La ciudad de nuestro desvelo. Farruco Sesto
Este afiche, que reencuentro ahora entre mis papeles, con una imagen estremecedora, así lo creo, me trae muchísimos recuerdos de algunos momentos de los años noventa en el siglo pasado. Y me golpea el corazón directamente, al rememorar, por ejemplo, a un Aristóbulo insomne, supervisando la labor de los camiones de basura a las tres de la madrugada en alguna parte de la ciudad.
¿Pero qué ciudad era aquella, la de nuestro desvelo? ¿Por qué nos desvelaba en el sentido más vital de la palabra? ¿En que aventuras quijotescas andábamos entonces? ¿Qué era lo que pretendíamos, sabiendo, como sabíamos, que más allá de una ciudad concreta, era todo un universo social de injusticia, dominación, exclusión, explotación, segregación de clases, lo que necesitábamos confrontar para resolver sus grandes problemas, pues se nos iba en ello la vida?.
Permítanme que se lo cuente, en una nota rápida, retrocediendo un poco en el tiempo.
Estamos en 1992. En febrero y noviembre tienen lugar las dos insurrecciones militares contra el corrompido régimen puntofijista y sus cuarenta años de pésimos gobiernos al servicio de las oligarquías. Ambos intentos, que fracasan en el sentido operativo, tienen, como compensación, un gran impacto emocional en el pueblo de Venezuela y, particularmente, en el pueblo de Caracas que no puede, ni quiere, olvidar la masacre que vivió apenas tres años antes, durante el Caracazo. Ahora, en diciembre, y con los jóvenes militares en prisión, el pueblo caraqueño, pone sus expectativas en una nueva figura que se presenta a las elecciones para el gobierno de la ciudad. Es así como Aristóbulo Istúriz es elegido Alcalde de Caracas. No como un alcalde más, sino como una concreción de la esperanza popular, casi como una muestra, o una señal, de que los cambios profundos son posibles y ya es la hora de ponerlos en marcha. De alguna manera es como un movimiento premonitorio de la gran sacudida que se va a producir más tarde, a partir de 1999, bajo el liderazgo del Comandante Chávez.
Pero por ahora, situémonos de lleno en aquella gestión revolucionaria de la alcaldía de Caracas. Como director de Gestión Urbana, yo formaba parte del equipo de Aristóbulo, junto a muchos hombres y mujeres comprometidos, que tenían clara conciencia de que había que darlo todo en la nueva tarea. Entre ellos algunos camaradas que habrían de ocupar cargos significativos más tarde, durante los gobiernos de Chávez y Maduro, como María Cristina Iglesias, María Urbaneja, Julio Montes, Jacqueline Farías o Francisco Durán, que me vienen a la memoria.
Era, hay que decirlo, un equipo esforzado y maravilloso con Aristóbulo al mando. ¡Qué experiencia!
No es momento de hacer aquí una crónica de aquella gestión municipal, y ni siquiera de las ideas, estrategias y acciones concretas, que se trazaron y ejecutaron entonces. Pero, aunque es muy difícil resumirlo integralmente, queda para la historia, sobre todo, el reconocimiento del pueblo como protagonista de la gestión, utilizando herramientas tales como los presupuestos participativos, las mesas técnicas de agua y otras similares, que ponían justamente el acento allí, en ese concepto esencial, que es el poder del pueblo.
Pero los grandes y terribles problemas de aquella ciudad que nos desvelaba, se nos escapaban de entre las manos. De alguna manera lo sabíamos. No éramos unos ingenuos. Por más que poníamos lo mejor de nosotros como equipo, dirigidos por Aristóbulo, el resultado de lo que podíamos hacer no se parecía a lo que soñábamos.
Más tarde terminaríamos de comprenderlo bien del todo con el comandante Chávez, ya durante su gobierno bolivariano. Entonces entendimos que no se trata solo de una ciudad. Que es una sociedad completa, que es un país entero, el escenario de los esfuerzos de transformación estructural. Y aún más allá, que es el escenario de la humanidad total, en el que nos movemos, y en donde todo cuenta, lo que marca los tiempos de lo posible. Pues es un panorama global el que nos afecta, son las tensiones geopolíticas, es la presencia de un imperio y de las fuerzas neocoloniales actuando, en este caso, contra nosotros, lo que se debe confrontar para torcerle el rumbo a la realidad. Pues solo así, en el ejercicio de la libertad plena, y de la democracia total, con el pueblo como protagonista, y habiendo resistido y derrotado las agresiones de todo tipo contra nosotros, entre ellas las mal llamadas “sanciones”, podremos construir la sociedad próspera y humanamente feliz que deseamos.
Sabiendo además, que con la lucha despegada en todos los frentes, no es en la abstracción donde se producen los cambios, sino en la praxis de las acciones concretas. Desde los grandes movimientos en el entramado de los planes generales, hasta las más modestas y acotadas actuaciones en los asuntos de la vida cotidiana.
Y en eso estamos. Esa la razón principal de nuestro desvelo. La de la causa humana. Ayer, nos volcábamos completamente en aquella experiencia local tan intensa, con Aristóbulo Istúriz al frente. Luego nos tocó participar con Hugo Chávez, en plena efervescencia revolucionaria y con un plan refundacional para la República. Y hoy aquí estamos, con Nicolás Maduro liderando las fuerzas del pueblo con las que nos movemos y con las que alcanzaremos las victorias definitivas.
Ahora contemplo ese afiche con la imagen que tomé desde un helicóptero y que nos sigue mostrando la magnitud del problema, y me pongo a pensar. Afianzo mis convicciones sobre lo justo y oportuno de los caminos recorridos y de los que nos esperan todavía.
Vayan estas reflexiones, pues, y estos recuerdos, estimulados por el reencuentro con esa panorámica dramática de la Caracas popular, como un pequeño homenaje personal a Aristóbulo, mi querido jefe y maestro, siempre presente.
(Publicado en Correo del Orinoco, el 2 de mayo de 2024)