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Franquismo, imperialismo y relaciones de poder *. Matías Viotti

RELACIONES DE PODER Y LUCHA DE CLASES

Desde la perspectiva de Foucault, el poder es una multiplicidad de relaciones de fuerza, en un campo, donde se dan interminables luchas, donde el poder se transforma, se combina, se refuerza y se invierte en función de alianzas o estrategias que pueden terminar en los aparatos del Estado o en la formulación de leyes. El poder no es una institución, sino relaciones que descansan sobre principios variables e históricos, son situaciones estratégicas en una sociedad dada y donde siempre surgen resistencias (Cayuela Sánchez, 2014).

El franquismo y los fascismos no se pueden desligar del contexto histórico de las relaciones de poder en Europa occidental, el cual especialmente a partir del s.XVIII, dio lugar a dispositivos disciplinarios sobre la población que consistieron en la manipulación del cuerpo individual como «ser obediente», a partir de técnicas de dominación del gobierno, centradas en redirigir las acciones de los individuos y sus iniciativas de «libertad». Es decir, lo que Michel Foucault denominó como biopolítica.

En el caso del FRANQUISMO este «ser obediente» (homo patients) se construyó como nuevo modelo de sujeto caracterizado por su impasibilidad, su resignación, su austeridad, su disciplina y su amor a la patria y a la fe católica (Cayuela Sánchez, 2014). La biopolitica de Foucault nos sirve para observar que las técnicas de dominación que utilizó el franquismo no emergen de la nada, sino que se articulan con el Estado moderno –a partir principalmente del siglo XVIII– que dio lugar al Estado Nación, desde diferentes instituciones disciplinarias como la prisión, el cuartel, el hospital, el psiquiátrico, las educativas, etc. Es decir, un disciplinamiento sobre la cotidianeidad y la maneras de ver el mundo que Foucault denomina gubernamentalidad, y que guarda relación con el modo en que se han ido diseñando los Estados a lo largo la civilización moderna occidental, en base al colonialismo y el imperialismo.

Pero donde hay DOMINACIÓN hay RESISTENCIAS, decía Foucault, ya que el sujeto dominado no es pasivo, dando lugar a una correlación de fuerzas frente a las clases dominantes y esa hegemonía definida por Antonio Gramsci como una alianza de clases dominantes, consensos, fuerzas capaces de redireccionar la economía, la política y la moral de la población. Surge así el socialismo utópico en Europa provocando una reacción entre las derechas que pretendían construir su propia racionalidad política frente a los valores, no solo de los socialismos sino también de la ilustración y la revolución francesa. El poder se modela y se transforma, en lo que conocemos como fascismo, donde podemos señalar dos tipos fundamentales que destacaron en nuestra historia: el fascismo auténtico/dinámico que se refiere a esa alianza de las elites para conservar lo mejor del capitalismo, centrado en construir su propia racionalidad de derechas (Griffin, 2010). Y el fascismo clerical, de la Iglesia católica y el Vaticano en defensa de un estado de orden, jerárquico, no democrático y corporativo o del antiguo régimen decimonónico del XIX (Ynfante, 2004). Un fascismo clerical que fue determinante y muy particular en el Estado español, por la fuerza del extremismo católico o «purismo exagerado», que buscaba mantener la relación histórica entre el estado y la iglesia; tradicionalistas, el catolicismo social y conservadurismo maurista

ACCIÓN ESPAÑOLA (AE), LA II REPUBLICA Y LOS RELATOS DE LA MEMORIA

En este escenario, emerge la dictadura de Primo de Rivera (PR) en el Estado español frente al líder del partido liberal Manuel García Prieto, provocada por una alianza de elites, que tenían el catolicismo confesional como común denominador. La dominación de las elites alineadas en ambos fascismos, dará lugar a una reacción a favor de la II república que irrumpe drásticamente en contra de los intereses de la burguesía, igual que lo había hecho el socialismo utópico en Europa. Las derechas españolas, alineadas en ambos fascismos, conforman AE en 1931 (una especie de Think Tank de la época) con el propósito de enterrar la república para siempre bajo un Nuevo Estado que toma algunos anteproyectos del PR (Morodo, 1985). La propuesta consistía en una democracia orgánica basada en una monarquía tradicional y corporativa que agrupaba monárquicos, tradicionalistas, integristas, católicos, carlistas, falangistas, liberales y diferentes intelectuales. Entre otros, Ramiro de Maeztu, Víctor Pradera, el obispo Isidro Goma, los escritores José Permantin y José María Peman, Calvo Sotelo, Eugenio Vegas Latapié, José María de Areilza, Vallejo Nájera… El fin de AE no era crear un partido, sino aglutinar las derechas en un proyecto de defensa de sus dogmas. Es decir, un proyecto biopolítico, de domesticación de la población, que asegurase sus postulados y privilegios1.

Con el triunfo del golpe de Estado en 1939, las ideas de AE y muchos de sus miembros terminarán formando parte del franquismo: por ejemplo, el psiquiatra de la teoría del gen rojo Antonio Vallejo Nájera (1889-1960), cuyas ideas pervivirán en la psiquiatría española hasta el postfranquismo; Eugenio Vegas Latapié (1907-1985) nombrado preceptor de Juan Carlos I entre 1944 y 1947, de quien algunas de sus ideas en la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (en las bases de Estoril, 1947) serían recogidas en la Constitución de 1978; o el caso de José María de Areilza (1909-1998), consejero nacional del Movimiento (1946-1958), embajador de España en diversos países durante el franquismo, fue Ministro de Asuntos Exteriores en el primer gobierno de Juan Carlos I y cofundador de la UCD, considerado como uno de los impulsores de la Transición Española. Es decir, el proyecto biopolitico de AE se desarrollará a lo largo del franquismo reconfigurándose en base a los diferentes contextos políticos que le tocará vivir, permaneciendo en el ADN del Estado, e iluminando los diferentes relatos que el franquismo ira elaborando en sus diferentes contextos, hasta la Transición.

El relato de la etapa azul.

Respecto al proyecto disciplinador del franquismo podemos señalar dos dispositivos fundamentales que funcionaron como «conducción de conductas» de la población: por un lado la FET y de las JONS, más conocido como el “Movimiento Nacional” y por otro la Iglesia católica extremista, en torno a dos ideas; la idea de Hispanidad de Ramiro de Maeztu y la Cruzada Cristiana. Así, la familia se convierte en un blanco fundamental para ordenar los cuerpos y las vidas de la población, para que sean productivas al régimen. Se sustituye la idea de clase por nación y se inicia una política de control de la natalidad que durará todo el franquismo, siguiendo los principios de la mujer falangista de la Sección Femenina de Falange.

El relato del proceso de «desfascitización»

Sin embargo, después de la II Gran Guerra, con la pérdida de los aliados fascistas se generan nuevas estrategias biopoliticas de dominación especialmente entre los años 1950-1975. La etapa falangista se desgasta y comienza un relato que Rodrigo llama de Paz Social; se abandona el saludo nazi y se habla de «guerra civil» acompañando un auge de la ideología “desarrollista”, la incorporación a las economías capitalistas avanzadas y el ingreso del Estado español en la OMS, la UNESCO, la OIT y la ONU en los años 50 (Morodo, 1985; Towson, 2009). Un relato reconciliador que será uno de los “mascarones de proa” del régimen, y tras el cual se esconderá una continuidad de la “cruzada cristiana” (Rodrigo, 2013). En palabras de Rodrigo esta nueva narrativa “exaltó al dictador como el artífice de la reconciliación y la prosperidad” al mismo tiempo que comenzó a equipararse la violencia de un bando y de otro como la “tragedia española”, en la que todos fueron culpables.

Un proceso, que fue acompañado por dos alianzas fundamentales que tuvieron lugar en 1953 y que permitieron la supervivencia del régimen: La firma del concordato con la Santa Sede del Vaticano y el pacto de cooperación con USA, entregando el país al modelo económico del imperio. Es a partir de aquí cuando el NACIONALCATOLICISMO se vuelve el elemento articulador del Movimiento, con el Opus Dei en la cabeza. Es decir, se produce una reconfiguración en función del nuevo orden político internacional, aliándose con el imperialismo en lo económico pero conservando lo ideológico, especialmente articulado por el fascismo clerical. Un proceso muy similar al que se dio en la Santa Sede del Vaticano que también había iniciado un lavado de cara, después de PIOXII –considerado como el Papa nazi–, con Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio Vaticano II (CVII), considerado «progresista», ya que debilitaba, en cierta medida, la relación entre la iglesia y el estado.

Frente al CVII se inicia un trabajo triangular entre un sector ultra del Vaticano, el nacionalcatolicismo español representado por el Opus Dei y los Estados Unidos que se encontraba en la «lucha anticomunista» de la guerra fría. Como indica Jesús Ynfante en el libro “La cara oculta del Vaticano”, el Opus y el sector ultra del Vaticano –al cual pertenecía Juan Pablo II (JPII)– venían trabajando en lo que podríamos denominar como una “Segunda Cruzada Cristiana”, a favor de sostener aquellas ideas del fascismo clerical, en contra de los cristianos de base y los católicos no integristas. Alianza que se inclinaba a favor del imperio frente a la posibilidad del triunfo del comunismo en Europa. Fruto de este trabajo triangular se produjeron tres consecuencias fundamentales: el proyecto nacionalcatólico franquista encontró una salida hacia una Transición a una monarquía parlamentaria de no ruptura con el régimen, conservando su legalidad; el Vaticano logró nombrar al integrista JPII en 1978, quien nombrará al Opus con prelatura personal en la SS del Vaticano en 1982, al mismo tiempo que lanzará la encíclica Centesimus Annus a favor del proyecto neoliberal del imperio, como “nueva ética económica católica” bajo la idea que el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades (en Naranjo, 2010); y Estados Unidos que venía realizando una especie de Plan Cóndor a la europea en contra del comunismo –o todo aquello que obstaculizara el proyecto neoliberal–, sumaba al estado español como un aliado más del proyecto.

El relato de la transición.

En este contexto, el relato de la Paz social que había sido uno de los “mascarones de proa” del segundo franquismo, había allanado el camino para la aceptación de un relato de reconciliación entre dos bandos que diera lugar a pensar la Transición como un éxito. En la línea de Jesús Izquierdo Martín (2018), las subjetividades construidas por la dictadura, quedaron ancladas en el relato de la Transición donde el mismo franquismo construyó la representación social de «guerra civil», como si fuera resultado de una locura colectiva, repartiendo responsabilidades en partes iguales; así como también construyó la representación de la dictadura como una etapa de pacificación política, bajo la Paz Social, y normalización económica. Es decir, que desde la biopolítica franquista, las representaciones sociales construidas, se fueron adaptando y articulando por un lado, cooptando a un sector de clase política «progresista», y por otro, bajo la idea de que podía pasar lo peor sino se aceptaba esa vía hacia la monarquía parlamentaria. De este modo, los elementos del neoliberalismo característicos de las democracias liberales que se construyeron sobre la despolitización y el consumismo –asumiendo que la participación democrática es votar cada cuatro años– reforzaron la idea de la Transición como un éxito de la democracia, ocultando el ADN fascista del Estado.

Un claro ejemplo para pensar esta perspectiva es el del Opus y el concordato de 1979. El Opus Dei y otros católicos del fascismo clerical (Propagandistas, acción católica) no solo participaron en la misma Transición sino que además, formaron parte del gobierno de Suarez (Preston, 2019). Por ejemplo, José María López de Letona, Jaime Ignacio del Burgo o Laureano López Rodo, quien participó activamente en la constitución de 1978. El papel del Opus se vio recompensado con el concordato de 1979 donde el mismo embajador de España ante la Santa Sede entre 1985 y 1987 mencionaba que las mismas personas que habían negociado el concordato de 1953, negociaron también los acuerdos de 1979 (Gonzalo Puente Ojea, 2008). Fue el concordato lo que permitió la continuidad de las congregaciones religiosas en la gestión de diferentes servicios sociales (hospitales, sanatorios, orfanatos…), algunos de los cuales fueron señalados por la continuidad del delito de apropiación de bebés cometido a lo largo del franquismo, con la participación de la iglesia católica, y que duró hasta finales de los años noventa.

ALGUNAS CONCLUSIONES

  • El franquismo, hay que pensarlo fuera de los límites del Estado, donde Estados Unidos y las potencias aliadas jugaron un papel fundamental, en una especie de Plan Cóndor a la europea (la Operación Gladio), en contra de todo proyecto que jugara en contra del neoliberalismo.

  • Hay que tener en cuenta que los mecanismos bipolíticos que se articulan con la democracia liberal como el uso del discurso, del relato, y las representaciones sociales desde donde se construyen subjetividades políticas, jugaron y siguen jugando un importante papel. Por ejemplo, el fascismo también tiene una representación que habría que revisar, y que invisibiliza el fascismo clerical mucho menos estudiado y tenido en cuenta.

  • Los proyectos de resistencia, especialmente en América Latina, nos enseñan la importancia de pensar la política en comunicación con otros saberes que son el resultado de diferentes opresiones. Como bien han analizado autores como Scott, Corrigan o Sayer una de las trampas de la democracia liberal está en que a veces las prácticas contestatarias de los movimientos sociales emergen con una mirada de la resistencia que emana de la propia lógica hegemónica (de esas alianzas).

  • La impunidad del franquismo debería mirarse no como una falla del sistema que hay que subsanar, sino más bien como una cuestión estructural que atraviesa el Estado, está en su ADN, y se articula fácilmente con el proceso neoliberal que llevó a un incremento del lado punitivo del Estado y a una perdida del lado social. De ahí la importancia de construir en el campo de lo popular frente a la fragmentación social, además de aprovechar el campo institucional.

  • De hecho, la fragmentación de lo popular fue un pilar del neoliberalismo y está directamente relacionada con la vieja idea fascista de enterrar la conciencia de clase poniendo el foco en las libertades/identidades/derechos individualizados. Sin menospreciar estas, hay que tener en cuenta, –parafraseando a Fassin–, que la nueva retórica liberal, la de la sociedad de consumo, encarna la idea de los «derechos» como lenguaje privilegiado de la modernidad democrática, basada en una igualdad sin freno. Así, todo vale; el derecho a la libertad de mercado, de votar a un partido que valora la economía por encima de la vida o el derecho a olvidar la dictadura y los cientos de miles de desaparecidos/as así como la identidad de los niños y niñas apropiadas, con la participación de la iglesia católica, hasta finales de los años noventa.

  • Por tanto, y para concluir, existe una urgencia de detenerse a pensar más allá de la realidad que se nos presenta como verdadera y retomar la vieja costumbre de la formación política como análisis de la realidad, para no caer en las trampas de la modernidad y del relato que ha devenido hegemónico a lo largo de nuestra historia.

* Ponencia presentada en el marco del I Curso Introductorio de Memoria Democrática y Justicia del Instituto Universitario de Estudios de Género – Universidad Carlos III de Madrid, con el título “Confrontación de clases y memorias durante la II república; la otra guerra: la del relato; la memoria oficial totalitaria del franquismo; el papel de la ideología nacional-católica (la iglesia como fuente de legitimidad).

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  1. El proyecto de AE fue muy similar a otros intentos de las derechas europeas que no lograron asentarse en la estructura del estado 

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