iluminaron las calles? ¿Que ha pasado con la idea, o más bien el sentimiento, de “cambiar el mundo de base»? ¿En donde están las vanguardias con ánimo de victoria real, que sepan liderar y movilizar a las grandes multitudes para tomar el cielo por asalto y hacer de una vez por todas que la humanidad florezca y de verdad renazca?

La sensación generalizada de vivir en un atardecer constante, parece haber llegado desde hace tiempo a estos espacios de civilización autopresumida, enredada con las riquezas mal avenidas por siglos de coloniaje y saqueo a los pueblos. Con modelos de vida insostenibles, y no muy alejados, por cierto y para muchos, de la desesperanza. Con un lujo banal en un ámbito de superficialidades que se va consumiendo en su propia hoguera. Conciencia: reprimida. Visión a la distancia: nula. Confianza: ninguna. ¿Cuál será el destino de todo esto?

Y aquí es donde necesariamente tengo que entrar en la segunda parte de este ejercicio, para poder sustentar el optimismo que proclamo y que me es necesario.

Es aquí donde digo que, para encontrar las claves de la confianza indispensable para seguir viviendo y renovándonos a cada instante, hay que salir un poco, con el espíritu, de los recintos de esta autodenominada Comunidad Internacional, para observar y sentir el mundo más allá. Porque más allá hay mundo, ¿saben? Un mundo complejo, amplio y vasto, que se mueve y que, poco a poco, en busca de la paz y la prosperidad compartida, va construyendo escenarios geopolíticos mucho más llenos de sabiduría y de un buen sentido común.

Para lo cual comenzamos, ¿cómo pudiera ser de otra manera? volviendo la mirada de nuevo a Palestina, pero esta vez para leer la otra cara de la historia, y renovar con ello nuestro optimismo, al constatar el coraje y la capacidad de resistencia de una nación, que sometida a todas clase de despojos y crímenes sin número, ha mantenido su amor a la existencia sin entregarse, sin deshacerse, sin claudicar. ¿No esto, acaso, algo maravilloso?. ¿No es un ejemplo de superación para los pueblos? Así como el de Cuba, que es otra antorcha que reluce en la noche de la hegemonía imperial.

Luego seguimos el recorrido, para llegar hasta nuestra propia casa, Venezuela, y centrar el peso de la confianza en ella, en su proyecto, en su pueblo y en sus dirigentes. Cosa que hacemos llenando de orgullo los pulmones del alma, como quien los llena de aire limpio en la madrugadita que va viniendo. Porque es verdad que lo que nuestro pueblo está logrando pese a los criminales obstáculos que nos ponen, no solo es para dar confianza, sino para dar seguridad, o certeza, hasta donde tal cosa sea posible en los avatares humanos, y poner en valor el lema popular: nosotros venceremos.

A partir de allí, y ya con una clara disposición a no dejarnos abatir, voltearemos la mirada hacia ese amplio mundo que no es Occidente, y donde habita el 80% de la humanidad, para contemplar como se va desenvolviendo a la búsqueda de nuevos escenarios no hegemónicos, donde las relaciones entre países lo sean siempre en condiciones de igualdad y amigable respeto, en el espíritu de la comprensión, la solidaridad y la paz.

Para nosotros es evidente que la hegemonía occidental, unipolar, de naturaleza imperial y neocolonial, impuesta con las armas de la guerra y la coerción financiera, ha comenzado ya su declinación inevitable. Un gran escenario nuevo, pluripolar, de escala planetaria, está surgiendo ante nuestros ojos y perfilándose en el horizonte de lo real. No son solo ilusiones. Hay señales espléndidas para quien sepa verlas y leer el clima de los grandes acontecimientos, tras los engañosos decorados que impone la hegemonía mediática.

Brindo por ello. Brindo porque, en la larga marcha de la humanidad hacia su emancipación, vayamos llegando por fin a un punto del que no haya retorno. Brindo por nuestros hijos, por nuestros nietos y por los que vengan después. Felices fiestas, pues, a todas y a todos. Y un muy hermoso día de mañana.

(Publicado en Correo del Orinoco el 28 de diciembre de 2023)

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