Idlib, última oportunidad para la UE en Siria
La escalada de tensión en la noroccidental provincia siria de Idlib ofrece a la Unión Europea una última oportunidad para enmendar su contraproducente actuación en Siria de los pasados nueve años. Última porque estamos ante la etapa final de la parte militar de la crisis siria. Eso quiere decir que, cerrado ese frente ahora en ebullición, no habrá más ocasiones como esta. Desde hace cuatro meses el Estado sirio, con apoyo de Rusia, ha logrado recuperar el control de más de la mitad de esa provincia, hasta entonces en manos de grupos yihadistas. Los más importantes son considerados terroristas por la propia UE, la ONU, la OTAN, EE UU, Rusia e incluso Turquía, cuyo apoyo por acción u omisión es vital para que esas organizaciones puedan operar.
No es casual que Siria haya intensificado sus operaciones en Idlib en este último tiempo y no antes. Lo ha hecho por dos razones. La primera para evitar que los grupos yihadistas siguieran atacando a los civiles próximos al área desmilitarizada que se había acordado entre Rusia y Turquía. Ello devolvió la seguridad a importantes localidades en la vecina provincia de Hama, como Suqaylabiyah o Maharde. También a algunos barrios de la zona occidental de Alepo.
La segunda tiene que ver con la situación económica de Siria, paradójicamente la más difícil de los últimos años. A medida que el Estado sirio se ha impuesto en todos los frentes, cientos de miles de desplazados en Líbano, Jordania, Iraq y más allá han regresado al país. Ello ha disparado la demanda de bienes y servicios que una economía que ha perdido casi el 40% de sus infraestructuras y de la capacidad industrial instalada no puede atender. A eso se le suma el endurecimiento el último año de las sanciones que EE UU, la UE y algunas monarquías absolutas del Golfo han impuesto a Siria.
El cuadro lo completa la desesperada situación económica del vecino Líbano, donde opera un corralito de facto que ha cegado el único canal de acceso a divisas que los sectores público y privado sirios tenían para financiar la reconstrucción y el relanzamiento económico. Las consecuencias de todo ello son que en apenas meses la lira siria se ha devaluado tanto como en los ocho años anteriores, una espiral inflacionaria y el racionamiento de gasolina, gas, azúcar, harina y otros productos básicos.
Para hacer frente a esa coyuntura económica el Estado sirio está decidido a reabrir todas las vías de comunicación internas. Lo ha hecho expulsando a los yihadistas de las proximidades del aeropuerto internacional de Alepo, reabierto hace dos semanas. Al mismo tiempo, lanzó una operación para liberar el último tramo de la autopista M-5, que recorre Siria de sur a norte uniendo entre Damasco y Alepo sus principales mercados y centros productivos. Ese último tramo pasa por Idlib, en particular por la ciudad de Saraqeb, donde la M-5 se cruza con la M-4, que conecta el puerto de Latakia con Alepo.
Cuando el Ejército sirio recuperó ese vital nudo de comunicaciones, Turquía, que es miembro de una OTAN a la que puede arrastrar a un choque con Rusia, envió ilegalmente sus tropas a Siria. El objetivo es apoyar los intentos de los grupos armados por recuperar Saraqeb e impedir la reapertura definitiva de la M-5. En esa maniobra ha perdido decenas de soldados, aviones no tripulados, carros de combate y vehículos de transporte de tropas. Bajas y pérdidas turcas que se suman a las de los grupos a los que apoya y a las propias del Ejército sirio.
Al igual que Damasco, tampoco es previsible que Turquía dé marcha atrás. Aunque su presidente Erdogan ha asumido que en Siria jamás habrá un régimen islamista como el suyo, entre otras cosas porque la sociedad siria es multiconfesional, con cristianos y musulmanes de distintas denominaciones, en esta ocasión defiende intereses más realistas y concretos a los que no es fácil renunciar. Si los yihadistas a los que apoya pierden pie en el nudo carretero, el mini califato que les va quedando en un tercio de Idlib será inviable. Ello obligaría a Turquía a hacerse cargo de esos yihadistas, la mayoría de Al Qaeda, y sobre todo perdería su gran baza negociadora con la UE. Resuelto Idlib ya no podría chantajear a Bruselas con unos civiles desplazados a los que sus fuerzas proxies impiden salir por los cinco corredores humanitarios habilitados por Siria y Rusia en las provincias de Idlib y Alepo.
En los próximos días se celebrará una cumbre entre Turquía y Rusia en Estambul a la que están invitadas Alemania y Francia. Al no estar representada directamente, la UE tendrá que hacerse cargo de la factura que pase Erdogan a cuenta de los desplazados. Alemania tiene poco margen de maniobra por el peso de su propia población turca. Francia hará lo que sea para evitar el cierre de una crisis siria en la que ha actuado en función de su xenófobo y sectario pasado colonial en una Siria con la que está históricamente obsesionada.
Con EE UU hace ya tiempo fuera de la ecuación por incapacidad y decisión propia, la UE tiene la oportunidad en Idlib de demostrar que tiene una política independiente capaz de garantizar a sirios y turcos la consecución de sus intereses y a la UE los suyos propios. Un aflojamiento de las sanciones económicas de la UE sobre Siria sería un incentivo para que Damasco diera tiempo a los turcos y a la UE para arreglar sus permanentes cuitas económicas. Erdogan necesita dinero y una mayor apertura de la UE. Si lo obtiene es posible que deje de usar a los civiles sirios de Idlib como moneda de cambio. Ello supondría el fin de su apoyo a unos yihadistas a los que habrá que buscar acomodo por varias vías. Para los sirios, la negociación de rendición, amnistía y reconciliación con Damasco. Para los extranjeros, vuelta a sus países o traslado a los tribunales que se disponga. A cambio, la UE lograría la estabilización del Mediterráneo oriental, la mejora de su relación con Rusia y el fin definitivo de la crisis de los desplazados y del recurrente chantaje turco. Sobre todo, podría ganarse el respeto como actor internacional capaz de gestionar pragmáticamente una crisis siria que ha contribuido a crear por su seguidismo atlantista, las revanchistas imposiciones francesas y el gusto por una retórica tan ampulosa como banal. Idlib es su último tren.