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Los derechos de sus minorías

Por fin Occidente está haciendo algo interesante: proteger a las minorías. No me refiero a los dirigentes sociales de Colombia, exterminados sin que Occidente monte espectáculos para sacarlos del país antes de que los maten (a estos sí que los matan). No me refiero a los pueblos originarios que ven sus territorios amenazados por Estados y oligopolios y que no serán sacados del país antes de que los intereses económicos, democráticos y desarrollistas, exterminen su cultura y su pueblo. No me estoy refiriendo, ni siquiera, a los hazaras afganos que fueron masacrados por los talibanes antes y por el gobierno pro-occidental después. Me estoy refiriendo a esa exquisita minoría que ha venido colaborando con Occidente durante 20 años. Su minoría.

Es esta gente la que ha gozado de «derechos» mientras ha durado la ocupación. «Derechos» al mismo tiempo que privilegios. Es lo que tiene el estar bien apegados al poder, que cuando este termina, termina todo lo demás.

Nada da más asco que la narrativa occidental sobre una «democracia» que nunca existió y sobre un oscurantismo medieval que regresa de la mano de los talibanes.

Que a estas alturas de la historia haya quien se trage tanta sandez, aunque vaya revestida de «liberación de la mujer» (por cierto, algo que proclamó la CIA en 2001 como forma de «contrarrestar la oposición a la invasión de 2001) , y similares causa pasmo. Los mismos que adornaron la masacre de Irak en 1991 con la historia de la «masacre» de niños kuwaitíes a quienes se habían sacado de las incubadoras ahora montan otro espectáculo. Los mismos que impulsaron la invasión y ocupación neocolonial de Irak en 2003 con las «armas de destrucción masiva», montan ahora otro espectáculo. Los mismos que montaron la historia del «interino» y los alimentos a Venezuela -con concierto incluido- montan ahora otro espectáculo.

Un espectáculo de la burguesía afgana, de las mujeres (pocas) que estudiaron, de los escritores que escribían para ellos y los occidentales, de los activistas que han tenido 20 años para construir algo que no dependiese de sus patronos occidentales, de… todos aquellos (pocos) que son una selecta minoría afgana porque el 87% de la población del país siguió como estaba antes de la invasión de 2001. Lo único que no ha sido una minoría ha sido el cultivo del opio, muy reducido durante los talibanes y muy acrecentado durante la ocupación.

No ha habido ni un logro colectivo en Afganistán de la mano de los ocupantes occidentales, no ha habido ningún movimiento real emancipatorio, nada. Quien diga lo contrario vuelve a la ficción occidental.

Lo (poquísimo) que ha habido no tenía otra base material que la avalancha de dólares de los ocupantes. No ha habido, por no haber, ni una revolución burguesa que se preocupase por cambiar las estructuras de la sociedad, esa «retrógrada y medieval» que ahora parece que les preocupa porque les ha quitado su chiringuito, por imponer nuevos valores y nuevas relaciones sociales. Esta gente nunca ha tenido el menor interés por el resto de compatriotas, por eso el rápido avance talibán y el desmoronamiento del ejército, de la policía y de todo este engranaje de cartón piedra.

Todo ha sido ficción, circunscrita a Kabul y muy pocos otros lugares. Sitios donde todos los colaboracionistas no han sido otra cosa que figurantes de la gran película occidental. Y, como buenos extras, cobraban por ello. Y bien, para los parámetros afganos.

Occidente se preocupa mucho por los venezolanos, se ha dicho que han «abandonado el país en masa». O por los sirios. ¿Y por los afganos? Al menos 3 millones viven en Irán (mira tú, Irán, ese malo malísimo) y Pakistán. Otros 3 millones son desplazados internos. ¿Occidente montó algún espectáculo con ello? ¿Envió aviones?

¿Se preocupaba toda esta peña que ahora tiene tanto miedo por desarrollar un país que ahora dicen que nada en la abundancia de minerales y riquezas? ¿Para qué, si tenían la sopa boba? Porque si hoy el Afganistán de los talibanes es tan rico, también lo era ayer, digo yo. Todo estos, pongamos que «progresistas», que corren aterrorizados ¿mostraron algún tipo de preocupación o se preocuparon solo por incrementar sus dineros y recursos en el exterior, como el presidente que huyó con el dinero del país?

Porque hay hechos incontestables: en 20 años el gobierno pro-occidental hizo muy poco por el desarrolo del país, por construir escuelas y hospitales, por construir carreteras. Las escuelas, los hopitales en su gran mayoría fueron construidos por las ONG y se mantuvieron y mantienen con las limosnas (alguien dirá que solidaridad) occidental. Esa era la «democracia» afgana y eso es lo que defiende toda esta peña a la que Occidente quiere salvar.

La «democracia» que defendía esta peña no es otra cosa que salario seguro y beneficios para quienes colaboraban con la ocupación. Puede que los talibanes, que están aprendiendo muy rápido, lo hagan también y se comporten como los ocupantes, es decir, favoreciendo a los suyos. Que algunos, muchos, hayan estado en cárceles occidentales como Guantánamo, es una excelente escuela para comprobar cómo funciona una «democracia» occidental.

Y como dicen las leyes humanitarias, o al menos las que vemos en el cine, cuando un barco se hunde hay que salvar primero a las mujeres y los niños. Pero aquí no, aquí lo primero son los occidentales y si hay un huequito, los colaboradores afganos. Eso sí, también las mujeres y los niños, que dan buenas fotos. Y aquí, ya me gustaría saber si entre las mujeres y los niños están, pongamos por caso, las limpiadoras de los hoteles donde se alojaron los occidentales.

Y me divierte ver cómo quienes han estado machacando a los afganos durante 20 años, bombardeando a diestro y siniestro, con drones y sin drones, sin importarles los «efectos secundarios o daños colaterales » (como impúdicamente dijo la OTAN al bombardear Yugoslavia en 1999 y que ya se ha convertido en norma) apelan ahora a los talibanes a que se comporten con moderación y permitan la salida de todos ellos y sus colaboradores.

Llegará el 31, habrá algún disparo talibán, morirá alguien y entonces las fotos (preferiblemente una mujer o un niño, o ambos) inundarán el mundo, borrando la memoria (poca) colectiva y engrandeciendo la ocupación y maldiciendo el oscurantismo. Y se borrará la infamia de Occidente, del muy democrático Occidente, el gran defensor de sus minorías.

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