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Las ilustres propagandistas del genocidio palestino: el caso de Amelia Valcárcel. Tita Barahona

En estos días aciagos, mientras el mundo está siendo testigo de la mayor masacre del presente siglo, perpetrada por el Estado sionista de Israel sobre la población sitiada de Gaza, del grupo de académicos y académicas que sirven a los intereses de sus cómplices, Washington y Bruselas, surgen voces que intentan convencernos de lo que ya nos advirtiera Malcolm X: que amemos al opresor y odiemos al oprimido.

El genocidio a fuego lento que el Estado sionista de Israel lleva décadas cometiendo sobre el pueblo de Palestina se puso a toda llama hace dos semanas. En este corto espacio de tiempo, más de cuatro mil palestinos han sucumbido a las bombas israelíes en ese campo de concentración llamado Gaza, de ellos dos mil eran niños y niñas (132 pequeños “terroristas” asesinados por día). Los heridos se cuentan por más de trece mil. Esto hasta el momento de escribir estas líneas.

Ya sabemos que esto lleva el aprobado de las potencias que se arrogan el título de “comunidad internacional” (Norteamérica, Reino Unido y Unión Europea), lo que se traduce en difusión masiva de bulos, tergiversaciones del tipo “guerra entre Hamas e Israel”, represión de la protesta ciudadana desbordante contra Israel, proclamar que el genocidio es “derecho de Israel a defenderse” y lo último: recurrir al viejo lema supremacista de “esto es una guerra entre el Occidente civilizado y el Eje del Mal”.

Esto a nivel de jefes y altos cargos de gobiernos. Pero por debajo hay un ejército de plumillas, de diverso rango, dedicados a hacer y difundir múltiples copias del “relato” oficial, con mayor o menor maestría. Me detendré sólo en una de estas copias, porque su autora tiene caché, uno académico, por ser catedrática de Filosofía, y otro político por haber sido durante muchos años miembro del Consejo de Estado español, por el PSOE, y ser, por añadidura, una referencia para buena parte del feminismo de este país e incluso allende los mares.

Amelia Valcárcel no se contentó con hacer el ridículo en esa charla que dio sobre la guerra de Ucrania, que ahora reincide con la publicación, el 16 de octubre en el diario El Mundo, de un artículo titulado “Las hermosas ciudades libres y el emirato costero”. Lo de “libres” no viene porque las ciudades mediterráneas no sean, a diferencia de Gaza, cárceles a cielo abierto; sino por el credo liberal que profesa la autora.

Dando un repaso a la historia antigua de Gaza, cuando Alejandro Magno la masacró, Valcárcel pasa a compararla con Mónaco y se pregunta por qué en esta ciudad-estado hay una millonaria monarquía del juego de casino mientras que en Gaza “reina el horror sin paliativos”. En su respuesta a esta pregunta, que podría perfectamente creerse la hizo un alumno de primaria, Valcárcel salta olímpicamente de los tiempos de Alejandro al presente, haciendo tabla rasa de las etapas históricas intermedias, especialmente la que empezó hace 75 años con la Nakba.

Palestina es chiquita -dice-, se recorre en un día, no porque su querido aliado Israel haya robado y siga robando su territorio, sino por esas cosas del destino. Lo de los puestos de control, claro, son “enojosos”, aunque no nos dice quién los ha instalado; están ahí, al parecer, por la propia idiosincrasia palestina. La diferencia con las zonas israelitas -prosigue- puede ser “bastante fuerte”. Pero Gaza, según le han dicho los “representantes europeos”, es otra cosa: “Es un emirato”.

Como la señora Valcárcel no se ha informado de fuentes judías no sionistas, seguramente ignora o finge ignorar que Israel no es un emirato, pero sí un etno-estado de apartheid donde hay ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría. Tampoco parece frecuentar la insigne filósofa más medios que los corporativos, los que sirven a la clase social cuyos intereses ella defiende; porque, de otro modo, no se explica que no se haya enterado de las diversas maneras con que Israel ataca cotidianamente a palestinos y palestinas, sólo de “cuando Israel es atacado”.

Un ataque que parte, según nos cuenta, de allí donde “anida algo”; de una Gaza, que no es una franja de tierra cercada y sometida a bloqueo por Israel desde 2006, sino una “ciudad” que está “agazapada” y es “feudo” de Hamas, que expulsó a Al Fatah.

A Gaza -prosigue- todo llega de fuera. Qué cosas pasan, señora: resulta que un campo de concentración con una enorme densidad de población sometida a un bloqueo que le impide importaciones y a bombardeos recurrentes de sus infraestructuras “No produce, no bulle, no tienen en todo lo que vivir contiene la alegría” (sic).

Seguramente la señora Valcárcel no les preguntó a los pescadores gazatíes -la pesca es la principal industria de la Franja-, ni a la organización humanitaria israelí B’Tselem, en cuyo informe reveló que, bajo la ocupación de Israel, el mayor desafío de la industria pesquera de Gaza no es el clima o las fluctuaciones del mercado, sino simplemente vivir para poder pescar al día siguiente; porque ocurre que a veces los soldados israelíes comienzan a dispararles. Esa es la “alegría” que bulle: la de los fusiles de Israel.

Y ya el colmo del desprecio a una población encerrada, donde el Estado sionista incluso deniega a las madres de niños enfermos de cáncer salir para ser atendidos en los hospitales, que está obligada a vivir en unas condiciones que la propia ONU ha pronosticado serán incompatibles con la vida en muy pocos años -si es que las fuerzas sionistas no consuman la masacre total antes-, es proclamar, sin rubor, que Gaza “supura”.

Sólo cuando Valcárcel pasa a narrar los hechos del día 7, repitiendo todos los bulos que difundieron los medios corporativos y que han sido expuestos, es cuando menciona el bloqueo: Hamas rompió “las cadenas de bloqueo”, uno que presumiblemente se han impuesto ellos mismos. Y, oh sorpresa: “asesinan a quienes encuentran y también toman rehenes”. A quienes encuentran, no: a los colonos, que no son «civiles» porque van armados, los que desalojan a los palestinos de sus tierras, les talan los olivos, les cierran las vías de agua, les roban sus casas…, esos colonos, alentados por el extremo-derechista y fanático sionista ministro israelí llamado Ben-Gvir. La acción contra-ofensiva de Hamas y otros grupos palestinos produjo víctimas civiles israelíes, en efecto y lamentable; pero son las únicas sobre las que la civilizada «comunidad internacional» se rasga las vestiduras.

Como la ilustre filósofa no parece entender de leyes internacionales, no sabe o no quiere saber que éstas otorgan a un pueblo sometido a ocupación ejercer la defensa por los medios que sean, incluso armados (resolución 3246 de Naciones Undias). Tampoco sabe ni quiere saber el número de palestinos y palestinas asesinados por el ejército y los colonos israelíes en siete décadas, ni el de prisioneros en cárceles israelíes cuyo único delito es defender su dignidad.

No, la defensa palestina contra estos crímenes cometidos con toda impunidad gracias al veto en el Consejo de Seguridad de la ONU del mayor criminal del mundo -del que la UE y la señora Valcálcel son fieles servidores- es “barbarie”, mientras que la limpieza étnica de todo un pueblo es el acto de un país “civilizado”, acunado por otros “civilizados” que en el último medio siglo no se han dedicado sino a masacrar poblaciones enteras, destruir países enteros en esa “jungla” de la que está rodeado el “jardín” europeo y occidental. Valcárcel lo dijo una vez con otras palabras, pero el sentido es el mismo:

«Nosotros y nosotras, europeos que vivimos en un mundo feminista […] hay que saber en qué relación está nuestro mundo con ese otro mundo»

Por supuesto, la filósofa no podía perder la ocasión de sugerir que tras “esta violenta y enorme entrada de Hamas en Israel” -silencio obligado sobre otros grupos de la resistencia palestina- pueden estar los ayatolás iraníes, que se ven acorralados por “la rebelión de las mujeres” y temerosos de tener “la obligación de dar cuenta internacional de su programa nuclear”. Tampoco sabrá la filósofa que fue Estados Unidos quien rompió el acuerdo nuclear con Irán, ni explicar, si llega el caso, por qué Israel, potencia nuclear, no debe dar la misma cuenta al mundo.

Para concluir su pretencioso panegírico, el toque pretendidamente humanitario: “Gaza necesita un plan internacional que garantice la buena vida de sus gentes”. Y para ello propone que, una vez destruida y asesinados todos sus habitantes, Arabia saudita -es decir, los wahabitas, que como son ricos no son “emirato”- ponga el dinero. Genial idea de la filósofa, que será todo lo referente que quiera para muchas feministas, pero que ciertamente es también una burguesa integrante de los aparatos de poder que hoy como ayer pretenden hacer pasar al agresor por el agredido. Masacre «¿Qué masacre?» preguntaba Valcárcel en las redes sociales.

“Ninguna comunidad humana tiene vocación de absceso”. Efectivamente, si por ello entendemos ser lentamente aniquilada, como lo están siendo miles y miles de hombres, mujeres, niñas y niños palestinos, que por esa afrenta inmoral que usted les hace desde su atalaya supremacista, seguramente le escupirían a la cara.

Señora Valcárcel, el absceso lo tiene usted: supura un pus maloliente con mezcla de etnocentrismo, racismo, clasismo, cinismo, pedantería, prepotencia y ridiculez.

(Publicado en Canarias Semanal, el 22 de octubre de 2023)

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