La universidad de Ayuso. Pedro López López
En la línea de Franco, que aconsejaba a sus ministros no meterse en política, Ayuso y su consejero de Educación, Ciencia y Universidades quieren que las universidades públicas de Madrid mantengan la política alejada de los campus. Y más exactamente, que los estudiantes y profesores no hagan nada que suene a movilización social para detener y/o denunciar una guerra, un genocidio o cualquier otro acontecimiento que suponga conducir a masas de seres humanos a la muerte, a la indigencia, a la injusticia extrema o a cualesquiera otras circunstancias que lleven a condiciones inaceptables de vida. O sea, que la universidad no se comprometa con la transformación social, con la justicia, con la paz ni con los derechos humanos. Eso sí, la universidad puede hacer política nombrándola a ella “alumna ilustre” (!!!), ahí no hay problema.
Se trata de ese modelo de universidad que permite expedir comercialmente titulados como se fabrica cualquier producto, con el resultado de que podemos tener ingenieros, periodistas, personal médico, etc. que no cuestionen las órdenes que reciben de la cadena de mando en su empresa, en su ministerio, en el ejército o en cualquier otro entorno. Se sabe que entre los mandos nazis, un gran número de ellos eran doctores y licenciados universitarios dispuestos, como se vio, a acatar y transmitir órdenes por inhumanas y genocidas que fueran, y sin el más mínimo remordimiento. Se sabe que entre los dos pilotos con responsabilidad en el lanzamiento de la bomba de Hiroshima hubo uno con conciencia social (con conciencia humana) y otro sin la más mínima conciencia: Claude Eatherly (véase el libro El piloto de Hiroshima) tuvo conciencia y arrepentimiento toda su vida, con secuelas importantes; Paul Tibbets murió orgulloso de su acción. Se saben muchísimas cosas que son capaces de hacer personas con altísimas cualificaciones técnicas y cero cualidades morales, una cosa no está reñida con la otra. Para perpetrar genocidios, matanzas de indígenas, líderes campesinos o sindicales, hace falta organización, que puede perfectamente liderar alguien con alta formación técnica, sea militar, jurídica, económica, etc.
La Conferencia Mundial sobre la Educación Superior celebrada en París en julio de 2009 apostaba por una responsabilidad social de la educación superior, y dentro de este apartado culminaba con un comunicado que señalaba que «la educación superior debe no solo proporcionar habilidades […] sino también promover el pensamiento crítico y la ciudadanía activa, y contribuir a la educación de un ciudadano comprometido con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia». Entre las funciones de la educación superior, el documento señalaba la de formar ciudadanos responsables que participen activamente en la sociedad. ¿Qué puede significar la expresión “ciudadanía activa”?, ¿qué pueden significar las expresiones “ciudadano comprometido” y “ciudadano responsable”?, ¿qué puede significar “participar activamente en la sociedad?, ¿basta con aprenderse el texto, o hay que llevarlo a la práctica en la vida política y social?
La Carta del Consejo de Europa sobre la Educación para la Ciudadanía Democrática y la Educación en Derechos Humanos dice que la Educación para la Ciudadanía Democrática debe, «además de aportar conocimientos, competencias y comprensión y de desarrollar sus actitudes y su comportamiento, aspiran a darles los medios para ejercer y defender sus derechos y responsabilidades democráticas en la sociedad, para apreciar la diversidad y para jugar un papel activo en la vida democrática». ¿Qué puede significar “un papel activo” en la vida democrática”?, ¿qué puede significar “desarrollar actitudes, comportamiento y responsabilidades democráticas”?, ¿saber qué es la vida democrática se debe quedar dentro del cerebro del individuo para poder responder a una pregunta en un examen o en un concurso, o es algo que debe llevarse a la vida social?
En el plano nacional, el Real Decreto 1393/2007, que regula las enseñanzas universitarias, dice en su preámbulo que «se debe tener en cuenta que la formación en cualquier actividad profesional debe contribuir al conocimiento y desarrollo de los Derechos Humanos, los principios democráticos…».
Parece que Ayuso pasó por la universidad, pero no parece que la universidad pasara por ella. Lo mismo puede decirse de los integrantes de su equipo que la secundan. La universidad es el templo de la inteligencia y del conocimiento, y esta inteligencia y conocimiento existen para ser aplicados en la profesión que uno ejerce, pero con responsabilidad social. La visión miope e irresponsable de ciertos entornos contamina el entorno educativo predicando la competencia feroz y el emprendimiento modelo todo-vale.
Para que haya corrupción financiera o fiscal hacen falta “buenos” economistas que dejen la conciencia fuera de sus actividades profesionales; para que se lleven a cabo proyectos megaempresariales (de la industria extractiva, energética, farmacéutica o de la alimentación) que arrasan la vida de comunidades y pueblos no importando las muertes ni la degradación de la vida y el sometimiento a la codicia empresarial, hacen falta “buenos” ingenieros, geólogos, químicos, abogados, mujeres u hombres, pero que dejen la conciencia fuera de la actividad profesional. Estos son los valiosos, aquellos a los que se les ha desactivado la conciencia a base de prohibir protestas pacíficas y movilización contra las injusticias en la época en que fueron estudiantes, así como se les ha extirpado de su formación los valores democráticos y de derechos humanos que contemplan los documentos citados anteriormente y otros.
El mundo que persiguen los que quieren que la universidad calle ante las injusticias y no participe en las protestas, ni siquiera ante un genocidio televisado, y que la universidad sea “apolítica” (un imposible, no es posible ser “apolítico”) es la distopía de una sociedad de idiotas morales (El idiota moral, N. Bilbeny) que persiguen la eficiencia y la eficacia de los proyectos empresariales dejando de lado el coste social con sus millones de víctimas.
Que no estén de moda los intelectuales comprometidos no significa que no hagan falta frente al modelo de intelectual y de profesional que persiguen los muchos ayusos que nos rodean, véase el poema Intelectuales Apolíticos del poeta guatemalteco Otto René Castillo para apreciarlo. Los estudiantes universitarios y los profesores que protestan con acampadas pacíficas, con carteles, con concentraciones, forman la mejor universidad negándose a ser un rebaño que acata sin cuestionar órdenes para perpetrar las canalladas ideadas por la economía criminal que rige el planeta.
(Publicado en Lo Que Somos, el 10 de mayo de 2024)