La Tercera Guerra Mundial. Carlos Rivera Lugo
La Tercera Guerra Mundial
La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios.
Carl von Clausewitz
Todo tiende a indicar que el conflicto actual trabado en torno a Ucrania entre Estados Unidos (EEUU), la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra la Federación Rusa, constituye la Tercera Guerra Mundial. La dificultad que se ha tenido para llegar definitivamente a esa conclusión es que la contienda actual tiende a diferenciarse de la idea que se tenía de lo que eventualmente sería la próxima guerra mundial, es decir, una conflagración planetaria con armas nucleares que dejaría al mundo en ruinas y lleno de cadáveres por todas partes. Sin embargo, la Tercera Guerra Mundial ha asumido otro carácter: una especie de guerra planetaria total con consecuencias tanto geopolíticas como antisistémicas y con características de conflicto híbrido, es decir, no sólo militar sino que también económico, mediático, cultural e, incluso, deportivo, entre otros frentes. En lo militar ha sido una guerra mayormente convencional aunque con la posibilidad siempre presente de una escalada hacia lo nuclear, como bien han advertido todas las partes.
Así de profunda es la ruptura que indudablemente se está produciendo al interior de lo que entre 1989 y ahora era el orden mundial. Otra Gran Guerra Mundial, donde lo que se juega es el balance geopolítico de poder en el mundo, sin descartar el impacto que inevitablemente tendrá sobre la relación de poder entre sistemas, es decir, el capitalismo y el socialismo. En este contexto, Europa pasa a ser nuevamente el principal frente de batalla, al menos por el momento, a la espera de que se active el ya anunciado Frente del Pacífico dentro de la estrategia imperial que hoy privilegia como objetivo último a China, la gran potencia socialista a la que más teme Estados Unidos por su capacidad de convertirse en el principal foco de poder del nuevo orden multipolar que se asoma.
El viejo topo ha vuelto a asomar la cabeza a pesar de haberse decretado su muerte definitiva. China, un país socialista —bajo un modelo que caracteriza de socialismo de mercado— está a punto de convertirse en nueva potencia hegemónica de las relaciones políticas y económicas internacionales. Por ese motivo, no se puede desconocer que está presente también la lucha entre sistemas, aunque dicha contradicción ocupe un nivel secundario en el presente.
En ese contexto, se entiende que el presidente estadounidense Joseph Biden se haya afirmado, en una entrevista al periodista estadounidense Bryan Taylor Cohen del 24 de febrero, que la Tercera Guerra Mundial es una de las dos opciones que tiene ante sí: “Tenemos dos opciones. Dar comienzo a una Tercera Guerra Mundial, entrar en guerra con Rusia, físicamente. O dos: asegurarnos que el país que actúa contrario al derecho internacional pague el precio por ello”. En un discurso pronunciado en Polonia el pasado 26 de marzo, Biden pidió abiertamente el derrocamiento de Putin y un cambio de régimen en Rusia. Con ello delató lo que constituye el verdadero objetivo de Washington en el conflicto que se escenifica en Ucrania, de paso contradiciendo lo alegado previamente de que la OTAN es “una alianza defensiva” y “no un proyecto imperial” que busca desestabilizar a Rusia.
En días pasados, el primer ministro británico, Boris Johnson, le pidió al presidente ucraaniano, Volodomyr Zelensky, que no siguiese buscadndo poner fin a la guerra mediante negociaciones con Rusia, sino que tenía que seguir con la guerra hasta imponerse. A este se unió Josep Borrell, el Alto Representante de la UE, quien declaró el 10 de abril pasado, desde Kiev, la capital ucraniana, donde se encontraba de visita oficial: “Esta guerra debe ganarse en el campo de batalla”. La UE propone ahora que se retome la región del Donbass, donde se concentra la ofensiva militar rusa.
Ahora bien, hay que advertir que esta guerra de EEUU, la UE y la OTAN contra Rusia en Ucrania no dio inicio con la “operación militar especial” rusa iniciada el pasado 24 de febrero de 2022. En realidad dio inicio hace ocho años cuando Washington patrocinó un golpe de Estado en dicho país euro-oriental —“revolución de color” se llama ahora por los grandes medios civiles, militares y de inteligencia encargados de la propaganda de guerra del imperio— y se encargó de imponer un gobierno neocolonial, como tantas veces ha hecho en otros puntos del planeta. Implantó así el neoliberalismo a la trágala y puso a cargo de ello, como Ministra de Finanzas, a la notoria Natalie Jaresko, la misma que también apareció luego en Puerto Rico al frente de la Junta imperial de Control Fiscal a cargo de la misma faena de control y sumisión total de nuestra economía a los designios del capital financiero. Además, el exitoso cambio de régimen convirtió a Ucrania, hasta ese momento comprometida por mandato constitucional con la neutralidad, en mero instrumento de guerra dirigido contra Rusia e, incluso, su población rusoparlante, concentrada en la región del Donbass.
El histórico e inesperado reconocimiento por Rusia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk tomó por sorpresa a Washington y Bruselas. Y aunque se pasaban augurando la proximidad de una invasión rusa a Ucrania, no esperaban que tomase la forma, según anunciada por Putin el 21 de febrero de 2022, de una “operación militar especial” en Ucrania para socorrer humanitariamente a los pueblos de Donetsk y Lugansk contra los ataques criminales de los que eran víctimas hace ya ocho años a manos del Ejército ucraniano, con un saldo de 14,000 muertos. También, se buscaría la desmilitarización y desnazificación del país vecino.
La doble vara del derecho internacional
Rusia ha insistido en que sus acciones son legítimas de acuerdo con el derecho internacional. El uso de la fuerza en el derecho internacional se rige desde 1945 por el Artículo 2.4 de la Carta de la ONU que impone la obligación a los estados miembros a abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier estado. Hay dos excepciones: el Consejo de Seguridad puede decidir tomar medidas, incluyendo el uso de la fuerza. La segunda excepción, reconocida en el Artículo 51 de la Carta, es el derecho inmanente de todo estado a la legítima defensa individual o colectiva, incluyendo el uso de la fuerza. El Art. 51 tiene su origen como norma consuetudinaria debidamente refrendada reiteradamente por la práctica internacional y los tratadistas. Esta segunda excepción se activa en el caso de que la ONU, como ocurrió aquí, no actúe frente a una amenaza a la seguridad de un estado miembro, en cuyo caso se le reconoce a ese estado miembro el derecho a recurrir al uso de la fuerza.
¿Acaso no es esa también la práctica internacional común de los Estados Unidos y la OTAN, reconocida de facto en sus efectos políticos y legales por la ONU? ¿No fue así que procedieron Washington y Bruselas para el reconocimiento diplomático de Kosovo? El bombardeo de Serbia por la OTAN y el reconocimiento de la independencia de ese territorio serbio, fueron evocados por Putin como precedentes de sus acciones. Por otra parte, ¿cómo EEUU puede conciliar su reconocimiento reciente de la anexión de las Alturas de Golan sirias por Israel, a base de consideraciones de seguridad nacional de ésta y, por otro lado, rechazar la incorporación de Crimea a la Federación Rusa? ¿Cómo pueden Washington y Bruselas oponerse a la campaña internacional de “Boicot, desinversión y sanciones” (BDS) contra Israel y su ocupación ilegal de Palestina y el régimen de apartheid que ha instaurado allí contra los palestinos, y por otro lado promover ahora una salvaje campaña mundial de boicot y sanciones contra Rusia? Estamos ante la doble vara: una que aplica a EEUU y sus aliados, y otra a sus adversarios.
El derecho internacional es, en última instancia, lo que se practica, dentro de un contexto de relaciones de poder, y no lo que se dice que es, desde la mera enunciación formal de normas, reglas y principios. En ese sentido, se comprende mejor desde una perspectiva estratégica que desde una perspectiva juridicista. Ante ello, la “igualdad soberana” tiene que entenderse como el derecho de todo Estado a que sus acciones sean medidas con la misma vara con la que se miden las prácticas efectivas y reiteradas de las potencias imperiales, tanto la estadounidense como las europeas.
Los acuerdos de Minsk que pudieron haber servido de marco para la no intervención de Rusia en Ucrania, fueron ignorados tanto por Estados Unidos, la OTAN, la misma Ucrania e, incluso, la ONU. Incluso, hicieron caso omiso del compromiso suscrito en la Declaración de 2010 de la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (OSCE): “Nos comprometemos nuevamente a la visión de una comunidad euroatlántica y euroasiática libre, democrática y común que va desde Vancouver a Vladivostok”, lo que reconocía como legítimos los intereses de seguridad de todos los Estados signatarios, que incluía tanto a Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.
¿Acaso la hipocresía estadounidense y europea no había sido lo suficientemente comprobada con la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas, habiéndose ampliado de los 16 miembros que la integraban en 1991 a 30 miembros en la actualidad, en violación del compromiso contraído por Estados Unidos, bajo la presidencia de Ronald Reagan? El cerco estratégico-militar que la OTAN ha establecido en torno a Rusia constituye realmente un acto de guerra contra el país euroasiático, ante el cual éste tiene el legítimo derecho de defenderse por todos los medios a su alcance. Además, a todas luces, hay suficiente evidencia de la presencia decisiva de elementos fascistas al interior del gobierno de Zelensky y de las fuerzas armadas ucranianas, ante los cuales tanto EEUU y la UE se han hecho de la vista larga, por aquello de que “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”.
¿Qué hay de reaccionario o imperialista en que, dentro de ese marco, Rusia haya decidido actuar y defenderse? En todo caso, reaccionario es ignorar ese cerco estratégico a Rusia, como parte de toda una agenda imperial que se extiende hacia China y aún hacia la América Latina y el Caribe, donde Estados Unidos le sigue haciendo la guerra a Cuba y Venezuela —poco importa si es directa o híbrida, tiene los mismos efectos— y donde, además, la OTAN ya ha puesto bandera, en Colombia.
El antibolchevismo y el nacionalismo de Putin
Ahora bien, para lo que sí hay base para criticar a Putin es por aquella parte de su Mensaje del 21 de febrero en la que parece poner en entredicho el derecho de Ucrania a existir como nación, alegando que fue una creación de los bolcheviques que él entiende fue un error histórico. Esta parte de su postura está basada en su rechazo manifiesto a la posición de principio de Lenin a favor de la autodeterminación de los pueblos y las naciones, la cual llevó, independiente del origen común de Rusia y Ucrania, al reconocimiento de esta última, primero como república independiente, como parte de la URSS, constituida en torno a lo que hoy es su parte oriental. Luego, en 1939, se incorporó, bajo Stalin, la parte occidental de lo que hoy es Ucrania. Ya en 1991, Ucrania se separa de la URSS, como república independiente, al momento de la disolución de ésta.
Esta postura antibolchevique y anticomunista de Putin incluye lo que este ha planteado como la “descomunización” de Rusia. En ese sentido, tiende a revelar que su proyecto nunca ha sido nada más que la modernización de la idea de la Gran Rusia, apuntalada, eso sí, por el poderío militar y nuclear legado por la URSS y una política exterior contrahegemónica que favorece el establecimiento de un nuevo orden mundial multipolar, con Rusia como uno de sus polos de poder.
Cómo le vaya finalmente a Putin con ese proyecto esencialmente nacionalista dentro de un capitalismo mundial que siempre ha visto con suspicacia y temor la integración plena de Rusia, es otra cosa. De ahí que, en algún momento, tendrá que confrontar esa falsa ilusión de que el capitalismo atlantista le pueda acoger algún día como su igual, a menos que no sea en total subordinación a los designios de Washington y Bruselas. Consiguientemente, Rusia se ve forzada a privilegiar su mira hacia el Oriente y hacia el Sur, que es dónde tiende a manifestarse su reconocimiento como potencia y un interés en una relación estratégica y económica mutuamente beneficiosa.
La geopolítica contrahegemónica es el arte de sumar fuerzas muchas veces disímiles y contradictorias. Hay que ser capaz de valorar los matices en cada momento y saber distinguir entre la contradicción principal, en este caso el imperialismo yanqui y europeo, y las contradicciones secundarias de las que ni la izquierda o las izquierdas son ajenas, como vemos hoy en demasía.
¿El fin de la globalización neoliberal?
Si hay algo que ya queda meridianamente claro es que el precio por la guerra económica y financiera contra Rusia lo están pagando también Europa y Estados Unidos, entre otros, al ver como las sanciones interrumpen los circuitos de producción y distribución de la economía capitalista mundial, hoy altamente globalizada, y le profundiza a un extremo las tendencias inflacionarias que hoy aquejan a sus economías. Al respecto, Europa no puede prescindir de inmediato del petróleo y el gas ruso sin evitar una grave crisis energética. Por ello recibió con alarma la decisión del gobierno ruso de que aquellos países que participan de la agresión económica actual contra Rusia, por medio de toda una serie de sanciones que incluye el congelamiento de sus cuentas y reservas de divisas en bancos europeos y estadounidenses, tendrán que ahora pagar en rublos por el gas y el petróleo que importan de dicho país euroasiático.
De paso, dicha decisión por parte de Rusia le ha permitido recuperar el valor de su moneda, el rublo. La contraofensiva financiera de Rusia está basada en el imperativo de reestructurar el sistema monetario internacional para que esté respaldado por lingotes de oro y los llamados “commodities”, es decir, materias primas y otras mercancías concretas y tangibles como, por ejemplo, los alimentos. Actualmente, bajo el régimen de Bretton Woods, cuyo eje es el dólar, el valor de las monedas libremente convertibles está basado en la valoración, es decir, la mera percepción y especulación de los mercados financieros mayormente apuntalada en los valores abstractos y no tangibles —y, por ende, relativos y controvertibles— de la economía improductiva. Ya el Fondo Monetario Internacional (FMI) advierte que el conflicto en torno a Ucrania tendrá un impacto fuerte y severo sobre la economía capitalista mundial, obstruyendo el proceso de recuperación luego de dos años de pandemia.
Por otra parte, se ha desmoronado la imagen que se intenta proyectar de total aislamiento de Rusia. Ningún país miembro de los BRIC’s ha participado en las sanciones contra Rusia: ni India, ni Brasil, ni África del Sur y menos China. La atlantista Turquía no se ha sumado al régimen de sanciones e, incluso, ha anunciado que no permitirá que buques de guerra de la OTAN ingresen al Mar Negro. La Organización de la Conferencia Islámica (57 países) rechazó sumarse a las sanciones contra Rusia. Ningún país de África, ni de Asia Occidental y Central, se ha sumado a las sanciones contra Rusia, con excepción de Singapur y Japón en Asia Oriental, aunque esta última ha aclarado que no dejará de importar carbón ruso. Además, en el caso de India y Pakistán, ambos han entrado en acuerdos para la adquisición de petróleo y gas ruso, a pagarse en sus respectivas monedas nacionales y no en dólares o euros. Hasta Arabia Saudita considera aceptar que China le pague en yuanes por la compra de petróleo. En su desespero, ya incluso Washington patrocinó este pasado 9 de abril un cambio de régimen en Pakistán y ejerce grandes presiones contra India.
Parece llegar a su fin la era del monopolio del petrodólar ante el uso por Estados Unidos del dólar como instrumento de control político, represalias y guerra, incluyendo la politización del sistema de pagos SWIFT, lo que ha llevado a que se cuestione hasta dónde puede seguir ofreciendo las garantías y seguridades necesarias como divisa principal en las relaciones económicas internacionales. La creciente toxicidad del dólar estadounidense se refleja en el hecho de que su uso en las transacciones internacionales llegó al 46.7 por ciento en el 2020, una reducción desde el 60.24 que era en el 2014 cuando el golpe de estado en Ucrania y las medidas económicas coercitivas impuestas contra países como Rusia, Irán, Venezuela y China, entre otros, sin hablar del bloqueo de hace más de seis décadas contra Cuba. Con el régimen de sanciones financieras impuestas más recientemente a Rusia por Washington y Bruselas, esa participación habrá de reducirse aún más. Y todo tiende a indicar que la decadencia del dólar por las razones antes mencionadas, incluyendo las tendencias inflacionarias actuales y la inestabilidad en los mercados, producto de la guerra en Ucrania, también empieza a llevarse por el medio la estabilidad del euro.
¿Ha llegado a su fin la tan fetichizada globalización neoliberal?
¡Si quieres la ruptura con lo establecido, prepárate para la guerra!
Al cumplirse el cincuenta aniversario de la visita del presidente Richard Nixon a China, Washington siente que finalmente fracasó en su apuesta diplomática por mantener divididos a la Unión Soviética -hoy Rusia- y China. Pensaba que el paso hacia atrás que daban los comunistas chinos para abrirse a la inversión masiva de capital extranjero para concentrarse en la producción y acumulación de riqueza era una tendencia histórica irreversible que incorporaría al gigante asiático como socio subordinado al poder del capital global. No visualizaron que tanto Mao Zedong, pasando por Zhou Enlai y también Deng Xiaoping, siempre vieron la apertura de China como un mero repliegue táctico para luego de alcanzado niveles superiores de desarrollo y acumulada la riqueza necesaria, bajo su modelo de socialismo de mercado, proceder a dar en ese momento dos pasos adelante hacia lo que hoy llaman “la prosperidad común” y su conversión en el principal de los polos de poder hegemónico en un nuevo mundo multipolar.
China nunca dejó de verse a sí misma como un país socialista, ni dejó su Partido Comunista de ejercer control final sobre la economía. Al Estados Unidos redefinir su relación con China como de enemigos estratégicos, a China no le ha temblado la mano para entrar en una alianza estratégica con Rusia, como parte de lo que constituye su iniciativa estratégica de cooperación y desarrollo global conocida como la Ruta de la Seda, en la que también otras potencias como India y Pakistán son parte. Ya sobre 70 países se han unido, incluyendo en la América Latina y el Caribe a Panamá, Costa Rica, Uruguay, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Cuba y Venezuela. Pues, para China, el nuevo mundo multipolar debe regirse por la cooperación mutuamente beneficiosa y no el conflicto entre intereses excluyentes. Por eso, incluso, en la presente crisis internacional, China insiste en que la solución del conflicto está, en última instancia, en la negociación por vía de la diplomacia, lo que entre otras cosas debe reconocer los legítimos intereses de seguridad de Rusia.
Se comprueba nuevamente que el sistema capitalista no es un régimen que puede aspirar a la conciliación de intereses. Se nos olvida a veces que el capitalismo constituye el primer sistema económico y civilizatorio que aspira a subsumir al mundo todo dentro de sus lógicas y procesos. Para ello, está demostrando que está dispuesto a propiciar una situación de caos e incertidumbre, la conversión del mundo actual en un orden de batalla en que Washington pretende seguir imponiendo su voluntad, aunque sea por la superioridad relativa de su fuerza militar y propaganda de guerra, la cual sigue desplegando cierto control sobre la narrativa del conflicto, auxiliado por la censura abierta de los medios alternativos a los suyos. A pesar de ello, su resistencia al acomodo dentro del nuevo orden mundial que se abre paso, tan sólo ha conducido, por un lado, a una aceleración del declive estadounidense y europeo y, por otro lado y lo que es peor, al precio del increíble sufrimiento que impondrá a la humanidad por aquello de que, en el argot beisbolero, si no se le permite seguir ganando, parece estar decidido a llevarse el bate y la bola.
Nadie debió esperar que fuese posible un nuevo orden mundial multipolar sin esas luchas, tal y como se están librando hoy en ese campo de batalla llamado Ucrania o la librada hace poco en Hong Kong, o el que también se libra hoy en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Ya se ha dicho una y otra vez que si es la paz lo que se busca, hay que prepararse también para la guerra, sobre todo ante rupturas geopolíticas o sistémicas.