La consolidación de la «izquierda compatible»: de la caída de la URSS a la «política de las identidades». Tita Barahona
Tras la caída del bloque soviético en 1989, la década de los 90 abrió un nuevo y enorme mercado al mundo capitalista, pero también consolidó cambios políticos e ideológicos que se venían gestando desde la década de los 70.
Durante los años 90, en los grandes medios de comunicación y en las universidades solo se oía hablar del “fin de la historia” -a consecuencia del famoso artículo de Francis Fukuyama– y sus derivados apocalípticos del “fin de las ideologías” y el “fin del trabajo”. No se paraba de debatir en torno a otros temas como la “globalización”, el “pensamiento único”, la “crisis del Estado de bienestar”, la clonación de células humanas y las promesas que ofrecía la “revolución digital”.
En medio de todo ello, la “izquierda compatible”, como la llamó la CIA -esa izquierda anti-marxista y anti-comunista compatible con el capitalismo- reforzaba esa “compatibilidad”.
Su mayor representante en el Estado español, el PSOE, ganaba de nuevo las elecciones generales del 6 de junio de 1993, aunque no con mayoría absoluta. El pacto con PNV y CiU permitió a Felipe González retomar la presidencia del gobierno. Aquellas fueron unas elecciones anticipadas debido -según el propio González– a la crisis económica. Por ello, el debate sobre la “reforma laboral” en ciernes había quedado interrumpido.
Pocos días después, el 11 de junio, llegaba a Madrid el ultraliberal Gary Becker, miembro de la Escuela de Chicago1 y premio Nobel de Economía 1992, para impartir las órdenes del capital.
Esas órdenes las pronunció en la conferencia “El futuro del capitalismo”, organizada conjuntamente por los diarios económicos The Wall Street Journal y Cinco Días, a la que asistieron Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, como moderador, acompañado de Francisco Luzón, presidente de Argentaria, y Miguel Boyer, ex-ministro de Economía y Hacienda, entre otros2.
Gary Becker lanzó en su discurso un ataque frontal a cualquier tipo de regulación que limitase a las empresas poder despedir trabajadores libremente. También arremetió contra la regulación del salario mínimo y contra unas cotizaciones empresariales a la Seguridad Social que, según él, eran demasiado altas en Europa, a diferencia de EE.UU.
En definitiva, Becker daba la orden de “flexibilizar” el mercado laboral -nuevo eufemismo político para designar el derribo de todos los derechos laborales que había ganado la clase trabajadora con su lucha-, con el objetivo de “salir de la crisis”, es decir, para revertir el descenso de la tasa de ganancia del capital. En resumen: “la existencia de normas laborales es el origen de todos los males”.
De la misma opinión se mostró el ex-ministro “socialista” Miguel Boyer (qué vergüenza poner dicho apelativo a este y semejantes personajes), utilizando la conocida táctica de tratar de enfrentar a unos trabajadores con otros:
“egoísmo de los que tienen empleo frente a los demás”, porque lo que no podía ser -según él- es que los salarios “sigan creciendo (…) mientras el paro se dispara brutalmente”.
Ya se hablaba en ese año de limitar las prestaciones por desempleo, lo que en España se hizo con la reforma laboral que por fin se aprobó en 1994. Esto fue parte de ese “proyecto de país” que, según la actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, tenía Felipe González.
La excusa para limitar el derecho a las prestaciones por desempleo fue la que entonces se generalizaba en toda la Europa capitalista: desincentivaban la “búsqueda de empleo”. De hecho, la Comisión Europea destacaba en un estudio:
“el impacto desincentivador de la protección al desempleo sobre la reincorporación del parado al trabajo”3.
Tanto la derecha como la izquierda compatible se adaptaban a las nuevas reglas del capitalismo -llamadas desde los años 70 “neoliberales”– pero con discursos diferenciados para mantener la ficción de pluralidad democrática.
Un apoyo fundamental a esta estrategia adaptativa llegó desde el Reino Unido, donde en 1997 ganaba las elecciones el laborista Tony Blair. Se llamó la Tercera Vía y su ideólogo fue el sociólogo Anthony Giddens, entonces director de la London School of Economics, y asesor de Blair.
En noviembre de 1998, Peter Mandelson, ministro de Comercio e Industria del gabinete de Blair, aterrizaba en Madrid para presentar la traducción al castellano del libro de éste titulado “La Tercera Vía”, editado por El País-Aguilar. El acto estuvo presidido por Josep Borrell, aspirante por el PSOE a la presidencia del gobierno y autor de la introducción del libro4.
El propio Mandelson definió esa “tercera vía” como la mejor para “alcanzar en cada momento los valores de la izquierda con la flexibilidad del talante liberal”. Nicolás Sartorius, de la Fundación Alternativas, que ejerció de moderador, precisó que «la tercera vía no es una equidistancia entre izquierda y derecha, y por tanto un nuevo centro, sino claramente una izquierda nueva«.
Era una izquierda nueva que se alejaba de “algunas prácticas de la vieja izquierda, encorsetadas por el énfasis en la fiscalidad y el control por parte del Estado”, y que, según Mandelson, consistiría en
“un revisionismo permanente (…) una continua renovación del contrato con la gente, para modernizar la aplicación de nuestros valores”.
Sobresaliente cum laude en palabrería hueca, que seguramente hoy nos sonará muy familiar.
La formación Izquierda Unida (IU), encabezada por Julio Anguita, aun cuando ya había iniciado un tránsito hacia la “compatibilidad”, todavía no tenía intención de transitar por esta “tercera vía”, aunque se le empezaba a exigir.
Dentro de la formación se había constituido una Plataforma por la Soberanía y Pluralidad de Izquierda Unida, conocida como Tercera Vía, que pedía a la dirección un giro en el discurso político, consideraba urgente abandonar la confrontación con los sindicatos de concertación e incluso proponía que IU desconvocase la movilización por las 35 horas de trabajo semanales, que entonces era una de las principales reivindicaciones sindicales5.
IU conoció por aquellos días del otoño de 1998 la escisión protagonizada por Diego López Garrido 6 y Cristina Almeida, que formaron el partido Nueva Izquierda (NI). De cara a las elecciones europeas de junio de 1999, PSOE y NI aprobaban un manifiesto común para “superar el ‘clasismo’ y llegar a la sociedad”, y “renovar las banderas de la izquierda”7, esos “estandartes apolillados” como diría en 2003 el nacional-catolicista José Bono en un artículo8.
A las europeas de 1999 marchó, en efecto, el PSOE en coalición con Nueva Izquierda. Aún en campaña, se celebró en Barcelona un debate sobre La Europa del Progreso, en el que participaron Josep Borrell, José María Mendiluce -eurodiputado por el PSOE- y Daniel Cohn-Bendit de los Verdes alemanes9.
Allí Borrell se mostró convencido de que su partido debía incorporar los “nuevos valores de la izquierda como la ecología para poder volver a gobernar España”. Y agregó que los partidos Verdes eran “la única fuerza organizada que se opone conceptualmente e intelectualmente al capitalismo” (sic), mientras que el “socialismo democrático”, a su juicio, “no cuestiona el principio del capitalismo, sino que sólo le pone paños calientes y cataplasmas (…) quizás ya ha hecho demasiadas concesiones”.
Estas fueron las palabras de quien hoy es el halcón de la “diplomacia” de la UE, ferviente defensor del capitalismo y el imperialismo Otanista y declarado eurocéntrico, por no decir abiertamente racista. Pero, claro, en aquellos años el PSOE estaba en la oposición. El Partido Popular de José María Aznar había ganado las elecciones en 1996 y había que echar las redes electorales en la izquierda social.
Pocos días antes del debate en Barcelona, el ministro Verde de Asuntos Exteriores de Alemania, Joshka Fischer, se reunía con el entonces secretario general de la OTAN, el “socialista” Javier Solana, en la sede de dicha organización en Bruselas.
El País celebraba “el encuentro de dos grandes conversos, de dos símbolos de los tiempos de pragmatismo que vive Europa (…) pragmatismo que es el maná del nuevo orden mundial”10.
Ese maná caía pocos meses después en forma de bombas, algunas de uranio empobrecido, sobre Belgrado. Con ello, la OTAN culminaba la destrucción de Yugoslavia. Y es digno de recordar de qué manera el entonces enviado de El País en Berlín, el ultraderechista de VOX, Hermann Tertsch, se refocilaba, a toda página, de que fueran “los sesentayochistas” quienes dirigían la guerra contra el presidente serbio Slobodan Milosevic:
“… antiguos maoístas que exigían el asalto campesino a las ciudades y dormían junto al Libro Rojo de Mao son asesores de ministros de Defensa, trotskistas que pasaron su juventud clamando por la revolución permanente se han convertido en firmes defensores de las instituciones (…) pacifistas que preferían ver su país ocupado por la URSS (…) partidarios de acabar militarmente con el régimen serbio”11.
Podríamos decir que, en el fondo, tenía razón, si no fuera porque esos “sesentayochistas” no habían sido más que una banda de oportunistas, bien engrasados por los servicios de inteligencia, como hizo la CIA con el movimiento estudiantil de los años 60 en EE.UU y también en Francia 12. Pero la consolidación de la izquierda compatible estaba lograda, el mejor regalo para quienes, como Tertsch, muestran hoy ya sin careta sus credenciales filo-fascistas.
A partir de 2001, la consigna general sistémica fue que “el 11 de septiembre había cambiado el mundo”.
En julio de 2003, cuando la derecha estaba en el poder tanto en la UE como en EE.UU, y en medio de los “escombros” de la guerra de Irak, se celebraba a iniciativa de uno de sus carniceros, Tony Blair, una Cumbre progresista en Londres 13.
En ella participaron 30 países con el objetivo era debatir el “futuro del centro-izquierda en el mundo” ¿Era la Tercera Vía una vía muerta?
Para su ideólogo, Anthony Giddens, rotundamente no. En su opinión, el centro-izquierda había perdido terreno en los países de la UE, pero alcanzado éxitos en otras partes del mundo: República Checa, Hungría, Polonia, Suecia, Alemania, que seguían “programas revisionistas” influidos por las ideas y políticas de la Tercera Vía.
Lo mismo se podía decir -añadió Giddens– del gobierno brasileño, puesto que “Lula ha abandonado la retórica izquierdista más tradicional (…) por una posición que se asemeja mucho a la de los partidos socialdemócratas modernizadores de Europa”, esos que, en palabras de Blair, debían huir “tanto de la antiglobalización como del antiamericanismo”.
Todo esto ocurría en las altas esferas, mientras las clases trabajadoras de todos los países representados en esa conferencia quedaban huérfanas de organizaciones sólidas que defendiesen sus intereses, lo que dejaba el terreno despejado para una ofensiva brutal del capital y sus gestores -la derecha y la izquierda compatible- en forma de recortes paulatinos en derechos sociales y laborales, precarización del trabajo, endeudamiento masivo, criminalización de las protestas, estancamiento de los salarios reales, aumento del paro…
La lucha de clases seguía -y sigue siendo- el motor de la historia, por mucho que la izquierda compatible, hoy en el Estado español reforzada por Unidas Podemos y el proyecto en ciernes Sumar, haya dejado de hablar de clases, explotación, opresión o guerra imperialista. Y son ellos, la clase capitalista, quienes la están ganando, como reconociera el archimillonario Warren Buffett.
Precisamente, para ocultar que vivimos en una sociedad clasista e impedir que los trabajadores y las trabajadoras despertemos a la conciencia de clase, con sus consecuencias, la izquierda compatible, con el beneplácito de la derecha, ha optado por enfatizar las diferencias de sexo, género, raza, orientación sexual…, convirtiéndolas en identidades individuales que son, supuestamente, las únicas que hay que defender y garantizar.
Esta “política de las identidades”, de la que hace bandera la izquierda compatible -llamada Woke en el mundo anglófono- se presenta envuelta en una retórica de “diversidad”, “inclusividad”, “transversalidad”, “derechos humanos”, que son las palabras-fetiche del actual mercado de la política global.
Mientras tanto, nos despojan de bienes y servicios básicos para nuestra reproducción –sanidad, educación, vivienda…-, la riqueza se concentra cada vez en menos manos y la misera se expande por la base social, en un capitalismo decadente que ya no puede reproducirse sino matando cada vez más y esquilmando el planeta14.
Nos jugamos el futuro de nuestros jóvenes y el de las generaciones venideras. Es crucial que nos organicemos como clase, de manera unitaria e independiente, para parar esta barbarie. El marxismo es la mejor guía tanto para conocer las reglas y funcionamiento del capital, como para diseñar estrategias de medio y largo plazo que nos permitan avanzar en ese esfuerzo colectivo.
Los capitalistas tienen conciencia de su clase y su propia Internacional 15. Es urgente que reconstruyamos la nuestra.
La historia, nuestra historia, no la propaganda que nos enseñan en las escuelas y difunden los medios de manipulación masiva al servicio de nuestros explotadores, es también herramienta indispensable para entender el presente, las estrategias de la clase dominante, nuestros propios errores del pasado, y, con este conocimiento, renovar nuestra capacidad de lucha por la emancipación social.
(Publicado en Canarias Semanal, el 12 de diciembre de 2022)
Notas:
La Escuela de Chicago, nombre derivado de la Universidad homónima, fue el alimento ideológico de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años 80 ↩
El País, viernes 11 de junio de 1993 “El Nobel de Economía Becker afirma que sólo la flexibilidad laboral permitirá salir de la crisis” ↩
El estudio de la Comisión Europea se tituló “Mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo”, publicado en 1993 ↩
El País, viernes 13 de noviembre de 1998: “Mandelson define la ‘tercera vía’ como la puesta al día de los valores de la izquierda” ↩
El País, viernes 13 de noviembre de 1998: “La Tercera Vía exige un giro en IU para evitar la ‘marginación’” ↩
Diego López Garrido se integró en el PSOE en 2001, donde ha hizo carrera: ha medrado tanto en su ejecutiva como en la UE. En realidad, NI fue el puente que construyó para este salto premeditado de IU, donde no obtuvo el favor de las bases, al PSOE ↩
El País, sábado 14 de noviembre de 1998: “El PSOE y NI quieren superar el ‘clasismo’ y llegar a la sociedad” ↩
El País, domingo 27 de julio de 2003. José Bono en ese año ejercía su segundo mandato como presidente de Castilla-La Mancha ↩
El País, viernes 18 de diciembre de 1998: “Borrell anuncia que el PSOE se llamará ‘Socialistas y progresistas’ en las europeas” ↩
El País, viernes 6 de noviembre de 1998: “Fischer confirma a Solana su pleno respaldo a la Alianza Atlántica” ↩
El País, lunes 26 de abril de 1999: “La generación del 68 se va a la guerra” ↩
Para EE.UU, véase https://prospect.org/culture/books/student-movement-cia-front/ Para Francia, según Gabriel Rockhill, la CIA se aproximó a los líderes estudiantiles de Mayo del 68 que fueron más conocidos, como Daniel Cohn-Bendit, íntimo amigo de Joshka Fischer, ofreciéndoles sustanciosas sumas, lo que se tradujo en futuras carreras políticas y mediáticas prometedoras. La CIA también identificó en Francia a dos intelectuales como importantes recursos: Michel Foucault y André Glucksmann, furibundo halcón anti-marxista identificado en el grupo de los “Nuevos Filósofos” ↩
El País, domingo 20 de julio de 2003: “Reinventando la izquierda”. Idem, domingo 13 de julio de 2003: “La cumbre progresista pide pragmatismo” ↩
Véase el libro de Andrés Piqueras, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. Un debate crítico con los “neo” y “post” marxismos. También con los movimientos sociales, El Viejo Topo, 2022 ↩
Véase, por ejemplo: http://canarias-semanal.org/not/20828/-red-atlas-conozca-la-actividad-implacable-de-la-internacional-capitalista/ ↩