Madonna: un producto de la industria capitalista que vendieron como icono feminista. Tita Barahona
A mediados de agosto de 2018, cuando, como todos los años, la Iglesia católica celebraba el Día de la Virgen, algunos aprovecharon para rendir culto a otra Virgen, una Madonna, pero no de esas que salieron de los pinceles de los renacentistas italianos, sino de las que lo hacen de los hornos de la industria capitalista del entretenimiento.
En un artículo titulado “Madonna, 60 años, nuestra particular Virgen de Agosto”, los autores hacen publicidad del último libro que trata sobre la que se considera la reina del cielo pop1.
No vamos a entrar en el nivel de calidad de su música, espectáculos y videoclips, pues sobre gustos no hay nada escrito y los fans de Madonna son tan respetables como los de cualquier otra cantante. Pero sí entraremos en poner en cuestión determinadas asunciones que se vienen repitiendo desde hace algunas décadas acerca de lo que representa el producto Madonna y que dicho artículo reproduce.
El autor del panegírico sostiene que Madonna está íntimamente ligada a la “consolidación de la globalización”. Y en esto tiene razón. Surgió en el momento en que tanto los flujos de capital como las empresas mediáticas adquirieron alcance global.
Momento de una época, los 80 y 90, en que se consolidaba la hegemonía mundial del capitalismo tras la caída del bloque soviético, la CIA promocionaba a determinados intelectuales para acabar con la influencia de los estudios marxistas en la universidad, instaurando en su lugar el ideario posmoderno; la social-democracia tradicional moría en la Tercera Vía (vía muerta) de Tony Blair, y las corporaciones mediáticas daban difusión a determinadas señoras académicas que tenían como misión acabar con los restos del feminismo anti-capitalista y revolucionario, comprometido con el movimiento obrero y anti-imperialista, de los años 60 y 70.
Una de estas señoras fue Camilla Paglia, profesora en la Universidad de Filadelfia. En 1994, desde la tribuna de El País, un charlatán de feria de las vanidades llamado Vicente Verdú firmaba un artículo titulado “La batalla del busto. Sujetadores en clave feminista”2
En este artículo se nos decía que la “nueva feminista” llevaba wonderbra 3 y se hacía publicidad al discurso reaccionario con capa de rebelde de la tal Plagia, para quien el «feminismo convencional” escondía el “miedo al hombre-hombre y a la mujer-mujer”.
Ahí es nada. La “nueva óptica” traída por los aires posmodernos estaba encarnada en una mujer “fuerte, sexual y sensualizada”, cuyo prototipo era Madonna. El objetivo era hacer pasar como el “nuevo feminismo” una especie de neo-feminidad o versión actualizada del rancio “eterno femenino”. Así, la Plagia añadía a la lista de sus prototipos feministas a Lady Gaga y a Sarah Palin, ex-miss Alaska y figura todavía destacada de la extrema derecha estadounidense.
El discurso de la mujer “fuerte, sexual y sensualizada”, que se hacía pasar por feminista, se propagaba en todos los medios. Las series de televisión ponían a mujeres profesionales de clase media, todas muy “sexys”, como modelos a imitar.
En el año 2000, Canal + hacía publicidad de la serie Sexo en Nueva York presentando a Carrie, periodista, que nos decía: “si quieres pasar un buen rato, llámame”; a Samantha, relaciones públicas, que vive sola y se ofrece a que “le cuentes tus fantasías”; a Miranda, abogada, a la que le gusta “hablar de eso con sus colegas al acabar el día”4.
Dos años antes, el mismo periódico de la progresía social-liberal calificaba a Madonna como la “mujer cien” (es decir, mujer-mujer, mujerísima). En ese artículo se hablaba de la “industria Madonna” convertida en sector académico, y de la discusión que suscitaba entre “feministas puritanas y sus hermanas descarriadas que aprueban la pornografía” 5.
Porque, en efecto, a las que nos rebelábamos contra la manipulación descarada del feminismo, la vulgarización de nuestra sexualidad y la conversión de nuestros cuerpos en mercancía, se nos tachaba de puritanas, reprimidas y monjiles. Y en esas seguimos.
Ese discurso, aderezado con el neolenguaje de la progresía posmoderna, es el que hoy hace que no sorprenda escuchar que Madonna es un icono para feministas y LGTBI (q, c, h, j, k, m, n… en modo inclusivo); porque, según el artículo celebrante de la Madonna de agosto, la reina del pop es una mujer liberada -empoderada hemos leído en otras partes-, “paradigma de los postulados de la postmodernidad”, creadora de un personaje ambiguo y contradictorio que “derrumba clichés universales”, porque pasa “de virgen a puta, de princesita a macarra y genera un espectro intermedio que antes no existía”.
Por supuesto, no podía faltar la alusión a que “representa un reto al patriarcado”, porque “no se está quieta en ningún rol”, “hace lo que quiere y como quiere” y desafía el “poder masculino heteronormativo”. Además, lo más transgresor es que se atreve a cumplir años, nada menos que 60, y encima “está estupenda”.
Es asombrosa la capacidad que tiene el posmodernismo de poner en el mercado artículos roñosos y pre-modernos como si fuesen novedosos sólo con envolverlos en papel de plata y añadirles lacitos de colores.
Lejos de derrumbar clichés universales y estereotipos clásicos de feminidad, Madonna los reproduce con ligeros retoques para adaptarse a los tiempos -sobre todo a las demandas millonarias de las clases altas LGTBs-. De ahí su pretendida ambigüedad sexual y guiños al lesbianismo.
Pero su papel de vampiresa seductora devorahombres que un día se viste de novia y al otro de meretriz, es un estereotipo femenino más antiguo que la rueda -absolutamente demostrable- y que, al igual que el cliché opuesto de la virgen sumisa y recatada, se halla en las antípodas de lo que significa el feminismo. Así que: a vender la burra a otra parte.
A Madonna, la liberación, el empoderamiento y el hacer lo que quiere y como quiere no le vienen de haber subvertido ningún orden, sino de pertenecer a ese orden, de haberse creado una imagen de «mujer-mujer», como diría Camilla Plagia, que, además de recordarnos a todas que nuestra misión en el mundo debe ser la de regalar la mirada del otro sexo (lo de siempre), se convierte en mercancía altamente provechosa.
No en vano Madonna es una empresaria multimillonaria que tiene un ejército de sirvientes a su mando. En 2015 la revista Forbes la coronaba como reina del pop por las cifras millonarias que había registrado en más de tres décadas de carrera.
Parece que para los posmodernos admiradores del icono Madonna, el feminismo se mide por la fama y lo abultado de la cuenta corriente, que es lo único que te permite cambiar de roles y moverte a tu antojo, justamente lo que no podemos la mayoría de mujeres sin graves consecuencias.
Madonna podrá desafiar el “poder masculino heteronormativo”, pero con ello el capitalismo no se despeina, ni la violencia machista que este fomenta deja de hacer presa en nosotras 6.
Que baje al escenario deslizándose por una barra contra la que se frota la entrepierna -como se la vio en un videoclip- es algo cutre y repetido en cualquier show barato de strip-tease. Que nos expliquen qué tiene eso de liberador.
Además, tras el aparente desdén hacia la religión de la reina del pop, se halla su fidelidad a todo tipo de religiones patriarcales, por cierto, como el judaísmo y el cristianismo.
Ella misma se ha definido católica y estudiosa de la cábala judía. Su gira mundial del año 2012 la comenzó en el Estado de Israel, con cuya bandera enrolló su cuerpo7.
Lo transgresor habría sido hacerlo con la bandera palestina. Lo transgresor sería que aprovechara su poder escénico para señalar a los responsables de la explotación y opresión que sufren la mayoría de mujeres en diversas partes del mundo. Pero esto no le reportaría los sustanciosos réditos de que disfruta explotando el rol de mujer “fuerte, sexual y sensualizada” que interpreta canciones de letras totalmente insustanciales y hace ejercicios gimnásticos que pasan por ser baile, embutida en costosísismos corsés de diseño.
No obstante, el colmo de la estupidez de que hacen gala los y las adoradores de la particular Virgen de Agosto lo alcanzan cuando dicen: “llega el desafío máximo, la vuelta de tuerca, el retruécano del jaque a lo admisible y tolerado: Madonna se hace mayor”.
Es decir, la diva cumplía 60 años y el jaque consiste en “estar estupenda” por tener el suficiente dinero como para disponer del mejor equipo de cirujanos plásticos, estilistas, entrenadores físicos y maquilladores.
Sostener que esto representa un desafío a lo admisible equivale a menospreciar, por ejemplo, a los millones de mujeres de más de 50 años que no tienen medios para -ni en muchos casos intención de- acceder a esos recursos, así como a las que han perdido el empleo y no las contrata nadie debido a su edad, por muy cualificadas que estén; por no hablar de la ausencia prácticamente absoluta de mujeres maduras al frente de programas televisivos que no exhiben sus caras rellenas de botox y profusamente maquilladas, algo que no se exige a los colegas varones.
Lo sentimos, pero el desafío y el jaque lo ponemos quienes a los 60 estamos orgullosas de nuestras arruguillas, sobre todo las de carácter, y de presentarnos al mundo como somos y queremos ser, libres de las tiranías de la moda y los estereotipos de feminidad que los iconos de la industria del atontamiento nos imponen.
Sostener que Madonna representa un “modelo de mujer que se niega a ser victimizada por la sociedad e instituciones patriarcales” es ocultar que lo que a ella y otras millonarias como ella las pone a salvo de cualquier victimización es su posición de clase.
Hablemos claro de una vez y desenmascaremos el discurso progre posmoderno, que en el fondo es sumamente reaccionario. Madonna, la Virgen posmoderna de Agosto, no es un icono feminista sino todo lo contrario.
Madonna es una de las mejores encarnaciones de la industria capitalista del espectáculo, cuya finalidad, independientemente de la calidad de las expresiones artísticas que genere, es la de nublar nuestra capacidad crítica y reproducir hasta la saciedad los estereotipos femeninos y masculinos más cutres y rancios convirtiéndolos en mercancía, para mantener el sistema de dominación y explotación por razón de sexo y de clase contra el cual las feministas debemos luchar.
(Publicado en Canarias Semanal, el 14 de marzo de 2022)
NOTAS:
El libro en cuestión es ‘Bitch She’s Madonna. La reina del pop en la cultura contemporánea’, publicado por Dos Bigotes en edición de Eduardo Viñuela. El artículo ha aparecido en Público: https://elasombrario.com/madonna-60-anos-virgen-de-agosto/ ↩
El País, 19 de mayo de 1994. Por cierto, Vicente Verdú, aparte de un conspicuo machista, de esos que sostienen que las mujeres matan más que los hombres, era uno de los más importantes accionistas del periódico en cuestión, donde tenía columna fija dedicada mayormente a dar publicidad a todas las chuminadas que llegaban del Yanki, lugar donde residía este tan privilegiado como mediocre colaborador. ↩
Para los más jóvenes aclaro: sujetador con relleno que eleva y junta los pechos, al estilo de los años 50. Se trataba de una reacción comercial a la reivindicación feminista de quitarse las máscaras y corsés impuestos por la tiranía de la moda, mostrarse como se es, sin tener que avergonzarse por ello. ↩
El País, 10 de mayo de 2000. ↩
El País, 3 de marzo de 1998: “Es posible explorar la espiritualidad y seguir siendo una mujer de negocios”, dice Madonna”, artículo de Fietta Jarque. ↩
Por cierto, puede haber un poder masculino “homo-normativo”, como fueron las sociedades de la Grecia clásica, fuertemente patriarcales, pero donde la homosexualidad masculina era la orientación sexual hegemónica. ↩
Vease https://www.elpais.com.co/entretenimiento/madonna-prepara-el-inicio-de-su-gira-mundial-en-tel-aviv.html ↩