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La izquierda se desangra en los astilleros de Navantia

Como si una bomba de precisión hubiera caído por sorpresa y hubiera estallado. Caos, shock, sangre, heridas, astillas, miembros amputados, cuerpos despedazados, humo. Destrucción y muerte. La izquierda se desangra sin remedio en los astilleros de Navantia, merodea asfixiada, conmocionada, completamente desorientada entre la densa humareda que dejan las bombas y el zumbido que revienta los oídos. No ve, no oye. Languidece, puede que para décadas, víctima de cuatrocientas bombas de precisión, cinco embarcaciones militares, seis mil puestos de trabajo, diecisiete mil civiles assinados, diez mil heridos, más de veinte millones de personas en riesgo de hambruna, difteria y cólera. La mayor catástrofe humanitaria del planeta a día de hoy, Yemen, y el mayor genocida actual, Arabia Saudí.

No hablo del PSOE. El PSOE está muy vivo. Siempre lo estuvo. Y nunca fue izquierda. Si acaso, derecha moderna, el ala reformista del Régimen que, por otra parte, ya existía durante el franquismo. Ya saben: Felipe González y Juan Luis Cebrián. Los menos franquistas entre los franquistas. Los franquistas con chaqueta de pana, Gas Natural y Star Petroleum. Los franquistas en esencia de formas modernas que exhuman al fiambre porque les incomoda, pero dejan intactas las Fuerzas Armadas, el gran bastión franquista de nuestra sociedad, porque en el fondo todo es una sobreactuación.

Ellos no sufren del desconcierto y de los bombardeos, ellos han hecho del desconcierto una forma de existencia y de los bombardeos una partida presupuestaria más. Del sí pero no, de OTAN, Monarquía, GAL, privatizaciones, recortes, Troika, Botín y el Santander, la Iglesia y lo que se tercie. De todo lo que se supone que aborrecen, pero después terminan adorando. Del republicanismo borbónico, que ya es decir. De impedir que se investigue a Juan Carlos y Corinna, de ahogar a los denunciantes de corrupción, de traicionar a los familiares víctimas del franquismo, de llevar en los genes la república federal y aplicar el 155 con los palos incluidos. De nombrar ministro del Interior a quien [Marlaska] ha generado cinco condenas a España  por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por dejar de investigar seis casos de tortura, ha humillado a las víctimas del Yak-42 y tiene una carrera judicial poco edificante.

De “Arabia Saudí es un país serio”, de “las bombas vendidas son de precisión y por ello no matarán niños”, de ‘me siento ante la bandera de Estados Unidos, pero al poco soy presidente y me bajo los pantalones a toda prisa ante el amo del Mundo’, de ‘apuesto por la Alianza de las Civilizaciones y multiplico por seis la industria armamentística’. Porque si alguien no lo sabe, todo esto de las armas, de convertirnos en la séptima industria armamentista del mundo y vender munición y muerte a las peores bestias del Planeta lo comenzó Zapatero. Y Bono, y Alonso, y Chacón. Y sus mandos militares, claro, y sus altos cargos, y todos los que pasaron por la JIMMDU, esa junta interministerial de actas secretas que reparte muerte a quien paga por ella.

Por eso el PSOE no desfallece ahogado por toda esta infamia, no se inmuta ante una de las páginas más negras de la Historia de España. Lo vive con la normalidad de quien ha construido el mayor embuste del postfranquismo.

Quien se desangra en los astilleros de Navantia es la izquierda. La verdadera izquierda, la que de verdad fue oposición al franquismo, la que fue apaleada, torturada, violada y asesinada. La que llena las cunetas de cadáveres, la que fue exterminada en Badajoz o en la carretera Málaga-Almería. Y en centenares o miles de sitios más. Son Kichi, los sindicatos, Podemos, Anticapitalistas, izquierda Unida, Pablistas, Errejonistas… Todos. Y lo escribo con el enorme pesar que me genera ser izquierda, sentirme izquierda. Llevarla en mi ser. Porque algo de mí también ha quedado amputado en Navantia con todo esto. Y porque nos encontramos ante la mayor tragedia humanitaria del Planeta y ante tamaño infierno solo existe oponerse, dimitir, romper un partido o irse a casa. Pero nunca asumir.

Porque leo el reportaje de Francisco Carrión y no puedo evitar llorar. Sentir rabia e indignación. Oprobio. Vergüenza de ser español y, por primera vez en mucho tiempo, vergüenza de ser izquierda. Niños bombardeados dirigiéndose a un campamento de verano. Por favor. Sus fotografías. Los relatos de los que padecieron aquello. Y SOLO, aunque suene estremecedor, a grito sin voz, son 26. Lo repito: hay más de 17.000 civiles muertos, más de 10.000 civiles heridos y más de 20 millones de personas en riesgo de hambruna, cólera y difteria. Colegios, hospitales, mercados, entierros, campamentos de verano. Todo bombardeado. Todo hecho pedazos. Generaciones enteras perdidas. Migrantes, claro que sí, o inmigrantes, o emigrantes, o lo que sea, que serán víctimas de mafias, sufrirán robos, violaciones o explotación laboral. Como afirma la BBC que hacían o hacen en el sur de Turquía con los refugiados sirios nuestras queridas Zara y Mango.

‘Trabajo es trabajo’ para los Borbones que llenan los bolsillos con la muerte ajena, que a base de muerte han sostenido durante generaciones su poder y por la gracia de un genocidio hoy gobiernan. Pero no para nosotros. Aunque sea por solidaridad, por simpatía, por las víctimas franquistas y sus familiares, por el trabajo solidario con esos migrantes a los que les caen esas bombas de precisión, que según los socialistas, y ahora mismo me dan ganas de vomitar, no serán peligrosas porque de tan precisas que son no matarán niños. Como si el problema fuera la precisión de las bombas y no la perversidad, crueldad, vileza y depravación de los que las arrojan.

‘Trabajo es trabajo’ para las empresas alemanas que estuvieron explotando a los judíos durante el exterminio. Para Volkswagen, Bayer, Siemens, Bosch, Deutsche Bank, Krupp. Pero no para nosotros. Nosotros no somos como ellos, nosotros perdemos gobiernos, alcaldías, afiliados y lo que se tercie antes que ser como ellos. Nosotros somos los que tenemos que explicar que se puede. Que se puede hacer de otra forma, que 6.000 puestos de trabajo de 18.874.200 trabajadores representan el 0,031% y de 22.670.300 ocupados suponen el 0,026% y que 2.000 millones de euros en embarcaciones militares solo suponen con respecto a los 1.166.319 miles de millones de euros del PIB de 2017 un 0,00017%.

Y que, por tanto, lo que tocaba no era ‘trabajo es trabajo’ sino ofrecer un plan de reconversión industrial que terminase con esta infamia. Un plan, todavía estamos a tiempo, que acabe de una vez por todas con nuestra complicidad con tan atroces crímenes y que devuelva a la izquierda la coherencia que ahora mismo es operada a vida o muerte en Yemen. Y en los astilleros de Navantia. Un plan que se acepta o se rompe Gobierno.

Y no es ‘buenismo’ ni utopía ni radicalismo, es Suecia, Canadá, Finlandia, Noruega, Bélgica o Alemania, países que ya no venden armas a Arabia Saudí.

Porque si lo de las armas, Arabia Saudí o Yemen no era cierto ni era posible, ¿qué lo es del resto del discurso?


(Aparecido en “Público“, el 15 de septiembre de 2018)

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