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Georges y Ziad, dos nombres y una misma causa. Pablo Sapag

Con apenas horas de diferencia dos nombres han resonado en Líbano, Palestina, el resto de Siria y algún país árabe que aún conserva el sentido y la dignidad de lo que eso significa políticamente. Son el de Georges Ibrahim Abdallah y el de Ziad Rahbani, Aunque nacidos en Líbano en la misma época, uno y otro con una convicción nacional trascendente al rígido corsé impuesto por los occidentales que ayer fragmentaron y hoy subdividen la Siria Natural con la inestimable ayuda de sus muy sectarios e indocumentados colaboradores indígenas o turco-mongoles de importación.

Cristiano maronita del norte del Líbano y profesor de enseñanza secundaria, Georges Ibrahim Abdallah ha militado sucesivamente en el Partido Social Nacional Sirio, el Partido Comunista Libanés, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y las Facciones Revolucionarias Armadas Libanesas. Todas ellas organizaciones sin adscripción religiosa de ningún tipo y tan anticolonialistas como, por lo mismo, antisionistas. Fue esa militancia la que llevó a Georges a cumplir 41 años de prisión en una sórdida prisión de Francia, país que lo acusó de participar en la década de 1980 en ataques contra representantes políticos y militares sionistas y estadounidenses en represalia por lo que estaba ocurriendo entonces en la Siria Natural. Algunos de esos ataques ocasionaron bajas mortales. Georges Abdallah fue condenado a cadena perpetua. Desde 2003 y según la ley francesa podía ser excarcelado al cumplir parte de la pena. Sin embargo, uno tras otro los jueces lo impidieron imponiéndole condiciones inasumibles para alguien con convicciones, como el reconocimiento de esos y otros hechos que le imputaban y el pago de indemnizaciones a sus supuestas víctimas, por irrisorias que fueran. Se convirtió así en el preso de conciencia más veterano de Europa y posiblemente, del mundo.

Georges Ibrahim Abdallah salió hace unos días de la sucia mazmorra francesa en la que lo habían encerrado después de que la presión internacional y sobre todo su resistencia personal y familiar obligara a sus carceleros a liberarlo. Salió de la cárcel sin darles en el gusto y de inmediato voló a su Líbano natal porque cuando se sabe de dónde se viene y a dónde se va, cuarenta años no son nada. Como lo demuestra la emigración siria al continente americano, tampoco lo son cien o ciento veinte años, si es que de paso se quiere hacer honor al tango, tan patrimonio del mahjar1 latinoamericano como el tarab2.

A la misma hora, el petimetre presidente francés Emmanuel Macron, heredero de los cruzados que invadieron Siria hace mil años y de los generales Gourad y Goybet que en 1920 la fraccionaron en connivencia con los británicos, hablaba por teléfono con su nuevo hombre en Damasco para, siguiendo el diseño trazado por EE UU, dictarle el nuevo mapa regional. Un Sykes-Picot renovado con más cantones y seudo estados de inspiración étnica y sectaria para mayor gloria de Israel y el occidente colectivo y binario del que salió y al que por derecho más propio que del de cualquier otro pertenece Sión.

Nada más llegar a Beirut, Georges habló de la resistencia como el único camino posible. Todo ello en un momento en el que la correlación de fuerzas entre la resistencia nacional y el colonialismo sionista occidental parece favorecer tácticamente a este último, más aún después de los acontecimientos recientes en Palestina, Líbano y, sobre todo, la República Árabe Siria. Para Georges Abdallah y con la autoridad que se deriva de la suya propia, “la resistencia está más viva que nunca y es inextirpable”.

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Un día después del regreso de Georges se conocía la muerte de Ziad Rahbani. Hijo de la legendaria cantante libanesa Fairuz y del mítico compositor Assi Rahbani, dedicó su prolífica vida a la música –fusionó tarab y jazz-, el teatro, las intervenciones radiofónicas y, sobre todo, a la resistencia nacional. Todo ello y como buen cristiano greco ortodoxo, capaz de ver y de integrar todo en por lo menos tres dimensiones complementarias y nunca contrapuestas.  Por lo mismo, Ziad Rahbani siempre combatió el sectarismo en todas sus formas. Célebres son dos frases suyas: “En su verdadera dimensión, patriotismo significa enfrentarse a Israel” y su modelo de estado exclusivo y excluyente. La otra: “No quiero cambiar este país. Solo quiero que no me cambie a mí”. Se refería así al modelo político confesionalizado y sectario que le impusieron los franceses al Líbano. Auténtico anatema para quien, cuando pocos lo hacían, defendió al ahora desaparecido Estado aconfesional de la República Árabe Siria en su lucha contra la injerencia exterior y, sobre todo, la fragmentación sectaria que ahora se ha enseñoreado de su territorio, su legislación, su vocabulario y hasta sus usos y costumbres más cotidianos, desde el vestuario a los accesorios capilares.

Ziad Rahbani se resistía así al reduccionismo en su doble sentido. El que reduce a las personas a su secta o a su etnia, privándolas de su derecho a construir y ejercer su propia identidad política de acuerdo a criterios más sofisticados que esos. El segundo sentido es el de las reducciones de indios a la española –reservas en la nomenclatura yanqui- que esconde el plan occidental para la Siria Natural en su versión 2.0. Proyecto que conlleva procesos de limpieza étnica y sectaria ya en marcha, la falsificación de la historia y el adoctrinamiento en un fanatismo tan propio de ambientes desérticos y esteparios como hasta ahora ajeno a la Siria Natural y su esencia nacional. La misma asociada para siempre a dos nombres: Georges y Ziad, Ziad y Georges.


  1. Mahjar: la transliteración del concepto mahjar corresponde al vocablo árabe مهجر que se traduce como “emigración”, “diáspora”, conjunto de “expatriados”. 

  2. Tarab: género de la música árabe tradicional asociado con la evocación emocional que conjuga composiciones de alta elaboración con estrofas de poemas árabes clásicos o contemporáneos. 

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