Las ONG: el «brazo civil» del terrorismo imperialista en el golpe de Estado de Haití (2004)
«Si las ONG hubieran existido en la década de 1960 no habríamos necesitado la guerra de Vietnam»–Henry Kissinger, ex Secretario de Estado, ex Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos y genocida.
«El lugar número uno en el que Estados Unidos coloca a sus espías, informantes y oficiales de Inteligencia, es a través de las ONG, las ONG son la mejor base de operaciones de la CIA, Estados Unidos financia el terror a través de ellas»–Sibel Edmonds, ex traductora del FBI.
Haití tiene la mayor concentración mundial de ONG por kilómetro cuadrado, estando literalmente plagado por miles de ellas, en el año 2006 proveían el 80% de los servicios sociales del país, paradójicamente, sigue siendo la nación más pobre de Latinoamérica, donde el 3% de los propietarios controlan el 80% de la economía. La ocupación del país se oculta mediante la «ayuda humanitaria» de las ONG y las ¨fuerzas de paz¨ de la ONU.
Ese pequeño porcentaje de multimillonarios (los más ricos del Caribe) junto a una constelación de ONG financiadas y creadas por ellos, se organizó en el año 2003 con la intención de derribar al presidente electo Aristide y sus reformas sociales, especialmente contra su intento de subir el salario mínimo, hasta entonces basado en 1,60 dólares por día, que pretendía duplicar y contra la reforma agraria. Para ello se aglutinaron entorno al «Grupo 184», dirigido por el industrial de nacionalidad norteamericana André Apaid, propietario de mas de una decena de fábricas de Alpha Industries, establecida durante la dictadura de Duvalier, y dedicada a la producción textil para marcas como Levi´s y Disney y al ensamblaje de artículos electrónicos para firmas estadounidenses como Sperry/Unisys, IBM, Remington o Honeywell.
Apaid fue el fundador de la ONG «Fondation Nouvelle Haiti». En el Grupo 184 también se integraban otros destacados personajes como Reginald Boulos, ex presidente de la Cámara Nacional de Comercio e Industria de Haití, presidente de Intercontinental Bank SA, que negoció una fusión con Sogebank, uno de los bancos más grandes de Haití, propietario de la cadena de supermercados Delimart y del periódico derechista Le Matin, al mismo tiempo, fundador de las ONG «Fond de Parrainage National» (FPN), y de «Centros para el Desarrollo y la Salud».
Gilbert Bigio, propietario de Aciérie d´Haiti, dedicado a la producción y distribución de acero; Charles Henri Baker, propietario de una cadena de supermercados, propietario de cultivos de caña de azúcar y tabaco y de la fábrica textil Pantalon Boucanier SA, asociado a la ONG «Alternatives»; Gregory Brandt, accionista del banco de inversiones PromoCapital; Thierry Gardère, propietario de Barbancourt Rhum Company, la destilería de ron más famosa de Haití, que gestiona unas 600 hectáreas de caña de azúcar y miembro del consejo de administración de Unibank; Carl Braun, presidente de Unibank, y propietario de Moulins d´Haïti SEM, el único productor de harina en Haití, y Marc-Antoine Acra, importador de arroz, propietario de Industrias Acra, que tiene el monopolio del suministro de materiales de construcción, con vínculos con el narcotráfico y como no, fundador de la ONG «Fondation d´Appui à l´Education- FAE».
El Grupo 184 recibiría apoyo de la organización norteamericana «sin ánimo de lucro» Haiti Democracy Project (HDP) y de «Initiative de la Société Civile» (ISC), siendo respaldado económicamente por la Comisión Europea, por USAID (Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional) y por la NED (Fundación Nacional para la Democracia), dos agencias financiadas por el Estado norteamericano que trabajan estrechamente con los Servicios de Inteligencia de la CIA y que a su vez subcontratan a cientos de ONG internacionales como CARE, ActionAid, Save the Children, Oxfam, Human Rights Watch, etc.
Dado que el «brazo civil» opositor no fue suficiente para derribar al presidente Aristide y su partido Fanmmi Lavalas, mediante sobornos, infiltración, protestas, disturbios, campañas desinformativas y su boicot y negativa a participar en las elecciones, se hizo necesaria la entrada del «brazo armado», creando un grupo paramilitar que recibió entrenamiento por instructores norteamericanos en la vecina República Dominicana, y financiación de los empresarios del Grupo 184. La banda paramilitar estaba integrada por ex militares del ejército haitiano (disuelto por Aristide por su marcada trayectoria golpista), por derechistas y simples mercenarios. Realizarían ataques terroristas contra estaciones de policía, asesinatos selectivos de dirigentes del partido Fanmi Lavalas, e incluso de sus familiares, y el sabotaje de infraestructuras, como el asalto contra la principal estación hidroeléctrica de Haití en la presa de Péligre, que dejó sin luz a la capital Puerto Príncipe.
Con el tiempo, las operaciones paramilitares crecerán gradualmente, hasta llegar a la ocupación de territorios, lo que provocará la creación de milicias populares en defensa del gobierno democrático de Aristide que junto a las fuerzas de seguridad intentarán repeler a los paramilitares.
Sin embargo, la superioridad en armamento proporcionado por los Estados Unidos y la infiltración de la policía permitirá que los golpistas lleguen a cercar la capital. A la par que la acción criminal de los paramilitares y en total consonancia y coordinación, los opositores del «brazo civil» del Grupo 184 y sus ONG exigirán la renuncia del presidente Aristide, cuyo apoyo popular en la capital aún mayoritario organizará la defensa de la ciudad. En esos momentos, los Estados Unidos entran directamente en escena, con la excusa de una operación «humanitaria» para evitar un baño de sangre, y un comando de las fuerzas especiales norteamericanas con apoyo de los franceses y canadienses secuestran en la noche al presidente Aristide y lo envían en un avión a República Centroafricana, siendo reemplazado por Boniface Alexandre.
Acto seguido, la ONU ocupa militarmente el país, primero con soldados norteamericanos, franceses, canadienses y chilenos y después mediante la MINUSTAH con una fuerza internacional más amplia, compuesta por un importante número de soldados brasileños y argentinos. La excusa para la ocupación militar será como no, proteger la «paz» y la «estabilidad», pero los paramilitares y los Cascos Azules realizarán una «limpieza» de partidarios de Aristide, asesinando a centenares de personas que protestaban contra el golpe de Estado, entre ellos, el periodista español Ricardo Ortega que recibirá un tiro por parte de una patrulla de marines norteamericanos mientras grababa.
La sucia labor de las ONG en los días posteriores al golpe seguirá su curso, intentando infiltrar, cooptar y reclutar «activistas» a sueldo en los barrios, para monitorear y controlar al movimiento popular, despolitizándolo o acercándolo a la influencia e intereses del imperialismo de manera sutil, con la finalidad de sofocar todo intento de resistencia real al modelo económico neoliberal.
Completarán así la tarea previa al golpe, en la que habían estado trabajando lentamente para suplantar al Estado, dejando en las manos privadas de los banqueros, multinacionales y gobierno imperialistas que las financian, los servicios sociales estatales, para asegurarse la dependencia permanente de la población y por tanto, su control a través de la caridad.
Como dice Arundhati Roy en su artículo «La ONGización de la resistencia»: «Alteran la psique pública, transforman a la gente en víctimas dependientes y amellan el filo de la resistencia política. Las ONG forman una especie de amortiguador entre el sarkar (el gobierno) y el pueblo. Entre el Imperio y sus súbditos. Se han vuelto los árbitros, los intérpretes, los facilitadores.«
Todo ello, dirigido a mantener al país como una reserva de mano de obra barata para las empresas occidentales y la oligarquía local y al mismo tiempo receptor dependiente de algunas importaciones, como es el caso del arroz norteamericano, subvencionado millonariamente por su gobierno y vendido a un precio en un 30% por debajo del costo de producción, haciendo que Haití, un país que en los años 70 autoabastecía su consumo con arroz nacional ahora importe el 82% de Estados Unidos, tras ser obligado a la liberalización de su mercado y a la destrucción de su sector agrícola.
A pesar de todo, muchos no morderán el anzuelo y seguirán enfrentando la ocupación, como atestiguó el periodista Kevin Pina, entrevistando a uno de los dirigentes de la resistencia, Amaral Duclona, que denunciará los asesinatos perpetrados por parte de paramilitares, policías y soldados de la ONU contra miembros de la resistencia popular, y como intentarán ocultarlo disfrazándolos como simples «delincuentes» o «pandilleros», negando el carácter político de la lucha contra la ocupación extranjera, militar y económica y la colaboración de la burguesía local, quedando todo ello reflejado en los documentales: «We must kill the bandits» y en «El espejo haitiano».
Duclona sería detenido y extraditado a Francia años después, acusado de la ejecución del empresario haitiano-francés Claude Bernard Lauture, miembro del grupo golpista 184, que aparecería acribillado después de un secuestro, y de las ejecuciones del cónsul honorario francés Henri Paul Mourral y un policía canadiense de la ONU, Mark Bourque, ambos tiroteados.